jueves, 29 de agosto de 2024

EL PELIGRO DE ESTAR CUERDA de Rosa Montero

«Al principio crees que no vas a regresar jamás a la normalidad, que vas a estar atrapada para siempre en esa torturada dimensión de pesadilla, pero en realidad las crisis de pánico duran unos cuantos minutos y luego se van disolviendo. No del todo, desde luego. Siempre te queda el miedo al miedo (terror absoluto a volver a caer por el agujero) y una vaga sensación de enajenación e irrealidad que se pega a ti como un sudario.»

Rosa Montero es una destacada escritora y periodista española, que ha desarrollado una prolífica carrera tanto en el ámbito periodístico como en el literario. Su incursión en la literatura se inició con la publicación de Crónica del desamor en 1979, una novela que sentó las bases de su estilo narrativo caracterizado por la introspección psicológica y un agudo análisis social. A lo largo de su trayectoria, Montero ha sido galardonada con numerosos premios, incluyendo el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2017, en reconocimiento a su contribución a las letras hispánicas. Su obra más emblemática, La hija del caníbal, publicada en 1997, es un claro ejemplo de su maestría en la construcción de personajes tridimensionales y tramas tan interesantes como envolventes.

Conocí a Rosa Montero a través de una entrevista que le hizo a Javier Marías en 1992, cuando presentaba Corazón tan blanco, una obra que muchos consideran su mejor. Aunque Montero no tenía la misma estatura literaria que Marías en ese entonces, ya era una periodista experimentada y laureada, y eso le permitió crear un espacio de auténtica conexión sin caer en lugares comunes. Recuerdo cómo, con perspicacia y respeto, abordó temas como la complejidad moral en la obra de Marías, lo que pareció sorprender y cautivar al autor, pues Montero formulaba preguntas distintas y hacía comentarios desde otro prisma. He leído muchas entrevistas, pero pocas como esta. Por ello, Rosa Montero no es una autora convencional, y francamente, como ella lo afirma, siempre era «la loca de la casa», con esa aversión al «peligro de estar cuerda». Pero antes de empezar con esta reseña, he aquí la sinopsis:

«Una apasionada defensa del valor de ser diferente. Partiendo de su experiencia personal y de la lectura de numerosos libros de psicología, neurociencia, literatura y memorias de grandes autores de distintas disciplinas creativas, Rosa Montero nos ofrece un estudio apasionante sobre los vínculos entre la creatividad y la inestabilidad mental. Y lo hace compartiendo con el lector numerosas curiosidades asombrosas sobre cómo funciona nuestro cerebro al crear, desmenuzando todos los aspectos que influyen en la creatividad, y montándolos ante los ojos del lector mientras escribe, como un detective dispuesto a resolver las piezas dispersas de una investigación.»

El vínculo entre la depresión y el arte de escribir es un tema que ha fascinado a estudiosos, psicólogos y lectores por igual y es precisamente lo que hace Rosa Montero en El peligro de estar cuerda. Aunque si bien es cierto que aborda otras condiciones que van de la excentricidad hasta cierta locura, la depresión suele ser la constante, la frecuencia. La vida de varios escritores reconocidos, como David Foster Wallace, Virginia Woolf y Ernest Hemingway, refleja una intensa relación entre la creación literaria y la lucha con trastornos mentales, especialmente la depresión. Estos casos han dado pie a numerosas investigaciones que intentan comprender cómo y por qué la depresión parece, en algunos casos, alimentar la creatividad literaria, aunque a menudo a un costo devastador. Sylvia Plath, por ejemplo, es un caso emblemático de lo que algunos han llamado «El efecto Sylvia Plath», que se refiere a la tendencia de los poetas a sufrir más problemas mentales que otros tipos de escritores. Plath luchó con episodios severos de depresión durante toda su vida, lo que la llevó a varios intentos de suicidio antes de que finalmente se quitara la vida en 1963. Su poesía, especialmente en su última obra, Ariel, está marcada por una profunda exploración de su sufrimiento personal, utilizando el verso como un medio para confrontar sus demonios internos. Plath escribió algunos de sus poemas más poderosos durante sus episodios de depresión más intensos, lo que sugiere que su estado mental pudo haber potenciado su capacidad creativa y servir de medio terapéutico para retrasar su autodestrucción.

