«No sé cómo escapé de ese lugar. Volví sobre mis pasos corriendo y crucé de nuevo el arroyo. De pronto el bosque se aclaró y aparecieron árboles primaverales muy tupidos y verdes. El sitio estaba atestado de niños y olía a cosas ricas. Varias familias que estaban de picnic. Era un panorama increíblemente luminoso. Corría un manantial rumoroso, a su vera había gente sentada sobre esterillas que comía rollos de arroz envueltos en algas. A un lado asaban carne a la parrilla, se oía tararear canciones y resonaban las risas de alegría.»
Han Kang es una escritora surcoreana conocida por su capacidad para explorar temas de gran profundidad emocional y filosófica. Graduada de literatura en la Universidad de Yonsei, inició su carrera como poeta antes de dedicarse a la narrativa, ámbito en el que ha alcanzado reconocimiento internacional. Su novela La vegetariana, publicada en 2007, traducida a más de veinte idiomas, le valió el Premio Booker Internacional en 2016, marcando un punto culminante en su carrera. Previamente había publicado El venado negro en 1998, mientras que obras más recientes como Actos humanos y Donde nace la luz consolidaron su reputación como una escritora que aborda el trauma colectivo y las tensiones entre cuerpo y mente con una sensibilidad muy particular. En 2024 Han Kang fue reconocida con el Premio Nobel de Literatura.
Confieso que, antes de que Han Kang recibiera el Nobel de Literatura, su nombre me era completamente desconocido. Nunca había visto un libro suyo ni había leído una sola referencia sobre ella. Y, en verdad, no debería sorprenderme: francamente ya es común que el Premio Nobel de Literatura lo obtenga un autor poco leído o conocido para los lectores habituales. La sorpresa, sin embargo, fue otra. Han Kang había estado siempre a la vista, siendo ya ganadora del Premio Booker Internacional. En ese mismo listado de honor figuran otros Nobel como Olga Tokarczuk y Kazuo Ishiguro, aunque este último obtuvo el Booker antes de que tuviera su distinción internacional. En el caso de Han Kang, su victoria en el Booker Internacional destacó frente a autores como Elena Ferrante y Orhan Pamuk, este último también laureado con el Nobel. Así, aunque ignoraba su obra, estaba claro que ya había alcanzado reconocimiento, algo que no siempre puede decirse de otros Nobel como Jon Fosse, Louise Glück, Tomas Tranströmer, Elfriede Jelinek y varios más, cuya notoriedad entre los lectores suele ser mucho menor, como si estuvieran destinados al olvido. Pero con Han Kang, el caso es distinto. Leer La vegetariana, solo ese libro, bastó para convencerme de que esta vez la Academia Sueca acertó. Como dato curioso, Han Kang es la más joven en obtener el Nobel de Literatura en casi cuarenta años
La narrativa de La vegetariana se estructura en tres partes interconectadas: La vegetariana, La mancha mongólica y Los árboles en llamas. Aunque cada sección podría leerse de forma independiente, ofreciendo un relato con su propio arco y desenlace, es en el conjunto donde la obra alcanza su verdadera fuerza. La interacción entre las tres perspectivas construye una inercia narrativa que profundiza en los temas centrales, permitiendo que las capas emocionales, simbólicas y psicológicas de la historia se desplieguen con mayor intensidad. Separadas, las partes son interesantes; juntas, son imprescindibles. Aunque antes de continuar con mi reseña, he aquí la sinopsis:
«Hasta ahora, Yeonghye ha sido la esposa diligente y discreta que su marido siempre ha deseado. Sin ningún atractivo especial ni ningún defecto en particular, cumple los requisitos necesarios para que su matrimonio funcione sin sobresaltos. Todo cambia cuando unas pesadillas brutales y sanguinarias empiezan a despertarla por las noches, y siente la imperiosa necesidad de deshacerse de toda la carne del frigorífico. A partir de ese momento, Yeonghye impondrá en casa una dieta exclusivamente vegetariana que su marido aceptará entre atónito y molesto. Este será un primer acto subversivo seguido de muchos otros que la llevarán a la búsqueda de una existencia más pura y despojada, más cercana a la vida vegetal, un lugar donde el poder erótico y floral de su cuerpo romperá las estrictas costumbres de una sociedad patriarcal y ultracapitalista.»
En La vegetariana, Han Kang nos adentra en un relato que desafía cualquier intento de comprensión siguiendo una lógica anquilosada en la realidad, donde cada capítulo es una pieza fragmentada que nunca se completa del todo y cada lector puede encontrar diversos significados o simbolismo, incluso opuestos o contradictorios, sin que ello implique que estamos ante una lectura inaccesible o difícil, pues la obra se lee con relativa facilidad manteniendo el interés del lector de principio a fin. La primera parte de la novela, que hereda el nombre del libro, se narra desde la perspectiva del esposo de Yeonghye, un hombre mundano y anodino que observa, con creciente desconcierto, cómo su esposa decide abandonar la ingesta de carne, y con ella, todo lo que se espera de una mujer dócil y funcional. Lo que comienza como un acto de rechazo dietético, que en realidad es vegano (ya que Yeonghye excluye cualquier producto animal), pronto se revela como un grito profundo de resistencia, de rebelión, impulsado por pesadillas que la atormentan con imágenes de sangre y violencia, ecos de una infancia marcada por el abuso y el control. La crudeza de esta parte no reside solo en los recuerdos de Yeonghye, algunos muy brutales, sino en la incapacidad de su esposo y su familia de entenderla, hasta que una cena culmina en un evento tan drástico como visceral.
La segunda parte, La mancha mongólica, nos transporta a un relato narrado desde el punto de vista del cuñado de Yeonghye, un hombre que ve en su vulnerabilidad una oportunidad para proyectar sus propias obsesiones artísticas y eróticas. La elipsis temporal nos presenta a Yeonghye tras su paso por el psiquiátrico, viviendo sola y desconectada del mundo. La pintura de su cuerpo con flores y hojas, un acto que el cuñado justifica como arte, se convierte en un vehículo para su deseo, una consumación que cruza el umbral de lo ético. El cuerpo de Yeonghye, ya despojado de significado para ella, se transforma en un objeto tanto de fascinación como de explotación. El machismo tiránico del padre, la incomprensión y cobardía del esposo y ahora la cosificación y abuso del cuñado son parte de una narrativa que nunca deja cicatrizar las heridas. No obstante, es aquí donde Yeonghye, con el cuerpo entero pintado con hojas y flores, que se siente cómoda, pues esa tinta encontró reflejar su deseo más sincero, ser como un vegetal.
La tercera parte, Los árboles en llamas, cambia nuevamente de perspectiva. Ahora es la hermana de Yeonghye quien toma la voz, mostrándonos a una mujer completamente desvinculada de su naturaleza humana. Internada en un psiquiátrico, Yeonghye desea con fervor convertirse en un árbol, con raíces que broten de sus manos y una flor que surja de su carne. Este último relato se siente como una inversión de La metamorfosis de Kafka: mientras Gregor Samsa es transformado en una alimaña y sufre en esa condición, Yeonghye busca voluntariamente escapar de la humanidad, crear su propia metamorfosis, convencida de que su carne es una prisión y la libertad reside en abrazar una existencia vegetal. Pero, al igual que en Kafka, el absurdo reina. No hay lógica que explique sus actos; el lector no puede pretender entenderla, solo aceptarla.
No puedo negar que La vegetariana es una novela extraña, aunque, con toda claridad, no es la más peculiar que he leído ni podría catalogarla como una obra vanguardista o transgresora en términos formales, que rompa los cánones literarios occidentales. Su extrañeza reside en el terreno incómodo en el que deja al lector, debatiéndose entre los significados, los temas y los mensajes que Han Kang parece insinuar más que declarar. Es sencillo percibir lo evidente: una familia tradicional que representa a la sociedad rechaza lo que es diferente, lo que desafía su estándar establecido. No se trata exclusivamente de machismo, conservadurismo u opresión patriarcal; es algo más fundamental y profundo: una imposición. Lo diferente se rechaza porque su mera existencia es intolerable, sin necesidad de argumentos, sean estos racionales o ilógicos. Pero ese rechazo trasciende al acto o la decisión que marca la diferencia y se dirige a la persona misma. La divergencia ya no es algo que la persona «tenga»; se convierte en lo que la persona «es». Esa diferencia se vuelve identidad, y con ello, se abre un abismo insalvable entre la norma y la excepción. El rechazo inicial, que quizá fuera superficial, empuja a la persona hacia una alienación total, en la que su diferencia se convierte en su único refugio, en la naturaleza misma de su existencia.
Es raro que, después de leer a un ganador del Premio Nobel de Literatura, surja el impulso inmediato de explorar más su obra, de ir a la librería y buscar otro de sus libros para pergeñar más a fondo su bibliografía. No es una apreciación aislada; basta con revisar la lista de los más de cien galardonados para encontrar nombres que, con el tiempo, han caído en el olvido, cuyos libros no se han vuelto a imprimir en años o incluso décadas. Sin embargo, tengo la certeza de que esto no sucederá con Han Kang. Su obra, cargada de intensidad y profundidad, deja una huella que invita a seguir leyéndola. Personalmente, tengo la intención de leer más de sus libros, y creo que no soy el único que comparte este deseo.
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