«Perdí horas de sueño a cuenta de esas pesadillas. Estudié a fondo la historia de la pena de muerte por primera vez en mi vida y detecté los problemas obvios. La injusticia, las desigualdades, la pérdida de tiempo, de dinero, de vidas. También me impacta la disyuntiva moral. Valoramos la vida y todos estamos de acuerdo en que matar está mal; entonces, ¿por qué nos permitimos matar a alguien de manera legal sirviéndonos del estado como medio? Así que cambié de opinión. Supongo que forma parte del proceso de crecer, de vivir, de madurar. Es lógico cuestionarnos nuestras creencias.»
John Grisham es uno de los escritores estadounidenses más populares y vendidos de nuestros tiempos. Si no estoy mal, solo atrás de Stephen King. Es el epítome del thriller legalista.
En una entrevista realizada hace más de diez años, John Grisham dijo que sabía que lo que hacía no era literatura, esto porque siempre se le criticaba ese aspecto en sus libros, se le acusaba de un escaso uso del lenguaje, pobres recursos narrativos y una estructura efectista. No obstante, la «calidad literaria» es una expresión esnobista en la que nadie se pone de acuerdo en fijar su definición. Una obra de ficción es literatura, independientemente si está bien escrita o no, al igual que una hamburguesa es comida a pesar de que no sea del todo saludable. No tildo la obra de Grisham como literatura chatarra destinada al entretenimiento vacío, porque se encuentra lejos de serlo. Pueda que su talento como escritor no sea como el de Don DeLillo o Paul Auster, pero eso no significa que sea incapaz de concebir historias que dejen un mensaje, una reflexión o al menos, una duda, un cuestionamiento en el lector.
En esta época todo lo que John Grisham publica se convierte en un bestseller inmediato, una especie de Midas de la narrativa. Y no hay año en que falte un título suyo en las librerías. Eso lamentablemente significa que no todas sus historias son igual de brillantes, porque cantidad no es lo mismo que calidad, aunque también es cierto que para encontrar calidad se requiere mucha cantidad. Pero esta proliferación de obras no es exclusiva de Grisham, muchos buenos escritores también tienen un catálogo bastante extenso de publicaciones, verbigracia, Joyce Carol Oates, Isaac Asimov, Stefan Zweig. Cuando leemos a Grisham queremos un thriller legal, algo que nos procure la misma experiencia que El cliente, El informe pelícano o Cámara de gas. Algunas veces Grisham se acerca a las expectativas como con La confesión y Ajuste de cuentas, pero en otras, decide alejarse y entregarnos novelas como El caso Fitzgerald o El sueño de Sooley. Por suerte, con Tiempo de perdón el autor decidió remembrar su opera prima. He aquí la sinopsis:
«Clanton, Mississippi, 1990. Stuart Kofer, ayudante del sheriff, se considera intocable. Aunque, cuando bebe más de la cuenta, algo bastante habitual, vuelca sus ataques de ira en su novia, Josie, y los hijos adolescentes de esta, el código de silencio de la policía siempre le ha protegido. Pero, una noche, tras golpear a Josie hasta dejarla inconsciente en el suelo, su hijo Drew sabe que solo tiene una opción para salvar a su familia. Coge una pistola y decide tomarse la justicia por su mano. En Clanton, no hay nada que suscite más odio que un asesino de policías excepto, quizá, su abogado. Jake Brigance no quiere encargarse de este caso imposible, pero es el único con suficiente experiencia para defender al chico. Y cuando comienza el juicio, parece que solo hay un resultado en el horizonte para Drew: la cámara de gas. Pero, como la ciudad de Clanton descubre una vez más, cuando Jake Brigance se hace cargo de un caso imposible, todo es posible.»
