«Después de comer, descansa un rato sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. La herida del pie vuelve a sangrar. Todavía tiene hambre, pero le parece imposible afanarse ahora con la lata de carne. Aun así se obliga a hacerlo. Después de varios intentos, consigue abrirla. Mete la mano dentro de la lata, saca trozos de carne pringosa, como vísceras, y se los mete en la boca. En medio minuto se lo ha comido todo.»
Carmen Mola es el seudónimo de los escritores españoles Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, quienes se han destacado en el ámbito literario y televisivo. Originarios de Madrid, estos autores han trabajado en guiones y producción de series antes de dedicarse a la narrativa. Su debut literario bajo el seudónimo fue con la novela La novia gitana publicada en 2018, que rápidamente se convirtió en un éxito por su intrigante trama de thriller y misterio. A este éxito le siguieron La red púrpura, La nena y Las madres, reafirmando su lugar en el nicho de novelas negras españolas. En 2021, el seudónimo fue galardonado con el Premio Planeta por la novela La bestia, momento en el cual se reveló públicamente la identidad de los autores durante la ceremonia de premiación, causando gran sorpresa en el mundo literario.
El uso de pseudónimos en la literatura no es nada inusual y tiene una larga tradición. Cualquiera podría pensar que tener el nombre inscrito en la portada de un libro es el mayor logro para un escritor, pero no todos comparten esta visión. A lo largo de la historia, hemos visto obras como El Lazarillo de Tormes, El Cantar de Mio Cid, El Cantar de los Nibelungos y Beowulf, cuyos autores permanecieron en el anonimato. Aunque no firmar la autoría no es exactamente lo mismo que usar un pseudónimo, los escritores de estas obras no consideraron importante revelar sus identidades. En tiempos más recientes, es un tanto difícil mantener el anonimato, pero autores como Elena Ferrante han logrado que su verdadera identidad siga siendo una incógnita, creando una aura de misterio y discusión alrededor de sus obras. También está el caso de B. Traven, cuya verdadera identidad sigue siendo objeto de debate y especulación. Entre los pseudónimos famosos, Samuel Langhorne Clemens es mejor conocido como Mark Twain, mientras que Eric Arthur Blair adoptó el nombre de George Orwell y Charles Lutwidge Dodgson el de Lewis Carroll. Dichos pseudónimos permitieron a estos autores explorar distintos géneros sin las expectativas asociadas a sus verdaderas identidades. Las mujeres escritoras, en particular, han utilizado pseudónimos masculinos para asegurar el éxito de sus obras en una sociedad que no siempre valoraba la literatura femenina. Ejemplos notables incluyen a Mary Ann Evans, conocida como George Eliot, Amantine Aurore Lucile Dupin, conocida como George Sand, y las hermanas Brontë, que originalmente publicaron sus obras como Currer, Ellis y Acton Bell. Algunos autores ya establecidos han utilizado pseudónimos para probar si su éxito se debía a la calidad de sus historias o a su nombre célebre, como Stephen King escribiendo como Richard Bachman o J.K. Rowling publicando bajo el nombre de Robert Galbraith. Agatha Christie, por otra parte, utilizó el pseudónimo Mary Westmacott para salir del encasillamiento del crimen y misterio y poder escribir novelas románticas, mientras Donald E. Westlake publicó bajo el nombre de Richard Stark para experimentar con un género más oscuro y violento. Además, existen pseudónimos colectivos como Lars Kepler, utilizado por la pareja sueca Alexander Ahndoril y Alexandra Coelho Ahndoril, y Ellery Queen, detrás del cual estaban los primos Frederic Dannay y Manfred B. Lee. En este grupo también se encuentra Carmen Mola, el seudónimo utilizado por Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. La naturaleza del pseudónimo es variada y personal. Para algunos autores, proporciona privacidad y libertad creativa, permitiéndoles experimentar sin el peso de su reputación establecida, o bien, a pesar de su carencia de reputación. Para otros, es una forma de asegurar la imparcialidad del éxito literario o de desafiar las normas sociales que limitaban su reconocimiento. En cualquier caso, el uso del pseudónimo puede considerarse una herramienta de introspección y reinvención literaria, donde el autor o los autores se distancian de su identidad pública para explorar nuevos horizontes narrativos, revelando así las múltiples facetas de su ingenio y creatividad.
