«El calambre del meñique en el pie derecho de mi amigo el Dux: una gota de envilecimiento, un grano de confusión, una semilla de soledad, un germen de desorden. Pienso que tengo razón, aunque no la tenga, y que ese enemigo infiltrado en su talón de Aquiles –en su meñique de Aquiles– ya va avanzando en su lenta pero implacable labor aniquiladora.»
Laura Restrepo es una periodista y escritora colombiana ganadora del premio Alfaguara en 2004 por su novela Delirio, aunque su popularidad la había forjado desde 1997 cuando obtuvo un reconocimiento internacional con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Dulce compañía. Su profesión y vivencias en los países que ha residido la han llevado a tener un estilo ecléctico y directo, con algunos matices minimalistas, en el cual toma historias del dolor humano que ha conocido de primera mano, historias que la han impactado y las complementa con la ficción narrativa.
Restrepo nunca ha reservado sus opiniones políticas, teniendo una evidente posición de izquierda que con el transcurso de los años ha suavizado pasando del trotskismo al llamado socialismo del siglo XXI, algo similar a lo sucedido con Gabriel García Márquez, Almudena Grandes, Roberto Bolaño y hasta Albert Camus, que en su momento tuvieron simpatía por los regímenes castristas y estalinistas, aunque esto no demerita su legado literario que se encuentra a salvo de propaganda e ideología. Aunque con Los divinos es difícil no notar esa polarización intencional, donde metafóricamente los que tienen todos son unos amorales, ruines y viciosos que arrebatan hasta la paz e inocencia de los que no tienen nada. He aquí la sinopsis:
«Cinco hombres jóvenes de la clase alta bogotana, de ese brillante y ostentoso mundo de los Tutti Frutti, están vinculados entre sí desde la infancia por una hermandad juguetonamente perversa y levemente delictiva. A lo largo de sus vidas cotidianas se va prefigurando, inexorable como un sino, el camino que conduce a esta transgresión intolerable, esta suerte de anuncio de Armagedón que hará estallar la resignación y la conciencia de todo un país tras el secuestro y asesinato de una niña inocente de los barrios bajos.»
Laura Restrepo construye esta historia a partir de un crimen verídico que impactó a la ciudad de Bogotá en 2016: el asesinato de Yuliana Samboní, una niña de siete años de las favelas que fue secuestrada, violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera, un arquitecto de 38 años proveniente de una familia acaudalada. Cuando esta noticia llegó a Restrepo no pudo sacarla de su cabeza, pese a que estaba en el medio de otra novela. Según sus palabras, era ineludible el estupor causado por los extremos de «la absoluta indefensión de la víctima y el poder absoluto del victimario». Sintió la necesidad de explorar a través de la ficción como es que un hombre que lo ha tenido todo y fácil en la vida fue capaz de semejante atrocidad. Obviamente no iba a hacer un trabajo periodístico, que del crimen de Yuliana los hay a raudales por la conmoción que causó. Restrepo decidió concentrarse más en el estilo de vida, en el sistema de valores y en las características socioculturales de los hijos de buenas familias de la Bogotá que conocía. Abandonó la idea de entrar en la mente de Rafael Uribe y decidió que lo más cerca que llegaría era a narrar la decadencia de ese mundo donde provenía.
Los divinos es una novela que se inspira en un hecho real y en lo único que encontramos una semejanza con el caso de Yuliana Samboní es en el crimen mismo. El resto es completa ficción, que no por ello deja de retratar una realidad social. Esta novela obtuvo muy buenas críticas y fue reconocida con el Premio Córdoba por la Paz – Antonio Gala de Narrativa en 2018, argumentando el estilo periodístico de la autora y su contribución por la literatura hispanoamericana. Esto último sí que se lo ha ganado a pulso la autora y no se discute la opinión del jurado, pero decir que Los divinos tiene un estilo periodístico es como enredar las cosas. En efecto, el origen de la novela son las notas de prensa, los artículos de los diarios, los reportajes de televisión, pero su estructura y estilo narrativo, como veremos a continuación, discrepa del periodismo.
