«Nunca se está seguro de nada si uno permite que el asesino hable, niegue y se explique, y Hitler poseía dotes oratorias extraordinarias. Aunque de su boca no salieran más que imbecilidades, vacuidades y beligerancias, convencía a sus oyentes de las vacuidades, las beligerancias y las imbecilidades, y la agente de este nuevo siglo es aún más manipulable y pasmada que la de los años treinta del pasado.»
Javier Marías es un escritor madrileño y probablemente uno de los autores más destacados de España en la actualidad. Es hijo de Julián Marías, que fue un filósofo, profesor, conferencista, académico, ensayista y miembro de la Real Academia Española, fue reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, entre muchos otros galardones. Y al igual que su insigne padre, Javier Marías es miembro de la Real Academia Española y durante años ha obtenido decenas de premios en reconocimiento a la calidad de su obra y aportes a la literatura hispanoamericana.
Javier Marías es un escritor muy versátil, quizá no tan prolífico como algunos, pero se hace notar. Ha publicado novelas, cuentos, antologías, artículos en diarios y revistas, ensayos y hasta libros infantiles, además ha traducido varias obras de las que se destacan Desde que te vi morir de Vladimir Nabokov, El espejo del mar de Joseph Conrad y Si yo amaneciera otra vez de William Faulkner. Las novelas de Javier Marías difícilmente pasan desapercibidas por la crítica y buena parte de ellas han logrado premios y distinciones, aunque siempre se han destacado Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y recientemente Berta Isla de la cual, Tomás Nevinson es su irremediable continuación y esta es su sinopsis:
«Tomás Nevinson, marido de Berta Isla, cae en la tentación de volver a los Servicios Secretos tras haber estado fuera, y se le propone ir a una ciudad del noroeste para identificar a una persona, medio española y medio norirlandesa, que participó en atentados del IRA y de ETA diez años atrás. Estamos en 1997. El encargo lleva el sello de su ambiguo ex-jefe Bertram Tupra, que ya, mediante un engaño, había condicionado su vida anterior.»
Tomás Nevinson es una obra que puede leerse de forma independiente a Berta Isla. Se sostiene por sí misma y avanza con otra historia abordando un conflicto diferente, quizá hasta más ambicioso, si es que eso es posible. No obstante, particularmente considero conveniente leer previamente a Berta Isla, porque conoceremos de mejor manera la iniciación en el espionaje de Tomás Nevinson y, en consecuencia, comprender en esta otra etapa sus acciones e indecisiones, su soledad y abatimiento, sus pensamientos y reflexiones, que de estas últimas abundan y no son pocas. También es recomendable leer Berta Isla puesto que es una novela magistral, un novelón en toda regla, de esas pocas obras que nos recuerdan porque amamos la literatura, que fascinan desde la primera a la última página.
Si queréis saber de qué iba Berta Isla, también podéis leer mi reseña, que lo explico con más detalle. En todo caso, Tomás Nevinson no repite el camino recorrido y tampoco transita innecesariamente sobre el terreno ya ganado, aunque lamentablemente la existencia de esta obra representa un espóiler de la anterior, hecho que fuera ciertamente fatal a la historia si Javier Marías publicara obras para la banal entretención, pero no es así. Tomás Nevinson por momentos parece un ensayo filosófico donde cuestiona constantemente la moralidad de las omisiones más que de las propias acciones.
En Tomás Nevinson hay un solo narrador y es el protagonista, Tomás Nevinson. La historia nos la cuenta en un punto de 2017 recordando 1997, el año que abandonó su retiro del MI5 aceptando una nueva misión que por ser en suelo español los reparos fueron menores de los que imaginó primando la distancia con su familia, aunque esa distancia ya era irreparable desde su desaparición por más de una década años atrás. Apenas tenía tres años de haberse reencontrado con su familia, con Berta Isla, con sus hijos, quienes, aunque nunca tuvieron dificultades económicas, pues su trabajo ofrecía esas garantías, su ausencia caló abismos donde no hubo puente capaz de superarlos. Es como si sus hijos y su esposa fueran unos desconocidos, aunque ciertamente el desconocido, el forastero, es él y siempre sería él. Como espía tenía una muralla infranqueable de secretos que ya sea estando en activo o no, le acompañarían permanentemente.
