«Hasta las cosas más imborrables tienen una duración, como las que no dejan huella o ni siquiera suceden, y si estamos prevenidos y las anotamos o las grabamos o las filmamos, y nos llenamos de recordatorios e incluso tratamos de sustituir lo ocurrido por la mera constancia y registro y archivo de que ocurrió, de modo que lo que en verdad ocurra desde el principio sea nuestra anotación o nuestra grabación o nuestra filmación, sólo eso; aun en ese perfeccionamiento infinito de la repetición habremos perdido el tiempo en que las cosas acontecieron de veras (aunque sea el tiempo de la anotación); y mientras tratamos de revivirlo o reproducirlo y hacerlo volver e impedir que sea pasado, otro tiempo distinto estará aconteciendo.»
Este año en una reseña todavía escribí que Javier Marías es, y no era, un escritor madrileño. Lamentablemente a uno lo sorprende la suerte o la muerte y a él le tocó lo segundo. El COVID-19 se cobró millones de vidas y una de ellas fue la de Javier Marías, uno de los mejores novelistas que he leído, un autor que desbordaba sensibilidad por la vida. En sus novelas eran el tiempo y la memoria los ejes sobren los que corrían las historias. El tiempo que todo arrebata y la memoria que lo que no olvida lo recuerda difusamente. Ciertamente hay una gran cantidad de premios y reconocimientos, una vida entera de logros. El que no haya ganado el Nobel de Literatura no era un problema de Javier Marías, sino del Nobel, puesto que al final serán las contribuciones a la literatura las que resuenen y trasciendan, que inspiren a nuevas generaciones de escritores, que iluminen a nuevos lectores, porque solamente se recuerda a quien lo merece y cada vez que alguien abra un libro de Javier Marías, leerá el fragmento de alma que dejó entre las letras.
Hace algunos años, en el 50º Aniversario de la editorial Alfaguara, se realizó un conversatorio entre Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías. Está grabado y podemos verlo en Youtube. Entre las preguntas que se hicieron estos escritores, una fue relacionada a la inspiración, ¿dónde encontraban su numen?, refiriéndose a una obra o a un autor que contuviera las palabras adecuadas, aquellas que desatoraban, que desbloqueaban, aquellas que contribuían con el arte del novelista. Javier Marías mencionó que su inspiración la encontraba en Shakespeare y que siempre que releía cualquier página de cualquier obra de este dramaturgo inglés, encontraba algo nuevo, algo que no había notado, algo que en la traducción se había perdido o algo que podía tener varios enfoques, unos mucho más amplios y otros más herméticos. Y aunque Javier Marías no gustaba del teatro como sí a Mario Vargas Llosa, cuando se le preguntó que escritor hubiese deseado ser, no dudó responder que Shakespeare.
Los títulos de las obras más representativas de Javier Marías tienen su origen en alguna línea de Shakespeare: Mañana en la batalla piensa en mí proviene de Ricardo III, Así empieza lo malo fue tomada de Hamlet, y Corazón tan blanco, de Macbeth, específicamente del Acto II cuando Mabeth se encuentra con su esposa después de haber asesinado al rey Duncan, es entonces cuando Lady Macbeth le dice: «Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco». Estas líneas que pueden pasar desapercibidas no lo fueron para Javier Marías que encontró en ellas un misterio que lo confundió en la traducción, porque blanco puede referirse a la inocencia o a la pureza, pero esto no aplica para Lady Macbeth pues fue ella misma la que instigó el regicidio, también podría aceptarse que blanco se reviere a pacífico, lo cual es una incoherencia a la violencia previa. Javier Marías también mencionó que pudo decantarse por el significado de blando o cobarde, puesto que la incitadora de Lady Macbeth no empuñó el arma homicida, sino que buscó a alguien que la empujara por ella. En cualquier caso, el único que podría saber con exactitud lo que estas líneas quieren decir es Shakespeare y de él solo pervive su memoria. Las manos manchadas de sangre no eximen a un corazón blanco ni a los tan blancos de ensuciarse con la culpa, de compartir aquello que debe callarse.
Corazón tan blanco comienza con siete icónicas palabras: «No he querido saber, pero he sabido». Estas son suficientes para abordar, resumir y explicar el contenido completo de la obra. Cada historia y cada momento que narra Javier Marías calza con esa primera línea. El protagonista, que bien pudiera ser un alter ego del propio Marías, es un traductor profesional, un intérprete de nivel diplomático cuya principal función es escuchar. La narración en primera persona nos adentra a la profesión del traductor y sin caer en tecnicismos nos enseña en qué consiste el trabajo, los tipos de traductores, las validaciones y otra serie de elementos que aparentan un pequeño curso introductorio, o al menos de presentación de ese oficio poco conocido para la mayoría. En tal caso el intérprete es una persona que no solo sabe de idiomas, sino que entiende los matices y es capaz de realizar una traducción limpia de la idea, descartando o agregando alguna o varias palabras para no perder coherencia. Para lograr esto ha perfeccionado la escucha y es escuchando como se logra saber incluso aquello que no se ha querido.