La novela es narrada en primera persona por un hombre a quien apodan «el Hobbit», que del grupo de «los divinos» es el único que desentona. No pertenece al mismo estrato social, aunque esto tampoco signifique que se aleje demasiado. Simplemente es un muchacho culto y torpe, un nerd en toda regla con sus propios problemas, que trabó amistad desde el colegio con un grupete de adinerados. Sin que haya aproximación alguna con la historia, estilo y mensaje, el leer esta novela me recordó a la Naranja Mecánica de Anthony Burgess por lo intrincado que resultaban varios de sus diálogos. La cantidad de localismos y regionalismos, además del caló de los «Tutti Frutti», hacían que el diccionario sirviera de poco. La fluidez de la lectura era interrumpida a cada página. Para agregarle otro nivel de dificultad, los protagonistas tenían más de un alias:
«Tarabeo (alias Dino-Rex, Rexona, Táraz, Taras Bulba), el Duque (alias Nobleza, Dux, Kilbeggan), el Muñeco (Kent, Kento, Chucky, Mi-lindo, Dollyboy), el Píldora (Pildo, Piluli, Pilulo, Dora, Dorila, Gorila) y yo, Hobbit (Bobbi, Hobbo, Job, Bitto): constituíamos el núcleo duro en aqueos días del Liceo. Y hasta la fecha, más o menos.»
El narrador es cercano al victimario como para tener alguna compasión por él, pero no tanto como para no condenar lo que hizo o cosificar a la víctima en un número, al menos un poco. El crimen de la niña termina por convertirse en el centro de la historia, el leitmotiv; pero en un inicio bordeamos demasiado conociendo a los personajes, que en esencia es lo que buscaba la autora, escarbar en ese perfil social que llevó a una persona a despreciar a los desposeídos y tomar de ellos una niña para descargar sobre ella sus más oscuras, crueles y sanguinarias intenciones. El asesino eligió a una niña pobre porque pensó que a nadie le importaría, que no investigarían con suficiente denuedo su desaparición o su muerte, que a fin de cuentas, había suficiente dinero de por medio como para siquiera verse como un sospechoso. En un barrio pobre el crimen y la violencia son comunes denominadores, mueren y nacen todo el tiempo, quién podría señalar a un joven bien.
La narración del Hobbit crea su propia estructura y viene acompañada con sus propias carencias. Las emociones y los catalizadores de la historia son externos y siempre van de la mano de alguna mujer. De allí que se subraya que esta novela tiene un tono feminista, a pesar de que el narrador y los protagonistas sean hombres. El Hobbit cuenta lo que vio y lo que sabe, de la misma manera como cualquier persona puede recordar un suceso grave, con la parcialidad de la perspectiva y eventualmente agregándole alguna opinión, observación o divagación. Disgregarse y distenderse en una narración lineal es un recurso literario que en Los divinos resulta una constante.
Esta novela puede gustar o no a términos iguales, al mismo tiempo que puede funcionar en diferentes niveles, según le parezca al lector: feminista, clasista, hedonista, política, etcétera. Laura Restrepo es una muy buena novelista que sabe cómo ordenar sus cartas y aportar un enfoque diferente a una historia por demás conocida y revitalizarla tras cavar más profundo. Personalmente pensé que sería distinto, algo más parecido a Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, donde un grupo de chicos encuentra un cuerpo en los cañaverales, lo que terminaría por desencadenar una retrospección para contarnos lo que pasó sin permitirnos un respiro siquiera. No obstante, Los divinos no es así. Me hubiera gustado más una narración en tercera persona que permitiera la fluidez y una exploración mediante un desdoblamiento narrativo de la vida de la niña y su familia para darle la voz que nunca tuvo la víctima. La niña es en esencia el recurso del crimen, la materia prima, un monicongo, una muñeca, la perspectiva del Hobbit no aporta más que eso, porque no se acongoja ni apesadumbra por esto, en todo caso repudia al asesino porque destruyó los vínculos de una amistad de la infancia más que por haber borrado el futuro de una vida que comenzaba. Restrepo mencionó en una entrevista que, si la niña no hubiera sido asesinada, su máxima aspiración de vida hubiese sido trabajar de sirvienta en un pent-house o apartamento de personas del mismo estrato social que el asesino, una violencia física sustituida por una violencia social, que ni se le parece ni acerca un poco, pero eso sería entrar en el terreno pantanoso de la política donde lo que no se hunde, sale sucio.
Los divinos no encuadra en un thriller, novela negra, psicológica, crónica, ni ninguna otra etiqueta. Son fragmentos de la vida de un joven anodino y desabrido y su amistad con otros y como esta se rompe tras un asesinato cometido por uno de ellos y tratado de ocultar por el resto. Esa sería la mejor sinopsis que puedo hacer. Que si recomiendo la novela o no, francamente creo que quedó entre las líneas de esta reseña.
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