«Los fósiles futuros nos muestran que no solo tenemos un deber con las generaciones que vienen a continuación de la nuestra, los hijos de los hijos de nuestros hijos, sino con seres humanos de los que nos separan cientos, incluso miles de generaciones. Son personas cuyos idiomas y culturas serán completamente diferentes a lo que conocemos o lo que podemos imaginar, pero que tendrán que vivir en un mundo deformado por nuestras decisiones, tomadas milenios antes de que ellos nacieran.»
David Farrier es un profesor de literatura inglesa en la Universidad de Edimburgo, una profesión muy habitual entre los escritores: aman tanto a la literatura que no solo se encargan de aportar un fragmento mediante su propia pluma, sino también en la enseñanza del método, del arte y de la historia; no obstante, Huellas, el primer libro de Farrier, no es una novela y tampoco una colección de cuentos y relatos, menos un poemario, es un ensayo serio, de carácter documental y científico, que aborda el legado fósil que la humanidad que conocemos hoy, que somos hoy, dejará en esta tierra. Huellas, publicado en 2020, obtuvo el premio Giles St Aubyn concedido por la Real Sociedad de Literatura al mejor encargo de no ficción.
La humanidad que conocemos es el cúmulo que ha florecido en los últimos 10 mil años. Antes de ello el hombre no era más que un ser nómada y tribal, que vivía de la caza y que antes de siquiera cuestionar su existencia, debía resolver los problemas para subsistir un día más. Es en los últimos 10 mil años, en un período climático relativamente benévolo en el planeta cuando las civilizaciones surgieron y sin duda alguna es en los últimos cien años en los cuales el ser humano ha logrado transformar su entorno de una manera que no tiene precedentes en la historia. Hemos llegado a agregar una séptima fila en la tabla periódica de los elementos donde estos últimos son nuevos, no existen en el universo más que en este planeta y si existen en la Tierra es porque el hombre los creó.
Nuestro sistema solar surgió hace 4,500 millones de años, cuando esto sucedió el universo ya tenía aproximadamente 9,700 millones de años. Nuestro sol es una estrella entre cientos de miles en el universo que nació seguramente de una nebulosa que al mismo tiempo son los restos de una supernova, una estrella gigantesca que explotó. La vida más primitiva, la unicelular, se estima que pudo haber surgido en el planeta alrededor de hace 3,800 millones de años, pero que fueron necesarios más de 3 mil millones de años para que la vida pluricelular hiciera su aparición. Desde entonces la vida ha sido llevada al borde con cinco extinciones masivas, la más cruenta fue la del Pérmico, hace 251 millones de años, donde se calcula que al menos el 96% de la vida en la tierra desapareció. La última extinción fue la que acabara con los dinosaurios, hace 65 millones de años, evento necesario para abrirle el camino a otro tipo de seres que dominarían la tierra desde entonces, los mamíferos.
El australopithecus afarensis, el homínido más antiguo del cual descendemos surgió en la tierra hace 3.9 millones de años y durante noventa siglos caminó en las planicies de África apenas dejando unos huesos que afortunadamente se convirtieron en fósiles. La evolución siguió su curso y homínido tras homínido empezaba a fraguarse una nueva especie, el homo sapiens, que hizo su aparición hace aproximadamente 300 mil años. Tuvieron que pasar 2,900 siglos para que el homo sapiens pasara de la prehistoria hasta la historia, y desde entonces, culturas han surgido y desaparecido, imperios han ascendido y caído, reinos se han formado y devastado, guerras han terminado y vuelto a empezar.
El ser humano, el homo sapiens, es una especie relativamente nueva. Los dinosaurios reinaron en el planeta durante 160 millones de años, pero el hombre no tiene siquiera medio millón de años. La historia de la humanidad es apenas unos segundos en el gran calendario cósmico, la vida de un solo hombre es una fracción tan básica que casi nada podría atestiguar su existencia. ¿Pero hemos hecho lo suficiente para que no sea así?
Huellas de David Farrier parte de esa insignificancia de la humanidad en el tiempo de la tierra como para cuestionarse si realmente dejamos una huella que perdurará ya no miles, sino millones o decenas de millones de años. Vivimos en la era cenozoica, en el período cuaternario y en una época llamada holoceno, que comenzó hace apenas 11,700 años, es decir, cuando finalizó la última glaciación. Estas épocas geológicas se miden en millones de años; sin embargo, en este último siglo la humanidad ha prosperado y crecido al mismo tiempo que ha sido tan insistente en su actividad que ha logrado hacer lo que ninguna otra especie logró en decenas de millones de años, transformar el clima del planeta tierra, además de otras cosas no tan positivas.
