«¿Era la historia esa fantástica tergiversación de la realidad? ¿La conversión en mito y ficción de los hechos reales y concretos? ¿Era ésa la historia que leíamos y estudiábamos? ¿Los héroes que admirábamos? ¿Un amasijo de mentiras convertidas en verdades por gigantescas conspiraciones de los poderosos contra los pobres diablos como él y como Cara de Haca? ¿Ese circo de farsantes eran los héroes que los pueblos reverenciaban?»
Los países de América Latina tienen un común denominador, todos han sido sometidos a la tiranía de dictaduras de todo tipo. En materia política nuestras democracias son incipientes y frágiles. Existen muchos conflictos que usan como escudo el bienestar de la población, pero que en realidad encierran intereses egoístas, oscuros y mezquinos. Ser un político en estos países no es una profesión sencilla y en el grado de desprestigio se asemeja mucho a ser un vulgar ladrón. En esta novela Mario Vargas Llosa ha elegido uno de los puntos de quiebre históricos, una conspiración que fue el punto de quiebre de la libertad y democracia, no solo de Guatemala, sino de toda América Latina. Las consecuencias de lo que pasó en junio 1954, hace más de sesenta años, aún se recienten y son el combustible que alimenta rencores, ideologías destructivas y dictadores genocidas que aun gobiernan en varios países de la región.
He leído varios comentarios que consideran a Tiempos recios como una continuación de La fiesta del chivo, una novela del autor publicada casi dos décadas atrás. Si bien es cierto que hay algunos personajes en común, como Abbes García y Rafael Trujillo –el Generalísimo–, realmente no es una continuación. Son historias independientes, pero conectadas y con una estructura muy similar que entremezcla varias historias, unas van por la ficción y otras por los aspectos políticos e históricos de la época.
Guatemala es un crisol de conspiraciones. Hemos tenido golpes de estado, cuartelazos, fraudes electorales, dictaduras militares, caudillismos, presidentes asesinados, encarcelados o exiliados, una guerra civil de más de tres décadas, cientos de miles de desplazados, levantamientos, exiliados políticos, y la lista es larga sin mencionar la ubicuidad de la corrupción. Pero nada se le compara con el mancillamiento de aquello llamado la primavera democrática. Una conspiración fraguada por la CÍA en 1954. Guatemala estaba a meses de cumplir diez años desde aquella valiente y necesaria revolución de 1944. La dictadura, represión y censura de Jorge Ubico, uno de los dictadores más infames y temibles de este país –y eso qué ha tenido muchos–, había llevado al país al borde de la zozobra por su tiranía. Guatemala no salía de un estatus de sociedad colonial, un pseudofeudalismo en pleno Siglo XX. Solo una revolución podía llevarla al camino del modernismo, a la industrialización, a la generación de riqueza, pero sobre todo a la verdadera independencia, libertad y democracia.
Por aquel tiempo la United Fruit Company –UFCO– de Estados Unidos tenía grandes enclaves en Guatemala, así como en el resto de América Latina. Era una compañía que cometía grandes abusos donde no solamente tomaba las tierras, la mano de obra y todo lo que necesitaba del país, sino también no pagaba impuestos y trabajaba bajo sus propias normas, intereses y conveniencia. Toda una sanguijuela que no tenía ni el derecho de llamarse empresa. Esta terrible compañía sobornaba a los gobiernos de turno, y siempre se sentía superior a cualquier disposición del país. De hecho, su actuar siempre me recordó a las compañías inglesas en la expansión y dominio imperial de Gran Bretaña, con suficiente poder y hasta con un cuerpo armado propio. La UFCO fue la responsable de aniquilar la democracia en Guatemala cuando este país quiso hacerla pagar impuestos, salarios justos y cumplir las leyes que estaría obligada a hacer en cualquier nación civilizada. Una compañía fue suficiente para influir en el senado de los Estados Unidos y convencer sin demasiadas pruebas que el gobierno de Guatemala era comunista, y la CÍA que ni lentos ni perezosos, sin preguntar ni verificar, fraguaron el golpe al sueño de Guatemala de la mano con otros dictadores del Caribe y Centroamérica tan crueles y nefastos como solo la historia puede exponerlos.
