«Había crecido en el interior de Jean-Claude, poco a poco lo había devorado todo desde dentro sin que desde fuera se viese nada, y ahora no quedaba nada más que hacer, no quedaba más que la ponzoña que iba a reventar la cáscara y mostrarse a plena luz. Iban a encontrarse desnudos, indefensos, en el frío y el horror, y en eso consistiría la única realidad. Era ya, aunque no lo supiesen, la única realidad. Entornaba la puerta y se acercaba de puntillas a los niños. Dormían. Les miraba dormir. No podía hacerles eso. No podían saber que era él, su papá, el que les hacía aquello.»
Emmanuel Carrère es un distinguido escritor y cineasta francés, conocido por su singular enfoque literario que fusiona lo autobiográfico con la investigación periodística. Tras cursar estudios en el Instituto de Estudios Políticos de París, Carrère construyó una carrera marcada por su habilidad para explorar la fragilidad humana, el sufrimiento y la búsqueda de sentido. Su reconocimiento internacional llegó con El adversario, publicada en 2000, una estremecedora narración de no ficción basada en un caso real, que lo situó entre los autores más influyentes de la literatura contemporánea. Con obras también destacadas como El reino y De vidas ajenas, Carrère ha profundizado en cuestiones sobre la fe, la verdad y la naturaleza del relato, convirtiéndose en un exponente sobresaliente de las letras francesas del siglo XXI.
El adversario fue el libro con el que descubrí, y me inicié, en la bibliografía de Emmanuel Carrère. Jamás imaginé, al tenerlo por primera vez entre las manos, que me enfrentaba a una de las obras más emblemáticas del autor. Decidí sumergirme en él sin demasiada información previa, guiado por el simple instinto de lector. Apenas sabía que Carrère había publicado Yoga en 2020, y que años antes había escrito Limónov, pero nada más. Era un nombre que, a pesar de haber resonado en mis oídos, permanecía hasta entonces ajeno. El adversario me pareció un buen punto de partida, y, mirando hacia atrás, creo no haberme equivocado. Pero antes de avanzar, he aquí la sinopsis:
«El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, sus hijos, sus padres e intentó, sin éxito, darse muerte. La investigación reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún más difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los dieciocho años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar. Fue condenado a cadena perpetua.»
El protagonista de El adversario es un hombre tan real como su propia historia, Jean-Claude Romand, quien cometió sus atroces crímenes el 9 de enero de 1993, cuando, tras vivir más de 18 años de mentiras, asesinó a su esposa, sus dos hijos, sus padres y su perro, antes de intentar, sin éxito, suicidarse. Romand, quien durante décadas fingió ser un médico de alto perfil y empleado de la Organización Mundial de la Salud, vivió en la pequeña y tranquila comunidad de Prévessin-Moëns, en la frontera francosuiza. El descubrimiento de los crímenes conmocionó no solo a sus vecinos, sino a toda Francia, que se vio ante una historia de impostura y engaño inimaginables. Durante el juicio en 1996, Romand fue condenado a cadena perpetua, con un mínimo de 22 años antes de optar a libertad condicional. A lo largo del juicio, Romand mostró una aparente indiferencia, lo que alimentó el escepticismo sobre sus verdaderas intenciones al intentar suicidarse: ¿fue un acto desesperado o una teatralización para inspirar lástima? Los expertos lo describen como un manipulador patológico, incapaz de enfrentar la verdad o aceptar el fracaso, lo que sugiere que su intento de suicidio fue, quizás, un último esfuerzo por mantener control sobre la narrativa de su vida. A diferencia de otros suicidas, Romand no lo volvió a intentar, lo que alimenta la duda sobre sus motivos. Fue liberado en 2019 bajo libertad condicional, un final que no es final y que deja una sombra de incertidumbre sobre el verdadero rostro de un hombre que vivió toda su vida como un impostor.
Emmanuel Carrère escribió El adversario a partir de la fascinación que le provocó el caso de Jean-Claude Romand, un hombre que durante casi dos décadas engañó a su familia y amigos fingiendo ser médico, hasta el fatídico de los asesinatos. Intrigado por esa vida de impostura y el abismo moral que encarnaba, Carrère sintió la necesidad de explorar no solo el crimen, sino la capacidad de alguien para construir una vida enteramente basada en la mentira. Se puso en contacto con Romand poco después de los hechos, aunque inicialmente este se mostró reacio. Años más tarde, Romand accedió a comunicarse con él, lo que permitió a Carrère asistir al juicio y comprender mejor su frialdad, y la manera en que justificaba sus crímenes como una suerte de camino hacia Dios. Esto reveló a Carrère el narcisismo profundo de Romand, su constante necesidad de control. Para el escritor, el caso no solo fue un ejercicio de comprensión del mal, sino también una reflexión sobre su propia vida. La escritura del libro, que tomó varios años, lo condujo a cuestionar la fe, el arrepentimiento y el mal mismo.