Corazón tan blanco es una novela que va a fragmentos de escenas hilvanadas en tiempo dispuestas de una forma no lineal y aparentemente no hay una trama central que el lector pueda seguir. El protagonista, Juan Ranz, no es precisamente el personaje principal en los términos convencionales, porque no es su acción la que mueve la historia. Su nombre importa tan poco que se menciona justo llegando al final y creo que pudo haberse omitido y esto no hubiera cambiado absolutamente nada. Probablemente Javier Marías estaba consciente de ello y quizá buscaba omitir el nombre como antes lo habían hecho otros escritores, o a lo mejor era tan irrelevante que ni se había percatado de ello, pero finalmente lo dejó por un fin práctico, porque entonces hubiera tenido que darlo fuera de páginas ya sea en una entrevista, en una columna, en una crónica, y pues francamente ese no era su estilo. Corazón tan blanco es una novela tan redonda que todo lo contado en ella es útil, tiene un valor intrínsicamente conectado. Cada escena, cada capítulo, cada pensamiento tiene un vínculo como consecuencia, como causa o como analogía. El primer capítulo es un recuerdo que no pertenece al protagonista, del que se ha enterado sin desearlo, es el suicidio de su tía y todas esas circunstancias y misterios que lo rodearon. De las circunstancias el protagonista poco tiene que pensar, puesto que es en los misterios en los que se ahoga la curiosidad y la paz.
Escribir una sinopsis aparte de lo que ya he mencionado en el párrafo anterior es bastante difícil porque Corazón tan blanco no aborda una historia centrada en los hechos. La mitad de la novela son pensamientos y reflexiones del protagonista que poco tienen que ver con la ficción y más con los sentimientos y filosofía del mismo autor. El lector termina nadando no con la historia de un suicidio, sino con introspecciones de la vida, la muerte, el tiempo, la memoria, el olvido. Terminamos cortados por un texto de filo existencial que en no pocas veces nos desequilibra y nos obliga dejarlo para digerirlo, reflexionarlo y nuevamente volverlo a leer. Nos acelera el corazón no por dejarnos en vilo, sino por despertarnos la consciencia. Es aquí donde Javier Marías nos dice que la vida es tanto lo que hacemos como lo que no hacemos, porque cada vez que decidimos hacer algo significa que dejamos de hacer otra cosa y que incluso el hurgar en los recuerdos los cambia, los modifica y hasta los transforma, porque el recuerdo que se rescata de la memoria se vuelve a guardar por una persona distinta, más maduro, o más viejo. Cuando el intérprete traduce jamás lo hace literalmente y en su fiero intento de hacer el mejor trabajo a lo mejor algo se pierde, quizá solo un mero detalle. Quien lo pronunció lo pudo haber hecho adrede, un comentario jocoso, algo mordaz, algo suyo, pero quien recibe el mensaje nunca se entera, aquello que no se tradujo o se tradujo diferente queda endosado al olvido. Así sucede también con los recuerdos, la memoria es nuestro intérprete y decide que archivar y cómo archivarlo, y cada vez que se busca o rebusca, nuevamente lo archiva y repite el proceso, dejando cada vez más detalles en los páramos del olvido, guardando un recuerdo difuso.
Pero no todo en la obra es seriedad y tiene ese halo solemne, mustio y oscuro. Hay pasajes que se disfrutan por su jocosidad, que rompen en una risa y que dan un respingo al lector de todos esos dardos entre reflexivos y filosóficos que lanza Javier Marías. Esas pausas son un verdadero subterfugio a pesar de las sutilezas.
No sabía que esperar con Corazón tan blanco, pero mis expectativas estaban sumamente altas. Con más de dos millones de copias vendidas y traducida a casi 37 idiomas, la obra también era un éxito editorial, un bestseller en toda regla. A parte de ello, cargaba con el Premio de la Crítica de Narrativa y Poesía en Lengua castellana, además que catapultó la carrera de Javier Marías. Sí, las expectativas estaban muy altas y eso a veces juega en contra, porque ya no esperamos que la lectura la satisfaga, sino que las supere y con toda seguridad puedo decir que Corazón tan blanco me atropelló. Fue un golpe de agua fría. Una novela que uno hubiera querido leer hacía mucho tiempo, pero que se terminó leyendo justo en el tiempo que precisaba. “Corazón tan banco es un libro imprescindible en la literatura de habla hispana.
Tuve la fortuna de encontrarme con la edición del 25º Aniversario de la novela. Una versión de lujo en dos tomos: el primero es la novela y el segundo una especie de dosier que tiene por nombre No he querido saber y que incluye varias reseñas de críticos literarios escritas cuando la obra fue apareciendo en diferentes países, prólogos incluidos en las diferentes ediciones y traducciones, entrevistas con Javier Marías, notas del autor, muchas imágenes del manuscrito original (todo el primer capítulo está entero), una carta de Joan Benet, fotografías de las portadas que ha tenido la obra y otras cosas más. Ojalá así fueran publicadas todas las obras cumbre de la literatura.
Corazón tan blanco es uno de esos pocos libros que todo en él vale la pena leer y releer, donde cada fragmento es indispensable, inseparable e inmejorable, si pudiera copiaría todo el primer capítulo; pero si debo escoger, me quedo con estas líneas:
«Los políticos democráticos tienen nostalgias dictatoriales, para ellos cualquier logro y cualquier consenso serán siempre sólo la pálida realización de un deseo íntimamente totalitario.»
«El tiempo trae consigo mucho más ignorado de lo que trae sabido.»
«Las cosas difíciles parecen posibles en cuanto se las piensa un poco, pero se hacen imposibles si se las piensa de más.»
«Lo que se silencia, se convierte en secreto.»
«La vida entera parece de mentira, cuando se es joven.»
«Existe en todos, de vez en cuando, el deseo de no ser más el que se es.»
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