Los autores detrás del pseudónimo Carmen Mola, han explicado en diversas entrevistas que la creación de esta identidad colectiva surgió del deseo de unir sus talentos y permitir que las historias se defendieran por sí mismas, sin la carga de sus nombres individuales. Optaron por el nombre Carmen Mola porque evocaba misterio y resultaba adecuado para una autora de novelas negras, sin intención de engañar al público sobre el género del escritor, sino para construir un personaje literario atractivo y enigmático como lo es Elena Blanco. Y, aunque ya me he extendido un poco en la introducción de la reseña, antes de continuar, he aquí la sinopsis de La novia gitana.
«“En Madrid se mata poco”, le decía al joven subinspector Ángel Zárate su mentor en la policía; “pero cuando se mata, no tiene nada que envidiarle a ninguna ciudad del mundo”, podría añadir la inspectora Elena Blanco, jefa de la Brigada de Análisis de Casos, un departamento creado para resolver los crímenes más complicados y abyectos. Susana Macaya, de padre gitano pero educada como paya, desaparece tras su fiesta de despedida de soltera. El cadáver es encontrado dos días después en la Quinta de Vista Alegre del madrileño barrio de Carabanchel. Podría tratarse de un asesinato más, si no fuera por el hecho de que la víctima ha sido torturada siguiendo un ritual insólito y atroz, y de que su hermana Lara sufrió idéntica suerte siete años atrás, también en vísperas de su boda. El asesino de Lara cumple condena desde entonces, por lo que solo caben dos posibilidades: o alguien ha imitado sus métodos para matar a la hermana pequeña, o hay un inocente encarcelado. Por eso el comisario Rentero ha decidido apartar a Zárate del caso y encargárselo a la veterana Blanco, una mujer peculiar y solitaria, amante de la grappa, el karaoke, los coches de coleccionista y las relaciones sexuales en todoterrenos. Una policía vulnerable, que se mantiene en el cuerpo para no olvidar que en su vida existe un caso pendiente, que no ha podido cerrar. Investigar a una persona implica conocerla, descubrir sus secretos y contradicciones, su historia. En el caso de Lara y Susana, Elena Blanco debe asomarse a la vida de unos gitanos que han renunciado a sus costumbres para integrarse en la sociedad y a la de otros que no se lo perdonan, y levantar cada velo para descubrir quién pudo vengarse con tanta saña de ambas novias gitanas.»
Al comenzar a leer La novia gitana, mis reservas eran evidentes para cualquiera que me preguntara si se trataba de una novela excepcional o de otro thriller del montón. El género de la novela negra está saturado de sagas detectivescas, cada una con sus particularidades, y los casos tienden a volverse cada vez más extraños, por no decir absurdos o irreales. Las críticas favorables para Carmen Mola me alentaron, aunque ya sabía que detrás del pseudónimo se encontraban tres escritores, lo cual me aseguraba que no sería una pifia al estilo de Javier Castillo. Sin embargo, temía que la detective Elena Blanco fuera una versión caótica de Antonia Scott de la Reina Roja de Juan Gómez-Jurado, una trilogía policial que, aunque no está mal en la parte de la entretención, pudo ser mejor. Pero La novia gitana me sorprendió gratamente. No es que los personajes enganchen o generen empatía desde el inicio; eso no sucede. La novela posee un ritmo, y uno aprende a entender a los personajes a través de este. No se basa en clichés para atrapar al lector, sino en un estilo narrativo que hace tan interesante conocer el desenlace como los caminos que los protagonistas toman para llegar a él.