Al comenzar El adversario, no pude evitar pensar que esta línea narrativa ya había sido abordada, con cierta maestría debo añadir, por Truman Capote en A sangre fría. La obra de Capote, que relata el brutal asesinato de una familia en Kansas y la posterior investigación de los hechos, redefinió el género del true crime y le valió un prestigio literario que culminó en su adaptación cinematográfica y el reconocimiento generalizado como obra de inflexión periodística y literaria. Sin embargo, esa conexión inicial con A sangre fría se desvanece rápidamente, porque pronto el libro de Carrère adquiere otro matiz. Mientras que Capote se distancia en apariencia, limitándose a desentrañar los hechos y humanizar a los asesinos, al menos a uno de ellos, Carrère no es solo un periodista documentando un caso o un juicio, creo que nunca queda como periodista en realidad; su enfoque va más allá de lo expositivo. Aunque no se involucra directamente en la historia, no podemos apartar la mirada de su profunda reflexión sobre temas subyacentes como el engaño, el mal, la fe y la redención. Capote, por otro lado, se mantiene en un espacio más objetivo y frío, donde la atención está en la psicología de los asesinos y la reconstrucción minuciosa de los hechos, donde debo añadir que por momentos parece tener empatía por los perpetradores, desvaneciéndose las víctimas en la segunda mitad del libro. Carrère, en cambio, entrelaza el caso de Romand con sus propias dudas existenciales y una exploración personal del mal como adversario universal. Mientras A sangre fría fue más un ejercicio de periodismo literario, El adversario es una confrontación íntima del autor con su objeto de estudio. La obra de Carrère recibió elogios de la crítica, siendo finalista del Premio Femina y, como no, adaptada al cine en 2002, aunque obviamente, fuera del mainstream hollywoodense.
Al igual que A sangre fría, y como sucede en otros libros del género True Crime —El estrangulador de Boston de Gerold Frank, Helter Skelter de Vincent Bugliosi o Zodíaco de Robert Graysmith— siempre queda en el lector una inquietante duda: ¿dónde terminan los hechos y dónde comienza la ficción? Es una frontera tenue, difícil de discernir. La narración, aunque fiel a los acontecimientos, no deja de estar filtrada por el juicio de quien la escribe. Es como en esos documentales forenses donde se reconstruye un crimen y los actores representan tanto a las víctimas como a los asesinos, dando su versión de cómo, a su mejor juicio, pudo haber sido. En El adversario, nunca logramos entrar por completo en la mente de Jean-Claude Romand, porque su vida entera es una impostura. Sin embargo, esa mentira es real para él, lo que lo vuelve más desconcertante. Es paradójico, confuso quizá, pero lo cierto es que, al final, estamos ante una buena historia o mala, según la perspectiva. Una de esas en las que la realidad supera la ficción, porque ¿cómo concebir que alguien pudiera vivir de este modo durante tantos años? Es una historia increíble por definición, violenta, y eso, quizá, es lo que más asusta: que pasó, y pasó de verdad.
El título El adversario alude, de manera simbólica, al concepto ancestral del mal, y más específicamente al diablo, que en los textos religiosos se presenta como el eterno adversario del hombre, el gran engañador, el maestro de las mentiras. No es casual que este título recaiga sobre Jean-Claude Romand, quien no solo vivió de la mentira, sino que hizo de ella su mundo, su refugio y su arma. El adversario, en este sentido, no es una figura demoníaca externa, sino que siempre ha tenido, en su esencia más oscura, un rostro humano. Porque la maldad más insondable, la que engaña, traiciona y destruye, ha sido siempre humana. Es en ese doble filo del título donde Carrère, con su habitual lucidez, nos obliga a ver el mal no como algo ajeno, sino como algo profundamente nuestro.
El adversario es una lectura que se recomienda no solo por el inquietante relato de un crimen real, sino por la manera en que Emmanuel Carrère utiliza ese acontecimiento para adentrarse en las profundidades de la condición humana. Lo que inicialmente parece una crónica de un caso policial, una crónica negra, se transforma en una exploración filosófica sobre la verdad, el mal y la identidad. Carrère logra mantener al lector en una tensión constante, no tanto por el misterio de los hechos —pues desde el principio sabemos quién es el culpable—, sino por la reflexión que provoca sobre cómo alguien puede sostener una mentira tan monumental. La obra no es simplemente el retrato de un criminal, sino una indagación sobre la fragilidad de la vida construida sobre ficciones, y es ese enfoque, más introspectivo que sensacionalista, lo que convierte a El adversario en una lectura perturbadora y, a la vez, profundamente humana.
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