«Es algo que sucede cuando muere la gente: la discusión desaparece con ellos, y personas tan llenas de defectos mientras respiraban que a veces eran casi insoportables ahora se muestran de la manera más encantadora, y lo que menos te gustaba anteayer se convierte, en la limusina detrás del coche fúnebre en una causa no sólo de regocijo solidario sino incluso de admiración. En cuál de estas estimaciones radica la realidad más amplia (la que no es caritativa y se nos permite antes del funeral forjada, sin faramalla, en la escaramuza de la vida cotidiana, o la que nos llena de tristeza en la reunión familiar posterior) ni siquiera puede determinarlo una persona independiente. Ver un ataúd que desciende a la fosa puede obrar un gran cambio en los sentimientos (de repente descubres que no estás tan decepcionado con esa persona que ha muerto), pero ignoro lo que la visión de un ataúd obra en la mente que busca la verdad.»
Philip Roth fue un destacado escritor estadounidense, célebre por su aguda exploración de la identidad, la sexualidad y las tensiones existenciales de la vida moderna americana. Su obra más controvertida, El lamento de Portnoy publicada en 1969, lo catapultó a la fama con su audaz y humorística exploración de la represión sexual y la neurosis. A lo largo de su carrera, Roth mantuvo un enfoque constante en temas fundamentales, como el conflicto entre el individuo y la sociedad, reflejado en obras posteriores como Pastoral americana que le valió el Premio Pulitzer en 1998 y es considerada una de sus mayores obras. Roth mostró un rigor literario que se reflejó en su prosa detallada y lo ubicó en entre los escritores estadounidenses más destacados del siglo XX.
El término «pastoral» tiene una tradición literaria que evoca una vida bucólica y tranquila, un paisaje idílico rural asociado con la paz y la armonía en la naturaleza, muy presente en la poesía europea desde la antigüedad. Philip Roth, al titular su novela Pastoral americana, juega precisamente con esa connotación clásica de la pastoral, asociada a una vida simple y perfecta, libre de los problemas de la vida moderna. Sin embargo, el adjetivo «americana» introduce una ironía devastadora, ya no estamos en el campo, sino en la ciudad. Roth explora cómo el «sueño americano», simbolizado por el protagonista de la obra, Seymour «El Sueco» Levov, y su vida aparentemente ideal en los suburbios, se corrompe debido a las convulsiones políticas y sociales de los años sesenta. En lugar de paz, la vida del protagonista es invadida por el caos, la violencia y el desmoronamiento de los valores tradicionales. Así, el título refleja ese contraste entre la promesa de una vida pastoral y el choque brutal con la realidad americana moderna, donde las tensiones raciales, políticas y familiares destruyen cualquier noción de armonía idílica. No obstante, antes de continuar con la reseña, he aquí la sinopsis:
«Seymour Levov, el Sueco, atleta mítico en la escuela secundaria, afectuoso padre de familia, trabajador infatigable y acomodado heredero de la fábrica de su padre, llega a la mayoría de edad en la Norteamérica próspera y triunfante de la posguerra. Solo quiere hacer las cosas bien y llevar una vida tranquila. Pero la historia es más fuerte que él y le arrastra sin remedio cuando su hija Merry participa en un acto violento contra la guerra de Vietnam. Las devastadoras consecuencias alejarán al Sueco de cualquier esperanza de felicidad o coherencia espiritual.»
El término «sueño americano» fue acuñado por James Truslow Adams en 1931, y representa la idea de que cualquier persona, sin importar su origen, puede prosperar en Estados Unidos a través del esfuerzo y el mérito. Este ideal no es del todo una falacia, ya que la estructura económica y social del país permite historias de éxito y movilidad social. Sin embargo, el camino hacia ese sueño no es fácil ni garantizado. En realidad, cada individuo debe forjar su propio trayecto con trabajo y determinación, y el éxito logrado suele distar de la visión utópica del sueño original. En la literatura, el «sueño americano» ha sido tanto exaltado como desmitificado. Autores como Horatio Alger y Willa Cather glorificaron la idea del ascenso social, mientras que F. Scott Fitzgerald y John Steinbeck mostraron sus limitaciones y las desilusiones asociadas. Escritores contemporáneos como Raymond Carver o Don DeLillo han profundizado en la angustia y el vacío que puede acompañar al éxito, revelando las contradicciones inherentes a este ideal. Así, el «sueño americano» es un horizonte condicionado por las luchas personales y sociales que lo convierten en una realidad esquiva.
Probablemente, entre los escritores contemporáneos, Philip Roth haya sido quien más incisivamente desmenuzó las fibras del sueño americano, o al menos aquello que subyace a su promesa y contradicción. En Pastoral americana hallamos la obra que mejor representa este esfuerzo. Roth toma como protagonista a Seymour «El Sueco» Levov, un hombre nacido en 1927, de ascendencia judía que parece encarnar a la perfección el ideal estadounidense: guapo, alto, rubio, simpático, amistoso, atento, amable, carismático, exitoso, atlético, ejemplar. Sin embargo, Roth no se conforma con la fachada. Nos lleva a ver cómo esa perfección aparente se desmorona frente a las turbulencias sociales y políticas de los años sesenta, revelando la fragilidad del «sueño» frente a los conflictos raciales, la violencia interna y las tensiones familiares. Roth nos sugiere que el sueño, más que una promesa, es una trampa cultural, una narración insostenible.