Tomás Nevinson al principio se negaba a participar en una nueva misión, porque después de todo aquella profesión le había costado su juventud y más valioso aún, el afecto de su familia, pero la terminó aceptando porque una vez traspasado el umbral nunca se vuelve realmente. Tomás Nevinson ya no era tan joven como lo fue en los años de la guerra fría, los años más peligrosos de su profesión, en 1997 tenía 46 años y era ya todo un veterano de muchas guerras sin demasiada sangre, sin demasiado ruido. Durante la mayor parte de su vida adulta había aprendido a ser nadie, ese grupo de personas que se encuentran al margen de la historia y que de alguna manera la provocan o la controlan haciendo que las cosas pasen o no pasen, según las intenciones e intereses para quienes sirven. Tomás Nevinson le debía lealtad a un país que no era el suyo, a la Corona Británica, aunque tampoco se sentía tan español. Para el mundo tenía dos nacionalidades, para él no había mayor diferencia con un apátrida.
La novela comienza con el esbozo de dos relatos históricos, en ambos casos se cuenta la posibilidad real de dos personas en momentos diferentes de la historia de asesinar a Hitler. El primero es el de Friedrich Reck-Malleczewen que almorzaba en la Osteria Bavaria de Múnich, el mismo restaurante en el que comía en soledad un joven y resentido Adolf Hitler. Ya en ese entonces se le conocía por sus discursos incendiarios, pero apenas si era conocido, el partido nazi ni siquiera representaba una fuerza política real. Friedrich Reck-Malleczewen pudo haber desenfundado su arma, darle un tiro en la cabeza a Hitler y marcharse. Probablemente nadie le reconocería ni le perseguiría. Ya tenía un presentimiento de que aquel tipo le daría muchos dolores de cabeza algún día a Alemania, pero su intuición se quedó bastante corta. Solamente lo observó y siguió comiendo. Reck-Malleczewen muchos años más tarde terminaría muriendo en un campo de concentración, muy a su pesar por lo que pudo hacer y no hizo. La otra historia es la de Alan Thorndike, un capitán inglés que cazaba en Berchtesgaden. En ese momento Hitler ya era una figura pública y una amenaza real para la seguridad de Alemania y Europa. Mientras Thorndike buscaba a su presa tuvo unos instantes en el que tenía en la mira la cabeza de Hitler en un ángulo tan limpio y directo que si apretaba el gatillo no habría necesidad de ningún disparo más. Su vida a partir de ese momento también estaría sentenciada si no llegaba a escapar, pues matar al Führer no se tomaría como poca cosa. Pero ¿qué era su vida comparada contra las miles o millones que podía salvar? ¿Acaso la muerte no está ligada al héroe para que este se convierta en tal? No obstante, dilató demasiado el momento, tanto que terminó por distraerse y cuando volvió la mirada, la oportunidad se había ido y para siempre. La pregunta crucial es que a sabiendas del daño que alguien está causando o podría causar a un pueblo o a un país ¿Es moralmente permitido el asesinato? Y la respuesta también puede invertirse ¿Se comparte la responsabilidad de los crímenes dejando vivir al criminal para que los siga cometiendo? ¿La justicia tiene una diferente concepción para los criminales de guerra o los terroristas? ¿Existe justicia si se opera fuera de los andamiajes legales? ¿Qué es la justicia realmente?
