lunes, 13 de diciembre de 2021

LA GENTE FELIZ LEE Y TOMA CAFÉ de Agnès Martin-Lugand

«Mi vecino era fotógrafo. Pasaron ocho días en los que mis jornadas se acoplaban a las suyas. Salía en distintos momentos del día, siempre con una cámara en la mano, y recorría toda la bahía de Mulranny. Podía permanecer inmóvil durante horas, sin reaccionar ni a la lluvia ni al viento, que a veces se abatían sobre él.»

Agnès Martin-Lugand es una psicóloga francesa que, como muchos otros lectores y aficionados a la literatura, tuvo el sueño de escribir y publicar una novela. Pero ese sueño estuvo colmado de mucha frustración. Ninguna editorial quiso publicar su primera novela La gente feliz lee y toma café, por lo que por su propia cuenta en 2012 decidió autopublicarse en Amazon para los lectores de Kindle y cuál no sería su sorpresa al convertirse en poco tiempo en una sensación de descargas al punto que ahora era una editorial la que le contactaba interesada en publicar su novela. Si en Kindle fue una novedad, en las librerías francesas fue un fenómeno, no tardó mucho para que la obra fuera traducida hasta contar hoy con 14 idiomas, incluyendo el chino y un contrato para llevar la obra al celuloide (bueno, ahora no se usa el celuloide, pero el término no deja de molar).

La gente feliz lee y toma café es una novela que ha tomado uno de los mejores títulos posibles que ni siquiera el mejor mercadólogo de una editorial podría haber visto venir. Probablemente más de la mitad de los lectores de todo el mundo tomen café y eso significa que el título de esta novela es en sí mismo una identificación más que una invitación. Aunque no hubiese portada alguna, el solo título obliga a tomar el libro. Aquí no aplica el famoso aforismo de que una imagen dice más que mil palabras, porque bastan siete palabras para prescindir de cualquier imagen. Aunque la historia francamente es otra cosa. He aquí la sinopsis: 

«Tras la muerte de su marido y de su hija en un accidente, Diane lleva un año encerrada en casa, incapaz de retomar las riendas de su vida. Su único anclaje con el mundo real es Félix, su amigo y socio en el café literario “La gente feliz lee y toma café”, en el que Diane no ha vuelto a poner los pies. Decidida a darse una nueva oportunidad lejos de sus recuerdos, se instala en un pequeño pueblo de Irlanda, en una casa frente al mar. Los habitantes de Mulranny son alegres y amables, salvo Edward, su huraño y salvaje vecino, que la sacará de su indolencia despertando la ira, el odio y, muy a su pesar, la atracción. Pero ¿cómo enfrentarse a los nuevos sentimientos? Y luego, ¿qué hacer con ellos?»

Después de la lectura de La gente feliz lee y toma café he entendido porque las editoriales rechazaron en un inicio esta novela. Lo mejor que puede aportar es el título porque esas siete palabras son la mejor combinación de entre decenas de miles que componen esta novela rosa echa de clichés. La novela de Martin-Lugand es como ese verso de Neruda: «todo en ti fue naufragio».

A veces no cabe duda de que, entre la literatura y las ventas, siempre ganarán las ventas, porque no existe otra explicación de por qué las editoriales luego de darle la espalda a Martin-Lugand, le dan la bienvenida a un mundo donde desencaja por mucho. La historia es muy plana, lineal y anodina, con personajes unidimensionales que buscando ser complejos y profundos se dan de bruces al ser la antonomasia del acartonamiento. Tampoco puedo decir que está bien escrita ya que es tan básica que no hay por donde elogiar recursos retóricos o narrativos, simplemente cumple con ortografía y sintaxis y eso al menos se agradece.

El relato es en primera persona y empieza con una escena fuerte, la última vez que Diane ve a su hija y esposo. Ellos mueren en un accidente de tránsito. A veces no es bueno crearse demasiadas expectativas con los escritores, por la profesión de Martin-Lugand llegué a creer que habría una componente psicológica muy fuerte, que enfrentaríamos un proceso de duelo que nos calaría muy hondo independientemente de nuestra vida o experiencia; lo cierto es que la protagonista, Diane, hace del duelo una caricatura de niña malcriada, que pese a los treinta y tantos años, me recuerda mucho a esas adolescentes de MTV que querían sus super dieciséis. Luego se va a otro país casi pues porque sí, porque era lo que convenía a la trama y cualquier explicación parece no solamente vaga, sino absurda. A los días de estar instalada se encuentra con un vecino brabucón, tosco y rudo que odió al principio y después se enamora tan perdida como tóxicamente. Después de eso hay que tragarse la suma de escenas cliché una tras de otra y ninguna mejor. Está el mejor amigo gay estereotipado en su homosexualidad hasta el hartazgo, los padres controladores que se preocuparon al inicio y luego pasan a la total indiferencia, la ex malvada del interés romántico que no piensa rendirse, la hermana menor liberal con corazón tierno, la mascota que todos aman, en fin.

En La gente feliz lee y toma café no hay gente feliz, salvo los personajes secundarios. No hay gente tomando café, solo cerveza y licor. No hay gente leyendo y ni siquiera referencias de libros. Apenas es el nombre de una librería tipo bistró en Francia cuyos propietarios ningunean todo el tiempo.

Si quieres leer una novela vacía y sin alma, que trata de contar algo cuando en realidad hace una oda al cliché, esta es la novela.

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