Pastoral americana es la obra cumbre de Philip Roth, y el motivo principal por el que ganó el Premio Pulitzer en 1998 reside en su capacidad para capturar con maestría las fracturas del «sueño americano». A diferencia de muchas otras novelas que han sido galardonadas con este premio, Pastoral americana sobresale por la ambición con la que aborda los grandes conflictos de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos: la tensión racial, las revueltas de los años sesenta, el desmoronamiento de las estructuras familiares, todo ello con una prosa lúcida y envolvente, que quizá esto último es porque ya nos enredamos tanto que no podemos soltar la historia sin importar a donde nos lleve. Lo que distingue a la obra es, sobre todo, su profundidad psicológica con un tono nostálgico perenne y su ironía devastadora que arroja dolor donde se debe apariencia. Roth no solo narra la caída del ideal americano, al menos esa idea de la oportunidad utópica, sino que lo hace desde una perspectiva que combina reflexión, melancolía y una crítica a los mitos nacionales. Pocas novelas han logrado tejer de manera tan fluida y orgánica lo personal y lo social, lo íntimo y lo histórico.
Pastoral americana es una novela difícil de leer, no lo negaré, no solo por su densidad narrativa, sino porque a menudo exige que el lector regrese varias páginas, si no decenas, para situarse nuevamente en el contexto y comprender dónde está el protagonista o narrador o qué está ocurriendo. En lo personal regresé al inicio del libro cuando llevaba un tercio de lectura, me fue necesario hacerlo y fue la mejor decisión porque noté detalles que antes se me habían escapado. El narrador de la historia, Nathan Zuckerman, nos relata la historia de Seymour «El Sueco» Levov, el hermano mayor de Jerry, uno de sus amigos de la infancia. «El Sueco» siempre fue una figura a la que Zuckerman admiró: un atleta ejemplar, casi mítico, la clase de hombre que él mismo habría querido ser, pero nunca por asomo de envidia, sino como auténtica admiración, como si contemplara a un héroe. La novela comienza con un Zuckerman adulto, ya viejo, evocando su propio pasado para, en realidad, narrarnos el pasado de «El Sueco». Lo que al principio parece el presente, en realidad es un pasado más reciente, cuando Zuckerman, ya en su madurez, se reencuentra brevemente con «El Sueco». Poco después, durante una reunión de exalumnos, Zuckerman se cruza con Jerry, quien le informa que su hermano ha muerto y le revela varios detalles familiares. A partir de aquí, el relato entra en una especie de ensoñación o disgregación narrativa, y el lector se encuentra dudando si lo que se nos cuenta es algo que realmente ocurrió, algo que el narrador imaginó, o una combinación de ambos. La estructura de la novela no es completamente lineal; aunque sigue una cierta secuencia cronológica, está llena de pliegues, capas y perspectivas. A pesar de contar con un solo narrador, este recurre a un modo subjetivo, adaptando la narración según lo que conviene a los personajes, lo cual intensifica la ambigüedad y la riqueza del relato.
Pastoral americana no es, de ninguna manera, una novela convencional. Resulta complicado, incluso, decir con exactitud qué ocurre en ella, porque lo que sucede no es lo más importante, o al menos no lo es de la forma en que solemos pensar que una historia debería desarrollarse. El narrador, más que contarnos lo que pasa, se entrega a reflexiones que se desvían, que serpentean entre la vida y la muerte, entre el dolor callado y la superficial apariencia de felicidad, entre el éxito y el fracaso, entre el individuo que somos y la sociedad que creemos habitar. Y sin embargo, no dicta sentencias. Se mantiene, por momentos, a una distancia prudente, como si supiera que los hechos son lo que son, sin posibilidad de enjuiciarlos con precisión, porque cualquier juicio, si ha de haberlo, proviene de quien lee, y aun así, ¿cómo juzgar? Las decisiones que toman los personajes no admiten, en la mayoría de los casos, esa simplificación esquemática de lo correcto o incorrecto; están condicionadas por la emoción del instante, por la circunstancia irrepetible que lo envuelve todo, y nosotros, que observamos desde fuera, apenas rozamos la superficie de lo que para ellos es un abismo. No es la novela más difícil que he leído, pero tampoco se ofrece fácil, y su dificultad no tiene que ver tanto con su lenguaje, que en apariencia es sencillo, sino con su construcción. El narrador parece navegar en sus recuerdos, en esa memoria que nunca es lineal, y discurre, se desliza, va y vuelve, como solemos hacerlo cuando pensamos, cuando recordamos a saltos, con interrupciones. Pero lo cierto es que la novela engancha, y no es por las motivaciones de la hija del Sueco, que creemos conocer o que se nos insinúan claras, sino porque en ese posible reencuentro que nunca termina de cerrarse, se filtra el desgaste, el lento proceso de apagamiento que acompaña a todo lo vivo, como si el paso de los años, más que borrar, fuese opacando, restando brillo a lo que antes relucía, encaminándonos, tal vez, hacia la devastación, aunque nunca del todo, nunca de forma absoluta. Al final, Pastoral americana es una novela de gran calado, una de esas que, como una campana, deja resonando su sonido mucho después de haber cerrado el libro. Un eco que no cesa, y que, con cada nueva vibración, parece igual pero siempre trae consigo una leve, imperceptible diferencia, como cada día de la vida misma.
Para cerrar, algunas líneas que vale la pena volver a leer y releer.
«Escribir te convierte en alguien que siempre se equivoca. La ilusión de que algún día puedes acertar en la perversidad que te hace seguir adelante.»
«El exhibicionismo propio de una confesión no ha hecho más que empeorar la desdicha.»
«Uno cree que puede que puede proteger a una familia y resulta que ni siquiera puede protegerse a sí mismo.»
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