martes, 20 de agosto de 2024

EL HOMBRE MÁS BUSCADO de John Le Carré

«Esto es lo que hay amigos míos: buscamos a un hombre sin patronímico ni relación alguna con la normalidad. Según sus antecedentes, es un extremista checheno-ruso, delincuente violento, que ha salido de la cárcel turca mediante sobornos… ¿y qué diablos hacía allí, por cierto?... le da esquinazo a la policía portuaria sueca, paga para volver al barco en el que venía, sale furtivamente de los muelles de Copenhague, acepta un vaso de refresco de un viejo gordo con el que entra en conversación en sabe Dios qué idioma y lleva una pulsera de oro con un Corán. Un hombre así merece nuestro considerable respeto. ¿Amén?»

David John Moore Cornwell, más conocido por su pseudónimo literario, John Le Carré, fue un destacado novelista británico. Se graduó en lenguas modernas en la Universidad de Oxford, donde también inició su carrera en el Servicio de Inteligencia británico, es decir, fue un verdadero espía del MI5 y MI6. Le Carré comenzó su carrera literaria durante la Guerra Fría, escribiendo novelas de espionaje que reflejaban el clima de tensión y desconfianza de la época. Su debut como escritor, Llamada para el muerto publicada en 1961, fue el inicio de una exitosa carrera en el género del espionaje, pronto consolidada con El espía que surgió del frío dos años más tarde, que se convirtió tanto en un éxito literario como cinematográfico. Además de ser el autor por antonomasia de la literatura de espionaje, Le Carré fue aclamado por su capacidad para explorar la moralidad y la ambigüedad en un mundo de secretos y traiciones. A lo largo de su carrera, recibió numerosos premios y distinciones, entre ellos el Premio Edgar Allan Poe en 1965, el Premio Goethe en 2011 y el Premio Olof Palme en 2020. Su legado literario incluye estas y otras distinciones, y continúa siendo una referencia en el género hasta su fallecimiento en 2019.

El hombre más buscado, publicada en 2008, es la primera novela que leo de John Le Carré. Ciertamente debió ser un éxito en ventas porque apenas seis años después había sido adaptada a la pantalla grande y protagonizada por Philip Seymour Hoffman, aunque he de decir que no he visto la película y no había escuchado mención de ella hasta el momento que reseño esta obra de Le Carré. Aunque la novela no deja claro cuando se ambienta, es fácil situarla en algún momento entre 2003 y 2007, cuando la guerra contra el terrorismo todavía estaba en desarrollo, marcada por un enfoque global en la lucha contra el extremismo islámico, con operaciones militares, inteligencia y medidas antiterroristas controvertidas. No obstante, antes de continuar la reseña, he aquí la sinopsis:

«En plena noche, un joven ruso sin papeles y medio muerto de hambre llega a Hamburgo. Lleva colgado en el cuello un monedero con una considerable suma de dinero. Parece que es un devoto musulmán. Afirma llamarse Isa. Anabel, una abogada alemana joven e idealista que trabaja para una asociación que ayuda a los inmigrantes, tratará de evitar por todos los medios que Isa sea deportado, arriesgando si es necesario su carrera. Para lograrlo tendrá que enfrentarse a Tommy Brue, director y heredero de un banco al borde de la quiebra, con sede en Hamburgo. Estas tres almas componen un triángulo de amores imposibles que convoca a los espías de tres naciones diferentes.»

No puedo negar que la premisa es, cuando menos, interesante; la sinopsis realmente engancha, y es posible que hubiera resultado aún más seductora si nos ubicáramos en 2008, una época en la que la psicosis colectiva en torno a la guerra contra el terrorismo estaba en plena maduración. Para entonces, la lucha global contra el extremismo islámico llevaba ya varios años en curso, con Osama bin Laden y otros líderes terroristas aún en libertad, lo que mantenía viva la tensión y el temor en Occidente. En ese contexto, el potencial de la obra era innegablemente poderoso, pero si digo esto es porque algo en la obra de Le Carré sin duda no está del todo bien. 

Creo que debo comenzar por los aspectos positivos, y es que John le Carré demuestra en El hombre más buscado su experiencia como escritor y una habilidad para construir una estructura narrativa que, aunque no es compleja en el sentido postmoderno, sí demanda una atención cuidadosa del lector. Le Carré opta por un narrador en tercera persona omnisciente que le permite moverse con relativa fluidez entre las perspectivas de diferentes personajes, ofreciendo una visión multifacética de los eventos sin perder el hilo conductor. La narrativa se construye a través de una serie de escenas que, aunque lineales en su progresión, están tejidas con un ritmo pausado que en algunas ocasiones invita a la reflexión más que a la velocidad dada por la intriga. Utiliza el suspense de manera medida, sin recurrir a giros bruscos, sino más bien permitiendo que la tensión se acumule gradualmente, manteniendo un halo de misterio. Su prosa es contenida, con descripciones precisas que no sobrecargan el texto pero que sí aportan imágenes lo suficientemente vívidas en la mente del lector. El uso de diálogos es otro recurso clave en la estructura, donde las conversaciones son a menudo indirectas, inteligentes, cargadas de subtexto, lo cual, es preciso decir, es lo esperado en una novela de espionaje. En la factura técnica literaria, El hombre más buscado no nos queda nada a deber e incluso sorprende.

