martes, 24 de septiembre de 2024

EL SALVAJE de Guillermo Arriaga

«Los aborígenes de una tribu australiana creen que cuando una persona muere viaja con dirección al oeste, hacía el Sol que desciende en el horizonte. En los rayos del atardecer transitan los muertos hacia su noche final, un puente entre la luz y la oscuridad. Excepto los niños. Los niños que fallecen son muertos antes de su tiempo y no merecen terminar en la oscura comarca de la muerte. Por ello permanecen indefinidamente en el limbo naranja del ocaso. Cuando muere alguien que no debía morir, los niños salen del Sol crepuscular y guían al alma de quien pereció de regreso al cuerpo abandonado. El cadáver inhala el alma y se estremece al sentirla volver. El sacudimiento es muestra de que ha revivido. El niño mira al muerto que ha recobrado la vida y satisfecho regresa a su casa, el declinante Sol del atardecer.»

Guillermo Arriaga es un escritor y guionista mexicano, estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Iberoamericana, donde desarrolló su pasión por contar historias. Arriaga es conocido por su colaboración con Alejandro González Iñárritu, con quien coescribió la trilogía formada por Amores Perros, 21 Gramos y Babel, películas que lo llevaron a la fama internacional por su estructura narrativa no lineal y su enfoque crudo y realista. Además, es miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, un reconocimiento a su contribución significativa al cine. Como novelista, ha demostrado ser un narrador destacado con obras como Escuadrón Guillotina publicada en 1991 y El Búfalo de la noche de 1999, en las que aborda temas como la violencia, obsesión y manipulación. A lo largo de su carrera, ha recibido premios como el Premio Mazatlán de Literatura en 2016 y el Premio Alfaguara de Novela en 2020 por Salvar el Fuego

Guillermo Arriaga dedicó más de cinco años a escribir El salvaje, un trabajo que, según el propio autor, lo llevó a explorar los límites de la violencia, la redención y la fragilidad humana. Arriaga, que es bastante conocido por sus estructuras narrativas fragmentadas y sus personajes atormentados, afirmó en varias entrevistas que esta novela era profundamente personal, ya que refleja en parte su propia infancia en el barrio de la Unidad Modelo en Ciudad de México. La historia sigue a Juan Guillermo, un joven que pierde a toda su familia y busca venganza en un contexto de violencia urbana, mientras en paralelo se desarrolla la historia de Amaruq, un cazador del Yukón obsesionado con atrapar a un lobo. No obstante, antes de entrar en la reseña, he aquí la sinopsis:

«A sus diecisiete años Juan Guillermo se ha quedado huérfano y completamente solo. Tres años atrás, Carlos, su hermano mayor, fue asesinado por unos fanáticos religiosos; abatidos por el pesar, sus padres y su abuela mueren. En el extremo de la rabia y la desesperación, Juan Guillermo jura vengarse. El problema es que los jóvenes religiosos están muy bien organizados, gozan del respaldo de gente poderosa, portan armas, han entrenado artes marciales y, para colmo, están confabulados con Zurita, un comandante de la policía judicial. Con esta permanente sensación de vendetta convive una entrañable historia de amor que impide que el protagonista se deslice hacia el vórtice de la autodestrucción.»

El salvaje es una novela de gran extensión, con casi 700 páginas, en la que Guillermo Arriaga despliega un entramado narrativo donde las historias principales se entrelazan con pequeñas anécdotas o relatos paralelos. Estas microhistorias, muchas de ellas oscuras o violentas, están cargadas de una profunda moral o contenido filosófico que busca reflejar la riqueza y complejidad cultural del mundo. Aunque por momentos parecen aisladas o desconectadas, forman parte de un todo coherente, un mosaico que, por su naturaleza fragmentada, no entorpece el ritmo de la narración. Arriaga, fiel a su estilo, no permite que el volumen ni la fragmentación hagan que el lector pierda el hilo. Al contrario, mantiene la expectativa en cada capítulo, incluso cuando ya sabemos lo que va a suceder. Es precisamente esa estructura, la búsqueda de comprender cómo ocurrieron las cosas, lo que nos impulsa a seguir leyendo. Algunas de esas pequeñas historias experimentan con formas casi poéticas o en prosa lírica que, fuera de contexto, podrían parecer inusuales, incluso absurdas. Sin embargo, dentro del libro encajan como piezas imprescindibles, dotando a la obra de una cadencia particular que, lejos de ser ridícula, subraya su extraña belleza y singularidad.

