«Pasan horas jugando a las cartas. A la mujer le sorprende que el niño no se aburra nunca. A veces, Lucas echa en el mazo dos cartas superpuestas para que parezca que está poniendo solo una. Ella descubre la trampa y se lo recrimina con una tanda de cosquillas. A menudo se tumba en el catre y se queda mirando el techo pensando en sus cosas. La mujer aprovecha esos momentos para salir a firmar o para dar un paseo respirar un poco.»
Durante mucho tiempo, Carmen Mola fue conocida como «la Elena Ferrante Española» debido al misterio en torno a su identidad. Si no hubieran ganado el Premio Planeta en 2021, probablemente seguiríamos especulando sobre quién estaba detrás de este seudónimo. Carmen Mola es el alias de los escritores Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, autores madrileños con una trayectoria en la escritura principalmente de guiones y producción de series televisivas. Debutaron en la literatura con La novia gitana en 2018, una novela que rápidamente se convirtió en un éxito. A esta, a modo de saga, le siguieron La Red Púrpura, La nena y Las madres, obras que consolidaron su posición en el género de la novela negra española.
En las novelas negras o policiales, e incluso en los thrillers que combinan elementos de misterio con una acción urgente, es habitual encontrarnos con series o sagas protagonizadas por un detective. Un referente ineludible en este ámbito es Arthur Conan Doyle con su icónico Sherlock Holmes. Posteriormente, Agatha Christie perpetuó esta tendencia con el célebre Hercule Poirot, y desde entonces, la narrativa detectivesca no ha dejado de crecer: destacan figuras como Harry Bosch de Michael Connelly, Philip Marlowe de Raymond Chandler, John Rebus de Ian Rankin, Dave Gurney de John Verdon, Adam Dalgliesh de P.D. James y Jack Reacher de Lee Child, entre otros. Aunque las detectives femeninas son algo menos frecuentes, no son en absoluto raras. Ejemplos notables incluyen a Kinsey Millhone de la serie Alfabeto creada por Sue Grafton, V.I. Warshawski de Sara Paretsky y Kay Scarpetta de Patricia Cornwell. En la península ibérica, encontramos a Amaia Salazar de la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo y a Antonia Scott de la Trilogía Reina Roja de Juan Gómez-Jurado. A pesar de la abundancia de detectives, inspectores, jefes de policía, forenses e investigadores en la literatura, siempre hay espacio para uno más, siempre que la historia lo justifique. Elena Blanco, creada por Carmen Mola, es una de esas detectives que inevitablemente se ganarán un lugar destacado en cualquier lista de protagonistas novelas negras.
Elena Blanco es una inspectora de la Brigada de Análisis de Casos de la Policía Nacional, conocida por su meticulosa atención al detalle y tenacidad. Es alta, delgada y, a sus cincuenta años, sigue siendo una mujer atractiva. También es solitaria y reservada, leal con sus amigos, y le gusta emborracharse con grappa, no tanto por el efecto del alcohol y la desinhibición, sino porque es su manera de lidiar con un germen que fluye entre la depresión y la obsesión. No obstante, antes de continuar con la reseña, he aquí la sinopsis:
«Un día tórrido de verano la inspectora Elena Blanco, al frente de la Brigada de Análisis de Casos, irrumpe en la vivienda de una familia de clase media y llega hasta la habitación del hijo adolescente. En la pantalla de su ordenador se confirma lo que temían: el chico está viendo una sesión en directo en la que dos encapuchados torturan a una chica. Impotentes, presencian cómo el sádico espectáculo continúa hasta la muerte de la víctima de la que, de momento, no conocen el nombre. ¿Cuántas antes que ella habrán caído en manos de la Red Púrpura? La Brigada de Análisis de Casos ha estado investigando a esta siniestra organización desde que salió a relucir en el caso de “la novia gitana”. Durante meses ha recopilado información de este grupo que trafica con vídeos de violencia extrema en la Deep Web. Y a lo largo de todo este tiempo, Elena Blanco ha mantenido en secreto, incluso para su compañero el subinspector Zárate, su mayor descubrimiento y temor: que la desaparición de su hijo Lucas cuando no era más que un niño pueda estar relacionada con esa trama macabra. ¿Dónde está? ¿Quién es realmente ahora? ¿Y cuáles son los límites que está dispuesta a transgredir para llegar a la verdad?»
En el apartado técnico, La Red Púrpura mantiene la misma estructura narrativa y uso de diversos recursos literarios que La novia gitana. La trama principal sigue una línea cronológica con inserciones de analepsis a manera de prólogo en cada capítulo, proporcionando contexto. Por otra parte, los capítulos tienen una extensión suficiente para mantener el ritmo y la fluidez. La narración en tercera persona omnisciente permite explorar a los personajes y su entorno, aunque se centra en la inspectora Elena Blanco la mayor parte del tiempo. Los diálogos son los necesarios, creíbles y directos, contribuyendo a avanzar la trama y revelando dinámicas entre personajes. Las descripciones detalladas de las escenas del crimen crean una atmósfera más de horror que de suspense; para hacer un símil cinematográfico, sería como una mezcla entre Hostel, Fight Club y Saw. La novela emplea metáforas y analogías para intensificar emociones y utiliza la ironía en algunos personajes para añadir profundidad. La dosificación de información es constante para mantener el interés a través de las páginas, y la convergencia de subtramas culmina en un clímax que, aunque ciertamente esperado por la inercia de los acontecimientos, no deja de ser tan correcto como impactante.
