«Mi familia ha gozado, desde hace tres generaciones, de influencia y bienestar en esta ciudad del Medio Oeste. Los Carraway son como un clan, y existe entre nosotros la tradición de que descendemos de los duques de Buccleuch, pero el verdadero fundador de nuestra rama familiar fue el hermano de mi abuelo, que llegó aquí en 1851, pagó por que otro fuera en su lugar a la guerra civil, y fundó la empresa de ferretería al por mayor de la que hoy día se ocupa mi padre.»
Francis Scott Key Fitzgerald es un novelista estadounidense de la generación perdida cuyas obras obtuvieron mayor notoriedad décadas después de su muerte, suceso que cabe resaltar fue prematuro, puesto que el escritor apenas superaba los 44 años. Su salud terminó resentida por los excesos, principalmente por el alcoholismo. Cuando fue consciente de la situación ya era demasiado tarde para su corazón. Sufrió un infarto. En un lapso de catorce años logró escribir cinco novelas, aunque la última quedó inconclusa y de edición póstuma. El gran Gastby, publicada en 1925, es su obra más influyente y sobresaliente.
F. Scott Fitzgerald casi cae en el arquetipo de escritor maldito y hubiera entrado en el mismo saco que Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft y Charles Baudelaire, salvo que Fitzgerald sí obtuvo un relativo éxito en vida y logró congraciarse de mejor manera con la crítica literaria que a la postre definieron su obra con otro arquetipo más positivo: «la gran novela americana», algo que únicamente hace sentido en los Estados Unidos, porque en todo caso sería mejor usar el título «la gran novela estadounidense». Francamente nunca me ha quedado claro el concepto de «la gran novela», tampoco su intención o el contenido. Según se afirma, proviene de un ensayo de John William De Forest publicado en 1868, que entre varios puntos subrayó la necesidad de fomentar los valores distintivos del país a través de la literatura, que en aquella época había poco talento que destacar: Herman Melville, Nathaniel Hawthorne, Washington Irwing y una joven Louisa May Alcott. La mayoría de las obras literarias en lengua inglesa no eran estadounidenses y eso ciertamente calaba en la identidad (y en el orgullo).
Muchos escritores estadounidenses han publicado novelas monumentales aspirantes a ese inalcanzable título de «la gran novela americana»: La broma infinita de David Foster Wallace, El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon, Ruido de fondo de Don DeLillo, Las uvas de la ira de John Steinbeck, Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell, El ruido y la furia de William Faulkner, etcétera. Philip Roth no pudo mesurarse y nombró a una de sus obras La gran novela americana, para ya no estar abogando ni creando controversia por el título, sino reclamarlo y arrebatarlo en un acto, aunque personalmente Philip Roth tiene más mérito con Pastoral americana. En todo caso, la gran novela americana solo atañe a los Estados Unidos y es generacional. No ha habido una, sino muchas grandes novelas estadounidenses y El gran Gastby es una de ellas.
El gran Gatsby es una novela de una extensión reducida, apenas supera las doscientas páginas, aunque esto dependerá de la edición, que las he visto con menos cuando reducen el tamaño de la letra. La sinopsis es la siguiente:
«Jay Gatsby, un hombre atractivo y misterioso, ha vuelto de los campos de batalla en Europa e intenta reconquistar a Daisy, al principio con amagos de opulencia. La joven está casada con Tom Buchanan, fiel creyente en los valores del establishment, incluida la supremacía de la raza blanca y la respetabilidad familiar, lo que no le impide tener amoríos clandestinos. Nick Carraway, el célebre narrador, intentará mostrar los hechos sin juzgar a los actores. El jazz, el lujo, las fiestas, el alcohol y una sexualidad que aspira a romper los corsés impuestos que circundan la Belle Époque estadounidense, luego de la Primera Guerra Mundial, en la zona residencial de Long Island. Es la historia de un dramático “pentágono” amoroso teniendo como fondo las consecuencias inadvertidas del conflicto bélico, la corrupción económica disfrazada de oportunidad financiera y el declive de una clase social amenazada por su propia ceguera.»
Debo reconocer que leí esta novela al margen de haber visto o conocido las adaptaciones cinematográficas, incluso no fue sino hasta que la empecé a leer que conocí de que iba, de qué trataba, porque ni siquiera leí la sinopsis. Previamente solo contaba con la fama que la antecede y no mucho más. No quería hacerme demasiada expectativa para no enturbiar la experiencia, aunque debo decir que fue un paso en falso pues tratando de no aumentar la expectativa, solo la acrecenté. Nunca imaginé que la novela fuera tan breve y con un final que hasta podríamos tildar de inconcluso. Esos temas de corrupción, infidelidades, guerra y crimen se pergeñan no con la profundidad de un narrador crítico, sino con la incómoda tolerancia de un narrador indiferente.
El gran Gatsby tiene matices casi autobiográficos, donde Jay Gatsby juega el papel del alter ego del autor: ambos tuvieron una carrera militar, alistándose en el ejército y combatiendo en la Gran Guerra (años después Primera Guerra Mundial); tanto Jay Gatsby como el autor no usan sus verdaderos nombres, en el caso de Jay Gatsby es James Gatz, en el autor, un acotamiento de Francis Scott Key Fitzgerald; y lo principal, el sentimiento de ganar la aceptación de una clase social a la que originalmente no pertenecen, en la que son arribistas, donde Jay Gatsby hace su fortuna como contrabandista y el autor se vuelve una celebridad con la publicación de su primera novela, A este lado del paraíso. Además de otros puntos más que si los desgrano estaría revelando demasiado de la trama y sus giros y no es precisamente el propósito de esta reseña.
El acierto de El gran Gatsby es la narración de Nick Carraway, la cual es de cierta manera desapasionada y parca, no toma partido ni juzga y hasta determinado punto podríamos fácilmente etiquetarlo como un mero espectador, un personaje pasivo, una especie de Virgilio que conduce al lector por los pasillos y entresijos de una historia que de a poco se oscurece, donde lo que parecía ser la apoteosis del hedonismo, el sueño americano, pronto deja caer el velo para mostrar los rostros de las perversiones humanas en el eco de una pesadilla de la cual no se despierta. La narración edulcorada también tiene una naturaleza minimalista sin buscar serlo. En una sociedad de apariencias, banalidades y lujos, hace falta anteponer algunos filtros para que la crítica subyacente no deje de serlo, después de todo El gran Gastby se publicó en 1925 y el autor no podía ser tan cáustico. Si hay elementos autobiográficos en Jay Gastby, seguramente hay matices quizá más sutiles de sus amigos o conocidos en los otros personajes de la novela.
La baza de la obra de Scott Fitzgerald es exponer un retrato de los años veinte. La valía de los personajes o de la historia misma tira del escenario, del fondo, del lugar, de la época, para darle ese empuje que a la postre convertiría al libro en un clásico moderno. Es también un presagio de la década de los veinte, puesto que la novela comienza con excesos y termina en tragedia, aunque el autor todavía no sabía que esa analogía le terminaría siendo aplicada a su obra. Probablemente este punto también juega en contra, porque demanda del lector algún conocimiento de la vida en la costa este de los Estados Unidos de la década de los veinte previo a la Gran Depresión. Entrar en frío en la historia no es del todo recomendable, porque los personajes al ser tan frívolos jamás empatizan, ni siquiera Gatsby. El aspecto romántico también es insustancial, quizá hasta veleidoso, despojándolo de cualquier cursilería, sin patetismo alguno. Se encuentra lo que se busca y termina pasando lo que debe suceder. El recuerdo es la excusa que da pie a revisitar la emoción.
El gran Gatsby es uno de los cien mejores libros del siglo XX según el diario parisino Le Monde. No es una novela extensa, particularmente tampoco la tildaría de extraordinaria, pero vale la pena darle una oportunidad. Tiene sus momentos que sacados de su contexto son y siguen siendo aplicables en otros lugares y épocas. La reflexión o el mensaje no son explícitos, los debe buscar, o en todo caso interpretar, el lector mismo. El autor solo nos da una fotografía con una historia, que tan profundo o que tan superficial, depende de cada uno, de cuanto queramos escarbar.
«Tenemos que aprender a demostrarle nuestra amistad a un hombre cuando está vivo y no después de muerto.»
Un libro espectacular. A mi no me gusta repetir lecturas y ésta ya la he releído. Estupenda reseña German, besos
ResponderEliminarEn efecto, un gran libro que superó la factura del tiempo y las generaciones. Muchas gracias por leer la reseña.
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