El salvaje de Guillermo Arriaga puede interpretarse como una novela de formación, aunque desde una perspectiva más oscura y visceral que la de los grandes clásicos del género. Juan Guillermo, el protagonista, atraviesa un proceso de maduración marcado por la pérdida, el duelo y el deseo de venganza, elementos que lo moldean de manera irrevocable. Este trayecto recuerda a novelas como David Copperfield de Dickens, donde el joven David se enfrenta a la adversidad mientras forja su carácter, o Jane Eyre de Charlotte Brontë, donde la protagonista lidia con las dificultades de su entorno para afirmar su identidad y moral. Sin embargo, lo que distingue El salvaje es su crudeza: la violencia y la naturaleza salvaje no son meros telones de fondo, sino fuerzas activas en la formación del protagonista, lo cual lo aleja del enfoque más optimista de estas obras. Arriaga introduce un matiz contemporáneo, más cercano a lo leído en La carretera de Cormac McCarthy, donde el aprendizaje y la maduración están teñidos por la brutalidad de la vida.

La historia de Amaruq, el cazador de Yukón, se expone inicialmente como una narración paralela que parece distanciarse de la trama principal. Sin embargo, conforme avanza la novela, uno se da cuenta de que esta historia es clave para comprender los impulsos más profundos del ser humano. Amaruq, en su obsesiva persecución del temible lobo Nujuaqtutuq, no solo enfrenta a la naturaleza externa, sino a su propia naturaleza salvaje, aquella que yace en las profundidades de su ser. El lobo, que en un principio parece ser simplemente su presa, se revela como un símbolo de su propio instinto indómito, ese yo primitivo y feroz que no puede domesticar. La lucha entre el hombre y su instinto es, casi siempre, devastadora: puede forjar a quienes la sobreviven, pero también puede quebrarlos irremediablemente. En un principio, esta historia parecía ralentizar la narración, pero poco a poco descubrimos que es esencial, y que de alguna manera refleja la lucha interna de Juan Guillermo. Ambas historias, aunque distantes en tiempo y espacio, están ligadas por ese conflicto entre el hombre y su naturaleza, y hacia el final se nos revela que no se trata de un giro sorprendente, sino de un destino inevitable, uno que esperábamos y que, a pesar de ello, nos resulta profundamente satisfactorio.

La narración principal, la de Juan Guillermo, está contada en primera persona, lo que nos sumerge en una perspectiva subjetiva e íntima de un joven atrapado por la pérdida y el deseo de venganza. Lo interesante es que, aunque es el Juan Guillermo adulto quien nos cuenta lo que le sucedió, no es tan adulto como se pensaría, siempre es su versión juvenil la que domina el relato, cargada de emociones intensas y crudas. En contraste, la historia de Amaruq, está narrada en tercera persona, lo que crea una distancia deliberada que subraya el carácter mítico y simbólico de su lucha contra el lobo Nujuaqtutuq. Esta alternancia de narradores no solo refuerza la dualidad de las historias, sino que también le permite a Arriaga jugar con el tiempo, la memoria y la percepción. Otro aspecto técnico destacado es la sincronía de eventos aparentemente desconectados, una técnica narrativa recurrente en la obra de Arriaga. Las tramas se entrelazan sutilmente, pero lo hacen de forma que el lector perciba desde temprano que ambos relatos están destinados a confluir. Además, el autor experimenta con el lenguaje, alternando entre un estilo directo y seco, especialmente en los pasajes de violencia, y un tono más poético en los momentos de introspección o en las descripciones de la naturaleza salvaje, especialmente en la historia de Amaruq. Esta variedad estilística añade riqueza a la narrativa y mantiene al lector expectante.