En 1987 hubo un ataque terrorista en Barcelona, conocido como el atentado de Hipercor donde murieron 21 personas y otras 45 resultaron heridas. El responsable de este atroz crimen fue la organización terrorista ETA quien no solo se lo atribuyó, sino que con descaro y sin vergüenza trató de librar responsabilidad al comunicar que había advertido a las autoridades con anticipación de sus planes de colocar una bomba en la avenida Meridiana. Años después, en 1991 ETA intentó otro atentado de grandes proporciones en Zaragoza, pero esta vez la policía fue mucho más cautelosa y dio con un vehículo averiado que resultó ser un coche bomba con una cantidad de explosivos suficientes para superar con creces lo ocurrido en Barcelona, aunque también la denuncia de un ciudadano observador fue clave en prevenir el desastre. Como suele ocurrir con las organizaciones terroristas, no actúan completamente solas y existe un submundo donde sus miembros son formados y capacitados tanto en la ideología del odio como la del crimen en cualquier escala. ETA tuvo nexos con otra organización terrorista, IRA, que en fines y métodos eran muy similares. Mientras ETA buscaba la separación del País Vasco, IRA lo hacía con Irlanda del Norte. Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, el fin de las agencias de inteligencia y espionaje no estaba ni por asomo cerca de llegar. Un siglo terminaba y otro comenzaba con el terrorismo internacional, un peligroso monstruo de muchas cabezas. IRA, por ejemplo, fue responsable del atentado de Omagh en 1998, en la ciudad de Tyrone, donde murieron 29 personas y 220 resultaron heridas.
La misión de Tomás Nevinson era encontrar y neutralizar, eufemismo de asesinar, a una integrante de IRA que estuvo involucrada en la planificación de los atentados de ETA en Barcelona y Zaragoza. Tenía que encontrar a una mujer que estaba integrada a la rutina de en pueblo desde hacía cinco o seis años y actuar de manera que su deceso pareciera un accidente cualquiera. Es allí cuando Tomás Nevinson enfrentará problemas de carácter ético y moral. Puesto que no sabe si la persona a la que debe matar se encuentra arrepentida porque actuó de acuerdo con los impulsos y vesania de su juventud y solo quiere llevar una vida tranquila en un casi anonimato dentro de un pueblo cualquiera lejos de Gran Bretaña, o bien, es una terrorista veterana e inactiva que está pausada en espera de recibir, al igual que él, una nueva misión.
Tomás Nevinson no es ese espía frío y calculador capaz de mimetizarse y convertirse en bala o cuchillo en el momento preciso, aunque quizá en algún momento tuviera el potencial y eventualmente lo fuera. El Tomás Nevinson de aquellos momentos es uno más taciturno que cuestiona no solo su misión, sino su propia vida, enfatizando los límites de la moralidad y de la existencia. Sabe lo que se le ha dicho, pero hay suficientes vacíos que no le satisfacen y teme cargar con la muerte de un inocente que al mismo tiempo sabe que no lo es, que no hay inocencia alguna y que la duda no es más que un mecanismo que se ha autoinfligido para rehuir de una decisión que le atormenta. Cegar una vida es una carga insoportable para él, pero también no hacerlo podría generar un infierno interior cuando en un futuro lea o escuche sobre un atentado terrorista donde pudo haber participado en su planeación o ejecución la persona que tiene como objetivo. Tal y como les sucedió a los tipos que tuvieron a Hitler al alcance y no se atrevieron a más que hundir el pensamiento sobre el deseo, dejando los dados del destino a la deriva que después cogió la muerte con furia.
Si la historia es una hecatombe de la consciencia, la narración es un desborde de elocuencia que fluye sin prisa, pero al mismo tiempo, sin demora. La calidad literaria de Javier Marías es indiscutible y de cierta manera abrumadora. Es válido encontrar a un escritor que, en un prólogo, en una introducción y si se quiera, hasta un capítulo, nos maraville con el uso del lenguaje enmarcado en una prosa magnífica e impecable, pero Javier Marías va más allá y lo sostiene en toda su obra como si de algo natural se tratase. No hay fragmento o diálogo, por muy espontáneo que sea, que no valga la pena releer por el gusto de leer. Y hablando justo de ello, cierro con unas líneas que se destacaron y no puedo dejar de citar:
«En realidad nadie es ya recordado, más allá de sus primeras horas compungidas, en las que hay más impresión y pánico que recapitulación y remembranza.»
«Los que más pueden perjudicarnos son quienes nos han visto de jóvenes y nos han moldeado, no digamos quienes nos han encontrado y pagado, o se han portado bien y nos han hecho favores.»
«La realidad no está a la altura de la imaginación casi nunca, ni el presente a la del futuro.»
«Nada ha sucedido mientras no ha sucedido, nada es seguro hasta que ya es irreversible.»
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