jueves, 1 de octubre de 2020

ÁRBENZ: UNA BIOGRAFÍA de Carlos Sabino


«Uso automóvil Lincoln. En comidas prefiero los platos del país. No juego cartas. Me gustan todos los deportes pero he practicado más el Polo y la Equitación en general. Cuando era estudiante de la Escuela Militar escogí entrenarme entre otros deportes en Boxeo. Por distracción en nuestros ratos desocupados mi señora y yo jugamos al Ping-pon o Badmington. Fumo cigarrillos norteamericanos y prefiero Whisky Escocés

Carlos Sabino es un historiador y sociólogo argentino que además de ser profesor universitario es también investigador y escritor. Su recorrido académico y profesional por América Latina le ha permitido tener una mejor comprensión de la estructura de las sociedades y de los panoramas políticos de la región. Guatemala la historia silenciada, divida en dos tomos, es su obra más notable y conocida, publicada en 2007 por el Fondo de Cultura Económica de Guatemala. Actualmente es coordinador académico en la Maestría en Historia de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. 

Los verdaderos artífices de la organización y conspiración militar que consolidó la Revolución de Octubre fueron el coronel Carlos Aldana Sandoval y el civil Eugenio Silva Peña; aunque la historia ha situado como rostros visibles al triunvirato conformado por: Jorge Toriello Garrido, Francisco Javier Arana y Jacobo Árbenz Guzman. Jacobo Árbenz con el pasar de las décadas y gracias a la propaganda populista, idealista y proselitista se ha convertido en una leyenda, el mítico héroe que encabezó la revolución de 1944 en contra de la dictadura de Jorge Ubico –aunque en realidad el golpe de Estado fue para Federico Ponce Vaides–. A falta de unas memorias y una biografía sobre este célebre personaje de la política guatemalteca, la historia muchas veces ha sido torcida a favor de cierta imagen. Carlos Sabino encontró ese vacío y decidió que era el momento de quitar el polvo sobre el pasado y llevar luz donde ha habido sombras.

La historia reciente por estar más cercana a todos no significa que sea menos arcana que la de siglos atrás, principalmente porque al estar tan reciente tiende a ser manipulada por sus protagonistas convirtiéndose en víctimas, mártires, héroes, monstruos, lo que convenga y si hay algún componente de interés político siempre habrá bastante tela que cortar. Ludwin von Mises decía que la investigación histórica consiste en desenmascarar tales falsedades y Jacobo Árbenz es uno de esos personajes que se han convertido en símbolo de los movimientos revolucionarios. Una dicotomía de victoria y tragedia.

Hans Jacob Arbenz Gröbli, un inmigrante suizo que se estableció en Quetzaltenango, se suicidó el 6 de septiembre de 1934 cuando su hijo, Jacobo Árbenz, tenía veintiún años y realizaba sus estudios y formación militar en la Escuela Politécnica en la ciudad de Guatemala. Semanas previas padre e hijo habían tenido una conversación, al parecer intrascendental, había un historial de suicidios en la familia y Jacob le preguntó a su hijo cual sería la manera más efectiva de quitarse la vida, a lo que este respondió que con un disparo en la boca, justo el método que eligió posteriormente. Como un mal congénito, una patología mental, la depresión y el suicidio fueron un legado para los hijos de Jacobo Árbenz. Sus dos hijas también se suicidaron e incluso la muerte de Jacobo Árbenz es tan extraña que puede presumirse que en lugar de ser un accidente fue completamente intencional, un suicidio.

Los Árbenz Guzman fueron una familia muy distinguida en la ciudad altense y con la boda con María Vilanova, una salvadoreña de buena familia, el círculo social en el que se desenvolvía Jacobo Árbenz era en esencia aristócrata, incluso, sus gustos y pasatiempos así lo mostraban. Físicamente Árbenz era una persona imponente, en ocasiones se le describe que si hubiera tenido un uniforme gris podría confundírsele con un soldado alemán. Sus facciones teutonas eran imposibles de obviar, además de contar con fortaleza y vigor. Sin embargo, su carácter era otro tema. Árbenz poseía una personalidad introvertida, muy reservado y taciturno. Era inteligente, aunque inestable.

Carlos Sabino reconstruye la vida de Jacobo Árbenz consultando e investigando en más de sesenta fuentes bibliográficas y casi treinta entrevistas. Jacobo Árbenz en esas páginas deja de ser el mito, el héroe, y se convierte en un hombre con pasiones y debilidades, aciertos y fracasos, brillos y oscuridad. Antes de la Revolución de 1944, Árbenz tuvo una vida, un sueño, un origen, una familia. Después de su caída, tuvo el exilio, el vicio y la consternación, se convirtió en nómada por el mundo incapaz de hacer patria a ningún país, siendo en vida un símbolo de derrota absoluta y en todos los ámbitos: en lo político pues no logró sostener su mandato, como esposo pues tuvo que soportar las infidelidades de su mujer, como padre porque vivió no solo el distanciamiento y autodestrucción de su hija mayor, sino también su suicidio a los veinticinco años.

