sábado, 25 de abril de 2020

ARDERÁS EN LA TORMENTA de John Verdon


«El sol había quedado oculto hacía mucho por el frente de nubes bajas. Hubo una ráfaga de aire frío por el claro y empezó a caer la lluvia, que convirtió las petunias pulverizadas que cubrían el suelo en una infinidad de motas rojas. Como si la propia lluvia estuviera convirtiéndose en sangre.»
John Verdon es un escritor que tras seis publicaciones ha consumado su pluma y ligado su nombre al thriller policial. Nacido en New York, ávido lector de Agatha Christie, Arthur Conan Doyle y Ross MacDonald y motivado por su esposa, decidió crear una historia que tuviera todos los elementos para convertirse en uno de esos relatos que se ganan fácilmente al lector a través de un personaje central, un arquetipo de detective heroico moderno.
Verdon creó a Dave Gurney, como una imagen estilizada e idealizada de sí. Gurney tiene sobre sus hombros la personalidad y carácter de Verdon. Es listo, tenaz, pero obstinado y rebelde, posee mucha experiencia y además tiene un pasado relativamente traumático y esquivo para validar sus riesgosas acciones presentes. Pero un héroe no es nada sin un villano, aunque en este contexto el villano suele ser nada sin su proceso y método. Dentro de sus relatos Verdon se concentró en crear complejos sistema para cometer asesinatos y despistar a la policía, enigmas intrincados que eran necesarios resolver antes de que cobrará más víctimas. El primer título se llamó Sé lo que estás pensando. Tuvo el suficiente éxito para traer otras cinco entregas de ese inspector retirado que se niega a aceptar la vida pacífica de los suburbios, que no entiende el significado de jubilación.

Las historias de Verdon no tienen un enfoque literario, son notoriamente escritas para entretener y tienen un ritmo de acción más hollywoodense. La trama central encaja sin dificultad para el guion de una película o quizá una serie que últimamente se han vuelto tan populares y de moda. La vida real no encaja en los patrones de la novela policial, menos en las historias de Verdon. En la realidad que vivimos, esa a la que todos los días nos enfrentamos, los asesinos no planifican sus crímenes de esa manera tan teatral y mediática. Los asesinatos que resuelve Gurney son demasiado complejos como para poder soportar todo el peso racional y emocional de los victimarios, además que las motivaciones son forzadísimas.

¿Qué es más fácil? ¿Qué un asesino en serie venga y seleccione aleatoriamente, por los motivos que sea, a una persona y luego la ataque, torture, viole y mate, o que haga un elaborado método de pistas falsas para confundir a la policía, eligiendo a sus víctimas meticulosamente a través de un críptico sistema que ha creado, para luego acabar con una vida súbitamente y sin más? La realidad es más visceral, fría y directa. Jeffrey Dahmer, por ejemplo, ubicaba a sus víctimas en su propio vecindario, se ganaba su confianza, luego las embriagaba, secuestraba, torturaba, violaba, las asesinaba y finalmente las mutilaba, humillaba al cadáver y hasta comía partes de este. Muy crudo, brutal y enfermo lo que hacía Dahmer, pero es el arquetipo del asesino serial.

Verdon por otra parte comprende que lo que busca un lector de novelas policiacas o de misterio es ser parte de la investigación del personaje, armar un rompecabezas, entre más intrincado mejor, aunque sin caer en extremos. Verdon apuesta a entretener y lo logra. Y a pesar de que existe una dosis de violencia entre las escenas que expone, ninguna es alarmante y cae dentro de lo esperado.

