«En ese momento, el forastero se puso de pie y se guardó la pipa en el bolsillo. Instantes después, desapareció dentro del patio. El señor Huxter imaginando ser testigo de algún robo, dio la vuelta al mostrador y salió corriendo a la calle para atrapar al ladrón. Mientras tanto el señor Marvel salía, con el sombrero ladeado, con un bulto envuelto en un mantel azul en una mano y tres libros atados, con los tirantes de vicario, como pudo demostrarse más tarde, en la otra. Al ver a Huxter, dio un respingo, giró a la izquierda y echó a correr.»
Herbert George Wells fue un destacado escritor británico del siglo XIX. Proveniente de una familia de clase trabajadora, desde joven mostró un gran interés por la ciencia y la literatura. Estudió biología en el Royal College of Science de Londres, donde fue alumno de Thomas Henry Huxley, conocido defensor de la teoría de la evolución de Darwin y también abuelo de Aldous Huxley, autor de la famosa novela Un mundo feliz. La carrera literaria de Wells despegó a finales del siglo XIX, y en 1895 publicó su obra más famosa, La máquina del tiempo, un hito en la literatura de ciencia ficción que lo consolidó como uno de los pioneros del género. Wells exploró temas como la ciencia, la ética y la sociedad a través de sus novelas visionarias, entre las que se incluyen La guerra de los mundos, El hombre invisible, y La isla del doctor Moreau. Además de su prolífica producción literaria, Wells fue un ferviente defensor de las reformas sociales y escribió extensamente sobre política, historia y sociología.
El hombre invisible fue publicado en entregas en 1897 en Pearson's Magazine, una revista donde también publicaron autores como Arthur Conan Doyle y Rudyard Kipling. Ese mismo año, luego de terminar las entregas con la revista, la historia de El hombre invisible se publicó propiamente como novela. La obra de Wells aborda la idea de un científico que teoriza que, al ajustar el índice refractivo de un cuerpo para coincidir con el del aire y evitar que absorba o refleje la luz, puede volverse invisible. El protagonista de la novela aplica esta teoría en su propio cuerpo, pero la imposibilidad de revertir el proceso lo sume en una espiral de locura. La idea de la invisibilidad no fue original de Wells, quien se inspiró en la leyenda del Anillo de Giges de Platón y en el poema humorístico The Perils of Invisibility de W.S. Gilbert (sin traducción conocida al español). Estas influencias, combinadas con la habilidad narrativa de Wells, dieron lugar a una obra que no solo exploraba las posibilidades científicas, sino también las implicaciones morales de la ciencia descontrolada. Pero antes de continuar, con la reseña, he aquí la sinopsis:
«Un hombre misterioso, envuelto en vendajes y gafas oscuras, llega a un pequeño pueblo inglés y se refugia en una posada local. Los habitantes pronto se dan cuenta de que oculta un terrible secreto: ha logrado volverse invisible mediante un experimento científico. A medida que su comportamiento se vuelve más errático y peligroso, los lugareños intentan desentrañar el misterio que rodea a este extraño huésped, mientras su propia desesperación lo lleva a actos cada vez más extremos.»
Frankenstein de Mary Shelley, El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson, y esta novela, El hombre invisible, comparten una inquietud que subyace en la naturaleza humana: el deseo de trascender los límites establecidos por la moralidad y la naturaleza misma. En estas novelas, los protagonistas se entregan a experimentos que desafían las barreras éticas, movidos por una ambición que, en su momento, parecía un reflejo del progreso científico, pero que pronto revela su naturaleza destructiva. Frankenstein, en su afán por desafiar a la muerte, crea una vida que se convierte en su tormento; el Dr. Jekyll, buscando separar lo bueno de lo maligno en su ser, libera una oscuridad que le consume; y Griffin, en su obsesión por hacerse invisible, pierde su humanidad en el proceso. Estas narrativas del siglo XIX no solo advertían sobre los peligros de la ciencia sin control, sino que prefiguraban una ansiedad que perdura hasta el presente. Hoy, en el siglo XXI, esa misma preocupación se ha trasladado al ámbito de la inteligencia artificial, donde el temor no radica en la creación de monstruos físicos, sino en la posibilidad de que las máquinas, dotadas de autonomía y capacidad de aprendizaje, superen las intenciones de sus creadores. El miedo que se vislumbra es el mismo: que el poder científico, si se ejerce sin una guía ética clara, puede desatar fuerzas que, una vez liberadas, escapan al control humano.
