«Esto que estamos escribiendo no es más que una nueva encarnación de un fenómeno que siempre ha existido. Ya desde Julio Cesar y Carlomagno, los líderes carismáticos construían su propio culto a la personalidad, al igual que, en tiempos más recientes, los hicieron populistas como Juan Perón en Argentina, izquierdistas como Fidel Castro y fascistas como Benito Mussolini. Lo que ha cambiado es que el culto político actual sigue muy de cerca el modelo del mundo del espectáculo.»
Moisés Naím es un analista económico y político de origen venezolano que se ha destacado principalmente por su vocación periodística. Es columnista y colaborador para varios medios de comunicación importantes de Estados Unidos y España, también ha dirigido y conducido el programa de televisión El efecto Naím, donde aborda temas de actualidad y de relevancia internacional. Es autor de varios libros entre el que particularmente se destaca El fin del Poder, publicado en 2013, que llamó la atención del Gottlieb Duttweiler Institute y colocó a Naím entre los cien pensadores globales más influyentes de la actualidad.
La revancha de los poderosos es un ensayo publicado en 2022 que tiene como subtítulo Cómo los autócratas están reinventando la política en el siglo XXI. El libro entero trata sobre las respuestas a esta pregunta. Sostiene una tesis que paradójicamente refuta la expuesta en El fin del Poder. Debemos recordar que Moisés Naím se hizo muy popular al determinar con muchos ejemplos que el poder se diseminaba, distribuía y equilibraba cada vez más gracias a la globalización, la disponibilidad de la información alterna a los medios tradicionales y a la comunicación, vínculos y comunidades surgidas en las redes sociales. Los absolutismos y los poderosos parecían del pasado y los que quedaban eran incongruentes con un mundo como el actual, por lo que su fin era inminente. La primavera árabe auguraba la de la humanidad. Barak Obama en la Casa Blanca era la madurez política de la democracia occidental. No obstante, dado los hechos de la última década debió replantearse que el poder no se ha difuminado. Estábamos en un breve lapso de reordenamiento de actores y al parecer la concentración de poder es tan evidente y marcada como solía ser en el siglo anterior.
Los países democráticos garantizan las libertades de todos los individuos, incluso de aquellos cuyo pensamiento y actuar atentan contra la democracia misma. Es una paradoja que solo funciona en esta realidad. En los autoritarismos no hay espacios para otras corrientes de pensamiento o de acción, puesto que se limitan, reprimen o persiguen. Estar a favor de la democracia en un autoritarismo resulta ser un riesgo. Mientras que en la democracia se defiende todo derecho humano, incluso el de estar en contra de la democracia, en los autoritarismos se persigue a quien está en contra de ellos. Suena absurdo, pero es bastante real. De allí que la tesis que se sostiene en El fin del poder solo es válida en las democracias y lamentablemente esa fragmentación que satisface cada vez a menos personas, fertiliza y ara el terreno para el populismo, la polarización y la posverdad, que son la divina trinidad de los autócratas.
Estados Unidos que se regodeaba como el baluarte de las democracias occidentales no pudo frenar el ascenso al poder de Donald Trump que es el máximo ejemplo del populismo, la polarización y la posverdad. Los discursos incendiarios y hasta ridículos con los cuales penetraba en las masas resultaron ser muy efectivos. El muro fronterizo de más de tres mil kilómetros entre Estados Unidos y México que construiría este último por obligación nunca llegó a realizarse y no obstante esto no desgastó la promesa de Donald Trump contra los inmigrantes. La polarización entre los nacionalistas y buenos americanos y los extranjeros al sur de la frontera que eran culpables del deterioro moral de Estados Unidos llevó los niveles de xenofobia y racismos como los habidos en la primera mitad del siglo XX. Y la guinda del pastel era la manipulación de la verdad de Trump que siendo presidente atacaba a todos los medios de comunicación, popularizando la palabra fake news, donde curiosamente el único artífice de las mentiras y medias verdades era él. Muy ilusorio de los republicanos el querer conservar la dignidad contando entre sus filas con una figura como Trump que no representando al partido les arrebató el liderazgo. Trump solo responde a sí mismo, puesto que es un ególatra y narcisista y como autócrata también es una celebridad con un culto mediático de sí mismo. Trump demostró que cualquier millonario inescrupuloso no necesita saber de política, diplomacia o liderazgo, basta tener suficiente dinero para comprar la Casa Blanca.
Lo ocurrido con Trump es lo que ha pasado también en América Latina con figuras como Hugo Chávez, Evo Morales o Jair Bolsonaro, en Europa con Silvio Berlusconi, Viktor Orbán o Vladimir Putín y de Asia y África ni hablar. La política basada en las plataformas y planes de gobierno para abordar problemáticas de país y resolverlas en la búsqueda del bien común parece ser que ha quedado en un segundo plano cuando no olvidado. Ahora son válidos únicamente los ataques y cuestionamientos al orden existente. Se busca hacer creer a la gente esa alineación a una solución abstracta y milagrosa representada en un líder carismático, cual si de un héroe se tratase, de un superhombre.
Los discursos de los autócratas están colmados de miedo, incertidumbre y dudas para la población. Y los salvoconductos de la información alterna no parecen ser del todo fiables, porque aprendieron a manipular los algoritmos. ¿Cómo es posible que personas en pleno siglo XXI se atrevan a cuestionar la efectividad de las vacunas? ¿Qué no existió el alunizaje? ¿Qué crean que la tierra es plana? ¿Qué Rusia tiene derecho sobre Ucrania? No importan las mentiras que circulan en las redes e internet, importa su cantidad, de esa manera la verdad será difícil de ver. Las redes sociales y el internet en general tienen un sesgo del tamaño de un abismo y cada vez se hace más insalvable. A Facebook, a Twitter, a Tiktok no les interesa precisamente la información, la interacción social o la realidad, únicamente que las personas pasen más tiempo en esas plataformas consumiendo contenido, cual sea.
En este ensayo de Moisés Naím el pensamiento es más global a mi parecer y tiene varios ejes en los que aborda la problemática. No solo se trata de izquierda o de derecha, que en ambos extremos existe ambición del poder y los medios para llegar a él son más similares de los que cabría imaginar. En realidad, se trata del ascenso de figuras que utilizan los medios a su favor y se construyen una imagen mesiánica. Moisés Naím nos da ejemplos de América, aunque de manera breve, puesto que la mayoría de estos ya los conocemos y francamente no aportaría algo nuevo; sin embargo, sí que el autor nos lleva por una línea histórica mucho más amplia a manera de ilustración y ejemplo, y nos expone casos actuales que la misma Europa tan antigua como avanzada sufre: Reino Unido con el brexit y el populismo de Boris Johnson, Hungría con el autoritarismo de Viktor Orbán e Italia atrapada en el sistema de Silvio Berlusconi y la sombra del fascismo de Mussolini.
La revancha de los poderosos tiene un nombre muy apropiado. Los poderosos aprendieron de las experiencias de los caídos. Las filas están más cerradas que nunca. Para cerrar algunas líneas que vale la pena volver a leer:
«Cuando se trata de conseguir el verdadero poder, la retórica de los políticos sobre su compromiso con la democracia se convierte en papel mojado.»
«En el mundo actual, el dinero sigue siendo lo que nunca ha dejado de ser: el mejor camino para tener influencia, ahora dedicada al servicio del populismo, la polarización y la posverdad.»
«Los autócratas 3P no se hicieron populares a pesar de su autoritarismo, sino precisamente por él.»
«Si el Estado no me ayuda –parecen sentir muchos–, que no ayude a nadie.»
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