«Es verdad que el gobierno norteamericano se entiende con las dictaduras anticomunistas y eso es una pena, pero Washington no es una dictadura. No es posible hacer una equivalencia entre la URSS y Estados Unidos. Estados Unidos salvó al mundo de la pesadilla de los nazis. La URSS es una dictadura que intenta crear gobiernos a su imagen y semejanza. Los grandes aliados de Estados Unidos son democracias como Inglaterra o Francia. Después de la Segunda Guerra, Estados Unidos dedicó miles de millones de dólares y todos sus esfuerzos en convertir a Alemania y Japón en verdaderas democracias. La URSS, en cambio, transformó a los países que controla en satrapías dirigidas por comunistas locales que funcionan como empleados del Kremlin. Hay una diferencia fundamental entre las dos superpotencias.»
Carlos Alberto Montaner fue un destacado académico, escritor, periodista y analista político cubano. Aunque, debido a su exilio, adquirió la nacionalidad estadounidense y, posteriormente, la española. Su aguda visión y vasta experiencia en temas sociales y políticos latinoamericanos le granjearon reconocimiento internacional, principalmente por su profundo entendimiento de los regímenes totalitarios. Montaner fue autor de numerosos estudios, ensayos, artículos, columnas y colaboraciones que abordaban mayoritariamente temas políticos, económicos y sociológicos. Aunque en menor medida, también incursionó en la novela, comenzando con la temprana Perromundo en 1972 y La mujer del coronel en 2011. Su primer reconocimiento fue el Premio de Periodismo de Nueva York en 1975, y posteriormente recibió otros galardones y menciones en reconocimiento a su lucha y defensa por las libertades y la democracia. En Guatemala, la Universidad Francisco Marroquín le otorgó el título de Doctor honoris causa en Ciencias Sociales.
Tiempo de canallas es una novela que llegó a las librerías en 2015, a la cual le antecede un ensayo publicado en 2009 inicialmente titulado La última batalla de la guerra fría y que después cambió en la reedición por Cómo y por qué desapareció el comunismo. Este detalle es relevante, ya que el inicio de la Guerra Fría sirve de telón de fondo para esta novela. Muchos escritores de no ficción, como el caso de Carlos Alberto Montaner, al realizar investigaciones para sus obras de divulgación académica, se encuentran con historias que, contadas de otra manera, se convierten en proyectos que los motivan y sacan a relucir sus venas literarias y su afición a la novela. Parece ser que este es el caso de Montaner. No obstante, antes de continuar, he aquí la sinopsis:
«Hacia 1947, el hispano-cubano Rafael Mallo espera a ser fusilado en una cárcel franquista. No parece haber ninguna buena razón para que un trotskista, ex combatiente de la Guerra Civil, que durante años trabajó para la causa comunista, pero alejado del estalinismo, sobreviva a su derrota. Sin embargo, el mundo ha cambiado. Los nazis son historia y el nuevo enemigo empuña el martillo, la hoz y una bandera roja. Cualquier recurso es válido para vulnerarlo. Sobre él se intuye y sospecha mucho y se sabe bastante menos. Los desencantados con la revolución que se pasan al bando de Occidente son más que bienvenidos.»
Tiempo de canallas, a primera vista, se perfila como un thriller político, una novela de espionaje con una historia de amor entrelazada. Sin embargo, al concluir su lectura, nos damos cuenta de que el thriller deja mucho que desear, que el tema del espionaje no termina de convencernos y que la historia romántica parece forzada, como si el autor nunca hubiera experimentado el enamoramiento o hubiera olvidado cómo describir la química del amor en una pareja. Este aspecto también afecta a los personajes, como veremos más adelante. Bajo estas premisas, parece que la novela se tambalea en su intento de ser lo que pretendía y no logra alcanzarlo. Si somos muy críticos con las expectativas planteadas, la obra no tiene por dónde sostenerse, por lo que es necesario apartarse de sus aspectos malogrados y fijarse en otros matices que no esperábamos mucho y que resultaron ser los más brillantes.
Al concluir la lectura del libro, quedé impresionado por el contexto en el que se desenvuelve la trama. Todo ocurre en 1949, apenas cuatro años después de que la Segunda Guerra Mundial hubiera concluido. Europa se encontraba devastada y dividida. En 1948, Estados Unidos implementó el Plan Marshall, inicialmente denominado European Recovery Program, cuyo objetivo principal era la reconstrucción de Europa occidental. Sin embargo, subyacía otro propósito: frenar la expansión de la Unión Soviética, que ya no se producía mediante acciones militares, sino a través de la política partidaria en las sociedades libres. Se desencadenaron así una serie de batallas ideológicas. La Unión Soviética comenzó a reclutar a prominentes intelectuales de Europa y América, promoviendo abiertamente las virtudes del comunismo como una evolución hacia una sociedad más justa y pacífica. Entre quienes se unieron a sus filas se encuentran Pablo Neruda, Octavio Paz, Frédéric Joliot-Curie, Paul Éluard, Pablo Picasso, entre otros. En agosto de 1948, se llevó a cabo el Congreso Mundial de Intelectuales en Defensa de la Paz en Polonia, promovido por la Unión Soviética, con la participación de 46 países. Este evento se percibió como una amenaza para Estados Unidos y Gran Bretaña, que consideraban a Stalin no como un liberador de pueblos, sino como un dictador genocida. Veían en el comunismo una amenaza a la libertad, un totalitarismo no muy diferente al nacional socialismo alemán ni al fascismo italiano. Como respuesta a los posibles efectos del Congreso promovido por la URSS, Estados Unidos ideó el Congreso por la Libertad Cultural, aunque no de manera abierta, sino a través de fundaciones y organizaciones no gubernamentales, subrayando la censura y persecución en países colectivistas. Intelectuales como Bertrand Russell, James Burnham, Richard Löwenthal y Franz Berkenau apoyaron esta iniciativa, algunos conscientes de que era un frente intelectual anticomunista. Ejemplo de ello es el caso de Arthur Koestler quien, junto con Luis Fisher, André Gide, Ignazio Silone, Stephen Spender y Richard Wright, publicaron el libro El Dios que fracasó y prohibido en todos los países socialistas. Esta obra recopila ensayos de intelectuales que anteriormente fueron defensores del comunismo, pero que al percatarse de su verdadera naturaleza sintieron la obligación moral de denunciarlo y exponer sus experiencias en esos círculos.
