martes, 17 de enero de 2023

SALVAJES Y SENTIMENTALES de Javier Marías

«Se dice mucho que el fútbol es cruel y benigno a la vez porque es sólo presente y no tiene memoria: el triunfo de ayer no sirve de nada ante la derrota de hoy, que se olvidará igualmente con otro triunfa mañana. Los mismos jugadores que salen cabizbajos un sábado se abrazarán de alegría el siguiente, y viceversa. Esto es cierto en lo cotidiano, en lo superficial. Pero hay ocasiones en las que el fútbol, por el contrario, se empapa de pasado y recuerdo; entonces se adensa y se tensa, los sentimientos que inspiran no son puros ni elementales, no son sin mezcla, el mero anhelo de victoria, o de venganza, ambos son simples y lisos; en tales ocasiones el deseo es más tortuoso, más rugoso, quebrado, impuro y también melancólico.»

Javier Marías hasta no hace mucho fue el escritor en habla hispana que más mérito tenía para consagrarse con el Premio Nobel de Literatura, lamentablemente su prematura partida cierra esa puerta. El autor madridista de Berta Isla, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mi ha de correr la misma suerte de Jorge Luis Borges, Virginia Woolf y Marcel Proust, por mencionar solo tres de una larga lista de ausentes cuyos lectores de generación en generación frenaron ese inexorable transitar hacia la difuminación y el olvido.

Salvajes y sentimentales tiene el título que describiría el arco de una novela, un incipiente oxímoron que contrapone el frenesí con la pasión, la rudeza con el embeleso, el ímpetu con la delicadeza. Pareciera una frase que estaría en el medio de un diálogo shakesperiano y probablemente haya algo de verdad allí porque Javier Marías no admiraba a ningún escritor tanto como a Shakespeare, en cuya obra siempre encontraba más de una página con la que conseguía desatorar sus bloqueos y fluir con esas historias colmadas de reflexión y melancolía; no obstante, este no es el caso. Salvajes y sentimentales no es una novela, ni una colección de cuentos, no es un ensayo y tampoco una autobiografía, aunque de esto último tiene al menos unas anécdotas, recuerdos de juventud revisitados. Salvajes y sentimentales es una recopilación de 42 artículos dedicados al fútbol, la mayoría publicados en el diario El País entre los años 1992 y 2000. 

Un novelista ha encontrado en las letras su pasión, pues a ello dedica sus mañanas, sus tardes, sus noches, sus años, su vida. Pero esto nunca ha significado que no pueda haber espacio para el deporte u otras distracciones. En la infancia era el deporte que se imponía como un juego que no siempre precisaba de las mismas reglas, que iban mutando de acuerdo con las circunstancias. Jugando fútbol, basquetbol o beisbol, da lo mismo cual sea, se forjaban lazos de amistad muy fuertes y se fraguaba el espíritu competitivo, aunque con algunos toques de inocencia e ingenuidad. Antes que desear ser como Shakespeare, Dickens o Faulkner, se prefería a Di Stéfano, Pirri o Kopa, y si somos «millenials», a Bebeto, Klinsmann o Batistuta. Javier Marías nos comenta que tanto Nabokov como Camus fueron guardametas y no de niños, sino ya en su juventud, en un equipo de división. Camus jugó para su natal Argelia y llegó a afirmar que las lecciones de moral humana, al menos las más importantes, las había aprendido del fútbol. Javier Marías tampoco se apartó de la práctica, puesto que jugó como extremo izquierdo y toda su vida fue hincha del Real Madrid. 

De vez en cuando los escritores calzan esas paciones en historias de sus propios libros. John Grisham, por ejemplo, ha abandonado ocasionalmente su estilo de thriller legalista para publicar novelas como El profesional que tiene como leitmotiv el fútbol americano y El sueño de Sooley, con el basquetbol. Stephen King hizo algo parecido, pero sin apartarse tanto, publicó La chica que amaba a Tom Gordon, un thriller psicológico que hacía muchas referencias a los Medias Rojas de Boston, aunque también King, cada vez que encuentra la oportunidad, no deja de insertar en sus novelas alguna conversación o referencia a los deportes que más siguen los estadounidenses. El miedo del portero ante el Penalti del Premio Nobel de Literatura, Peter Handke, es otro claro ejemplo de como el deporte, en este caso, el fútbol, puede dar pie a una buena historia con una analogía no solo literaria, sino de vida. Y para terminar con los ejemplos me concentro en las letras hispanas: Eduardo Galeano escribió El fútbol a sol y sombra, que más clara devoción por el deporte no puede haber, o Camilo José Cela con una colección de relatos titulada Once cuentos de fútbol que hasta el número es cabalístico, y donde aprovecho para destacar un cuento de fútbol escrito por Roberto Bolaño, Buba, que trata de un futbolista chileno que logra llegar al Barcelona, pero sufre una lesión y su vida empieza a degradarse.

Leer a un novelista que aborda el fútbol es revisitar el pasado colectivo. Aunque los artículos de Javier Marías se concentren en los sucesos del fútbol español de los últimos ocho años del siglo XX, además de los respectivos Mundiales de Estados Unidos 94 y Francia 98, nos hace un recorrido por su pasado, por los años dorados de juventud, de forma literaria nos habla del fútbol de toda la segunda mitad del siglo XX. Y a sus artículos lo acompañan una colección de cromos no siempre completa, la mayoría de la década de los sesenta, que más allá de ilustrar sus pensamientos, que hacen poco, es una expresión de la memoria que combate el olvido, porque al final, todos coleccionamos cromos alguna vez.

Independientemente si existe algún gusto actual por el fútbol, es innegable la curiosidad pasada o presente; sin embargo, Javier Marías no habla como comentarista de fútbol, es él mismo transitando por la tangente literaria de la cual no es capaz de salir. Su prosa no tiene el denuedo y circunspección de sus habituales novelas, pero no deja de ser un deleite para el lector. En ocasiones hunde sutilmente alguna irreverencia y vaya que es necesario, porque el fútbol no debe sufrirse en la derrota o vanagloriarse en la victoria, sino tomarlo como un escape que en ningún caso es una pérdida de tiempo, porque a fin de cuentas el espíritu también necesita de un alivio de la realidad. El deporte pueda que no sea más que un ancla a la infancia, a la juventud, de allí que las emociones se desborden o se descontrolen, porque es el niño que jugaba en la calle el que grita, y no el adulto que tiene que pagar las facturas.

«La alegría pasada no puede hacer nada contra la angustia presente.»

«Una de las peores cosas de la vida es no saber casi nunca cuándo es la última vez de nada, o cuándo algo que nos entusiasma se acerca a su fin.»

«Con sólo profesionalidad y técnica no se puede jugar a algo tan pasional como el fútbol.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario