«Ahora sí, ahora ya entiendo –¡ah, a comprender las cosas sí me has enseñado!– que la cara de una chica, de una mujer, resulta terriblemente cambiante para un hombre, porque no suele ser sino el reflejo de una pasión o de una ingenuidad o de una fatiga, que se borra tan fácilmente como la imagen de un espejo. Y un hombre puede olvidar rápidamente el rostro de una mujer, porque la edad que en ella se refleja cambia según si hay sol o sombra y según la forma de vestirse de un día para otro. Los que se resignan, éstos son los auténticos sabios»
Stefan Zweig fue un escritor austríaco, de los más sobresalientes de la primera mitad del siglo XX con una gran cantidad de títulos publicados entre novelas, relatos, poemas, obras de teatro, ensayos y biografías. Fue un maestro de la prosa refinada y de la introspección psicológica en sus relatos y novelas. Exploró la complejidad de la condición humana con una profundidad que aún sigue cautivando a los lectores. Zweig en la literatura se distinguió por su capacidad para adentrarse en las emociones y los matices de sus personajes, revelando sus deseos, anhelos y dilemas con una agudeza psicológica asombrosa. También fue muy conocido por su habilidad para tejer biografías noveladas, donde retrató a figuras históricas de manera tan íntima como conmovedora.
La novela epistolar tiene varios siglos de existir, y parte de su éxito radica en que permite la exploración de la psicología del personaje, una narrativa fragmentada y, en consecuencia, aporta un mayor realismo dramático. Lo usual en este tipo de libros es encontrarse con largas misivas, cartas que detallan tanto los acontecimientos como el involucramiento emocional de quien las redacta. Aunque también es cierto que el género epistolar puede adoptar y hacer uso de diversas herramientas, como diarios, apuntes, informes, artículos de periódicos y, más recientemente, transcripciones de llamadas, correos electrónicos y otras comunicaciones por medios digitales. Escritores como Shelley y Stoker ingresaron al canon literario inglés gracias a su versatilidad en el género epistolar. En los últimos siglos, tanto Frankenstein como Drácula se han convertido en parte integral de la cultura occidental. Muchos escritores han experimentado con el género epistolar, desde Jane Austen con Lady Susan en la Regencia Inglesa hasta Alice Walker con El color púrpura en el Estados Unidos profundo y rural del siglo XX. Los temas y tonos que pueden abordarse son incontables y un lector siempre encontrará un aliciente en este tipo de novelas. Stefan Zweig, con Carta de una desconocida, creó una de las obras epistolares más relevantes de la primera mitad del siglo XX. Aunque pueda apreciarse como breve, es una sola carta la que da extensión a la obra, que, a pesar de ello, posee un nivel de profundidad y estilismo que rivaliza con cualquier obra cumbre. He aquí la sinopsis:
«Un escritor de éxito, llamado simplemente "R", recibe una extraña carta el día de su cumpleaños. Esa misiva sin firmar contiene el testimonio de una vecina que se enamoró de él hasta la médula hace años, siendo ella adolescente, pero él, por más que lo intenta, no es capaz de recordarla. Al profundizar en esa confesión que abarca toda una vida, sufrimos por los sentimientos no correspondidos de ella, pero también por la soledad y la carencia de empatía de él.»
Carta de una desconocida se publicó en 1922, y se presume que tiene lugar en la Viena de entreguerras. Aunque no se menciona nada acerca de los aspectos bélicos, económicos y políticos, recordemos que, en esa época, Austria era el epicentro cultural de Europa, destacando en literatura, música y arte, y que surgieran escritores como R era completamente posible. Es crucial señalar que la novela posee un espíritu atemporal; los eventos narrados podrían haber ocurrido tanto hace medio siglo como en tiempos posteriores. Igualmente, los sucesos podrían trasladarse a cualquier otra ciudad occidental sin alterar lo narrado.