Como guatemalteco tuve sentimientos encontrados con el libro, principalmente en la parte histórica. En cómo se dieron los acontecimientos la caída de Jacobo Arbenz Guzman. Ciertamente no viví esa época, pero sin duda a mí y a todas las generaciones a partir de ese momento nos ha tocado vivir las consecuencias. Tuvieron que pasar más de treinta años para que en Guatemala se pudiera utilizar la palabra democracia sin que eso no se tomara como sublevación y no tuviera consecuencias de cárcel, fusilamiento o desaparición. Dadas las circunstancias, el proceso desde entonces no se ha visto libre de vicios ni de conflictos.
Mario Vargas Llosa menciona a dos oscuros personajes, a Sam Zemurray y a Edward L. Bernays, ambos de origen judío. El primero, CEO de la UFCO, el segundo, el estratega de las relaciones públicas. Sobre los hombros de estas personas cae la vida de cientos de millones de habitantes del continente. Su avaricia provocó guerras fratricidas, genocidios y un retraso económico y cultural generalizado. Ellos fueron los manipuladores de la opinión pública de Estados Unidos, los distorsionadores de la verdad, la corrupción del sueño americano. En 1954 Estados Unidos se encontraba en plena guerra fría con la Unión Soviética y como la inquisición y el santo oficio que quemaba por brujas a cualquier mujer que tuviera un gato y una escoba, así también Estados Unidos consideraba comunista a cualquiera que fuera denunciado por sus protegidas empresas. De ninguna manera iba a permitir que en su patio trasero alguien tuviera nexos con Stalin y compañía. En Guatemala no había ningún ruso ni nadie que proviniera de los países soviéticos y menos que supiera entender la escritura cirílica o fuera capaz de comunicarse con la URSS. En el Kremlin no podían identificar a Guatemala en un mapa y ni siquiera sabían que era un país. Pero los Estados Unidos, mientras si son peras o manzanas, decidieron intervenir, eso sí, sin ensuciarse. Que otros hicieran el trabajo sucio.
«La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país… La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.»
Valoro mucho el aporte histórico de Mario Vargas Llosa. Es evidente que no solo investigó todo el contexto y los hechos que desencadenaron el fin del régimen de Arbenz. Sino también debo destacar un sólido dominio del tema político, una forma muy didáctica y ejecutiva de condensar tanta información en unas cuantas páginas. Recuerdo que en la universidad nos consumimos libros enteros sobre este tema e incluso por allí tengo dos tomos que relatan estos acontecimientos. Aunque no debemos olvidar Tiempos recios es una novela que mezcla ficción e historia.
Vargas Llosa arroja luz al mismo tiempo que oscuridad sobre algunos aspectos que se han manipulado sobre el pasado de Guatemala. Arbenz, por ejemplo, no fue un presidente comunista declarado, aunque muchos afirman que estaba sentando las bases para el marxismo, en todo caso era un idealista de izquierda, bastante ingenuo y manipulable, que pretendía impulsar el desarrollo industrial y capitalista de Guatemala con propuestas progresistas y agresivamente impopulares, sin entender como funcionaba la economía. Siempre pensó que la creación de la riqueza era un interés común, aunque también vio un camino más rápido al expropiarla. Pero obvió que este país a lo largo de siglos había sido una finca de unos cuantos, un sistema pseudofeudal, que la aristocracia racista y clasista le era indiferente el bien común, que los militares cambiaban de bando entre liberales según la conveniencia y que al pueblo sumiso no le queda más que aceptar estoicamente su destino porque no entendían realmente que estaba pasando. Arbenz estaba adelantado en su tiempo, quizá estaba en un lugar equivocado o lo más probable, estaba mal asesorado y aconsejado, que no se puede negar la presencia de comunistas en su círculo próximo. Bajo ciertas circunstancias, una sociedad más progresista hubiera no solo aplaudido, sino también defendido el desarrollo. A Arbenz siempre se le retrató como un hombre honorable, que se guiaba por principios y valores; pero no debemos olvidarnos que era un político y estos siempre tienen sombras y colas. Arbenz las tenía tanto e igual que otros. Creyó que los embajadores de Estados Unidos y los cuerpos diplomáticos de otros países compartían un código ético, pero ellos solo vieron en Arbenz un hombre que se negaba a colaborar. Su final fue el exilio, su revelación como comunista y finalmente depresión y soledad.