Tiempo de perdón es la tercera novela de la serie de Jack Brigance, un joven abogado defensor que se abre camino en una comunidad sureña de los Estados Unidos donde el prejuicio es el común denominador. Este personaje es uno de los más emblemáticos en la carrera de John Grisham porque contiene varios rasgos de él, después de todo, pertenece a su primera novela, Tiempo de matar, y es natural para cualquier escritor proyectar algo de sí mismo en los protagonistas, ya sean características físicas o de personalidad, virtudes y defectos, gustos y preferencias o pensamientos, filosofía o ideología, y no hay mejor ejemplo de esta afirmación que el párrafo con el que comienzo esta reseña que pertenece a un diálogo de Brigance, pero que al lector no le queda duda que es la voz de Grisham. Tiempo de perdón transcurre en 1990, seis años después de los acontecimientos de Tiempo de matar y aparecen además del protagonista, otros personajes que hacen fluir la nostalgia como Carl Lee Hailey, el abogado Harry Rex, el sheriff Ozzie Walls, el juez Omar Noose, entre otros más. Pareciera una secuela, pero no. Mientras que en Tiempo de matar Jack Brigance defendía a un padre afroamericano que mató a sangre fría a los violadores y asesinos de su hija de diez años, un hecho cometido después de una audiencia y dentro del juzgado; en Tiempo de perdón Brigance defiende a un adolescente que da muerte al novio de su madre después de que este muy ebrio e iracundo la golpeara al punto de que se le creía muerta, con el agravante de que el maltratador era un policía blanco y fue asesinado mientras dormía la borrachera.
John Grisham nuevamente lleva al lector a los límites de la ética. Según las leyes del estado, un adolescente de dieciséis años debe juzgarse como un adulto, pero Drew, nombre del acusado, tiene un retraso de desarrollo, es decir, aparenta encontrarse aún en la pubertad. Aparte de ello, el chico tiene un contexto de vida disfuncional, llena de abuso psicológico, abandono y maltrato. Matar a un policía no es poca cosa y podría enfrentar la pena de muerte. Cualquiera pensaría que lo correcto hubiera sido llamar a la policía, reportar el abuso, pero cuando el abusador es un policía con muy buena imagen y estima en el condado, resulta una opción con poca oportunidad de éxito. Que de hecho hubieron llamadas antes, pero un amigo policía no traiciona a otro amigo. La madre de Drew después de todo tampoco era una santa: con un historial de drogas, detención y cárcel, su palabra quedaba muy frágil. ¿Y por qué no huir? Era un techo o la indigencia. Ser parte del jurado en un caso así no sería fácil, que aún como lector la situación desata una opinión dividida.
John Grisham se encarga de estructurar un caso donde el veredicto culpable o no culpable son extremos que no satisfacen el sentido de la justicia. Aclara que en la literalidad de la ley hay trampas que pueden llevar al prejuicio, venganza y estigmas y existen muchas zonas grises donde agresor y agredido no se encuentran tan lejos el uno del otro. Lamentablemente hasta al propio autor se encontró con obstáculos en el planteamiento resolutivo y terminó apostando por un final inconcluso que, aunque no satisface, es correcto. Particularmente la novela me pareció muy buena. Su historia absorbe y no recuerdo haberme sentido aburrido en ningún momento. Algunos giros requieren un salto de fe porque vienen traído de pelos, como que el que un embarazo pasara desapercibido o una agresión física severa no enfrentara cargos penales; esto no significa que sean del todo increíbles, podrían pasar y es probable que pasen en ocasiones, es simplemente que son difíciles de aceptar una vez digerida las ideas finales.
Tiempo de perdón es un libro típico de John Grisham, es decir, ofrece al lector lo que el lector esperaba leer. Habrá que hacer caso omiso a esa portada tan poco representativa del contenido de la obra que si no supiéramos quien es John Grisham probablemente lo confundiríamos con algún libro espiritual, hasta el título se presta para tal clasificación. Hasta el momento no me queda claro por qué el autor escogió Tiempo de perdón, ya que a Drew ni lo olvidan ni lo perdonan. Seguramente es porque si hubo «tiempo de matar», también debería haber «tiempo de perdón». Al menos no lo tituló como La muerte de Stuart Kofer o El caso Drew Gamble, que últimamente se ha vuelto más común encontrar los thrillers legales, policiales o novelas negras con nombres parecidos. John Grisham generalmente es de títulos ambiguos, donde cualquier significado puede caber.
Tiempo de perdón no tiene la misma fuerza que su predecesora Tiempo de matar, pero logra mantener el espíritu de esta en un buen nivel y demuestra que John Grisham todavía tiene buena pólvora para hacernos volar la cabeza.
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