El ensayo de Farrier está estructurado en ocho capítulos, cada uno de ellos enfocados en aquello que la humanidad ha construido o provocado su destrucción y que permanecerá como restos de nuestra presencia durante milenios. Comienza hablando sobre los caminos, las carreteras, donde lo más probable es que con la desaparición de los seres humanos, estás sean cubiertas por la tierra, quebradas por los movimientos telúricos, reclamadas por la naturaleza, pero aún así, son tantas carreteras en todo el mundo que ineludiblemente perdurarán tramos, aun sean pequeños, de unos cuantos kilómetros. Pero las carreteras no son caprichosas, existen para conectar ciudades, lamentablemente la mayoría de estas, principalmente las costeras, desaparecerán, serán tragadas por los océanos, los grandes edificios en algún momento colapsarán, pero en medio de todo ese cementerio de hormigón, vidrio y acero retorcido, quedarán sepultadas algunas construcciones, quizá no intactas, pero quien pueda descubrirlas millones de años en el futuro comprobará la existencia de civilizaciones enteras de un brillo efímero. La pirámide más antigua fue construida hace aproximadamente 4,600 años y todavía sigue de pie, es alentador pensar que ahora con construcciones mucho más impresionantes existan las mismas o mejores posibilidades.
El ser humano construye carreteras y ciudades, produce y comercia, vive en sociedad; sin embargo, contamina y no hay persona en el planeta que no produzca basura. El plástico es un invento revolucionario y que con apenas un siglo ha conquistado el globo terráqueo. No hay lugar en el cual no haya algo de plástico, ni siquiera en la Antártida. Islas enormes de plástico flotan en el océano. Nuestros hogares están plagados de objetos de plástico e incluso, la escritura y la lectura de esta reseña involucra el uso de algún bien con componentes plásticos. Lo curioso del plástico está en su diseño, no es biodegradable. Cuando todos los seres humanos no sean más que polvo y ceniza, el plástico seguirá siendo plástico en los mares.
Además del plástico los seres humanos necesitamos energía: para movernos, para producir, para comerciar, literalmente para todo. La mayor parte de la energía proviene de la quema de combustibles fósiles, cuyo residuo, el dióxido de carbono y metano, dejan una huella increíble en la atmósfera. Durante décadas los científicos han explorado el aire atrapado en el hielo del Ártico y la Antártida y no existe mejor biblioteca geológica del clima. Si no llegamos a consumir todo el hielo del planeta, en este se guardará perpetuamente los siglos que dure este exceso. Y un capítulo que aborde el tema climático, dada sus consecuencias, no es suficiente, Farrier nos acerca a la mirada de la medusa que está convirtiendo a los arrecifes de coral en piedra. La acidificación de los océanos es un problema global. La biodiversidad es la principal víctima y, junto a lo que ya se ha provocado en tierra firme, estamos presenciando la sexta hola de extinción masiva del planeta y esta vez no hay ningún meteorito.
La radiación es otro legado del hombre del siglo XX y XXI. Es probable que el carbono liberado a la atmósfera se revierta en unos siglos, siempre que se tomen medidas para solucionarlo, pero la radiación es otra cosa muy distinta. Islotes y atolones en el pacífico utilizados para pruebas nucleares son completamente inhabitables para cualquier forma de vida, es la muerte reptante de la radiación impregnada en el lugar que al tener contacto con células vivas altera el ADN y no para bien. Pero, una cosa son las armas, y otra el utilizar las armas para el bien, para generar energía para todos. Ciertamente la energía nuclear es más benigna con la atmósfera, pero eso no significa que no implique riesgos. Chernóbil es un claro ejemplo donde el ser humano puede llegar a los extremos de la negligencia. Por otra parte, los desechos nucleares son un problema. Su resguardo implica buscar lugares seguros y clausurarlos para siempre.
Finalmente, Farrier aborda la modificación genética. Si hay elementos nuevos en el universo creados por el hombre, también es posible modificar la genética de los microbios, de las células animales. Después de todo, el ADN es una secuencia parecida a los bites y pueden ser una alternativa infinita para resguardar información. Ya se ha experimentado en guardar canciones en el ADN de microorganismos y se ha obtenido una recuperación exitosa (exitosa para quien quiera escuchar la canción, fatal para el microbio que se destruye). Es probable que esto todavía se encuentre en una etapa embrionaria, pero no deja de ser una luz que guía o advierte.
Pese a que es un ensayo, David Farrier utiliza muchas herramientas narrativas propias de la literatura. Se involucra en los relatos contando sus viajes a los lugares que menciona en el libro, resumiendo las entrevistas que tuvo con expertos y científicos, además de no solo ser un espectador impávido, sino aportar parte de su emoción. Leer este libro es como ver un documental de la National Geografic, salvo que existen muchas referencias literarias a obras y autores como T. S. Elliot, Edward Thomas, Walter Benjamin, Svetlana Aleksievich, Sófocles, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, etc.
Para finalizar, algunas líneas que vale la pena rescatar.
«Rara vez tenemos presente que la carretera también se acaba.»
«Todas las ciudades son ruinas incipientes. La ruina ya está ahí, debajo de las brillantes calles.»
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