Ahora, abordemos lo menos positivo, y es que El hombre más buscado presenta una serie de desafíos para el lector que van más allá de la trama de espionaje a la que muchos están acostumbrados en las obras de Le Carré, o que yo, particularmente, hubiera querido encontrar. Uno de los elementos más problemáticos es la falta de claridad en las motivaciones de los personajes. Le Carré parece optar por una ambigüedad que, en teoría, refleja la opacidad y el desconcierto inherentes al mundo del espionaje. Sin embargo, en esta ocasión, esa ambigüedad no genera intriga, sino confusión, especialmente considerando que los protagonistas, si es que podemos llamarlos así, ni siquiera son espías. Los lectores se encuentran perdidos en una maraña de decisiones y acciones que, sin una comprensión clara de las razones detrás de ellas, se sienten arbitrarias, casi forzadas. Esta falta de profundidad en la explicación del comportamiento de los personajes afecta la credibilidad de la historia, desconectando al lector de la narrativa y dificultando la empatía hacia los protagonistas, quienes parecen moverse más por impulsos incomprensibles que por motivaciones sólidas. La difusa estructura narrativa, que en otros momentos de la carrera de Le Carré habría sido brillante, aquí sencillamente no funciona para el relato que el autor pretende contarnos.

La historia se reparte entre varios personajes, como Annabel, la abogada idealista; Tommy Brue, el banquero atrapado en un mundo que ya no comprende; e Issa Karpov, el misterioso refugiado. Ninguno de ellos llega a ocupar el centro de la escena lo suficiente como para que el lector pueda establecer una conexión sólida. Esta dispersión diluye no solo el impacto emocional, sino también la claridad de la trama. Incluso los espías, que en una novela de este género deberían ser los protagonistas naturales, quedan relegados a un papel secundario, inicialmente como observadores pasivos y luego, los que terminan por empujar la trama cuando esta no avanza. La introducción tardía del personaje conocido como «Señal» a dos tercios de la novela es un movimiento torpe, que desorienta más de lo que aporta, mientras que el final, abrupto y anticlimático, deja una sensación de insatisfacción. Aunque la novela tiene momentos de brillantez, estos son escasos y no logran sostener la atención a lo largo de cientos de páginas. En otras palabras, Le Carré consigue lo que nunca debería ocurrir en una buena lectura: aburrirnos.

En El hombre más buscado, nos encontramos con una situación problemática en la construcción narrativa: los protagonistas son empujados por la trama, en lugar de ser ellos quienes la impulsan. En el arte de contar un relato, esto es un elemento crucial; un buen protagonista debe llevar sobre sus hombros el peso de la historia, tomando decisiones que generan consecuencias y, por ende, mueven la trama hacia adelante. Cuando los personajes son los que impulsan la acción, la historia se vuelve dinámica y atractiva, permitiendo al lector sentir que está presenciando un proceso de evolución y conflicto real. Sin embargo, si el protagonista es empujado por las decisiones o acciones de otros, o por las exigencias de la trama en sí misma, sin que sus propias decisiones sean las que marquen el rumbo o si quiera hagan alguna diferencia, se produce una desconexión. En lugar de tener una figura central que guíe al lector a través de la narrativa, nos encontramos con personajes pasivos, más reactivos que proactivos, lo cual puede resultar en una historia que se siente forzada y desorientada. Esto afecta la percepción del protagonismo, generando la sensación de que el personaje principal no está cumpliendo su rol, sino que es meramente un espectador dentro de su propia historia, lo que debilita el impacto y la profundidad del relato.

Puedo apreciar la técnica y el estilo literario, puedo admirar lo bien escrita que está la obra de Le Carré, pero eso no deja de ser forma, y aunque la forma sea notable, de nada sirve si el contenido no está a la misma altura. Al leer Berta Isla de Javier Marías, una novela de espías y quizás una de las mejores que he leído junto a Tomás Nevinson, me encontré fascinado por la fusión perfecta entre la calidad literaria y la profundidad de la historia. Comparar a Le Carré con Marías puede parecer injusto; Marías fue el Borges español, un maestro en su arte, pero esta comparación me sirve para resaltar un punto esencial: una escritura impecable sin una historia sólida simplemente no funciona. Fue doloroso sentir cómo la premisa de la sinopsis de El hombre más buscado prometía más de lo que la historia entregó. Nuevamente subrayo, Le Carré es conocido por su ambigüedad, un recurso que suele enriquecer sus narrativas, pero en esta novela, que no se centra tanto en los espías, la ambigüedad no logra su habitual efecto. Aunque creo entender cuál es el punto que intenta transmitir: en el mundo sombrío que describe, no importa si alguien es realmente un terrorista, un extremista o incluso inocente; si los dedos apuntan en su dirección, se convierte en culpable por defecto, porque en este mundo la duda basta para condenar. Sin embargo, este planteamiento, por más provocador que sea, no logra sostener la novela, quedando en un terreno intermedio donde la ambigüedad y la falta de claridad se sienten más como debilidades que como virtudes.

Para ir finalizando, particularmente, El hombre más buscado es una novela que no volvería a leer y tampoco recomendaría, salvo que alguien busque una novela para combatir el insomnio. Y, no obstante, entre todo, hay algunas líneas que rescato y que describen lo que la obra fue:

«No somos policías, somos espías. No detenemos a nuestros objetivos. Los desarrollamos y redirigimos hacia objetivos mayores. Cuando identificamos una red, la observamos, la escuchamos, nos infiltramos y gradualmente la controlamos. Las detenciones son un valor negativo. Destruyen una valiosa adquisición. Te obligan a empezar de cero, a buscar otra red la mitad de buena que la que acabas de echar por tierra.»

No hay comentarios:

Publicar un comentario