La invisibilidad, antes de que H.G. Wells la abordara, se encontraba confinada al ámbito de la magia y lo sobrenatural, un recurso de mitos y leyendas que no necesitaba más explicación que lo arcano. Sin embargo, al introducir una base científica en El hombre invisible, Wells no solo amplió los horizontes de la ciencia ficción, sino que también permitió que la imaginación de sus lectores navegara por nuevos y desafiantes mares, que llegara a nuevos puertos. Con el tiempo, la historia de Griffin, el científico que se vuelve invisible, ha sido adaptada al teatro y al cine, aunque ninguna versión ha sido completamente fiel al texto original. Esto es en parte porque, a medida que la ciencia y la tecnología avanzan, y la sociedad evoluciona, el retrato del conocimiento científico del siglo XIX pierde relevancia y atractivo para las audiencias contemporáneas. Las adaptaciones cinematográficas, por tanto, han optado por reinterpretar la historia para reflejar los temores y preocupaciones de sus respectivas épocas. La versión protagonizada por Kevin Bacon, Hollow Man (estrenada en el 2000), es un claro ejemplo de esta evolución. La película retoma el concepto de la invisibilidad como un catalizador para explorar la naturaleza destructiva del poder sin control, llevándolo a un extremo mucho más oscuro y violento que el de la novela original. Aquí, la invisibilidad no es solo una hazaña científica, sino una puerta abierta al deterioro moral y psicológico, reflejando las ansiedades contemporáneas sobre la ética en la ciencia y el abuso de poder. Por otro lado, la adaptación de 2020 protagonizada por Elisabeth Moss, conocida por su papel en The Handmaid's Tale, recontextualiza la historia para una era moderna en la que la invisibilidad se convierte en una metáfora del control y el abuso en las relaciones personales. Esta versión no intenta adaptar la ciencia del siglo XIX, sino que utiliza la invisibilidad como un medio para explorar el terror psicológico y la manipulación, temas alarmantemente reales en nuestra sociedad actual. Aunque ninguna de estas adaptaciones puede considerarse fiel al original de Wells, ambas revitalizan su obra al despertar la curiosidad de nuevas audiencias, mostrando que la historia sigue siendo un terreno fértil para la exploración creativa. Las películas, tanto las mencionadas como las que no o las que se filmen posteriormente, por tanto, no son ni mejores ni peores que la novela original, sino productos diferentes que reflejan los miedos y obsesiones de sus respectivos tiempos, demostrando la perdurabilidad de la obra de Wells en la cultura popular, y no hay huella más indeleble que esta.
En El hombre invisible de H.G. Wells, el conflicto evidente reside en la ausencia de límites éticos en la ciencia. Griffin, un científico que, con la obsesión de probar su teoría sobre la invisibilidad, cruza la frontera entre la curiosidad intelectual y la arrogancia moral. Como sucede en Jurassic Park de Michael Crichton, la ciencia es tratada como un campo de posibilidades ilimitadas, donde la capacidad de hacer algo se antepone a la reflexión sobre si se debe hacer. Griffin se aventura a realizar su experimento sin prever las consecuencias, lo que subraya una advertencia sobre los peligros de la ciencia cuando se desliga de la ética. El experimento que transforma a Griffin en invisible, si bien es un logro científico, se convierte en una trampa que lo aísla de la sociedad, despojándolo de su identidad y su humanidad.
Pero Wells, con su habilidad para entretejer capas más profundas de significado, plantea un subtexto que va más allá de la advertencia ética. La invisibilidad en la novela es también una metáfora de la desesperación existencial que siente un ser humano cuando se ve condenado al anonimato y al aislamiento. Griffin, invisible para los demás, deja de existir en el sentido más profundo; su invisibilidad es tanto una maldición física como una condena psicológica. El ser ignorado, el no ser visto, lo empuja hacia la desesperación, el resentimiento y la violencia. A diferencia de Gregor Samsa en La metamorfosis de Kafka, quien acepta su destino de ser un insecto rechazado, Griffin no puede soportar su condición. Lo que comenzó como un experimento científico se convierte en tortura, un castigo para un hombre que, en su intento de trascender los límites humanos, termina siendo devorado por su propia creación. En este sentido, la novela de Wells no solo es un comentario sobre los peligros de la ciencia sin control, sino también una profunda reflexión sobre la necesidad humana de ser reconocido, de ser parte del tejido social, y sobre cómo la negación de esta necesidad puede llevar a la destrucción de la psique y la moralidad de un individuo.
En lo que respecta a la parte técnica, El hombre invisible presenta una estructura narrativa lineal sencilla, con un desarrollo cronológico que sigue las experiencias del protagonista, Griffin. La novela emplea un narrador en tercera persona omnisciente, lo que permite al lector acceder a los pensamientos y emociones del personaje central, así como a los eventos que ocurren a su alrededor. Wells utiliza recursos retóricos como la descripción detallada y el diálogo para construir una atmósfera de creciente tensión y desesperación, así como ofrecernos datos, contexto e información importante sobre las motivaciones y objetivos de los personajes. La historia no recurre a regresiones ni elipsis significativas, manteniendo una continuidad temporal que facilita la comprensión de la trama. La narración transcurre en un marco temporal relativamente breve, que abarca varios días, durante los cuales se desarrolla el conflicto principal. La prosa es accesible para cualquier lector, caracterizada por un estilo directo y eficiente que evita complejidades innecesarias, lo que permite fluidez y garantiza la atención del lector.
El hombre invisible es un clásico de la ciencia ficción, y aunque la idea se haya utilizado muchas veces en la cultura popular, volver al origen siempre garantiza descubrir nuevas experiencias, elementos y perspectivas que pudieron haber pasado desapercibidos. Como cualquier obra que se convierte en un clásico, son las generaciones a lo largo del tiempo las que le otorgan ese calificativo y, aunque suene irónico en este caso, la visibilidad. Para cerrar, unas líneas que vale la pena volver a leer:
«Es común que los acontecimientos extraordinarios, así como los eventos trascendentales, que superan la experiencia humana, impacienten menos a los hombres y mujeres, que detalles mucho más pequeños de la vida cotidiana.»
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