«Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa por allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Éste quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa como hubiera fracasado Teseo si, además de ser él mismo, hubiera sido, también, el Minotauro; matarlo, entonces, habría exigido matarse. Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica. Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente. Luego, cuando se acabe la cuerda, habrá que retornar a la inmovilidad y al silencio.»
Alejandra Pizarnik fue una de las mejores poetas de habla hispana del siglo XX. Nacida en Buenos Aires, Argentina, es reconocida actualmente por sus obras El árbol de Diana, Los trabajos y las noches y Extracción de la piedra de locura, escritas y publicadas en la década de los sesenta. Además de cultivar el arte de los versos, también fue traductora de obras literarias francesas al español, llegando no solo a desempeñar el oficio sino a conocer a escritores como Antonin Artaud, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy, por mencionar algunos.
Al analizar la vida y obra de Alejandra Pizarnik no es fácil obviar una serie de características y circunstancias que la enmarcan en la infame categoría de escritores malditos, comenzando por su muerte a los 36 años por suicidio, que no hay nada más luctuoso, mustio e infortunado para el talento literario que un prematuro deceso. Aunque, la calidad de los poemas de Pizarnik no pasó desapercibida por algunos críticos, cosechando en vida algunos reconocimientos y logros, su mayor popularidad y aceptación fue en todo caso póstuma, lo que siempre es una constante de los escritores malditos, dejando en claro que este éxito no es consecuencia de una tribulada vida o morbosa muerte sino de la calidad de su obra tardíamente apreciada por críticos o lectores. Los pensamientos de Pizarnik convertidos en verso sin duda encontraron mayor sentido tras su muerte, develando una infancia atormentada, una juventud con la autoestima vulnerada y una vida adulta colmada de inseguridades, vacío existencial y drogadicciones, todo desbordándose en una depresión abisal. La vida de Alejandra Pizarnik tiene tantos matices, grietas y personajes célebres que supera la ficción de cualquier novela.
La condesa sangrienta es una obra en prosa compuesta por doce capítulos, incluyendo la introducción, editada y publicada en 1971, un año antes de su fallecimiento, aunque ciertamente sus orígenes se remontan cinco años antes, cuando fue publicada dentro de una revista.
«Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas y horribles sirvientas son figuras silenciosas que traen fuego, cuchillos, agujas, atizadores; que torturan muchachas, que luego las entierran. Como el atizador o los cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa.»
Alejandra Pizarnik aborda las atrocidades, locura y crueldad de Erzsebét Bathory, una condesa húngara de la Baja Edad Media que secuestró, torturó y asesinó a más de 600 doncellas en su castillo de los Cárpatos. Muchas leyendas de vampiros se inspiraron en esta mujer de noble cuna que para conservar su belleza y juventud consumía y se bañaba en la sangre de sus víctimas, además de practicar rituales de magia negra y hechicería. Pizarnik intentó esbozar un retrato surrealista de esta profana leyenda, orlándolo de su experiencia y talento poético, pero inevitablemente el ritmo se rompe en las descripciones que en no pocas ocasiones se vuelven demasiado gráficas, desatando cierta repulsión en el lector, no porque la prosa de Pizarnik careciera de calidad, sino a pesar de la calidad de esta, la infamia de Erzsebét Bathory resuma como miasma entre en la belleza.
Pizarnik nos ofrece una obra extraña que rompe su esquema y estilo tradicional. La condesa sangrienta por momentos aparenta ser una especie de biografía por los datos y hechos que evidencian una investigación y preparación de la bibliografía consultada, pero el texto es tan corto y al mismo tiempo tan pulcro que no encaja en esa categoría. También existe una narración que no es completamente espectadora de los hechos, que se involucra, que emite opinión y juicio, por lo que saltaría a la vista un proyecto de ensayo, o al menos un artículo extenso, si no fuera por el propio estilo prosaico y literario de Pizarnik que se encarga de alejarlo en lo posible de estructuras académicas preconcebidas, alternando la construcción de hechos con figuras retóricas que domina con presteza.
Particularmente considero que es un texto muy recomendable, el contraste del retrato de un monstruo hecho con pinceles finos sobre un lienzo blanco. Lo único lamentable es su extensión. Francamente hubiera querido que Pizarnik se explayara más, quizá no tanto en los crímenes de la condesa, sino en otros elementos más subjetivos como darles voz a las víctimas condenadas al silencio, no dejarlas como corderos de sacrificio. Pero comprendo que ir más allá de los límites que la autora se fijó hubiera también sido contraproducente para la calidad de esta pequeña obra, más si sumamos que en los momentos de escribirla ya se encontraba caminando en los lindes de la depresión y la adicción a los fármacos. Concebir el sadismo de Erzsebét Bathory ya era intolerable para la autora, encarnar la emoción de más de 600 doncellas violentadas hubiera terminado por empujarla al abismo.
Debo destacar que la edición que leí de Libros del Zorro Rojo se encuentra ilustrada por Santiago Caruso, un artista e ilustrador argentino cuya obra surreal siempre bordea entre lo perturbador y lo aberrante. Las ilustraciones de Caruso no son precisamente bellas, de hecho, se apartan adrede de cualquier estándar para evocar sentimientos oscuros, donde la muerte como proceso ineludible, es una constante transformadora que engulle el espíritu y la esperanza. Fascinante en el estilo de alto contraste y pocos colores, no es de extrañar que algunas bandas de Death Metal y Doom Metal hayan usado ilustraciones de Caruso para sus portadas, pues si fuera música no podría sonar de otra manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario