«Se pierde en una seminconciencia en la que no sabe qué hacen con su cuerpo. Tampoco lo siente. Piensa en sus amigas muertas en el cerro del Cristo Negro, en Néstor, en el beso que le dio antes de entrar en el aeropuerto. En la amabilidad de Rigoberto al recibirla en Madrid. En aquella extraña sombra que se levantó en el rancho de Santa Casilda: la mujer con alas que ahora imagina en su destino, riéndose de ella a mandíbula batiente. Iyami Oshoronga, ¿adónde me llevas? Y se hunde en una oscuridad que supone que debe de ser la muerte.»
Carmen Mola es una enigmática escritora española cuyo verdadero rostro sigue siendo un misterio. Reside en Madrid y ha cultivado una notable carrera literaria bajo este pseudónimo. Se especula que Mola pudo haber tenido una carrera en la docencia o en la televisión. Su debut literario, La novia gitana, fue un éxito tanto en críticas como en ventas, estableciéndola como una voz en la novela negra española. Su capacidad para mantener el suspense y crear personajes interesantes ha cautivado a un público amplio, ansioso por saber quién es ella, pero al mismo tiempo, respetando su privacidad. Esto es lo que hubiera escrito sobre Carmen Mola si estuviéramos en 2020, pero en realidad ya sabemos quién está detrás del pseudónimo: los escritores españoles Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero.
Una desventaja inherente a las series literarias, especialmente en el ámbito de las novelas negras y policiales, es que, tras varias publicaciones, tienden a perder frescura y a sentirse repetitivas. No existe un número exacto de entregas que deba tener una serie; algunas, con apenas tres entregas, ya muestran signos de desgaste, mientras que otras, con cinco, aún conservan algo de vitalidad. Esto depende en gran medida de la creatividad, el ingenio y la capacidad del escritor. Sin embargo, es innegable que en algún punto, los lectores que han seguido fielmente una determinada serie comienzan a perder el interés, principalmente porque van madurando y descubriendo nuevos autores o estilos narrativos. El lector, en su esencia, busca nuevas experiencias, al menos ese es mi caso. Para los nuevos lectores, encontrar una serie con diez libros ya publicados, donde no todos están disponibles, puede resultar desalentador y uno termina por preguntarse si valdrá la pena embarcarse en tal travesía. Las series maduran y crecen y algunas mucho más que otras y nos encontramos con casos como el inspector Rebus de Ian Rankin, que cuenta con más de 20 entregas y sigue publicándose; Harry Bosch de Michael Connelly, con 24 libros, y continúa; y el comisario Montalbano de Andrea Camilleri, con 34 novelas, que se detuvo solo con la muerte de su autor en 2019. Nos preguntamos si acaso la serie de Elena Blanco será un bucle infinito, si con su cuarta entrega, ya ha alcanzado su nivel de madurez y solo nos queda un corto o largo ocaso. Carmen Mola promete que todo termina en la quinta entrega. Habrá que esperar.
He escrito tres reseñas consecutivas sobre las obras de Carmen Mola, porque, en efecto, tras la lectura de un libro es casi imposible resistirse a la tentación de seguir con las demás entregas de la serie. Y esto me conduce inevitablemente a redactar una cuarta reseña. Pero antes de adentrarnos en los detalles, he aquí la sinopsis:
«La inspectora Elena Blanco atraviesa el depósito de la Grúa Municipal Mediodía II de Madrid hasta llegar a una vieja furgoneta que expele un olor putrefacto. Dentro está el cadáver de un hombre con un burdo costurón que asciende del pubis al abdomen. Los primeros resultados de la autopsia aclaran que a este toxicómano le arrancaron algunos órganos y en su lugar colocaron un feto. Los análisis de ADN revelan que se trata de su hijo biológico. A los pocos días, aparece en la zona portuaria de A Coruña el cuerpo de un asesor fiscal que ha sido asesinado con el mismo modus operandi. ¿Qué relación existe entre ambas víctimas? ¿Y dónde están las madres de los bebés? Se abre así la investigación del nuevo y perturbador caso de la Brigada de Análisis de Casos. Mientras la relación entre Elena y Zárate se hace cada vez más complicada, todos los indicios los acercarán a una misteriosa organización a la que nadie parece poder acercarse sin morir.»
Las madres, a diferencia de las primeras tres entregas, no es del todo autoconclusiva. Su historia central sí lo es, pero los hilos que abre en las subtramas no se resuelven y nos llevan inevitablemente a El clan. La transición de La novia gitana a La Red Púrpura fue más sutil, dejando una semilla que actuó como catalizador para la segunda novela. En este caso, no se deja una semilla, sino prácticamente el árbol entero. Todavía no se ha publicado El clan, aclaro, pero existen similitudes entre las primeras dos entregas y la cuarta y quinta. Los crímenes horrendos, brutales y sangrientos de Las madres responden tanto a un sentimiento de venganza como a un supuesto ritual, similar a lo ocurrido en La novia gitana. Además, hay una red ilegal de corrupción policial subyacente que involucra hasta las altas esferas judiciales, un tema que se abordará en El clan. En La Red Púrpura, era la trata de personas y el colofón de delitos asociados. ¿Podemos decir que Carmen Mola se está volviendo repetitiva? ¿Es lo mismo introducir larvas de moscas en el cráneo de una chica que meter un feto en las entrañas del propio padre? ¿Es lo mismo una red y pacto de policías y jueces corruptos que una red de trata de personas? En esencia, no son lo mismo, y existe esfuerzo por demostrarlo; en las motivaciones, según me parece, es donde está la trampa. Siempre dije que la forma de matar tan extraña y elaborada de La novia gitana era más de una película que de la vida real, puesto que cuando vemos los modus operandi de Jeffrey Dahmer, Ted Bundy, Dennis Rader, por mencionar algunos, contrastan en una complejidad que roza la absurdez. ¿Y ahora vemos esos ataques artísticos de un asesino que inserta un feto que resulta ser el propio hijo de la víctima? Sí, en efecto, es absurdo, pero es muy efectivo porque no sabemos qué significa, y esto en la pantalla funcionaría muy bien. Aquí debo subrayar que los escritores detrás del pseudónimo de Carmen Mola son también guionistas, y establecer este tipo de casos sirve para mantener al lector en vilo y al espectador, si se concretase una serie o película, en el asiento. Según parece, ya existe una serie televisiva basada en sus libros, lo cual refuerza esta idea.
Si La novia gitana y La Red Púrpura constituyen el arco de la protagonista, Elena Blanco, Las madres y próximamente El clan serán el cierre para su coprotagonista, Ángel Zárate. Así como La novia gitana fue la introducción para La Red Púrpura, Las madres parece ser la antesala de la verdadera historia, El clan. Considero que si dejamos la serie de Elena Blanco como una trilogía, con La Nena tenemos un cierre bastante satisfactorio. No obstante, si deseamos sumergirnos más en el mundo en el que transita Elena Blanco y su equipo, la elección de Las madres es adecuada. Carmen Mola no reinventa el género, no es un aire fresco ni mucho menos; pero sus libros están muy bien escritos y sus personajes, desarrollados con esmero. El entretenimiento está garantizado, siempre y cuando se tenga estómago para las escenas gráficas. Francamente creo, y espero que así sea, que Las madres sea la puerta de entrada para algo mucho más grande en El clan.
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