Tiempos recios no solo trata sobre la conspiración para el derrocamiento de Arbenz; también incluye el magnicidio de Carlos Castillo Armas, ese militar que fue la cara interna del levantamiento contra Arbenz y que solo no hubiese logrado más que una sublevación fallida. Al poco tiempo Castillo Armas, al parecer, no era el golpista y tampoco era el inteligente dictador con el cual se podía negociar o tratar. Su muerte en Guatemala es un misterio, al igual que otras tantas. Mario Vargas Llosa trata de darle un por qué, un quién y un cómo, que era lo que le faltaba a la historia. De allí se despende otra historia secundaria, la de Miss Guatemala, una mujer cuya condena es su belleza y que pasa a convertirse en el objeto de deseo de asesinos y conspiradores extranjeros.
En cuanto a la estructura y narrativa del libro, no es muy distinto a lo que Vargas Llosa nos tiene acostumbrado. Existen varias líneas de tiempo aparentemente dispersas y de diferente extensión. Incluso la novela cuenta con analepsis insertadas sin aviso entre párrafos que en ocasiones puede ser un tanto confuso y obliga a retroceder para retomar el hilo de la narración. Y el otro recurso bastante común fue la elipsis, que siempre decían presente de un párrafo a otro y había que aceptarlo porque no quedaba de otra, que nuestra imaginación llenara el vacío. Me hubiera gustado que la historia tuviera algunos capítulos más. Vargas Llosa tenía suficiente material para hacer un libro más o tan extenso como la Ciudad de los perros, pero en esta ocasión fue bastante comedido.
Tiempos recios son todo el tiempo. Guatemala no conoce otros tiempos diferentes, excepto aquellos casi diez años de democracia donde parecía que seríamos el primer país latinoamericano en salir del esquema. Pero no, si hasta España monárquica estaba sumida en una dictadura militar en aquella época, cuanto más todas sus excolonias, desde México hasta la Patagonia tendrían ese yugo.
Por la vena política es posible que a muchos no les agrade esta novela. El pasado siempre es un asunto complejo dependiendo que es aquello que nos contaron y dábamos por cierto, mayor aún el conflicto si se trata de un pasado reciente. Cuando los acontecimientos o la evidencia no respalda a nuestra visión o contradice nuestro sistema de ideas es difícil no juzgar o atacar. La verdad resulta ser aquello que conviene a nuestros intereses y entre tantas mentiras y conspiraciones es muy fácil que cada uno o cada grupo arme su propia verdad. Pero si imponer una verdad significa tomar las armas y derramar sangre, quien lo haga, ese no defiende una verdad, la impone, y quien impone una verdad no es más que un monstruo y la historia lo juzgará como eso.
En el aspecto literario no tengo mucho que agregar, lo escribió un Premio Nobel de Literatura por lo que su calidad es bastante buena e incluso sobresaliente. He escuchado algunos comentarios que indican que esta novela de Vargas Llosa es de las más flojas y que su estilo se ve muy diluido, como si no lo hubiera escrito él, sino alguien que tratara de imitarlo y que la editorial únicamente utilizó el nombre Vargas Llosa como una marca para procurar ventas, muy similar como lo que pasaba con Alexander Dumas. Personalmente creo que no he leído suficientes libros de Mario Vargas Llosa como para insinuar que este es diferente al resto, pero no me parece flojo ni mucho menos. Contiene brillante información investigativa que está bien utilizada y enmarcada para procurar el contexto, además que sus personajes no se sienten ni forzados ni simples. Es un Vargas Llosa muy maduro, teniendo en cuenta que el escritor supera los ochenta años, pero es lúcido y congruente al menos con lo que he leído de él en los últimos diez años, y también con las entrevistas que le han realizado y que podemos encontrar en Youtube.
«Pareciera que en el fondo de todos nosotros hubiese un monstruo. Que sólo espera el momento propicio para salir a la luz y causar estragos.»
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