viernes, 24 de abril de 2020

CONTROLARÉ TUS SUEÑOS de John Verdon


«En un estado de desconcierto total, continuó conduciendo carretera arriba, más allá del granero, más allá del estanque, a lo largo del camino del prado. Al aparcar junto a la puerta del lavadero, divisó un gavilán colirrojo. Volaba dando vueltas sobre el campo que separaba el granero de la casa. Los círculos irregulares que describía parecían centrarse en el corral adjunto al gallinero. Bajó del coche y observó al depredador, que sin ninguna prisa dio otra vuelta lenta al circuito antes de enderezar su rumbo de vuelta y perderse de vista planeando sobre el bosquecillo de arces que bordeaba el prado.»
De director creativo en agencias publicitarias de New York a escritor de novelas policiales en su retiro que le han dado la vuelta al mundo. John Verdon es un claro ejemplo de que nunca es tarde para perseguir tus sueños y que ser ávido lector y autodidacta da resultados. La serie Dave Gurney continúa en su quinta entrega con Controlaré tus sueños. ¿Será este un caso que no podrá resolverse? Por supuesto que no. Vamos a por la reseña.

Todos los títulos traducidos al español de la obra de Verdon lo componen una oración imperativa y con cierta gracia funesta, es como una oscura marca de fábrica que la editorial pretende forjar: Deja en paz…, No confíes…, No abras los..., Sé lo que…, Controlaré… Con el tiempo nos hemos acostumbrado a los títulos y a las portadas, que también tienen un lado sombríamente creativo.

Cada libro de la serie es completamente independiente y no importa si se empieza por el cuarto y luego se pasa al primero, son comprensibles por mérito propio. Como ya lo hemos visto y leído en todos los libros anteriores, Gurney quiere disfrutar de su retiro en su bonita casa en las afueras de la ciudad, una casa grande que colinda con un bosque y que prácticamente no tiene ningún vecino cercano. Un lugar para respirar el aire más puro, para practicar la jardinería, para tener una proximidad con la naturaleza. Gurney, aunque retirado, anda en la mitad de sus cuarenta, igual que su esposa, Madeleine, no hay niños pequeños ni otras responsabilidades. Esta pareja podría estar viviendo una luna de miel interminable en un paraíso rural si así lo quisieran. Por otra parte, Gurney dice estar cansado del trabajo policial y detectivesco, no quiere saber más de casos, de asesinos y crímenes; sin embargo, sus palabras distan de sus acciones, porque en el más breve momento y sin que exista una presión real, se está involucrando en la resolución de un nuevo caso que tiene todos los elementos para ponerle en jaque la vida. Esos casos son tan extraños como difíciles, nadie los puede resolver, nadie excepto él.

La sinopsis de esta novela va de esta manera:
«¿Cómo pueden tener el mismo sueño cuatro personas? ¿Por qué iban a suicidarse después de soñarlo? Cuatro personas que no se han visto nunca y que no parecen tener nada en común explican que han tenido el mismo sueño: una pesadilla recurrente cuyo elemento más inquietante es un cuchillo ensangrentado con la cabeza tallada de un lobo en la empuñadura. Todos los hombres son hallados muertos posteriormente. La policía enseguida descubre que las víctimas tenían dos hechos significativos en común: todos habían pernoctado recientemente en un mismo hotel, viejo y misterioso, de las montañas de Adirondack, y todos habían consultado al mismo hipnoterapeuta. Gurney se apresura a resolver otra serie de interrogantes imposibles, que en esta ocasión desconcertarán tanto a su cabeza como a su corazón.»
Gurney como detective retirado parece un héroe de acción, todas las cosas obran a su favor. Pero como cabeza de un hogar siempre ha sido descuidado con su familia. Con su único hijo prácticamente no hay comunicación, casi que desconoce a qué se dedica y qué es de su vida. Este muchacho ya es un adulto y es producto de un matrimonio anterior. De su esposa, ni hablar, la descuida demasiado y la deja muy distante, no la escucha hasta que ella se ve afectada directamente con sus obsesiones por los casos. En esta ocasión Gurney lleva su poco cuidado con la familia a otros extremos, todavía mucho peor, convence a su esposa a pasar unas vacaciones en el hotel donde estuvieron las cuatro personas que después tuvieron pesadillas y se suicidaron.

La premisa de la novela es interesante, tiene su originalidad y creatividad, como suele pasar con las obras de Verdon. Tal parece ser que aquí habría que trascender en el plano de lo real y adentrarse en los terrenos pantanosos de lo sobrenatural, de los planos existenciales y de los sueños. Pero una de las características de Dave Gurney es su marcado y persistente escepticismo por lo que no cree que haya nada que no tenga una explicación lógica y racional. Sabe que si encuentra el nexo de las muertes terminará encontrando la verdadera motivación de estas, y en consecuencia surgirá un asesino a quien atrapar. Gurney aborda el caso con la premisa de que los suicidios son asesinatos disfrazados.

Como es usual en los relatos de Verdon, los clichés van y vienen. Un defecto que obviamente heredó de las novelas policiacas que ha leído y del cual ya se acostumbró tanto que es difícil deshacerse de él, principalmente cuando su personaje principal tiene media docena de estos clichés. El problema es que siempre daremos por sentado que los personajes principales no les pasa nada. Cuando llegamos al nudo y a los giros de la historia, nunca sentimos el verdadero peligro porque damos por sentado que Gurney se librará con un Deux Ex Machina y que el asesino morirá por alguna estupidez que convenientemente se le salió de control. 

Gurney resulta en ocasiones demasiado limpio y bueno como para ser real. Encaja perfectamente en el concepto de Gary Stu, puesto que es un alter ego, por así decirlo, del autor, toda la trama al final se corrige y alinea para salvarlo y hacerlo parecer el héroe del día. Siempre está listo e incólume para una nueva aventura en la siguiente novela y al parecer ninguno de los hechos vividos, a pesar de que lo llevan al límite, parecen afectarle ni crearle traumas.

De lo anterior el por qué las novelas negras en ocasiones tienen otro sabor y sazón. El policía, detective o persona que está investigando un crimen no es imprescindible y tiene sus propios pecados, no es completamente bueno y los villanos tampoco son completamente malos. El crimen tiene otras motivaciones y la solución de este no es el eje que mueve la trama. No se puede predecir el desenlace de la historia y eso es lo que la hace más atractiva o repulsiva. La novela policial es más al estilo Sherlock Holmes: investiga, encuentra pistas, sigue investigando, encuentra más pistas, ahora hay dificultades, aun así sigue adelante, y luego el asesino se descubre prácticamente solo y empieza el enfrentamiento de uno a uno. Al final el bueno gana y el malo pierde. ¿En dónde está la gracia entonces de una novela policial? En las pistas, que como piezas de rompecabezas toman forma en la mente del lector y es él quien junto al protagonista resuelven el caso.

Controlaré tus sueños fue un poco más atrevida porque salió de los típicos procedimientos ya presentados en las anteriores novelas y construyó un ambiento un tanto más claustrofóbico. El ritmo y fluidez son el brillo de la narrativa. Entretiene y lo hace bastante bien.
«La verdad está sobrevalorada. Lo que en realidad necesitamos es una forma de ver las cosas que haga que la vida sea vivible.»

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