Virginia Woolf, otra figura literaria central del siglo XX, también lidió con trastornos mentales a lo largo de su vida, lo que culminó en su suicidio en 1941. Woolf sufría de lo que hoy se diagnosticaría probablemente como trastorno bipolar, experimentando ciclos de manía y depresión que se reflejaban en su escritura. Sus novelas, como Las olas y La señora Dalloway, están impregnadas de una aguda sensibilidad hacia la fragilidad de la mente humana, y su estilo narrativo fragmentado a menudo refleja su propia lucha interna. Ernest Hemingway, otro gigante literario, también padeció depresiones profundas, exacerbadas por el alcoholismo, que finalmente lo llevaron a su suicidio en 1961. Hemingway, conocido por su estilo austero y su exploración de temas como la valentía y la desesperanza, también usó la escritura como una forma de enfrentar sus propias vulnerabilidades. Sin embargo, la constante autocrítica y la presión de mantener su imagen pública intensificaron su estado depresivo, que intentaba mitigar con el consumo de alcohol, una práctica común entre muchos escritores que han luchado con trastornos mentales, traumas de infancia o vidas atormentadas. Si seguimos con gigantes literarios, William Faulkner, uno de los escritores más influyentes de la literatura estadounidense y universal, tuvo también una relación problemática con el alcohol a lo largo de su vida, lo convirtió en una forma de lidiar con la presión de su escritura y las expectativas que esta generaba. Aunque no siempre estuvo deprimido, hay momentos en su vida en los que el alcoholismo parece haber exacerbado una tendencia a la melancolía y la introspección profunda. Y así podríamos seguir con Franz Kafka, Tennessee Williams, Emile Zola, Hermann Hesse, Horacio Quiroga, César Vallejo, Ernesto Sabato y un largo etcétera.

La escritura, en su núcleo, es una actividad profundamente solitaria. A diferencia de otras formas de arte, como el teatro o el cine, que suelen ser colaborativas, el acto de escribir es un diálogo interno, una conversación con uno mismo que se desarrolla en la soledad de la mente. Esta soledad no es necesariamente física; a menudo es una soledad existencial, una distancia entre el escritor y el mundo que le rodea, que le permite observar y analizar la condición humana con una lucidez que otros podrían evitar o no percibir. Esa misma soledad, sin embargo, puede ser también un peso, una carga que intensifica sentimientos de alienación o de desconexión. El alcoholismo y otras formas de adicción pueden ser vistas como un medio de escape, una forma de lidiar con la presión de la creación, la soledad y la depresión. El alcohol, en particular, ha sido visto por muchos escritores como una forma de apagar la voz crítica interna, esa que constantemente cuestiona la validez de lo que se está creando.

Javier Marías, un escritor al que admiro profundamente, es un excelente ejemplo de la soledad como elección deliberada en el acto de escribir. No fue conocido por llevar una vida de excesos ni por sufrir profundas depresiones, pero mantuvo una distancia consciente respecto a la vida pública y una marcada reserva en sus relaciones personales, lo que él mismo definió como necesario para preservar la independencia de su mirada y su pensamiento. Lo mismo puede decirse de Paul Auster, Thomas Pynchon y Cormac McCarthy, quienes también optaron por la reclusión como un medio para proteger su proceso creativo.

Por otra parte, la relación entre la escritura y la locura, o aquello que consideramos extraño o diferente al canon del comportamiento, ha producido algunos de los autores más notables y complejos de la literatura, cuyas excentricidades y condiciones mentales han influido profundamente en su obra. William Blake, conocido por sus visiones místicas, exploró en su poesía y arte temas religiosos y filosóficos desde una perspectiva altamente personal y simbólica. Fernando Pessoa, a través de sus múltiples heterónimos, desdobló su identidad literaria en diversas voces, reflejando una profunda exploración de la mente humana. Philip K. Dick, afectado por episodios de paranoia, utilizó sus experiencias para cuestionar la naturaleza de la realidad en su ficción. Nikolai Gogol, cuya conducta y creencias extremas lo llevaron a destruir parte de su obra más famosa, refleja la tensión entre creatividad y destrucción. Friedrich Nietzsche, con su tendencia hacia la megalomanía en sus últimos años, dejó una obra filosófica que desafiaba los convencionalismos moralistas y exploraba la voluntad de poder. Fiódor Dostoyevski, quien padecía epilepsia, incorporó sus experiencias con la enfermedad en sus escritos, dotando a sus personajes de una profunda introspección y complejidad emocional. Estos escritores, con sus variadas formas de excentricidad y trastornos, son solo unos ejemplos de muchos que han sabido ampliar los límites de la literatura, a través de su condición o pese a su condición.

Aunque muchos escritores célebres han lidiado con dificultades emocionales, cabe aclarar que también hay otros tantos que han llevado vidas notablemente estables, sin las sombras de la depresión, el alcoholismo o la soledad extrema. Jane Austen, por ejemplo, vivió en un entorno familiar tranquilo y, aunque nunca se casó, su vida transcurrió en armonía, dedicada a su familia y a la escritura. Del mismo modo, J.R.R. Tolkien, autor de El Señor de los Anillos, disfrutó de una vida equilibrada como académico en Oxford, entregado a su trabajo, a su familia y a su fe. Otro ejemplo es Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, quien, a pesar de su reclusión en los últimos años, llevó una vida sin los tormentos que aquejaron a tantos otros autores. Estos escritores demuestran que la estabilidad personal no impide alcanzar logros literarios sobresalientes, y que es posible crear obras maestras sin la necesidad de una vida marcada por la locura, depresión o el sufrimiento. Sí, Jane Austen y Harper Lee nunca se casaron y Tolkien fue soldado en la Primera Guerra Mundial, así que en cierta manera sus vidas tienen algo de las condiciones que hemos abordado, si no es soledad es algún trauma; pero la vida misma esa sí, con esas tonalidades.