Desde la Segunda Guerra Mundial, ya existía un sistema y corredor de espionaje y, obviamente, Estados Unidos, Inglaterra, Francia y, por supuesto, la Unión Soviética, eran muy diestros y profesionales en esta actividad. La CIA fue creada en 1947 bajo el mandato del presidente Truman y eventualmente se convirtió en una de las instituciones más influyentes a nivel mundial en la segunda mitad del siglo XX, capaz de alterar la situación política de un país, incluso conspirando en el derrocamiento de gobiernos que pudieran representar una amenaza. Lamentablemente, algunos excesos y desatinos también trajeron situaciones contraproducentes, como las ocurridas en Cuba y Panamá. En 1949, la CIA se encontraba reclutando agentes, y es en ese contexto donde se ubica el protagonista de la novela, Rafael Mallo, un militante trotskista arrestado durante la guerra civil española. Tras una década de cautiverio, es liberado a cambio de su colaboración como agente. Esto se debe a la suposición de que cualquier seguidor de Trotsky, el enemigo jurado de Stalin, también sería un detractor de la causa comunista y actuaría con más arrojo, ya que Trotsky, exiliado en México, fue asesinado a sangre fría por orden del propio Stalin, demostrando que su mano podía extenderse a cualquier rincón del planeta.
Tiempo de canallas es una novela repleta de cápsulas históricas que Carlos Alberto Montaner inserta en el contexto y en los diálogos de los personajes. La obra retrata a la perfección las preocupaciones existentes en el mundo occidental, donde numerosos intelectuales, ya sean científicos, escritores, periodistas o filósofos, mostraban una inclinación hacia el socialismo y abogaban por el comunismo como una alternativa de sociedad más justa. Este fenómeno persiste a lo largo del tiempo, como lo evidencian figuras posteriores como Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Doris Lessing e incluso los apreciados Gabriel García Márquez y Almudena Grandes. Tiempo de canallas se perfila también como un excelente libro para comprender cómo se urdía el espionaje y los detonadores que llevarían al establecimiento de la Guerra Fría en un periodo posterior.
En cuanto a la historia ficticia que, dentro del marco contextual, parecía interesante, lamentablemente fracasa en su ejecución y resulta aburrida, siendo la antítesis de John le Carré, eso si buscábamos ese tipo de novela de espionaje. Una de las razones de este desinterés radica en el poco impacto de los personajes, ya que no logramos empatizar con ellos. Aunque tienen un pasado bien construido y creíble, con detalles que deberían resonar en nosotros para explicar sus motivaciones, parecen estar insertados de manera forzada y, hasta cierto punto, resultan acartonados. La narración se caracteriza por su falta de acción. Los personajes pasan la mayor parte del tiempo en conversaciones, y los thrillers no se sustentan únicamente en diálogos. Cabe mencionar que resulta muy interesante cuando los protagonistas discuten sobre los acontecimientos mundiales de 1949 y reflexionan sobre las posibles implicaciones de ciertos eventos. Sin embargo, cuando la trama se centra en lo personal o en la historia que siguen los protagonistas, parece que se apaga el motor, y las revoluciones caen estrepitosamente. Esta situación refleja las características del autor, que es más ensayista y académico que novelista. Su habilidad radica en la exposición de hechos políticos y sociales, así como en sus respectivos análisis.
La novela es sumamente intelectual y funciona más como una narrativa histórica alternativa que como un thriller con sus giros inesperados. Su éxito radica en su capacidad para motivar al lector a explorar más a fondo la historia de la Europa de la postguerra y el papel de Estados Unidos en su reconstrucción. Su fracaso, por otra parte, es la ficción. Desde el punto de vista literario, no hay mucho que destaque; está bien escrita, ya que su autor es un periodista y ensayista consumado. Sin embargo, carece de algunas herramientas discursivas y retóricas que novelistas con más experiencia habrían manejado de manera más efectiva, empezando por la estructura y la construcción de personajes.
Para concluir, algunas líneas que vale la pena leer y releer:
«Lo malo no es la ley de gravedad, sino la gravedad de la ley.»
«Sólo los ex comunistas entienden el peligro de los soviéticos y la miseria de esa doctrina.»
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