«La carretera a Colton serpenteaba entre las montañas, ascendía y descendía, ofrecía vistas pasmosas de las frondosas estribaciones y luego se sumía en valles sembrados de grupos de cabañas ruinosas y caravanas con coches hechos polvo dispersos por ahí. Se aferraba a riachuelos con rápidos poco profundos y agua lo bastante clara para beberla, y justo cuando la belleza empezaba a arraigar, pasaba por delante de otro asentamiento de casas diminutas y abandonadas, unas pegadas a otras, a la sombra eterna de las montañas.»
John Grisham, el referente del thriller legal por antonomasia, nos sorprende con El Secreto de Gray Mountain. La sorpresa no es porque tengamos en nuestras manos un libro con ideas progresistas o que aborde casos que levanten polémica, que toque esa vena crítica del sistema de leyes o que sacuda los cimientos de la justicia y su significado. La sorpresa viene porque El secreto de Gray Mountain es la novela legal menos legal de todas. Grisham dejó escapar una gran oportunidad no ahondando lo suficiente en la industria minera de Estados Unidos que desde sus orígenes no ha estado exenta de vicios y crímenes. Obviamente la minería es una explotación de los recursos, pero muchas veces esto es a costa de la destrucción de la naturaleza. Si salimos de las fronteras del tío Sam, veremos que las mineras son un polvorín, cajas de pandora que nadie quiere abrir.
El personaje principal de Gray Mountain, Samantha Kofer, es una abogada y lo que le pasa tiene que ver más con la burbuja hipotecaria que desató la crisis del año 2008 que con su carrera en leyes. La clasificación de thriller legal se sostiene únicamente por ese aspecto, pero francamente considero que está más cerca de las propuestas de ficción no legales del autor que de sus thrillers legalistas habituales. Pensemos que Samantha es una auditora, contadora o especialista en finanzas y acomodemos algunos puntos por aquí y otros por allá y notaremos que la historia se sostiene igual.
Debo confesar que en El secreto de Gray Mountain siento distante al autor del Informe Pelícano, El cliente y Tiempo de matar. Da la impresión de que no estamos leyendo a Grisham. No existió en ningún momento esa sensación de premura y urgencia, tampoco la argumentación legal expositiva y propositiva acostumbrada. La lectura se mantiene con la esperanza de que en algún momento llegará un verdadero giro que sacudirá los capítulos finales y nos hará decir en silencio «valió la pena», pero eso no sucede.
Encasillar a un escritor en un género trae sus complicaciones. Hacemos juicios de valor basándonos en sus anteriores obras. Quedamos ensimismados en el dicho todo tiempo pasado fue mejor. Por otra parte, cuando un escritor se vuelve un bestseller tiene que cumplir contractualmente con cierto número de libros en un período de tiempo, que puede ser un libro cada año o uno cada dos años. Esto puede minar la calidad de la historia. Aunque allí muchos pueden rebatir que lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta, poniendo como escudo la calidad literaria. Pero seamos francos, Grisham es un autor que tiene muy claro que no hace literatura, sino entretenimiento, por lo que la historia sí tiene un peso determinante. Al final de cuentas, el nombre del escritor se vuelve una marca, Grisham es una marca. Lo peor que puede pasar es que alguien escriba una historia y haga uso de esa marca al estilo de Dumas. Eso es difícil de probar y dudo mucho que este sea el caso.
He aquí la sinopsis:
«Hace una semana Samantha Kofer trabajaba en una prestigiosa firma de abogados de Nueva York. Ahora trabaja gratis en una asesoría legal para clientes sin recursos en una pequeña ciudad de Virginia. La caída de Lehman Brothers supuso para ella la pérdida del trabajo, de la seguridad y del futuro. Su mundo no tiene nada que ver con su vida pasada de peces gordos y bonos desorbitados. En la actualidad se enfrenta a clientes reales con problemas reales en las tierras del carbón, donde la ley es diferente y defender la verdad significa poner en peligro la vida. Su nuevo jefe se dedica a demandar a las compañías mineras por los destrozos medioambientales que están devastando la comarca, y mucha gente lo odia por ello. La vida de Samantha ha dado un giro de 180 grados.»
Por regla general un libro de casi quinientas páginas debe ser capaz de enganchar no más allá de la página treinta. Es el margen que tiene el escritor para ordenar las ideas, presentar los personajes principales y sacar su primera carta. En libros de más de mil páginas pues uno tolera hasta la página cien. Recuerdo cuando empecé a leer Los pilares de la tierra de Ken Follet, donde no sabía si seguir o abortar la lectura porque para un libro de tales proporciones había que pensárselo, fue hasta la página 150 que me enganchó y desde allí me fue imposible soltarlo. It de Stephen King no necesitó tantas páginas, creo que en las primeras diez todo estaba listo para que el lector se enamorara de esa obra y nunca olvidase a Pennywise. Pero regresando a El Secreto de Gray Mountain, fue hasta la página 275 que me sentí enganchado para luego un ciento de páginas después perder el ritmo y por tanto el interés. Fue un libro que me costó terminarlo por lo insípido y aburrido que resultó cada capítulo. Quizá en un futuro le de otra oportunidad. A veces los libros están bien y el tiempo en que se leyeron era el equivocado.
Durante la lectura me dio la impresión de que Grisham no sabía qué quería con este libro, no hay una dirección clara de adónde va; cuando apenas empezaba a notar una orientación al poco rato resultaba que siempre no. Así que parece más un mal intento de replanteamiento existencial de la profesión de abogado; que da igual, bien podría ser también un doctor, un vendedor inmobiliario o lo que sea. Si es una respuesta para mejorar la imagen de la profesión de abogacía que siguen los jóvenes que se interesan por el derecho, lo hizo mejor con su novela Causa justa, la cual tiene una historia de mayor valor, una narración más fluida y cumple con creces su propósito, entretener mientras nos hace reflexionar sobre las leyes. El secreto de Gray Mountain es una introspección mal esbozada que puede saltarse.
Ni siquiera el personaje principal, esa abogada que está pasando un mal momento, logra empatizar con el lector. Me tenía sin cuidado lo que le pasara. Creo que es el personaje principal más acartonado creado por Grisham, con tanta profundidad como un charco. Y el supuesto conflicto, ese nudo narrativo, nunca parece tal. Samantha tiene problemas con su padre, pero igual se comunica con él como que nada pasara. Tiene problemas con las personas del lugar, pero igual da, sigue el curso de las cosas de la manera más predecible posible. Cuando la historia es coja, la narración y los recursos narrativos son los que salvan una obra. Grisham no lazó ningún salvavida a Samantha Kofer.
En conclusión, El Secreto de Gray Mountain o simplemente Gray Mountain –título original–, es una novela más de Grisham que pasará en su bibliografía sin pena ni gloria. Es una de esas novelas hechas con el único objetivo de cumplir con el contrato editorial. Con John Grisham en ocasiones tenemos diamantes, y en otras carbón, hoy nos tocó lo último.
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