«Yo fui un niño en una época de esperanza. Quise ser científico desde mis primeros días de escuela. El momento en que cristalizó mi deseo llegó cuando acepté por primera vez que las estrellas eran soles poderosos, cuando constaté lo increíblemente lejos que debían de estar para aparecer como simples puntos de luz en el cielo. No estoy seguro de que entonces supiera siquiera el significado de la palabra ciencia, pero de alguna manera quería sumergirme en toda su grandeza.»
Carl Sagan fue un científico estadounidense que se convirtió en su momento en el rostro de la astronomía, astrofísica y cosmología. Su labor de divulgación científica impregnada por su pasión y entusiasmo lo convirtieron en una figura mediática y referente de la ciencia del siglo XX. Fue a través de la serie Cosmos que capturó la atención de toda una generación de niños y jóvenes, entre los cuales se encontraba Neil deGrasse Tyson, quien inspirado por Sagan siguió sus pasos para convertirse en astrofísico y el comunicador de este siglo. Aunque muchas veces se criticó a Carl Sagan por romper el estándar del científico introvertido y de perfil bajo, su contribución a la ciencia fue notable. Escribió y publicó varios libros y artículos de investigación, ciencia y ensayos, además de la novela Contacto. En todo lo que emprendía Sagan obtenía reconocimientos, por lo que acumuló varios premios y logros a lo largo de su vida, desde el Pulitzer hasta una medalla de la NASA. Carl Sagan murió a los 62 años por complicaciones con una neumonía, aunque ya tenía dos años de estar padeciendo leucemia.
El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad, que saliera a las librerías en 1995, es el último libro publicado por Carl Sagan. Luego vendrían un par más como obras póstumas. Como el subtítulo de esta obra lo sugiere, es un documento orientado a exaltar el valor de la ciencia en el mundo y su papel en la historia de la humanidad. Está compuesto por 25 capítulos que pueden ser leídos de forma independiente. Muchos de ellos fueron artículos publicados con anterioridad en el New York Times y el Washington Post, algunos de los más recientes cuentan con la colaboración de Ann Druyan, esposa de Sagan. La obra puede considerarse un ensayo que subraya el escepticismo como posición racional y defensa de la ciencia ante la presión del mundo por encontrar respuestas o negar evidencia que van del mito a la magia, de la ficción al misticismo, de la creencia al dogma. Es uno de los libros más personales de Carl Sagan, porque aparte de argumentar sus pensamientos e ideas, además de los hechos y teorías, se incluye como protagonista en algunas anécdotas.
Desde 1995 han transcurrido veintisiete años y uno llegaría a pensar que mucho de lo que preocupaba a Sagan ha dejado de ser un problema, que la ciencia ha ganado mayor relevancia en la cultura, que el ser humano es más consciente de su huella como especie en el planeta, que la tecnología nos ha complementado como un periférico de conocimiento y habilidad, que las conspiraciones han dejado de ser una constante en el ciudadano promedio y que ya no existe el miedo al apocalipsis nuclear. Pero si Sagan estuviera vivo se daría cuenta que en la historia se avanzan dos pasos y se retrocede uno. No solo es que hay personas que todavía se creen abducidas por extraterrestres o poseídas por demonios, que haya quienes leen su horóscopo todos los días o se inmolen por un dios del terror, personas que niegan que el hombre llegó a la luna o que afirmen que la tierra tiene seis mil años. Ahora también nos encontramos con un creciente número de personas que afirman que la tierra es plana, que creen vivir en una simulación virtual o que todo lo que se ve y vive es una conspiración creada por illuminatis, cuando no reptilianos, y que por ello hasta se niegan a utilizar vacunas o cualquier medicina. El mundo no ha acabado con sus demonios y parece estar lejos de hacerlo.
En el plano cósmico la vida en el planeta tierra es tan solo un breve momento que contiene más preguntas que respuestas. La inmensidad del espacio tiempo hace parecer nuestra propia existencia como un fugaz instante que en ocasiones asombra y en otras aterra. En los últimos dos siglos hemos avanzado tanto en cada rama de la ciencia que habría de pensarse que sería poco lo que resta para tener un conocimiento pleno del universo, lo cierto es que parece un juego infinito. La biología molecular, la genética, la física cuántica y la astrofísica vierten muchas respuestas, pero no todas. Y a cada conjunto de respuestas siempre le surge varias preguntas que hace que esto nunca acabe. Ineludiblemente siempre habrá quienes quieran dar respuesta a estas preguntas prescindiendo del método científico. Las contradicciones de lo que significa ser humano nos entrampan en nuestra propia mente y en la desiderativa esperanza nunca faltará alguien que busque un ancla en una superstición, un credo, una entelequia.