Quizá lo único que me produjo cierta distancia en El salvaje fue la inclusión de la secta fundamentalista de jóvenes católicos, los antagonistas de la historia. Es cierto que el catolicismo, siglos atrás, cometió atrocidades en nombre de Dios, pero situar ese tipo de fanatismo en los años sesenta me resultó, cuanto menos y a mi juicio, anacrónico. Hubiera sentido más verosímil si se tratase de una secta protestante, con su proliferación de movimientos extremos y la figura de un líder que empuja al grupo hacia el fanatismo violento, algo que parece más acorde con el final del siglo XX y lo que va del XXI. Sin embargo, admito que mi percepción puede estar algo contaminada por la óptica moderna, cosas raras siempre han pasado desde Alaska a la Patagonia. Debo recordar que, en América Latina, durante esa misma época, no faltaron sacerdotes católicos insurrectos, incitando a las comunidades a abrazar el comunismo o levantarse en armas contra los gobiernos, y cómo no, los jóvenes siempre son los más vulnerables. De hecho, el catolicismo en México ha tenido figuras ambiguas, en la frontera entre la fe y la subversión. Quizá la secta que describe Arriaga responde a algo más personal, a un recuerdo de su adolescencia, y en ese sentido, la obra tiene legitimidad, aunque no me terminara de convencer del todo. Pero quien soy yo para juzgar, al final no importa la religión, porque en realidad nunca se trató de fe, si no de dominio, control y poder.

El nombre «Colmillo», que Juan Guillermo elige para el lobo que adopta en El salvaje, es un evidente tributo a Colmillo Blanco, la icónica novela de Jack London. No parece un accidente ni una coincidencia, sino una referencia auténtica, que encaja perfectamente con las temáticas compartidas entre ambas obras. Al igual que en Colmillo Blanco, el lobo de Arriaga simboliza la tensión entre lo salvaje y lo domesticado, entre el instinto primitivo y la posibilidad —o ilusión— de civilizarlo. Juan Guillermo, al adoptar a este lobo creyendo que era un perro que parece lobo o es mitad lobo, trata de imponer un control sobre lo indomable, de la misma manera que London exploraba la ambigua relación entre la naturaleza y la cultura. El tributo a London no solo refuerza la dimensión simbólica del lobo en El salvaje, sino que también subraya el legado literario de las luchas del hombre con lo salvaje, dentro y fuera de sí mismo.

El salvaje no solo es una obra que explora los aspectos más oscuros del ser humano, sino que también obliga al lector a enfrentarse a preguntas profundas sobre la vida, la muerte, la naturaleza y el destino. Arriaga teje en su narrativa no solo una historia de venganza, sino también una reflexión sobre la inevitabilidad del sufrimiento y la violencia. Los personajes, tanto Juan Guillermo como Amaruq, atraviesan procesos de autoconocimiento brutalmente transformadores. En este sentido, la novela se convierte en una meditación sobre el salvajismo que cada ser humano lleva dentro, un tema que Arriaga, con maestría, no pretende moralizar, sino simplemente exponer, recordándonos la fragilidad de la civilización frente a los impulsos más primitivos. La tensión constante entre lo civilizado y lo salvaje, entre el instinto y la razón, se desarrolla con una precisión que hace que cada página sea valiosa.

Si eres un lector que aprecia la literatura bien construida, que has disfrutado de autores como Philipp Meyer o McCarthy, El salvaje de Guillermo Arriaga seguramente te hará pasar por una buena experiencia literaria. 

«Las batallas son cortas, las guerras son largas. No importa cuántas batallas pierdas, la guerra continúa.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario