miércoles, 4 de octubre de 2023

MÁSCARAS de Leonardo Padura


«El calor es una plaga maligna que lo invado todo. El calor cae como un manto de seda roja, ajustable y compacto, envolviendo los cuerpos, los árboles, las cosas, para inyectarles el veneno oscuro de la desesperación y la muerte más lenta y segura. Es un castigo sin apelaciones ni atenuantes, que parece dispuesto a devastar el universo visible, aunque su vórtice fatal debe de haber caído sobre la ciudad hereje, sobre el barrio condenado. Es el martirio de los perros callejeros, enfermos de sarna y desamparo, que buscan un lago en el desierto; de esos viejos que arrastran bastones más cansados que sus propias piernas, mientras avanzan contra la canícula en su lucha diaria por la subsistencia; de los árboles antes majestuosos, ahora doblegados por la furia de los grados en ascenso; de los polvos muertos contra las aceras, añorantes de una lluvia que no llega o un viento indulgente, capaces de revertir con su presencia aquel destino inmóvil y convertirlos en lodo o en nubes abrasivas o en tormentas o en cataclismos.»

Leonardo Padura es un destacado novelista y periodista cubano, reconocido por su habilidad para tejer historias literarias profundamente humanas con un agudo sentido de la realidad y la crítica social. Su personaje más emblemático, el detective Mario Conde, ha llevado a los lectores a través de las complejidades de la sociedad cubana contemporánea con obras como Pasado perfecto, Vientos de cuaresma y, más recientemente, Personas decentes. A través de su narrativa, Padura explora temas como la identidad, la nostalgia, el poder y la memoria, pintando vívidos retratos de La Habana y sus habitantes. Ganador de prestigiosos premios literarios, entre ellos el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2015, su obra trasciende fronteras y culturas, haciendo de Padura una figura clave en la literatura contemporánea de habla hispana.

Máscaras es la tercera novela de la serie protagonizada por Mario Conde, fue publicada en 1997, aunque se ambienta en 1989. Se trata de una novela negra que nos sumerge en una Cuba decadente de finales del siglo XX. El título, Máscaras, funciona como un elemento simbólico del teatro que se extrapola a las características de los personajes de la novela. Esto se manifiesta tanto de manera directa, ya que algunos de ellos estuvieron relacionados con esta expresión artística en épocas pasadas más prósperas, como de manera indirecta, donde el rostro público de algunos oculta un lado privado más sombrío o desgarrador. Antes de continuar con la reseña, he aquí la sinopsis:

«En la tupida arboleda del Bosque de La Habana aparece un 6 de agosto, el día en que la Iglesia celebra la transfiguración de Jesús, el cuerpo de un travestí con el lazo de seda roja de la muerte aún al cuello. Para mayor zozobra del Conde –el policía encargado de la investigación–, aquella mujer “sin los beneficios de la naturaleza”, vestida de rojo, resulta ser Alexis Arayán, hijo de un respetado diplomático del régimen cubano. La investigación se inicia con la visita del Conde al impresionante personaje del Marqués, hombre de letras y de teatro, homosexual desterrado en su propia tierra en una casona desvencijada, especie de excéntrico santo y brujo a la vez, culto, inteligente, astuto y dotado de la más refinada ironía. Poco a poco, el Conde va adentrándose en el mundo hosco en el que le introduce ladinamente el Marqués, poblado de seres que parecen todos portadores de la verdad de Alexis Arayán. Pero ¿dónde, en semejante laberinto, encontrará el Conde su verdad?»

Mario Conde, como personaje, resulta atractivo debido a su frustración, soledad y, en cierta medida, por su abstracción personal. Estas características le otorgan un aire de misterio que contribuye a generar la acción por caminos que el lector no puede anticipar tan fácilmente como le gustaría. Sin embargo, desde la primera página, sabemos de manera inevitable que el caso será resuelto y que el personaje sobrevivirá, ya que existen más libros en los que Conde continúa siendo el protagonista. Este es un logro destacable del autor, ya que la novela se basa en gran medida en el monólogo interior, lo que nos permite adentrarnos en el pensamiento del protagonista, aunque disimula sutilmente sus emociones y su pasado lejano. Son los eventos y los escenarios presentados en la novela los que dan forma a la historia, lo cual es positivo, especialmente en una serie de libros, ya que en otras ocasiones debemos seguir cierta secuencia cronológica en nuestras lecturas para evitar perdernos o distraernos tratando de adivinar.

