«Tal vez Aquilare fuera el vientre de la ballena, el lugar de su metamorfosis, donde había conseguido la reparación de su yo y de su mundo conocido y el renacimiento de un nuevo ser que comenzaba a comprender la revelación de su vida. Algo mucho más fuerte lo unía ahora a ese lugar, convertido en su paraíso personal, en la tierra celestial de más allá, por encima y por debajo de los confines del mundo.»
Luz Gabás es una escritora española que obtuvo notoriedad tras la publicación de su primera novela en 2012, Palmeras en la nieve, la cual tenía un componente de biografía familiar y abordaba un tema poco explorado. Posteriormente incursionó en la política convirtiéndose en alcaldesa de un municipio de Aragón. En 2022 volvió a tener los reflectores sobre sí cuando obtuvo el Premio Planeta con su novela Lejos de Luisiana, muy acorde a las obras de corte histórico que generalmente son las más impulsadas en este galardón. El latido de la tierra, publicada en 2019, es su cuarta novela.
El latido de la tierra es una novela que tiene un título que nos induce a pensar que entre su trama existe un trasfondo ecológico: un mensaje de conservación, una reflexión sobre la contaminación o sencillamente una introspección de la naturaleza. Sin embargo, la portada pronto aparta este pensamiento. Los detalles, los colores y la fotografía me hace pensar en esos libros de corte espiritual, cristianos si se quiere, en los que se enfatiza una experiencia cercana a la muerte que cambia la vida, que otorga paz, que acrecienta la fe. Título y portada parecen enfrentados, quizá no sean contradictorios, pero tampoco son coherentes, aunque es hasta que volteamos el libro y leemos la sinopsis donde nos damos cuenta de que de nada sirve nuestra primera impresión, que la historia que la autora nos contará tiene una dirección muy distinta. Y sin más prolegómenos, he aquí esa sinopsis:
«Alira, heredera de la mansión y las tierras que su familia conserva desde hace generaciones, se debate entre mantenerse fiel a sus orígenes o adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando cree encontrar la respuesta a sus dudas, una misteriosa desaparición perturba la aparente calma que reinaba en la casa, la única habitada en un pequeño pueblo abandonado. Un guiño del destino la obligará a enfrentarse a su pasado y a cuestionarse cuanto para ella había sido inmutable. A partir de ese momento comenzará a sentir algo para lo que nunca pensó estar preparada: el amor.»
Esta novela la compré y la leí después de haberme enterado de que Luz Gabás había ganado el Premio Planeta. Ciertamente esta no es la novela por la que obtuvo el premio, pero era una muestra de su estilo como novelista. No puedo negar que yo mismo me coloqué una expectativa bastante alta sobre la autora y sentirme en parte defraudado se debe más a la brecha de lo que esperaba que a la obra misma. De allí que es mejor partir por lo bueno.
El latido de la tierra tiene como trasfondo la decadencia rural de España en el siglo XXI, esa despoblación producto de migraciones y la polaridad que crea abismo con lo urbano. Este tema ya lo había abordado Sergio del Molino en su libro La España vacía, y probablemente no le incumba solo a España, sino a toda Europa. La despoblación rural, más allá de una problemática, es un síntoma del desequilibrio estructural de la sociedad que tiene raíces bastantes profundas y que no es posible explicarla en brevedad sin el riesgo de dejar algunos elementos o variables fuera, aunque alguien podría afirmar que directa o indirectamente la desastrosa gestión política bien podría abarcar el 99% de los casos. Vale la pena subrayar que no todos los pueblos fantasmas se originan de la tragedia. Es fácil entender cómo es que Ochate en Burgos está deshabitado, pero no tanto el pueblo de Peña en Navarra o Sancti Petri en Cádiz.
En la obra Luz Gabás tomó su experiencia personal de instalarse en el campo y vivir lejos del ruido y ajetreo de la ciudad. Desde el 2007 reside en Anciles, una localidad de la provincia de Huesca cuya historia se remonta al siglo XVI. Gabás se dio cuenta que la brillante España rural de su infancia se había convertido en una tenue sombra y decidió actuar propositivamente para no convertirse en una espectadora más. De esta cuenta logró convertirse en alcaldesa de Benasque en la Ribagorza. Una incursión en la política de una filóloga de profesión. Concluido su período en la comuna, era el turno de llevar esa realidad a la literatura, a su propia obra.
Pude identificar que Alira, la protagonista de El latido de la tierra, tiene la misma edad de Luz Gabás y también una atadura emocional por el campo parecida a la de la autora. No conozco demasiado de Luz Gabás, no he visto sus entrevistas ni tampoco leído su biografía, por lo que sería muy riesgoso afirmar que Alira sea su alter ego, aunque tampoco se puede negar que hay mucho de Luz en Alira. Físicamente las descripciones no empatan, pero lo usual es que los escritores transmitan parte de su personalidad, pensamientos y sentimientos en los protagonistas cuando existe esa ventana, o en los secundarios si la edad se las cierra. Menciono esto porque Alira como personaje es el único que sobresale por su tridimensionalidad y la que tiene verdaderamente un arco narrativo y transformador.
