«El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas.»
Milan Kundera fue un influyente novelista y ensayista checo. Su obra explora temas como la identidad, la memoria y la política en un estilo caracterizado por la introspección y la reflexión filosófica. Kundera se exilió en Francia en 1975 y se convirtió en ciudadano francés en 1981. Tras la publicación de su obra más notable, La insoportable levedad del ser en 1984, se convirtió en un crítico abierto del gobierno de la antigua Checoslovaquia, lo que resultó en la prohibición de su obra en su país natal y otros países comunistas. A pesar de esto, Kundera continuó escribiendo y defendiendo la libertad de expresión, convirtiéndose en un símbolo de resistencia intelectual y una influencia literaria occidental.
La fiesta de la insignificancia, publicada en 2013, fue la décima y última obra del autor antes de su fallecimiento en 2023. Esta novela fue escrita íntegramente en francés, siguiendo la costumbre del autor durante las dos décadas previas. Sin lugar a dudas, mantiene el estilo distintivo de Kundera, así como los temas y las dinámicas entre los personajes. Sin embargo, es importante destacar que esta obra es menos ambiciosa en comparación con sus trabajos anteriores, lo que se refuerza aún más con el título elegido. No obstante, antes de proseguir, he aquí la sinopsis:
«Alain, Ramón, Charles y Calibán son cuatro amigos que viven en París, litigando con sus éxitos y fracasos. Proyectan una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronuncian una sola frase seria, están fascinados por la realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitan todo realismo. La trama tiene como fondo la fiesta de cumpleaños de otro amigo, D’ ardelo, pero tiene como eje la exploración de situaciones aparentemente triviales que exploran la naturaleza de la existencia y la búsqueda del sentido en la vida moderna.»
En cuanto a su extensión, La fiesta de la insignificancia evoca las publicaciones de Stefan Zweig, conocidas por su brevedad: pocas palabras, escasas escenas, priorizando la sencillez sobre la profusión. La edición de bolsillo de esta novela apenas alcanza las 138 páginas; no obstante, no se puede negar que posee cierta redondez. Aunque no alcanza la altura narrativa de sus obras anteriores, sí exhibe la necesaria profundidad, aunque en esta ocasión se centra más en las anécdotas que se narran que en los personajes. Irónicamente, es a través de esta insignificancia que la obra encuentra todo el significado.
En cuanto a los personajes, no hay nada que los haga memorables, que los diferencie y los haga sobresalir, y tampoco la fracción de la historia que viven nos resulta interesante. Todo es cotidianidad y banalidad. La historia comienza y termina sin un hecho que verdaderamente importe o que podamos recordar asociado a un sentimiento, a una emoción, a una impresión que se calque en nuestra memoria. Y con esto no estoy afirmando que la novela sea aburrida, porque existe evidente intencionalidad del autor de que así sean sus personajes y la trama, porque esa es la vida misma, colmada de personajes que conocemos y luego olvidamos, de hechos que vivimos y no nos acordamos, de muchos momentos que van y vienen y que jamás se acumulan. La mayoría de las veces las historias que contamos no nos pertenecen y lo que hacemos no es para nosotros.
A pesar de que la historia transcurre en el nuevo siglo, las anécdotas que capturan la atención tienen a Stalin como protagonista. La vena política de Kundera, como rescoldo del exilio de una Checoslovaquia convertida en un patio de la Unión Soviética, también está presente en esta obra. Conocemos la anécdota de las perdices de Stalin, en la que relata a su gabinete más cercano la vez que fue a cazar perdices y encontró muchas más que las balas con las que contaba, por lo que regresó por más munición mientras las perdices esperaban tranquilamente en el claro a que su verdugo cumpliera su propósito. Stalin mentía y sus hombres de confianza lo sabían; Stalin sabía que su historia no se sostenía y que nadie le creía, pero también sabía que nadie tenía el valor suficiente para replicar y cuestionar los hechos que contaba porque él era Stalin. Stalin los dejó solos y los espió, dándose cuenta de que hablaban sobre su anécdota, encontrando todos los agujeros, lo que le divirtió. Aunque la mejor anécdota es la de Mijaíl Kalinin, un miembro del partido comunista, posiblemente el más pusilánime de todos, al que Stalin, en broma o como amenaza para otros, reconoció en su honor nombrando Kaliningrado a la ciudad de Königsberg. Excluyendo a Leningrado y, por supuesto, a Stalingrado, ninguna otra ciudad de la Unión Soviética cambió su nombre en honor a ningún oficial, general, fundador o héroe del partido comunista. Ese privilegio fue exclusivo para el más insignificante de todos, Kalinin, del que Stalin constantemente se mofaba cual si fuera su inintencionado bufón. Tras la desintegración de la Unión Soviética, Leningrado recuperó su antiguo nombre, San Petersburgo, y Stalingrado volvió a ser llamada Volgogrado; sin embargo, Kaliningrado sigue siendo Kaliningrado. Así de absurda es la historia.
La fiesta de la insignificancia es la celebración del cumpleaños de una persona que no se atreve a desmentir que ya no tiene cáncer a su mejor amigo, rehuyendo a las muestras de compasión por ocultar la verdad sin ninguna razón. Es el encuentro con personajes que albergan sueños que no persiguen, consejos que ignoran, lecciones que no asimilan y vidas que apenas comienzan a comprender. Las reflexiones filosóficas no se plantean explícitamente, sino que surgen de la reflexión del lector inmerso en estos párrafos, aparentemente sin rumbo, pero que solo pretenden ser el punto de partida para una consideración sobre nuestra propia existencia y la naturaleza de la vida. Cierto, la trivialidad y la banalidad están presentes, pero esto es la vida, nuestra vida. Puede que carezca de significado para los demás, la historia o la humanidad, pero posee un valor incalculable para cada uno, tanto como cada uno se sienta digno de otorgarle. No tenemos otra oportunidad de vivir, y a pesar de la soledad, el dolor, las mentiras, las desilusiones, el fracaso y la enfermedad, junto a todas esas situaciones y emociones que pesan como cadenas, también brillan momentos de alegría, risas, compañía, placeres y días en los que cualquier trivialidad y banalidad se convierten en razones para celebrar la vida.
Para concluir, unas líneas que vale la pena leer y releer:
«El ser humano no es sino soledad.»
«La vida es más fuerte que la muerte, porque la vida se alimenta de la muerte.»
«¡Míralos, míralos a todos! Al menos la mitad de los que ves son feos. ¿También forma parte de los derechos humanos ser feo? ¿Sabes tú lo que significa cargar con tu fealdad toda la vida? Tampoco has elegido tu sexo. Ni el color de tus ojos. Ni tu siglo. Ni tu país. Ni tu madre. Nada de lo que realmente cuenta. Los derechos de los que puede disponer el ser humano sólo se refieren a nimiedades por las que carece de sentido luchar unos contra otros o escribir solemnes declaraciones.»
«La insignificancia es la esencia de la existencia.»
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