Padura muestra una notable versatilidad en la construcción de los escenarios, pero su destreza sobresale aún más en la profundización de sus personajes y su enfoque en el contexto político, social y cultural de Cuba, que conoce a la perfección. No es sorprendente que la controversia y los obstáculos en la publicación y distribución de sus obras en la isla sean una constante, a pesar de que sus críticas no estén dirigidas directamente hacia figuras políticas o gubernamentales, sino hacia las situaciones que enfrentan los cubanos en su vida cotidiana, especialmente debido a la pérdida del individualismo, entre otras cuestiones relacionadas con la escasez general. En estas novelas de Mario Conde, Padura parece enfocarse más en el resultado y el producto que en los medios utilizados, al menos en mi opinión, donde el escritor trata de ser, y lo logra con éxito, bastante mesurado en sus opiniones.

Es cierto que Padura es consciente de que sus obras tienen un propósito diferente, y no busca imitar a Milan Kundera al ser demasiado explícito y, con ello, arriesgarse a ser encarcelado o exiliado. El autor claramente siente un profundo amor por Cuba y se enorgullece de ser cubano. Define su identidad no como una ideología, sino como algo mucho más profundo: una raíz que lo conecta con su cultura, su familia y su pueblo. Es por esto que sus obras buscan matizar otros aspectos de los conflictos que enfrentan los cubanos, no simplemente por ser cubanos, sino por ser también seres humanos, individuos tan similares a cualquier otro. Es fácil empatizar con Mario Conde y sus casos, y podríamos imaginarlos en Guatemala, Uruguay o Chile, donde funcionarían igualmente bien. Incluso me atrevería a decir que lo mismo podría ocurrir en Estados Unidos, Francia o Rusia, ya que los problemas que surgen de las tramas de esta serie de novelas negras tienen más que ver con la identidad y las pasiones humanas que con la geografía.

Aquí es donde Mario Conde, a pesar de ser un buen personaje, se revela como un detective poco convencional, ya que sus pistas, al menos en Máscaras, se basan en corazonadas difíciles de respaldar con argumentos sólidos. Sin embargo, estas corazonadas funcionan como el MacGuffin que abre la puerta para conocer a personajes interesantes, cuyos diálogos y pasado brindan tanto al protagonista como al lector oportunidades de reflexión. Algo que personalmente me divierte un poco es la idea de que los detectives o inspectores en las novelas parecen dedicarse exclusivamente a un caso a la vez y disponer de mucho tiempo libre. Ciertamente, son detalles necesarios para mantener el enfoque narrativo. Ser excesivamente detallado puede ser contraproducente, ya que podría romper el ritmo de la historia y convertir un libro que debería proporcionar entretenimiento y aprendizaje en un vehículo hacia el aburrimiento. No estoy diciendo que no haya novelas que caigan en la monotonía narrativa y la superficialidad, porque ciertamente las hay.

Máscaras aborda principalmente el tema del ostracismo y la discriminación basados en la identidad sexual, lo que nos lleva a explorar las relaciones individuales con la sociedad y con el núcleo familiar. Sin embargo, debo señalar que esta identidad sexual no entra en conflicto con la identidad personal, y es precisamente a través de este enfoque que también se adentra en temas como la memoria, la hipocresía, el abandono y la decadencia. El título de la novela hace referencia a las máscaras utilizadas en el teatro, tanto en la comedia como en la tragedia, aunque predominando principalmente la última en la trama de esas páginas. Además, se puede apreciar un doble significado a través de la analogía: las máscaras sociales, donde el rostro que presentamos ante la sociedad difiere del que vemos reflejado en el espejo y que, quizás, solo un reducido número de personas conozca por suerte o por desgracia.

Una novela bastante recomendable, fluida en su narración y delicada en su prosa que recuerda mucho a Gabriel García Márquez, y obviamente, con una trama de ambiente noir que hace recordar a Dashiell Hammett y James M. Cain. Una novela negra que se diluye en la literatura. Para concluir, unas líneas que vale la pena volver a leer:

«Lo peor de los muertos es que dejan vivos.»

«Si no hay memoria, no hay culpa, y si no hay culpa no hace falta siquiera el perdón.»

«Somos hijos del tiempo y del polvo, y ni la poesía nos va a salvar de eso.»

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