Esta novela, tal como lo expone la sinopsis, comienza cuando un escritor, al que solo se le refiere como «R», revisa rutinariamente su correo. Se encuentra en su casa, en su estudio, y es el día de su cumpleaños número 41, aunque a él no le provoca particularmente ninguna sensación y, en apariencia, le es indiferente. Entre todas las cartas, encuentra un sobre que sobresale; no hay remitente y contiene varias hojas manuscritas, una carta extensa que, pese a provocar su curiosidad, la deja para un posterior momento. Las características narrativas del preámbulo de esta obra ya han provocado al lector, quienes no pueden esperar, como el escritor R, hasta el final para saber el contenido de esa enigmática carta. Stefan Zweig no se reserva ninguna sutileza y se desprende de cualquier levedad desde el comienzo del manuscrito: una mujer, una desconocida, confiesa no solo su amor apasionado y obsesivo hacia el escritor R, sino que escribe aquella carta desde el dolor más abismal posible para una madre o cualquier ser humano, teniendo como testigo ausente a un niño en el lecho de muerte.
La desconocida había sido vecina del escritor R hacía aproximadamente quince años, cuando apenas era una adolescente. Desde esos primeros momentos, la protagonista se enamora y comienza a experimentar los suplicios de un amor no solo no correspondido, sino también ignorado. La carta narra una vida dedicada a una pasión tan desesperante como obsesiva. Francamente, aunque haya indicios de una enfermedad mental por parte de la joven mujer, la exposición de los hechos, la forma en que los comunica y la prosa utilizada proporcionan la estilización suficiente como para que nos identifiquemos con la mujer de manera inconsciente y tengamos condescendencia por todas las peripecias, por todos los sufrimientos. De cierto modo, tampoco podemos responsabilizar al escritor R porque él, ignorante de esos sentimientos, nunca dio pie, y aunque hubo muchas señales a lo largo de los años, jamás vio nada; todo pasó inadvertido, sin que ello pueda detener el sentimiento de culpa.
La desconocida experimenta una forma de obsesión amorosa que podría relacionarse con el trastorno obsesivo-compulsivo o trastornos de la personalidad, como la dependencia emocional. Sin embargo, no nos percatamos de esta situación sino hasta cerrar la novela. Mientras estamos inmersos en la lectura, poco vemos de esta circunstancia; nuestra mirada se centra en la ingenuidad, la humildad y la renuncia de la protagonista. Lo que en una novela rosa es la intensa lucha por lo que podría denominarse el amor de su vida, eso si tuviera un final feliz, aquí es el despertad de una realidad, son los destrozos que provoca una pasión secreta y el frío corte del espíritu obseso. En el calor de la emoción, Stefan Zweig no nos hace apartarnos de los elementos que confundimos con romance y que terminan por convertirse en la apoteosis de la tragedia. Por otro lado, el escritor R, consciente de su atractivo y carisma, no era capaz de tener una perspectiva más amplia, fallando en sus habilidades empáticas. Aunque nunca actuó de mala fe, hizo algún gesto que pudiera malinterpretarse o siquiera dijo una palabra engañosa, terminó siendo el centro de otra vida que se desgastó por su atracción, su gravedad y, cómo no, su indiferencia.
Literariamente, esta obra es exquisita. Zweig posee una prosa sublime y la transfiere a la carta de la desconocida con las características necesarias para hacerla tan comprensible como creíble. La estructura utilizada para contar los hechos revela progresivamente una historia que mantiene la coherencia. No existen giros bruscos en la línea argumental, acciones impulsivas de sus personajes ni acontecimientos forzados. Es una historia que podría haber sucedido o suceder en cualquier tiempo y espacio geográfico. Una mujer podría enamorarse y obsesionarse demasiado con un músico o cantante, con un actor o un deportista, y ciertamente ha habido casos en los que un famoso artista muere trágicamente y fanáticas no soportan esa pérdida y se suicidan. En el caso de que sea un hombre el obsesivo y apasionado por un amor no correspondido, normalmente es la violencia dentro de los parámetros de la locura la que desencadena la tragedia.
Indudablemente, la soledad hace mella en cualquier persona, pero cada individuo, dentro del conjunto de relaciones interpersonales, también es capaz de influir en otros. Una palabra, un gesto, y a veces la sola presencia, son suficientes para influir directa o indirectamente en otros, ya sea de forma positiva o negativa. Vista desde lejos, no es más que una evidencia de la fragilidad de la condición humana y de la, a veces venturosa y otras perniciosa, aleatoriedad, donde la suma de pequeñas casualidades provoca una causalidad que se sobrepone a la intención y que termina por guiar la acción.
Cada obra de Stefan Zweig merece ser recomendada, sin excepción. Carta de una desconocida no solo cumple con este estándar, sino que también es un compromiso imperdible para los lectores que buscan lo mejor de la literatura del siglo XX.
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