«Todo ser humano llega al último suspiro de su vida metamorfoseado en un ser completamente distinto del que pudo llegar a imaginar en su más tierna infancia o sediciosa adolescencia o indómita juventud, porque vivir es dejar de ser el que se fue para siempre, es cambiarse, es rodar, y rodar por sus carreteras secundarias y caminos vecinales y autopistas internacionales y por calles y por aceras y por pasillos sin nombre; vivir es una transformación y un desgaste.»
Manuel Vilas es uno de los grandes poetas españoles del posmodernismo. No tiene necesidad de crear nuevas realidades con el lenguaje porque su escritura ya es una realidad que define la propia vida o, en todo caso, ese atardecer que en algún momento llegará a todos y que dependiendo de nuestro recorrido podremos apreciar de una u otra forma.
Setecientos millones de rinocerontes es un título que contiene una hipérbole y una contradicción. En la portada de la edición publicada por Alfaguara vemos apenas un rinoceronte, un rinoceronte de java. El rinoceronte es un animal en peligro de extinción y la especie que vive en la isla de Java tiene uno de los números más alarmantes que ponen a este gran herbívoro al borde del abismo, a las puertas de la desaparición. Hay apenas setenta rinocerontes de java en todo el mundo. El rinoceronte es una metáfora que ocupa Manuel Vilas para referirse a las personas que han vivido y que han sido consciente de las huellas y cicatrices que deja el vivir. No todos pueden ser rinocerontes, de allí que el número setecientos millones que equivaldría al 10% de la población mundial y en términos simples: una persona de cada diez. Un rinoceronte es un unicornio. Nosotros idealizamos los unicornios como corceles mágicos, hermosos y níveos. La realidad es que el unicornio no es mágico, es pesado; no es hermoso, es hosco; y tampoco no es níveo, es gris y opaco. El rinoceronte es una criatura que carga con el peso de su soledad y realidad, es como una fotografía en sepia que entraña mejores momentos y tiempos, es un animal con una piel muy dura y una fortaleza increíble, y aun así susceptible y vulnerable.
Manuel Vilas con Setecientos millones de rinocerontes nos obsequia una serie de relatos. Relatos que podemos confundirlos con una extendida prosa. Estos relatos son un reflejo del pensar sombrío de su autor y cada personaje me parece que es un fantasma creado a partir de memorias de sentimientos o amigos. Los rinocerontes pueden ser muchos, pero el número que podemos llegar a conocer es muy reducido y probablemente llegar a ser uno también sea una cuestión de suerte o infortunio. La premisa es que vivir es un proceso que nos mueve al cambio, a la transformación, pero estamos expuestos a una serie de situaciones complicadas e incluso traumáticas que harán que la vida no nos transforme, sino que nos trastorne.
La pérdida de un ser amado trastorna, la viudez trastorna, el divorcio trastorna, el alcoholismo trastorna, la soledad trastorna, los viajes trastornan, los recuerdos trastornan, haber vivido trastorna. La vida debería y podría ser un viaje largo, pero para esa travesía intercontinental solo contamos con un SEAT 600 ¿qué tan lejos podemos llegar?
La introducción de este libro también es un relato, está firmada por Cristóbal Colón en el año 2021. Colón viene siendo una especie de psicólogo o psiquiatra que nos dice que presentará algunos testimonios de sus pacientes. El libro fue publicado en 2015 por lo que el año y el nombre que firman la introducción expresan un significado que a nosotros como lectores nos toca interpretarlo y, en resumidas cuentas, todo en este libro está sujeto a nuestra interpretación que pueda ser que se acerque o aleje a la visión de su autor. Cristóbal Colón fue un navegante, sino el mejor, al menos el más grande de la historia de España, pero nunca lo tuvo fácil y la muerte siempre estuvo como su principal riesgo. El tiempo de las narraciones que van del pasado al presente o al futuro, se puede interpretar como lo indomable e incontrolable o la ligereza como lo abordamos. Hoy somos jóvenes que sueñan en Paris, mañana viejos recordando el barrio de nuestra infancia que ya no existe.
Los relatos están clasificados en ocho segmentos o clasificaciones de rinocerontes, cada uno cuenta entre dos y cuatro relatos. Estos segmentos o rinocerontes son: en familiares, amorosos, rojos y amarillos, dipsómanos, abadas y muertos, del enardecimiento, divorciados y el arte.
Pensé en algún momento en hacer un resumen por cada relato o tratar de explicarlo de acuerdo con mi interpretación, pero son un buen número y sumarle más párrafos a este post podría desmotivar su lectura, por lo que me concentraré en los cinco comunes denominadores: primero, la soledad y desarraigo, son constantes en todos los relatos, son las que los envuelven y creo que no existe ningún personaje que no se defina por estos sentimientos, nadie pertenece a algún lugar o tiempo en concreto; segundo, el alcoholismo, todos los rinocerontes tienen episodios de borracheras o vicios relacionados con su dependencia con el alcohol; tercero, la vaguedad del tiempo y deformación de algunas realidades banales, en momentos saltamos años y vamos a un futuro no diferente a este presente, el cambiar hechos no se si es sátira o sarcasmo, en un relato se llega a decir que La sombra del viento es un libro escrito por Paulina Rubio, hay decenas de escritores con apellido Vilas y que el Real Madrid es el club deportivo campeón y creó sus propias fronteras políticas; cuarto, ningún personaje es feliz y aparentemente es incapaz de alcanzar la felicidad, no parece que la tenga como objetivo o siquiera tengan algún objetivo; y quinto, todos los acontecimientos encajan con circunstancias típicas o que podrían considerarse normales o comunes en la vida, no existen personajes con pasados o presentes relevantes.
El rinoceronte es un animal impávido, no hay duda de ello. Se enfrenta a sus atacantes, embiste. Pero también es un animal pasivo que apenas emite sonido y que es fácil que desaparezca sin que notemos cuando lo hizo. Algunos relatos son sobresalientes, tocan nuestras venas más emotivas; aunque también, hay uno que otro que escapan a mi comprensión o que no estoy de acuerdo o satisfecho, porque también se vale enfrentar y proponer una perspectiva menos gris de la vida. Porque para ser un rinoceronte también hay que creerlo, y creerlo es como aceptar un padecimiento terminal.
«Sí, me doy cuenta de que las familias son un ente vivo, un ser maravilloso, las familias unidas son una sola persona, una sola memoria, y mueren como un solo ser».
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