«Desde que una vez vivió convencido, durante casi un año, de que había perdido el habla, cada frase que el escritor anotaba, y con la que incluso experimentaba el arranque de una posible continuación, se había convertido en un acontecimiento. Cada palaba no pronunciada pero hecha escritura traía las demás, y él respiraba sintiéndose de nuevo unido al mundo; ¿únicamente con uno de esos apuntes logrados, empezaba el día para él, y entonces se encontraba a salvo, o así lo creía, hasta la mañana siguiente.»
Peter Handke es un autor austriaco que ha cultivado el arte de la escritura en varias de sus formas: la novela, el teatro, el ensayo, el guion cinematográfico y poesía. Ganó reconocimiento en el año 2019 cuando le fue concedido el Premio Nobel de Literatura que, por cierto, trajo algo de controversia no por la calidad literaria de sus obras, tampoco por su trayectoria como autor, sino por un tema completamente ideológico relacionado a la posición del escritor en algunos asuntos relacionados con las guerras balcánicas y otros conflictos armados en Europa del este. A los intelectuales generalmente les es imposible abstenerse de verter su propia opinión y en cualquier asunto político siempre existirá polémica. Desde que Winston Churchill ganó el Premio Nobel de Literatura ha sido mucho más frecuente encontrar opiniones diversas sobre la objetividad de la Academia Sueca.
No encontré una obra de Handke que coronara al resto, como el caso de muchos otros escritores nóbeles que han tenido una obra cumbre destacada entre las demás, una obra que haya contribuido a definir su carrera, verbigracia, Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros, William Faulkner con El ruido y la furia, Albert Camus con El extranjero, Gabriel García Márquez con Cien años de soledad, Svetlana Aleksiévich con La guerra no tiene rostro de mujer, etcétera. Por tanto, entre el extenso bagaje de las obras de Handke, elegí La tarde de un escritor, que pensé que sería un relato de autoficción que me permitiría una entrada a sus pensamientos y en parte las expectativas se cumplieron.
La tarde de un escritor es un relato breve. No más personajes que el propio escritor anónimo del que nunca escuchamos ni su nombre ni su voz. La historia se hace desde la perspectiva del narrador equisciente y todo transcurre, como lo indica el título de la novela, en una tarde. He aquí la sinopsis:
«Una tarde de diciembre, a la luz cambiante del ocaso, un escritor, sentado a su mesa de trabajo, decide dar un paseo por el mundo, deambular por patios, plazas y callejuelas, perderse por arrabales y volver a su casa amparado ya en la oscuridad. En el camino quedará una doble huella: la de la mirada hacia lo exterior y la de la duda que contempla lo que está dentro de sí. Pero todo será visto como si fuera la primera vez, como si al cerrar los ojos la realidad apareciera en su verdad más pura.»
La narración es bastante descriptiva y se centra más en lo que rodea al escritor, que no solamente es el personaje central sino el único personaje. Aunque no se menciona la edad ni demasiadas características de él, el lector puede intuir sin dificultad que es una persona entrada en años, solitaria y con cierta reticencia al trato con las personas. No es precisamente un misántropo, pero es evidente que su única compañía son las palabras escritas. Mientras deja perdida la mirada en el paisaje, en un momento del relato, él imagina a bañistas divirtiéndose en verano cuando todo se encuentra cubierto por la nieve. No es casual ni fortuito que el relato se enmarque en una tarde de invierno, es un reflejo de la propia vida y en la divagación del verano está la juventud, el recuerdo o las añoranzas de lo que nunca más volverá o podrá ser. Caminar en el ocaso hasta entrada la noche, maravillarse de las cosas, sentirse rodeado al mismo tiempo que solitario hasta retornar a un hogar frío en la oscuridad de la noche, es una analogía de la vejez.
En otro pasaje del relato el escritor es reconocido y le es solicitado un autógrafo. Si pudiera regresar en el tiempo, pensó, procuraría que nunca le hubieran tomado una fotografía. Esto también es una expresión que puede interpretarse de dos maneras, la primera es que el escritor no está satisfecho con su vida, con la imagen que ha construido; la segunda, valora demasiado la soledad y le ingravidez de su paso, que el que alguien lo reconozca perturba su paz en el deleite de las cosas que observa. Me atrevería a decir que incluso hay una tercera razón: sus palabras no son más importantes que él, y que prefiere que lo recuerden a través de sus escritos que su vida personal.
No me extenderé demasiado en este post, que el relato tampoco es tan extenso. Quisiera apostillar algo curioso que pasa y es allí donde el aplauso a Handke es inevitable. Llega un momento en el que el escritor –el personaje– crea un laberinto de sus pensamientos y emociones anclados en un presente colmado de tantas descripciones e introspecciones que, a pesar de su prosa sencilla y la parsimonia de su ritmo, el lector desconecta y empieza a ver solo momentos, llegando al final de la tarde al mismo tiempo que el escritor y con la misma sensación de olvido.
«Se maravilló de sí mismo; muy próximo a un paroxismo tanto tiempo olvidado.»
Con este cierre Handke nos dice que la vida es breve porque está hecha de efímeros momentos y son pocos los que logramos recordar. La mayoría quedan en el olvido.
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