martes, 14 de marzo de 2023

LA SEÑORA DALLOWAY de Virginia Woolf

«De manera que lo habían abandonado. El mundo entero clamaba: Quítate la vida, quítate la vida, ten compasión de nosotros. Pero ¿por qué tenía que suicidarse para darles gusto? La comida era agradable, el sol calentaba y aquel asunto de suicidarse, ¿cómo llevarlo a la práctica? ¿Por medio de un cuchillo de cocina, desagradablemente, con ríos de sangre? ¿O abriendo el rubo del gas? Estaba demasiado débil; apenas era capaz de levantar la mano. Además, ahora que ya se había quedado completamente solo, condenado, abandonado, como se hallan quienes están a punto de morir, descubría un placer en ello, un aislamiento lleno de sublimidad, una libertad que no conocen quienes tienen afectos.»

Virginia Woolf fue una escritora londinense, una de las figuras más influyentes de la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX. En su amplia obra se encuentran novelas, cuentos, ensayos, diarios, cartas, anotaciones, teatro, viajes y hasta biografías noveladas, incluyendo la de un perro llamado Flush. Virginia Woolf, además de toda su contribución al arte literario, fue y sigue siendo un símbolo del feminismo, una inspiración para muchas mujeres que encuentran entre sus páginas un párrafo, una oración, una cita que aviva su lucha por la igualdad y la equidad. Francamente Woolf se ha convertido en una figura de admiración, una mujer matizada con la leyenda. Hasta su muerte subrayada con la tragedia del suicido encierra una existencia turbada por el afán violento e injusto de una época difícil, cruenta y desesperanzadora. Murió en marzo de 1941, época cuando los Luftwaffe alemanes sobrevolaban y bombardeaban Londres, cuando parecía que el totalitarismo nazi se haría con el control de toda Europa. Virginia Woolf, deprimida y sin dudas, llenó de piedras su abrigo y se arrojó al río Ouse.

La señora Dalloway, publicada en 1925, es para muchos críticos literarios la obra más importante de Virginia Woolf, la que inicia con un estilo vanguardista que repetiría con algunas variantes en Al faro y Las olas y que terminaría permeando en los matices narrativos de toda su obra. La señora Dalloway es una de las novelas más sobresalientes del siglo XX y frecuentemente es comparada en relevancia con el Ulises de James Joyce, puesto que ambas narran un día en la vida de sus respectivos protagonistas. Curiosamente, y pese a sus aportes a la literatura universal, ambos escritores, Woolf y Joyce, nunca fueron reconocidos con el Nobel de Literatura, aunque es innegable su influencia en grandes autores como Salman Rushdie, Thomas Wolfe, Mario Vargas Llosa y Jorge Luis Borges, este último incluso fue traductor de varias obras de Woolf.

La señora Dalloway, como lo he mencionado, narra un día en la vida de Clarisa Dalloway, una dama londinense de mediana edad esposa de un alto funcionario del partido conservador. La historia transcurre un miércoles de junio de 1923 en Westminster, justo cuando Clarisa se dirigía a comprar flores para una fiesta que daría esa noche. Era un día de verano diáfano, uno de esos días que adjetivamos simplemente como hermosos, aunque también es un día cualquiera, un día más. Si esta fuera la sinopsis, únicamente agregaría que Clarisa en el transcurso del día se encontraría y conversaría con amigos, vecinos y conocidos, además de su familia. 

Clarisa es una esnob aburrida y seguirla durante un día es tedioso. Leí y releí a La señora Dalloway y se me hacía difícil creer que una historia tan aburrida y banal, incapaz de despertar interés alguno, fuera la obra alabada. Pensé que debía haber un error. ¿A quién le importa los preparativos de una fiesta? ¿A quién le importa las flores, las coles o el vestido remendado? ¿A quién le importa las frustraciones, indecisiones y complacencias de unos ingleses acomodados? Sin duda debía haber algo que no veía, algo que no comprendía. Llegando al suicidio de un personaje secundario, un joven llamado Septimus, pensé que la situación mejoraría, que no hay nada peor para una fiesta que una muerte horas antes, pero me equivocaba porque el deceso del muchacho nada significó, apenas un comentario que molestó a Clarisa durante la fiesta y fue en ese momento en que me di cuenta de que la historia no importaba en lo absoluto, era aburrida y banal propositivamente. Virginia Woolf creo a un personaje en donde bastaba un día y nada más para resumir toda su vida. Clarisa era una mujer que se sentía insatisfecha con quien era, pero también estaba consciente de que no podía ser de otra manera, que eso era todo. Peter Walsh, un antiguo pretendiente de su juventud que la visitó sorpresivamente ese día le preguntó si era feliz y ella no alcanzó a responder porque alguien entró y la distrajo, pero el lector sabía que respondería si hubiera podido hacerlo. Clarisa Dalloway es un retrato de Virginia Woolf, si hasta se describen con los mismos rasgos, con la diferencia que Clarisa era la persona que Virginia Woolf no quería ser, que temía ser. Cuando se publicó la novela, Virginia tenía 43 años, su personaje era una década mayor.

Hace falta darle más de una oportunidad a La señora Dalloway para dejarse llevar en ese aburrimiento de la historia, o mejor, dicho, abandonar la historia que transcurre y centrarnos en el estilo narrativo que es francamente magistral. Es fácil distinguir el narrador omnisciente del narrador en primera persona, pero en este caso no existe ni el uno ni el otro. Lo más parecido es un narrador equisciente, pero el mismo reboza de una sutileza tal que nunca se nos revela la realidad de lo que pasa sino a través de la perspectiva de cualquiera de los personajes. Es fácil señalar quien cuenta la historia en cualquier libro, pero en La señora Dalloway esto no es posible, el narrador se esconde atrás de cada personaje y emana como una consciencia. El dominio del soliloquio interior nos lleva por digresiones interminables en los que nos enteramos de recuerdos, deseos y pensamientos dotados de una sensibilidad sublime que esculpe en cada personaje una personalidad tridimensional. Todo temor, alegría, tristeza, sorpresa, desencanto, enojo, toda emoción en general se siente auténtica. Virginia Woolf nos hace saltar de personaje en personaje continua y limpiamente. No hay capítulos ni espacio entre párrafos. Estamos sumergidos en un texto sólido desde la primera página hasta la última. Apenas hay algunos diálogos porque se trata más de la definición de la emoción que de las palabras que los personajes profieren, puesto que cuando las dicen vienen filtradas por el peso de lo que significan sus propios nombres o de lo que se esperaría de ellos.

A pesar de un arte narrativo que hace de esta obra una de las mejores muestras de la literatura universal, un arte narrativo lleno de recursos y figuras retóricas, un arte narrativo difícil de replicar, La señora Dalloway no deja de ser una obra aburrida y tediosa. Y es que, Clarisa Dalloway, además de otros sentimientos que la invadían, estaba aburrida, y transmitir esa sensación es un logro. No cualquier escritor puede hacer una novela intencionalmente aburrida y aún así congraciarse con la experiencia del lector. Por otra parte, toda esa banalidad nunca se ufanó de pretensión y, sin embargo, es posible encontrar profundidad en esa superficie que en la primera exploración nos parecía plana. Por ejemplo: los personajes nunca se atreven a decir lo que verdaderamente sienten y no es que mientan; la vida de cualquiera de los personajes podría ser la vida de cualquiera en realidad; en un momento son jóvenes con ideales y sueños, y en otro, cincuentones que no terminan de entender cómo llegaron hasta allí y cómo y dónde seguir; el suicidio de un veterano de guerra de nada sirve y a nadie le importa y hasta se compara con un chelín en una fiesta; mientras Clarisa se siente atrapada en su vida, Peter Walsh se siente libre y Richar Dalloway feliz y completo, todos tienen sus propios asuntos y eso es lo que les interesa, excepto por Clarisa que como mujer debe preocuparse también por lo que se esperaría y se piense de ella.

La señora Dalloway es una novela que puedo y no puedo recomendar. No es fácil y no porque su lectura sea difícil. Su lenguaje fluye con la elegancia inglesa, con una prosa bella, manteniendo la sencillez propia de la interiorización; pero explorar esos matices requiere paciencia. Es como contemplar una obra de van Gogh o Monet, donde no podemos decir que solo son personas o un paisaje mal definido, sino que atrás de ellas hay toda una revolución artística de colores, pinceles, pinturas, técnica, en fin. Lo mismo podría decir con la música, que de analogías parezco no agotarme. Pero en definitiva el arte literario, como cualquier otro arte es así, y siempre tenemos el derecho de gustar de determinada obra o no, y eso no significa que no pueda apreciarse su valor y aporte. La señora Dalloway funciona mejor cuando se lee por segunda vez, y mejora una tercera. Creo que si hay una cuarta lectura funcionará por costumbre, no lo sé, ya son muchas veces. La ventaja es que es una obra poco extensa.

Si buscamos una lectura ligera, esta es una buena elección, pues no pasa nada en un día. Si buscamos una lectura compleja, esta también es una buena elección, pues pasa la vida misma. Así de contradictorio y completo.

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