En mi reseña mencioné que uno de los puntos más débiles de La novia gitana es el antagonista que, si bien dentro de las páginas nos hace sentido por el propio ritmo, al terminar el libro nos deja con elementos un tanto absurdos. No obstante, pese a lo dispar de las motivaciones y obsesiones que incluso involucraban un culto a una deidad pagana milenaria (increíble), el antagonista dejó una semilla, una pista, que abriría La Red Púrpura. En ese contraste, podría decir que La novia gitana es una larga introducción que nos sirve para conocer a los personajes, al equipo de la Brigada de Análisis de Casos, pero especialmente a su protagonista, Elena Blanco. Cumplido ese propósito con La novia gitana, en esta nueva entrega pisamos un terreno más sólido, con una historia más impactante y con un vínculo muy fuerte entre protagonista y antagonista. Todo se torna muy personal, con una fibra íntima muy intensa. Muchos detectives clásicos de novelas negras no arriesgan mayor cosa; lo más que pueden perder es su reputación. En La Red Púrpura Elena Blanco puede recuperar lo perdido o perderse a sí misma en el proceso. Es la historia de una madre que quiere recuperar a su hijo secuestrado hace años por una red de tráfico de personas.
La Red Púrpura aborda temas oscuros como la trata de personas, la esclavitud y las peleas clandestinas con una combinación de crudeza y sensibilidad, obviamente evitando el sensacionalismo, el falso discurso o propaganda. Carmen Mola utiliza la ficción para retratar ese flagelo social del siglo XXI, tan marcado en las poblaciones como una cicatriz, pero al mismo tiempo invisible, oculto como un parásito. La trata de personas es una de las actividades ilegales más lucrativas y de más rápido crecimiento actualmente y de forma global. Esta práctica se ha vuelto más frecuente debido a la constante migración ilegal desde países pobres o en conflictos, que buscan desesperadamente un subterfugio en países más desarrollados o democráticos y recurren en ocasiones y sin saberlo, a organizaciones que se cobrarán muy caro cada kilómetro que estos crucen. Las mafias dedicadas a la trata de personas operan en todos los países y acabar con ellas es una tarea hercúlea, comparable a enfrentar a la Hidra de Lerna: cada vez que se corta una cabeza, aparecen dos más en su lugar. Aunque generalmente se asocia la trata de personas con la esclavitud sexual, sus ramificaciones son mucho más amplias y aterradoras. Existen redes dedicadas a la extracción ilegal de órganos, alimentadas por la desesperación de aquellos en listas de espera médicas interminables. También hay adopciones ilegales de niños secuestrados, una cruel esperanza para parejas incapaces de tener hijos. Además, hay esclavos reales, personas forzadas a trabajar en condiciones inhumanas, alejadas de cualquier mirada de la ley, en fábricas clandestinas, campos agrícolas y hogares como sirvientes. Las mulas de narcotráfico, individuos obligados a transportar drogas bajo amenazas de violencia extrema, son otra manifestación de esta cruel industria. La trata incluye incluso el tráfico de personas para mendicidad forzada, donde las víctimas son explotadas, a veces mutiladas, hasta el agotamiento. Para aquellos interesados en profundizar sobre este tema tan complejo y doloroso, en el ámbito de la no ficción, está el libro Esclavas del poder: trata sexual, publicado en 2010, de Lydia Cacho que ofrece un análisis exhaustivo de la esclavitud moderna y presenta relatos desgarradores de víctimas de la trata; El silencio de la inocencia de Somaly Mam, por otra parte, es la autobiografía de una sobreviviente camboyana a la trata de personas. El enfoque de Carmen Mola en La Red Púrpura es una exploración narrativa de estos horrores, que no sólo sirve como un telón de fondo para la trama dentro de una novela negra, sino que también reconduce la reflexión, sin presionarla y sin pretensión, hacia la realidad de estos problemas y el enorme daño colateral del que nadie habla.
La Red Púrpura me parece una novela mucho más sólida y, si cabe, más profunda que La novia gitana. Considero que está mejor lograda tanto en el desarrollo como en las motivaciones de los personajes; no obstante, sin La novia gitana, La Red Púrpura no tendría la misma fuerza, por lo que siempre es conveniente haber hecho la tarea y leído la primera entrega de la saga de Elena Blanco. Debo decir también que la resolución pudo haber sido mejor, más realista, pero los escritores bajo el pseudónimo de Carmen Mola optaron por algo quizá más cinematográfico, algo que puede funcionar como un buen final para una película o una serie de televisión. No los juzgo; son también guionistas y tomaron una decisión acertada. Lo que quiero decir es que, apostando por la realidad, la desarticulación de una red de trata de personas no es tan simple ni rápida, y la muerte del jefe de la mafia no implica que toda la estructura desaparezca. Lo que hace funcionar a las mafias no son solo los jefes o capos, sino la demanda de aquellos dispuestos a pagar por lo que estas organizaciones ofrecen. Mientras sea un negocio lucrativo, incluso con sentencias de prisión severas, habrá quienes asuman el riesgo. Entiendo, sin embargo, que La Red Púrpura debía concluir, de lo contrario sería muy penoso para toda la Brigada de Análisis de Casos y no podrían continuar con otras misiones.
La Red Púrpura es una novela formidable, altamente recomendable, con una trama que atrapa al lector desde la primera hasta la última página, convirtiéndose fácilmente en uno de esos libros que roban el sueño. Es fácil sumergirse en su narrativa y casi imposible desprenderse de ella.
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