Debo decir que La novia gitana es entretenida. No aburre y mantiene la atención del lector a lo largo de sus más de 400 páginas. Cada capítulo se introduce con una narración alterna que retrocede al pasado de uno de los personajes, inicialmente desconocido, cuya prosa podría funcionar muy bien como un relato independiente. Saber que hay tres autores detrás de la obra nos lleva a especular quién pudo haber escrito qué, y es innegable que las páginas en cursiva al inicio de cada capítulo están mejor logradas desde la retórica. Esto no significa que el resto de la novela no funcione. La narración es fluida, los diálogos son correctos y moderados, sin abuso. Las interacciones entre los personajes son orgánicas y la historia no solo es interesante, sino atrapante. Destaco la capacidad de la novela para mantenernos en vilo gracias a un ritmo narrativo intenso y una trama bien hilvanada con giros acertados y momentos de tensión. La narrativa gráfica y explícita en las escenas del crimen añade crudeza que, aunque impactante, sumerge al lector en el caso. Ya no vivimos en la época de Agatha Christie para ser moderados; en este caso, la violencia es un punto a favor. La complejidad de los personajes, especialmente la protagonista, añade profundidad a la historia. No obstante, al terminar la novela, uno no puede dejar de notar ciertos elementos absurdos o poco creíbles del lado del villano, aunque esto no se percibe hasta después de concluir la lectura, como en esas películas bien dirigidas y guionadas donde nos dejamos llevar por la historia, a pesar de sus agujeros.
A una novela negra no podemos exigirle un subtexto denso o múltiples capas de lectura; no estamos hablando de la prosa de Philip Roth o Virginia Woolf. Sin embargo, hay excepciones en el género que logran abordar temas existenciales y la complejidad de la condición humana, como Terra Alta de Javier Cercas o El nombre de la rosa de Umberto Eco. En el caso de La novia gitana, la situación es más sencilla. Sería mentir afirmar que aborda temas universales evidentes; esperar algo más profundo sería como pedirle peras al olmo. No obstante, los personajes presentan conflictos internos con los cuales podemos identificarnos: Elena Blanco enfrenta el vacío dejado por el secuestro de su hijo, lidiando con la soledad autoimpuesta y una obsesión que la consume; Ángel Zárate, aunque algo desaprovechado, lucha por demostrar su valía, oscilando entre hacer lo correcto según los valores generales o los suyos propios, una lucha interna entre lealtad autodestructiva y oportunidad en la traición. La novela aborda con respeto a los gitanos, evitando caer en estereotipos y racismos, y destacando su vulnerabilidad social. Si la narración hubiera sido en primera persona desde las perspectivas de Elena Blanco o Zárate, o una narración subjetiva centrada en la profundización de sus conflictos como individuos, la novela hubiera cobrado otro perfil literario, aunque la historia principal habría quedado en un segundo plano y probablemente no habría sido el éxito que fue. El villano, por su parte, es quizás lo más flojo de la trama, pero por respeto a quienes no han leído la novela, me abstendré de revelar detalles. Solo diré que los autores probablemente eran conscientes de esta debilidad, pero confiaron en que la fuerza de los crímenes y la inercia de las historias secundarias entretendrían lo suficiente al lector para obviarlo, y en mi caso, así fue.
Carmen Mola, puesto que hay que usar el pseudónimo, emplea o emplean, como mejor parezca, una prosa directa y efectiva, sin florituras innecesarias, pero con una capacidad notable para construir escenas de alta tensión y viscerales. Los diálogos son precisos, las descripciones vívidas y las transiciones entre capítulos están diseñadas para mantener al lector en vilo. Considero que esta saga de novelas será especialmente apreciada por aquellos que disfrutan de las novelas de suspense y crimen de autores como Pierre Lemaitre o Dolores Redondo. En definitiva, La novia gitana es un libro para lectores que buscan una inmersión total en una trama oscura y retorcida, sin perderse en laberintos estilísticos, sino dejándose llevar por una historia que fluye con la precisión de un mecanismo bien engrasado.
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