El universo es tan vasto que su extensión es incomprensible para la mente humana. Sería impropio pensar que entre tal grandeza no exista vida extraterrestre. Pero una cosa es vida y la otra vida compleja, pues no es lo mismo una bacteria que un molusco, así como tampoco es lo mismo un pez que un mamífero y lo mismo se diría de un simio de un humano o una tribu de una civilización. Sería tan arriesgado afirmar que la vida es un accidente irrepetible en la tierra al igual que decir que es un estándar del universo, que ni de una concepción ni de la otra hay prueba alguna. Si la vida es única en este planeta como común en el universo es una contradicción sin respuesta de momento. Y ya que vamos por ese terreno pantanoso y profundo, si la vida resulta ser única, qué es todo lo que conocemos en realidad, ¿por qué y para qué existimos? La vida no es algo sencillo de explicar. No es tan fácil decir que una secuencia formada por moléculas de carbono contiene instrucciones para la vida de una célula y menos fácil demostrar cómo es que está célula llegó a convertirse en un cerebro capaz de albergar una consciencia de sí mismo, de su existencia.
Que fantástico sería para todos nosotros confirmar que hay un planeta o una luna no muy lejana a la tierra que tiene vida, que maravilloso incluso sería saber que esa vida es compleja o inteligente, que son avanzados y que nos visitan desde hace mucho tiempo. Así mismo, que hermoso sería confirmar con evidencia científica que todas esas leyendas que componen los mitos son reales, que sí existió Atlantis o Lemuria, que sí hay o hubo elfos y gigantes, y que hasta existen los fantasmas y otros planos existenciales. Lamentablemente no es así y Carl Sagan en este libro deconstruye los argumentos más comunes y otros no tan comunes y expone, desde un punto de vista científico, porqué nos engañamos, porque las ilusiones nos embeben y como la ciencia nos puede aportar valor en medio de la esperanza que se pierde.
Este libro tiene un cariz completamente escéptico y muy crítico, que no podía ser de otro modo al tratarse del autor de Cosmos. Es bastante interesante la forma en que Carl Sagan desenmascara las falacias más comunes, al mismo tiempo que expone el peligro que esto significa o ha significado para las personas. La mano de un curandero no remplaza la quimioterapia en un cáncer y tampoco las consultas de un médium resuelven un crimen. Ser embaucados o timados muchas veces resulta ser fácil, pero es muy difícil convencernos de que hemos sido engañados. Los soviéticos echaron a rodar el rumor de que el alunizaje era falso y hasta el día de hoy muchos estadounidenses creen que el hombre no ha llegado a la luna. Las mentiras van y vienen todo el tiempo y de todas direcciones, aunque quien las haya proferido haya muerto, la ciencia es el único medio que nos puede acercar a la verdad, pero también hay que tener en cuenta que utiliza un método que se basa en la experimentación, en la prueba y el error, por lo que la paciencia es una virtud y los resultados nunca son concluyentes y están abiertos a debate, a escrutinio, a confirmación o a refutación y puede que una vida no alcance, no sea suficiente, para todas esas respuestas pendientes.
«Una de las lecciones más tristes de la historia es ésta: si se está sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engaño nos ha engullido. Simplemente, es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos caído en el engaño. En cuanto se da poder a un charlatán sobre uno mismo, casi nunca se puede recuperar. Así, los antiguos engaños tienden a persistir cuando surgen los nuevos.»
Carl Sagan nos enseña que la ciencia no es dogma y que no hay ninguna autoridad en el conocimiento, que cuando mucho hay expertos. También hace una reflexión sobre la importancia de ensañarle ciencia a los niños desde temprana edad, de despertar su curiosidad a través de las preguntas, pues ellos son quienes continuarán con la labor siempre inconclusa de los científicos de hoy. Por otra parte, la ciencia no utiliza el andamiaje del capitalismo, es decir, no existe ganancia real en ella y desde siempre ha dependido del apoyo de mecenas. Lo ideal es que los gobiernos destinaran un presupuesto para la investigación, para la ciencia, sin esperar con ello la cura de todos los males o las respuestas existenciales que a todos nos aquejan. Fleming no descubrió la penicilina porque su vida dependiera de ello, porque alguien le pagara miles de libras o simplemente porque se lo hubiera propuesto, la realidad es que realizando una investigación diferente descubrió algo que revolucionó la medicina. Y así como Fleming hay muchos otros científicos que entre experimentos, observaciones y análisis descubren, crean y aportan a la humanidad.
El conocimiento es liberador. Permite contemplar las estrellas como crisoles de los átomos que nos componen. El universo siendo consciente de sí mismo. Lamentablemente en el universo hay mucha oscuridad que no permite siquiera el escape de la luz, así mismo pasa con la humanidad que en ocasiones se hunde en sus propios abismos de costumbres, egoísmo y poder, donde si la ciencia no conviene a sus intereses, se oculta, se olvida, se niega.
Leer a Carl Sagan siempre es una experiencia interesante y sobrecogedora. Para cerrar, algunas líneas que rescaté durante la lectura.
«La longevidad quizá sea la mejor medida de la calidad de vida física. Si uno está muerto, no puede hacer nada para ser feliz.»
«Cuando somos autoindulgentes y acríticos, cuando confundimos las esperanzas de los hechos, caemos en la pseudociencia y la superstición.»
«El espacio tiene maravillas suficientes sin tener que inventarlas.»
«En la ciencia no hay autoridades; como máximo, hay expertos.»
«La credulidad mata.»
«Si no sabemos de qué somos capaces, no podemos apreciar las medidas que se toman para protegernos de nosotros mismos.»
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