«Árbenz se presenta ante el país como un candidato de izquierda, pero ante todo nacionalista, desarrollista, promotor de la industrialización nacional, que tiene el apoyo de los comunistas, sí, pero velado, en un muy discreto segundo plano.»

Es importante mencionar que Carlos Sabino trae de vuelta algunos episodios que habían quedado en el olvido y que nadie cuenta. Uno de los más importantes es la conspiración y asesinato de Francisco Javier Arana, el principal opositor político de Jacobo Árbenz. El coronel Arana se postularía para las elecciones como sucesor del doctor Arévalo; sin embargo, la facción que apoyaba a Árbenz era la más radical y tenía muchos militantes de izquierda. No veían con buenos ojos la victoria de Arana por tres razones, era un hombre más experimentado y maduro, era más difícil de manipular y no se prestaría ni arriesgaría a realizar cambios drásticos en la política guatemalteca. Se fraguó el rumor de un posible golpe de Estado que encabezaría Arana, lo cual era falso y en lugar de capturarlo y exiliarlo, fue abatido a sangre fría por un grupo de militares y civiles armados cuando este regresaba de Amatitlán. Entre el grupo de conspiradores y asesinos de Arana se encontraba Árbenz, que puede que no haya sido el autor intelectual, su capacidad estratégica no llegaba a esos niveles, pero sin duda no solo lo consintió, sino participó. Otro episodio fue la misma victoria de Árbenz a la primera magistratura que se logró por medio del fraude electoral. Árbenz controlaba el Ejército y las votaciones en las áreas rurales, mayoritariamente analfabetas se hacían a viva voz en presencia de los militares, no había voto secreto ni constancia real de votación voluntaria. A eso también hay que sumar que persiguió –hasta convertirlo en prófugo– al único opositor político serio que le quedaba, el general Ydigoras Fuentes que, si lo hubieran encontrado, hubiese sido ejecutado.

Jacobo Árbenz estuvo en el triunvirato de la Revolución con apenas cumplidos treinta y un años, y se convirtió en presidente a los treinta y ocho. El problema de Árbenz es que a tan corta edad y con un alto puesto se rodeó de personas equivocadas y uno de sus principales asesores fue José Manuel Fortuny, que no solo representaba a la facción más radicalizada de la izquierda, sino también era un comunista. Y Fortuny, junto a Carlos Manuel Pellecer, otro antiimperialista, lograban influir en la política nacional. Vilanova, su esposa, también fue una influencia en ese tipo de ideas, ella solía sentir simpatía por las teorías de Marx. Jacobo Árbenz nunca fue un socialista ni comunista porque no logró entender del todo esas teorías, en todo caso fue un idealista que necesitaba de aprobación y aceptación y que si tenía que decir que era tal o cual cosa, lo decía.

El tiro al pie de Jacobo Árbenz fue el Decreto 900. Con él tocó los intereses y hasta las propiedades de la United Fruit Company, una empresa estadounidense con fuertes enclaves en el país. Estados Unidos volteó a ver hacia Guatemala y en plena Guerra Fría lo último que deseaba era que la garra de la Cortina de Hierro empezara a conquistar el continente americano. Se fraguó una conspiración patrocinada por la CIA por medio del exiliado Carlos Castillo Armas y con el apoyo los gobiernos dictatoriales de Nicaragua, República Dominicana y Honduras. Ese ejército de liberación que ingresa a Guatemala ganó en una contrarrevolución donde el principal ausente fue el Ejército de Guatemala que cuando empezó a notar la inclinación comunista de Árbenz literalmente lo dejó solo, al igual que todos los militantes socialistas en el gobierno que fueron los primeros en salir del país y exiliarse en embajadas. Cuando el barco se está hundiendo, las ratas son las que salen primero. Esto trajo otras consecuencias para el hemisferio y la intervención indirecta de los Estados Unidos que lejos de aplaudirse ha sido denostada. Se aceleró a golpear a un gobierno democrático de una república independiente cuando si hubiese dejado que las cosas siguieran su curso, el propio régimen de Árbenz hubiera terminado cayendo por la mano del mismo Ejército guatemalteco. Vario Vargas Llosa en su libro Tiempos recios hace muy buena exposición de esta situación.

«El análisis de estos importantes artículos del Decreto 900 muestra de modo evidente que lo que deseaban los autores de la ley no era un genuino desarrollo económico, sino acabar con el poder de lo que consideraban una clase explotadora y dotada de poder político. Se trataba de quebrar las estructuras económicas y políticas existentes para generar una situación tal en la que pudieran alcanzarse sus fines políticos.»

En lo que respecta a la narrativa de la biografía, es innegable e indiscutible la versatilidad de Carlos Sabino. En ningún momento el libro se siente pesado o aburrido. Sabino es capaz de plasmar con técnicas literarias un libro de historia que tiene matices académicos. Es evidente la experiencia que posee en la construcción de los capítulos y la selección y cita de las fuentes.

La historia supera a la ficción, la realidad se come al mito.

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