martes, 14 de abril de 2020

DEVORADORES DE CADÁVERES de Michael Crichton


«El barco había amarrado a la hora de las plegarias de mediodía y pedí perdón a Alá por no haber hecho la súplica. La verdad es que no había podido rezar en presencia de los nórdicos, por considerar ellos que mis plegarias eran una maldición, y por tanto haberme amenazado de muerte si rezaba en su presencia.»
Este libro fue publicado en 1976 bajo el título Devoradores de cadáveres, un nombre algo tramposo porque no le hace completa justicia a su contenido, cierto que aparece algo de canibalismo, pero la historia se centra más en la aventura y heroísmo. Tras la adaptación cinematográfica en 1999, hubo un cambio en el título en las ediciones posteriores y pasó a conocerse como El guerrero número 13, dejando el nombre original como un subtítulo. Todavía el nombre seguía siendo inapropiado, pero mejoró. De las obras de Crichton, esta es de mis favoritas.

Michael Crichton es uno de esos escritores que previo a escribir su próxima novela dedicaba una cantidad ingente de horas para entender y comprender el contexto de su narración, ya sea en ciencia o en historia. Siempre he admirado esa dedicación a sus novelas, donde no se conforma con aportar entretenimiento, sino información que amplía nuestra cultura, conocimiento y perspectiva. Publicó este libro hace más de cuarenta años y es uno de los más interesantes en su bibliografía, por el estilo narrativo que utilizó. Esta obra emula un falso documental. Una traducción directa y editada de un manuscrito antiguo. Cualquiera que ignorara quien es Crichton creería que lo que está leyendo es un relato real y auténtico, difícilmente sospecharía que se trata de ficción.

Los vikingos fueron un conjunto de pueblos nórdicos con una cultura y tradición propia. Eran temibles guerreros y grandes navegantes. Los paganos más admirados de toda la historia. Lamentablemente no gozaban de los adelantos de las civilizaciones del mediterráneo. No eran más que bárbaros de la edad del hierro, cazadores y saqueadores. Toda su historia se conoce por lo que otros cuentan de ello. Muy diferente a lo sucedido con los babilonios, los egipcios, los helenos, los romanos, entre otros, que nos dejaron su vasto conocimiento, su cosmovisión a través de su arte, escritura, códices, arquitectura, etcétera. Los vikingos carecían de muchos de estos recursos. Vemos runas y cierto arte; sin embargo, para la mayoría de ellos de nada servía si no sabían leerlas ni entenderlas. Su historia fue un legado básicamente de transmisión oral; y con el tiempo los hechos se convirtieron en leyendas y las leyendas en mitos. Lo que sabemos hoy de los vikingos son lo que sus restos hablan o de lo que otros pueblos hablan; a partir de ese hecho, la imaginación es el límite y nosotros podemos crear nuestras historias en un mundo tan frío y hostil como incógnito y prístino.

Una de las leyendas más famosas y heroicas de la tradición europea es Beowulf. Creo que todo aquel que haya leído el poema se encontró con la apoteosis del héroe. Rivaliza con Sigfrido y hasta con el mismo Aquiles. Crichton quedó maravillado con Beowulf. A partir de ese momento siempre buscó la manera de hacer de ese poema, de esa leyenda, una narración que profundizara en su origen, omitiendo los hechos fantásticos. Buscando la fórmula perfecta para exponer la humanidad y el sacrificio del héroe. 

Crichton quería una narración fáctica, tan real y creíble como la describiría un narrador moderno. El problema era el cómo. Si lo hacía a través de una novela histórica, no sería tan diferente de pasar del poema a la prosa, y tenía una limitante con las fuentes. Hay varias novelas que tratan sobre los vikingos, pero estas buscan una épica fantástica más que un apego a los hechos históricos. Sería muy difícil no caer en los vicios del anacronismo.