La novela corre en dos líneas temporales separadas por meses. En una tenemos a la protagonista con problemas financieros para sostener el legado familiar, una mansión que se remonta a siglos; en la otra, la investigación de un crimen ocurrido en esta mansión con una narrativa un tanto policial. Ambas narraciones son en tercera persona con eventuales analepsis que nos sitúan principalmente en la adolescencia de los personajes. Algunos capítulos son cortos, otros más extensos, pero todos, sin excepción están titulados con el nombre de una canción que tiene o explica de algún modo lo que vamos a leer en una o varias escenas. Es una experiencia singular y destacable leer la novela de Luz Gabás armando una playlist con canciones de diversas épocas. Nos encontramos con artistas como Adele, Dover, The Doors, Foo Fithgters, Bob Dylan, Lady Gaga, Nina Hagen, The Cure, Héroes del Silencio y hasta Metallica.
Tengo poco que decir acerca de la fluidez narrativa, salvo que se deja leer sin ningún obstáculo o limitación. La narración en tercera persona se aleja y no toma ningún juicio sobre los acontecimientos, lo que suprime toda pretensión o jactancia. Francamente se describe lo que pasa y poco más. No estoy afirmando que Luz Gabás sea minimalista, pero tampoco se decanta por una prosa ubérrima, por la adjetivación obsesiva, las analogías explicativas o las digresiones reflexivas. El formato y estilo de El latido de la tierra es bastante estándar por decirlo de alguna manera, promedio si se quiere. Es el lenguaje que uno esperaría leer en un bestseller norteamericano traducido al español.
El latido de la tierra tiene el infortunio de tener un buen gancho inicial (o fortuna para la obra, porque nos crea un costo hundido que nos obliga a terminarla). Todos queremos saber quién es el homicida, quién es la víctima y cuáles son las motivaciones; pero pronto nos damos cuenta de que estamos leyendo un libro que encaja mejor con una novela rosa que ciertamente tiene un trasfondo social real, empero nunca deja de ser nada más que eso, solo y simplemente un trasfondo. La trama policial que debió ser la más interesante perdió el brillo al caer en los clichés que ya fastidian un poco: eso del policía malo y del policía bueno vuelve unidimensionales a los personajes y se empeora con esa guinda de que quien está a cargo de la investigación está por retirarse, sin mencionar lo anticlimático que es la resolución del caso. No esperaba encontrarme con el recurso del Deux ex machina. Me da la impresión de que a Luz Gabás la trama se le descontroló un poco, que no tenía muy claro llegar al final planeado y pues no le quedó de otra que usar las casualidades y es tan evidente que hasta la propia narración lo dice: «casualmente pasaba por aquí cuando escuché…». Hace algunos meses leí La tierra de las mujeres de Sandra Barneda que tiene un perfil de historia similar a esta: comenzaba con un cliché de los más gastados (una herencia no esperada de un familiar lejano que no conocía), y terminaba con un arco que hacía sentir mal al lector por haber dudado de la calidad de la autora. Con El latido de la tierra de Luz Gabás pasa lo contrario, comenzamos con una premisa prometedora que se atora en clichés y melodramas. Ciertamente hay niveles y no estoy afirmando que El latido de la tierra sea una mala novela, pero tampoco diría que es buena, en todo caso es una lectura promedio, cumple con entretener. Obviamente si la comparamos con otros títulos de novela rosa, El latido de la tierra es el Himalaya, es Shakespeare. Aun en lo enrevesados triángulos amorosos, secretos y una que otra cursilería, está lejos de parecerse a un guion de telenovela.
El latido de la tierra destila la nostalgia de una generación y esto debo reconocerlo. Los personajes están atrapados en sus propias vidas y son conscientes de que cualquier comienzo podría ser el último porque a la mitad de la vida no les queda más que el declive de la fuerza, la salud y la emoción. Si la novela hubiera sido contada en primera persona desde la perspectiva de la protagonista y además hubiera plasmado en la narración todos sus sueños, miedos, alegrías y frustraciones, creo que la obra pintaría para premio. La ruralidad no dejó de ser un elemento interesante y nada más, entiendo que los personajes en su papel poco pueden hacer por ello, pero me hubiera gustado conocer más sobre ese abandono tan prosaico.
Para finalizar, unas líneas que valen la pena volver a leer:
«La educación, como las piedras, parece sólida. Pero también las piedras pueden resquebrajarse.»
«La vida no era sino una sucesión de envolturas de incertidumbre.»
«Cuanta más vida vivida, mayor la decepción acumulada sobre la naturaleza humana.»
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