viernes, 30 de octubre de 2020

AJUSTE DE CUENTAS de John Grisham


«A medida que caminaban, despacio, con una expectación nerviosa teñida de terror, se unieron a ellos otros americanos y filipinos tan aturdidos como demacrados. Primero decenas, y luego cientos de soldados abarrotaron el camino que conducía a un futuro incierto pero con toda seguridad ingrato. Se apartaron para dejar paso a un camión repleto de estadounidenses heridos. En el capó iba sentado un soldado raso solitario que empuñaba un palo del que pendía una bandera blanca. La rendición. Parecía una visión irreal.»

John Grisham es un escritor que sin falta cada año publica un libro, en ocasiones dos. Es conocido por sus novelas de temática legal, aunque en ocasiones también hace pausas y aborda otros temas a favor de una propuesta más variada y orgánica. No lo niego, prefiero al Grisham de los thrillers legales porque nos envuelve con esa particular forma de conducirse por los estrechos pasillos de los tribunales y guardar el equilibrio exiguo de la ética de los abogados, pero cuando toma una pausa lo hace con tanta solemnidad y termina guiándonos por el propio juicio de la vida. 

Ajuste de cuentas es un libro bastante diferente de Grisham, transita entre una novela legalista y thriller, una novela bélica e histórica. Posee muchos matices que la hacen destacable. No es un bestseller escrito con el único propósito de entretener, hay varias capas que arrojan profundidad en la lectura. La sencillez en su narración lejos de ser un flaco detalle, le aporta el tono de época. Me parece que es la primera vez que el autor se remonta a narrar un período histórico y realmente lo describe bastante bien. He aquí la sinopsis:

«Pete Banning era el hijo predilecto de Clanton, Mississippi. Héroe condecorado de la Segunda Guerra Mundial, patriarca de una notoria familia, granjero, padre, vecino y miembro incondicional de la iglesia metodista. Una mañana de octubre de 1946 se levantó temprano, condujo hasta la ciudad y allí cometió un asombroso crimen. Las únicas palabras que Pete pronunció ante el sheriff, sus abogados, el jurado, el juez y su familia fueron: “No tengo nada que decir”. No temía a la muerte y estaba dispuesto a llevarse sus razones a la tumba.»

Secretos, prejuicios, mentiras, racismo, ambición, orgullo, amistad, justicia, amor, vida y muerte, de todo ello encontramos un enclave en la novela de Grisham, a veces directo en otras oculto. La novela está dividida en tres partes: la primera denominada El asesinato es la más interesante de todas, narra desde la muerte a sangre fría del pastor de la iglesia metodista del pueblo, hasta la ejecución de la sentencia, pasando por el arresto y el juicio de Pete Banning, cuyo esbozo fue preciso, no falto de polémica y elegante en su expresión. En la segunda, llamada el Campo de huesos, Grisham nos lleva varios años atrás, cuando Pete Banning prestaba servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, aquí el protagonista es sometido a los horrores de la guerra, siendo uno de los soldados en la marcha de la muerte de Bataán, Filipinas. Y la tercera parte, denominada La traición, narra las consecuencias civiles del juicio sobre el patrimonio de los Banning, las desesperadas acciones de sus hijos para no perder las tierras de la familia y el motivo del asesinato, el cual tiene un giro que es difícil verlo venir y que llevan al lector a tomarse de los cabellos para después aplaudir a Grisham porque ese cierre era el que precisaba la novela para que quedara grabada en nuestra memoria.

Personalmente hubiera preferido que el Campo de huesos no fuera la segunda parte, sino la primera, porque de esa manera Grisham nos hubiera mantenido en vilo sobre el destino de su personaje y sus compañeros en armas. Mientras leemos el relato, por muy duro que sea, sabemos que sobrevivirán y lo único que queda es averiguar el cómo. El que venga después le resta fuerza, pero no la pierde completamente. Los campos de concentración, la crueldad y tortura, la deshumanización y la enfermedad, la agonía en algo que apenas es vida, es lo que Grisham relata con soltura, con fluidez y que, aunque no hurgue en los detalles, las escenas no dejan de ser viscerales en la mente del lector. Ciertamente no existe guerra en la que no se muestren las miserias del ser humano, no hay guerra que no sea un crimen a la vida, una tragedia para la población, una catástrofe que dejará cicatrices sangrando. Sin importar la época y el lugar, toda guerra evoca imágenes crudas. La marcha de Bataán es un acontecimiento histórico ocurrido en 1942 donde más de setenta y seis mil personas entre soldados y civiles filipinos y tropas rendidas estadounidenses, fueron obligados a caminar 101 kilómetros soportando no solamente el hambre y la inclemencia de los elementos, sino también las humillaciones y vejaciones del ejército japonés que con saña y livor hacían del maltrato una distracción. Grisham en una nota al finalizar la novela expone las fuentes que consultó para evocar ese acontecimiento.

Probablemente el punto más flaco del libro es el desarrollo de algunos personajes. Verbigracia, los hijos de Banning: siempre me parecieron acartonados, como unos espectadores de los sucesos y no actores. Es difícil identificarse con ellos porque emocionalmente estaban castrados. La madre, con pocas apariciones en exiguas páginas, logra más que estos muchachos en sendos capítulos. Pero igual, cuando la historia atrapa, estos detalles, aunque incómodos, no son molestos.

Un acto de violencia se comete en un instante, pero las secuelas que deja destruyen a las familias, tanto de la víctima, como la del homicida. Un asesinato no termina con la vida de alguien sin más, produce una fractura en el espíritu de todos. El eco de un disparo asesino no se apaga en el tiempo.

Utilizando la voz de un narrador omnisciente, Grisham vuelve a tocar esas cuerdas sensibles que mueven los conceptos de justicia como lo hiciera treinta años con Tiempo de matar.

«La vida siempre es valiosa. Cada día es un regalo.»

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