La constancia germinó en una idea, la de un falso documental. Esa herramienta narrativa era nueva para él. Partiría con la traducción y la ampliación de los fragmentos de un inventado manuscrito de Ahmad ibn-Fadlan, un árabe muy devoto de la fe musulmana que viajó al oscuro y gélido norte en una misión ordenada por su califato. En esa misión se vio envuelto en varias vicisitudes que terminaron en otra misión alterna, pero de la mano con los vikingos, una misión que no sólo lo conducirá a narrar ciertos hechos que guardan mucho paralelismo con Beowulf, sino que serían en realidad la génesis misma de la leyenda.

De la leyenda nace de un hecho, pero con la tradición oral se embellece y ensalza. Crichton dejó de un lado las sutilezas y encontramos rápidamente las semejanzas de su inspiración. El héroe carismático, sabio líder y fuerte guerrero se llamó Buliwyf; a este lo siguieron doce guerreros, once nórdicos y un árabe, ese último que en realidad no es un guerrero sino un musulmán letrado enviado como emisario hacia Bulgaria antigua para abrir rutas de comercio. El demonio Grendel era un pueblo de neandertales caníbales denominado los wendol que acechaba y diezmaba un reino a las costas de Vendel, cuyo rey era Rothgar. El dragón era una formación de batalla de los wendol, llamada el dragón luciérnaga Korgon y la madre de Grendel era en realidad la reina de los wendol. Y qué más decir sin invadir de más spoilers. Aunque Crichton buscaba evadir los anacronismos, terminó enamorándose de uno, los neandertales. Ellos se extinguieron –o los extinguimos– hace aproximadamente treinta mil años, pero le pareció atractiva la idea que nuestro héroe vikingo acabara con el último reducto de esta especie humana.

Recomiendo leer a Beowulf y después leer la obra de Crichton, de lo contrario no se disfrutará la lectura de la misma manera. 
«No elogies el día hasta que llegue la noche; a una mujer, hasta que haya sido quemada; el hielo, hasta que haya sido atravesado; la cerveza, hasta que haya sido bebida.» Proverbio vikingo.
Lo que admiro de Crichton es que la parte documental no es del todo ficción; y esto porque su relato contiene una serie de información y datos reales del arte, costumbre, tradiciones, creencias, y otros aspectos propios de la cultura vikinga. Y que la apreciación del que vive la aventura es un calco del pensamiento de un musulmán en el medioevo. Crichton también enriquece la narración con extensivos pies de páginas, explicando puntos específicos relacionados a la geografía políticas u otros pormenores que como lectores tendríamos por una extrañeza. Aunque esto termina restándole fluidez al ritmo del relato, pero se agradece mucho ese complemento académico.
«Los animales mueren, los amigos mueren, y yo moriré, pero una cosa nunca muere, y es la reputación que dejamos al morir.»
Como lo mencioné al inicio, existe una película basada en el libro. Está interpretada por Antonio Banderas y creo que es el único que vale la pena mencionar, porque es el único famoso en la pantalla. ¿Qué decir de eso? La película fue un fracaso en la taquilla y sin duda puede que esté condenada al olvido, no creo que siquiera Netflix la tenga o vaya a tener en su catálogo. La vi un par de veces y nunca me terminó de convencer. El libro tiene impregnada la seria emoción y estupor del testigo extranjero en tierras lejanas cuyas costumbres no comprende. Aunque sobrevive a todas las pruebas, no es el héroe, sino el narrador. La película por otra parte elimina el factor sorpresa, de aventura y descubrimiento. El enfoque del director hubiera funcionado de haber filmado una especie de El Hobbit, una versión más oscura y madura, y obviamente, haber tenido entre las manos a manera de consulta a Beowulf.

En todo caso, quedémonos con la historia contada por Crichton y talvez, en un futuro, alguien pueda realizar un buen guion que rescate el espíritu y la esencia de esta obra.
«Si todos cuantos rodean a uno creen algo en particular, muy pronto uno mismo se sentirá tentado a compartir la misma creencia.» 

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