viernes, 29 de noviembre de 2019

MATAR A UN RUISEÑOR de Harper Lee


«Eres valiente cuando de antemano sabes que estás vencido y de todos modos emprendes el camino y sigues adelante pase lo que pase.»
Existen novelas que sin ser demasiado pretenciosas encuentran la perfección en su propia sencillez convirtiéndose sin desearlo en clásicos de la literatura. Siempre pensé que Matar a un ruiseñor era una novela de no menos de cien años por las referencias culturales, por ser un texto obligatorio en algunos centros educativos de Norteamérica y por la cantidad de análisis y ensayos que se han escrito sobre esta. No obstante, para mi sorpresa, la autora aún está viva. La obra fue publicada en 1960. Matar a un ruiseñor apenas tiene 56 años que, aunque sea poco más de medio siglo, es difícil que en un período de tiempo tan corto una obra se convierta en un clásico. Ganó un premio Pulitzer y fue nombrada la mejor novela del siglo XX, y eso por mencionar alguno de sus méritos.

Hasta el año 2015, Matar a un Ruiseñor había sido la primera y única novela de Harper Lee. Recientemente publicó otra llamada Ve y pon un centinela. Por el tiempo que no se detiene y la edad de la autora (89 años), supongo que podría ser su última obra. Pero esperemos que no, que haya muchos manuscritos en alguna gaveta, pendientes de revisión y edición. Hace poco dije que no me impresiona un autor que haga dos o tres novelas al año y que en su haber tenga decenas de títulos o quizá cientos, la cantidad no es sinónimo de calidad, y en la literatura no hay mejor verdad que esa. Harper Lee por más de cincuenta años sólo tuvo una novela, y la misma le bastó para entrar al panteón de los escritores más laureados en Estados Unidos, comparándola incluso con Mark Twain y J. D. Salinger. Tan sólo una novela, eso sí ¡qué novela!

Cuando empecé la lectura de Matar a un ruiseñor, casi que la dejo por un lado. Me dije: otra historia contada a través de los ojos de un niño, bueno, una niña de ocho años. ¡Qué aburrido y tedioso! No era lo que buscaba leer en aquel momento. Pero ese fue el prejuicio de las páginas iniciales, porque en la medida que se avanza la novela uno no la puede abandonar. Noté la calidad de la narración literaria que es brillante, el mensaje implícito en la verdad tras cada línea y entre líneas. El relato en primera persona a través de los ojos de una niña no es candidez, sino el aprendizaje de un mundo real, tangible y crudo a través de la perspectiva de la inocencia. Excelente.

La novela reviste del estilo gótico sureño. Sí, recuerda un tanto a Tom Sawyer y Huckleberry Finn; pero no tiene tantos elementos jocosos como estas obras. La novela sabe más a melancolía. Es como contemplar con la vista cristalina una fotografía en sepia. También es una novela legalista. Atticus Finch, el padre de Scout (la niña, narradora y personaje principal), es un abogado de impecable e intachable moral y ética, prudente y sabio –un abogado de ficción, porque en el mundo real equivaldría a un superhéroe–. Él defiende en un condado clasista y racista a una persona de color cuyo único delito radicaba en el color de su piel. A este hombre se le acusó de violar a una mujer blanca.

Hay muchas novelas que tratan sobre el racismo, también existen narrativas autobiográficas. En cualquier caso y en todos los casos, siempre es presentado como una situación que termina por indignar. El racismo tiene un componente de agresión que humilla y deshumaniza. 

Hay libros que uno se dice en señal de reproche: ¿cómo es que no lo había leído antes? Matar a un ruiseñor es uno de ellos. Incluso el título, Matar a un ruiseñor, tiene un significado mucho más profundo que la acción que definen esas cuatro palabras. El ruiseñor es un pequeño pájaro que regala su canto, un canto puro, natural y noble, jamás ha sido un tropiezo, plaga o rapaz para los hombres. ¿Quién osaría entonces matar a un ruiseñor? Si este pájaro representa la armonía y la pureza, matarlo significa el fin de la inocencia, maldad y pecado. Qué nos alegra que sea una metáfora, en la novela no muere ningún ruiseñor, aunque en su figura retórica no nos deja impávidos, porque la muerte está allí.

Si eres una de esas personas que disfrutó leyendo Cien Años de Soledad, La Casa de los Espíritus, Las Aventuras de Huckleberry Finn o David Cooperfield, este es un libro que práctica y directamente entraría en el canon de los obligatorios. Me gustaría escribir más, pero en esta oportunidad prefiero dejarlo así. No es fácil hacer una reseña de los títulos expuestos como ejemplos comparativos al inicio de este párrafo, igual me pasa con Matar a un ruiseñor, creo que nada de lo que pueda escribir puede siquiera ser una fiel representación de todos los sentimientos que evoca la lectura. La novela de Harper Lee posee un toque muy personal, probablemente no sea el calco de su vida, pero en la obra está su alma. Sin duda.

Para cerrar: algunas frases que se destacan:
«A veces la Biblia en las manos de un hombre, es peor que una botella de whisky en manos de un hombre [sobrio].»
«Las personas en sus cabales, nunca se enorgullecen de sus talentos.»
«Los payasos son tristes [no ríen realmente], es la gente la que se ríe de ellos.»
«Existe un tipo de hombres a los que hay que disparar antes de poder saludarlos, e incluso entonces no se merecen la bala necesaria para dispararles.»
«No puedo vivir de una manera en la ciudad y de otra manera distinta en mi casa.»

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