He aquí la sinopsis del libro:
«La tensión ha ido en aumento en White River. El inminente primer aniversario de la muerte de un motorista negro por el disparo de un policía local inquieta a una población económicamente deprimida y racialmente polarizada. Se han pronunciado discursos incendiarios. Han empezado manifestaciones airadas. Ha habido casos aislados de incendios y saqueos. En medio de toda esta agitación, un francotirador mata a un agente de policía y la situación se descontrola. El fiscal de distrito del condado acude a Dave Gurney, detective de homicidios retirado del Departamento de Policía de Nueva York, con una extraña propuesta: quiere que Gurney lleve a cabo una investigación independiente del homicidio y que le informe directamente a él. Pese a tener algunos recelos sobre la singular oferta, Gurney termina por aceptar el encargo. Sus dudas se intensifican todavía más cuando conoce al tremendamente ambicioso jefe de policía local, en cuyos métodos agresivos y posiblemente ilegales podría hallarse el origen de la inquietud de los ciudadanos.
La situación en White River se vuelve realmente tensa cuando se producen más muertes en lo que parece ser una escalada de venganzas. Sin embargo, cuando Gurney se pregunta por la verdadera naturaleza de todo este baño de sangre y se centra en aspectos peculiares de cada uno de los homicidios, el fiscal del distrito le ordena desvincularse de la investigación. Obsesionado con los indicios que no corroboran la versión oficial de los hechos, Gurney decide actuar por su cuenta. A pesar de la intensa oposición de la policía, así como de peligrosos fanáticos que acechan en las sombras, Gurney empieza a descubrir un asombroso entramado de engaños, entre ellos, lo que podría ser el plan de incriminación más diabólico jamás concebido. La respuesta a esta tenaz investigación se vuelve cada vez más violenta a medida que Gurney se acerca a la verdad que se oculta tras los crímenes. Al final, cuando logra desenmascarar al monstruo que maneja los hilos, Gurney descubre que en White River nada es lo que parece.»
Después de haber presentado la sinopsis y tomando en cuenta que sabemos que esto es una serie de novelas cuyo personaje central es Dave Gurney debemos concluir dos cosas: la primera es que no importa que tan hundido esté en el excremento, Gurney siempre logra salir bien librado, limpio y perfumado, siempre hay un oportuno Deux Ex Machina que fastidia un poco. Pero que se le va a hacer, si Gurney muere a Verdon no le quedaría otra opción que crear un personaje con los cuales sus lectores se vuelvan a sentir identificados y eso de crear personajes de cero en cada libro agota a los escritores sin mucha experiencia. Mejor partir de un viejo conocido y que este adapte la trama a su conveniencia. Probablemente Verdon esté apostando por convertir a Gurney en el Sherlock Holmes moderno. La segunda conclusión: para que Gurney sobreviva el antagonista o villano debe perecer y creo que esto es más por una firma personal de Verdon que por la propia necesidad de la trama. Siempre me ha disgustado llegar a la página en que el asesino es muerto por alguna situación estúpida. Después de haber sido un excelente planificador, perece por un infantil error. La muerte del asesino veda la legitimidad de un juicio. Los juicios son ese cierre de página tan necesario para las víctimas. Sentir que la persona que les hizo daño será sometida al sistema de leyes que hace que la sociedad funcione, que se hará justicia.

En Arderás en la tormenta nuevamente tenemos a un asesino planificador, a una mente maestra criminal, capaz de incriminar a otros de sus delitos y hacer de una venganza personal un caos racial. Todo esto debidamente trazado en una hoja de ruta, cuidadosa y meticulosamente ejecutada. Pero luego aparece Gurney y se desbarata todo. El villano ya no es ni preciso ni racional. Y eso pasa en este libro como en todos los anteriores. Cada asesino tuvo la oportunidad de acabar con Gurney de una forma expedita, pero les daba por convertirse en copias de los villanos de James Bond, haciendo intrincadas trampas para matar lentamente al héroe y que siempre fallan. Sin mencionar los pormenores del cliché del villano locuaz que devela todos sus planes sin que se lo pregunten.

A mi parecer ya va siendo hora de que Verdon jubile definitivamente a Dave Gurney. Seis libros van marcando una tendencia y eso limita el grado de sorpresa que el lector pueda tener con los giros argumentales típicos. De entrada, uno sabe que Gurney siempre se fija en detalles pequeños, en cosas que no tienen sentido, y que cuando se bloquea alguien le sopla una clave que le ayuda terminar de resolver el puzle. También ya es usual que, aunque lo echen de la investigación, seguirá hasta el final por su propia cuenta. Que no le importa poner en riesgo su vida o la de su familia, igual, Gurney obtiene su placer de descifrar casos y desenmascarar asesinos, la vida de retiro es muy aburrida para él. Si Verdon hiciera un séptimo libro –qué seguro estará trabajando en ello–, esperaría que Gurney se enfrentara a un caso tan personal que en el proceso muriera la esposa o el único hijo que le queda, para hacerlo diferente y no caer en la trampa de siempre. Cuando esperas un giro argumental, se cancela el efecto sorpresa.

He de confesar que con el tiempo la calidad de las metáforas que utiliza Verdon han mejorado significativamente. Es una novela que entretiene, por supuesto. Cumple ese cometido. Pero tampoco debemos olvidar que viene con una fórmula de apostar por lo seguro. 

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