En El peligro de estar cuerda, Rosa Montero expone cómo la configuración química del cerebro puede influir en la creatividad y cómo esta está a menudo vinculada a la inestabilidad mental, explorando temas como el suicidio, la soledad y las crisis de ansiedad, que es un padecimiento de la autora. Personalmente, considero que el libro tiene un estilo accesible y ameno, que logra enganchar gracias a la habilidad de la autora para combinar información científica con sus experiencias personales. No obstante, resulta difícil clasificarlo como un libro de divulgación propiamente dicho, y también es complicado llamarlo un ensayo en el sentido tradicional. En realidad, se trata más de una autorreflexión, donde la autora explora en gran medida su propio padecimiento y condición de manera comparativa con otros escritores. Este enfoque introspectivo, casi terapéutico, inevitablemente conlleva un sesgo de confirmación, ya que la búsqueda de información parece estar motivada por su necesidad de comprenderse a sí misma sin dejar de sentirse orgullosa por esa excentricidad característica de los escritores.

Disfruté profundamente El peligro de estar cuerda, en particular por la riqueza de historias sobre escritores famosos y su relación con diversas condiciones mentales. La capacidad de Rosa Montero para entrelazar estas narrativas con su propia experiencia personal es uno de los puntos más fuertes del libro, evocando el tono intimista que ya había explorado en La ridícula idea de no volver a verte, donde Montero narra la vida de Marie Curie tras la muerte de su esposo, y a la vez explora su propio duelo personal, entrelazando así la biografía con la autorreflexión. Sin embargo, no pude evitar sentirme incómodo con la manera en que Montero aborda el suicidio de Stefan Zweig y su esposa, Lotte Altmann. La autora especula que, mientras el suicidio de Zweig fue una decisión personal, el de Lotte podría haber sido un homicidio tácito, sugiriendo que él la persuadió, o incluso la obligó, a acompañarlo en ese trágico final, insinuando un control machista por parte de Zweig, algo que, hasta donde sé, ningún otro escritor había insinuado antes. Solo le faltó comparar este episodio con el suicidio de Hitler y Eva Braun, hubiera sido la guinda. Claro, es su libro, y tiene todo el derecho de ofrecer su interpretación, pero se supone que estamos ante una obra de no ficción con tintes de ensayo, y lanzar una acusación tan grave sin más que conjeturas me recordó a lo que hizo Patricia Cornwell en Jack el Destripador, caso cerrado, donde sin más que suposiciones señala a Walter Sickert como el famoso asesino, manchando la reputación de un hombre que, quizás, vivió enfermo y ya no puede defenderse. Afortunadamente, esta es la única mancha que puedo señalar en el libro de Montero, que por lo demás, me pareció una obra fascinante y reflexiva.

En mi juventud temprana, fui un hombre profundamente solitario, inclinado a la reflexión y la introspección, con tendencias a estados de melancolía que a veces transitaban entre el pesimismo, la frustración y la depresión. Fue precisamente durante esa época cuando más escribí relatos y poemas, confirmando para mí la idea de que estas condiciones internas no son solo un estereotipo, sino un verdadero catalizador para la escritura y sin duda también para otras expresiones artísticas como la pintura o la escultura. En este sentido, El peligro de estar cuerda toca un punto válido al explorar cómo la creatividad puede estar íntimamente ligada a estas experiencias emocionales. Aprecio mucho que Montero haya incluido una abundante cantidad de referencias bibliográficas, lo que permite a quienes estén interesados profundizar en el tema.

No considero que Rosa Montero sea una persona propensa a la depresión, aunque su obra y entrevistas revelan un carácter introspectivo, inteligente y solitario, con un toque de excentricidad. Su infancia, marcada por la tuberculosis y la pérdida del entorno familiar feliz, parece haber influido en su inclinación hacia la escritura y su constante exploración de temas como la soledad y la salud mental. A pesar de esto, Montero se presenta como una persona accesible y agradable en sus entrevistas y en redes sociales, donde demuestra un equilibrio entre su profunda vida interior y su interacción con el mundo. Disfruté mucho El peligro de estar cuerda, y francamente recomiendo este libro por su capacidad para atraer al lector a un diálogo sobre temas tan complicados, a veces tabú, pero fascinantes.

Para cerrar esta reseña, algunas citas de la autora que vale la pena leer y releer.

«Todos guardamos en el fondo de nuestro corazón alguna divergencia. Todos somos rarunos, aunque, eso sí, algunos más que otros.»

«Las novelas son sueños que se sueñan con los ojos abiertos, nacen del mismo lugar del inconsciente de donde nacen los sueños, de modo que estos detalles repetidos son como elementos oníricos recurrentes.»

«La realidad del mundo es una convención, es un espejismo tembloroso.»

«Las novelas son una pequeña isla de significado en el mar del desorden.»

«Nada ni nadie nos puede asegurar, de manera objetiva y mensurable, si nuestra obra es buena, regular o malísima.»

«La duda corrosiva forma parte de las piedras de nuestro equipaje.»

«La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de oscuridades. Y eso es nada, y es todo.»

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