«Escribí el párrafo anterior el octubre pasado. Pocos días después, un amigo de Boston me llamó para contarme que un conocido suyo, poeta, estaba bastante enfermo. Este escritor tiene más de sesenta años, y ha pasado su vida en la periferia del sistema solar literario: el único habitante de un asteroide que gira alrededor de una luna terciaria de Plutón, visible sólo con el más potente telescopio. Yo no le conozco, pero he leído su obra, y siempre le he imaginado viviendo en su pequeño planeta, como un moderno Principito.»
Paul Auster fue un gran escritor y narrador, maestro en la exploración del azar y los enigmas introspectivos que definen nuestra existencia. Sus raíces judías y su temprano interés por la literatura y el cine marcaron una obra que oscila entre la sobriedad estilística y la profundidad filosófica. Autor de novelas imprescindibles como Brooklyn Follies y La música del azar, Auster construyó historias que combinan lo cotidiano con lo trascendental, mostrando cómo el azar puede transformar vidas en un instante. Su escritura, impregnada de melancolía y reflexión, muestra una realidad donde las coincidencias no son casuales, sino reflejos de la complejidad humana. Además de novelista, fue poeta, guionista y director de cine y durante su carrera obtuvo mucha notoriedad y reconocimiento dentro de los círculos literarios.
Paul Auster no solo construyó su legado en el terreno de la ficción, sino que dejó un testimonio igualmente poderoso en sus libros de no ficción, donde el devenir de la memoria se convierte en la herramienta que da forma escrita a la experiencia. La invención de la soledad, publicada en 1982 y su primer acercamiento a este terreno, surge como un texto íntimo y fragmentado, donde la muerte de su padre desencadena una exploración que trasciende lo individual para adentrarse en los pliegues de la ausencia, la identidad y la escritura. Auster desmenuza el pasado no como un archivista, sino como un narrador que convierte lo perdido en algo tangible, un eco que resuena más allá de las páginas, en la propia experiencia personal del lector. En Diario de invierno, publicado en 2012, el autor se sumerge en el paso del tiempo, en las marcas que deja el cuerpo y en el peso acumulado de los años, mientras en Informe del interior de 2013 regresa al origen, a la infancia y juventud que moldearon su sensibilidad y que, en cierto modo, prefiguran las obsesiones de toda su obra. Auster encuentra en las cartas recibidas, en los gestos cotidianos, en las palabras de otros, una forma de trazar conexiones invisibles entre las vidas que le rodearon y las historias que luego construyó. En estas obras, cada fragmento es un intento de dar sentido al azar, cada recuerdo una puerta abierta a lo universal, un ejercicio de convertir lo vivido en un mapa que se expande, sin fin, hacia lo desconocido y de eso es precisamente de lo que trata El cuaderno rojo.
El cuaderno rojo, publicada en 1993, es una obra breve, pero cargada de significado, donde Auster se entrega al relato de las coincidencias y los caprichos del azar que han marcado su vida y, en muchos sentidos, su escritura. En estas páginas, Auster convierte episodios reales en pequeñas joyas narrativas, como la llamada telefónica equivocada que inspiró la Ciudad de cristal: un hombre insistía en contactar con la agencia de detectives Pinkerton, y aunque Auster explicó que se trataba de un error, no pudo evitar imaginar qué habría sucedido si hubiese aceptado el papel de detective. Estas historias, a veces inverosímiles, no buscan sorprender por su rareza, sino por la misteriosa lógica que subyace en lo cotidiano, por esa sensación de que la vida misma, en su aleatoriedad, contiene una narrativa que se escapa a nuestra comprensión. El libro es un mapa íntimo de momentos en apariencia insignificantes, pero que, al entrelazarse, configuran un tapiz de conexiones invisibles que Auster trata de desentrañar. No hay artificios, solo la sinceridad de alguien que ha observado cómo la realidad, con sus giros inexplicables, supera con frecuencia a la ficción. El cuaderno rojo es una declaración sobre el arte de narrar, sobre cómo cada experiencia, por trivial que parezca, puede transformarse en una ventana hacia lo extraordinario.
En la vida de Paul Auster, las coincidencias y los caprichos del azar no solo se convirtieron en el eje de su escritura, sino que también moldearon profundamente su visión del mundo. Cuando era apenas un adolescente, un rayo cayó cuando se encontraba con un grupo de amigos en campo abierto durante un campamento de verano, terminando con la vida de su amigo, un chico que llegaba por primera vez a un campamento y que pasó a su lado esa noche, bajo la lluvia, pensando que estaba desmayado, cuando en realidad ya no había ningún aliento. Bastaba un segundo o un pequeño desvío para que el impacto lo alcanzara a él. Ese incidente, más que una anécdota, fue una grieta que le mostró, de manera brutal, la vulnerabilidad de la existencia y el poder arbitrario del destino. Décadas después, este episodio reaparece en 4 3 2 1, no como una simple recreación, sino como una meditación sobre el azar y sus consecuencias. En las páginas de esa novela, Auster no busca exorcizar el recuerdo, sino ampliar su significado, integrándolo en su exploración constante de las vidas que se construyen o se pierden en los márgenes de lo impredecible. El rayo que cayó aquel día no solo marcó el inicio de una obsesión temática, sino que se convirtió en el símbolo de una existencia que, como él mismo demuestra en El cuaderno rojo y en cada una de sus ficciones, está hecha de momentos que podrían haber sido radicalmente distintos, de líneas invisibles que trazan el camino entre la dicha y la miseria, entre la alegría y la tristeza, entre la vida y la muerte.
La aleatoriedad de los sucesos es un recordatorio inquietante de nuestra limitada injerencia frente al vasto entramado de causas y efectos que nos rodea, un recordatorio de que nuestras vidas, por mucho que intentemos controlarlas, están atravesadas por fuerzas impredecibles. Cada decisión que tomamos —y las infinitas que no tomamos y todos los factores que no controlamos— nos sitúa en un punto específico de una red invisible de posibilidades. ¿Qué hubiera pasado si hubiéramos salido unos minutos más tarde de casa, tomado una ruta distinta o respondido a una llamada que ignoramos? Estas preguntas, aparentemente triviales, apuntan a una verdad filosófica fundamental: la vida no es un relato lineal, sino una sucesión de momentos condicionados por contingencias que a menudo escapan a nuestro control y que moldean nuestro destino de formas que solo podemos imaginar retroactivamente. Desde el existencialismo, Sartre nos diría que somos responsables de nuestras elecciones, pero ¿qué sucede cuando lo que cambia nuestra vida no es elección, sino azar? Kierkegaard, por su parte, nos recordaría que esta falta de control nos sumerge en la angustia, enfrentándonos al abismo impredecible de la existencia. Y, sin embargo, en esa misma incertidumbre reside una libertad paradójica, un potencial creativo que nos impulsa a buscar sentido. Nietzsche, con su apuesta por el amor fati, nos sugeriría no solo aceptar lo que ocurre, sino abrazar el azar como parte esencial de la vida misma. El terreno de la especulación —ese «¿qué hubiera pasado si…?»— nos tienta a buscar sentido en un universo que quizá no lo tiene, pero, al hacerlo, también revela nuestra capacidad de adaptación y nuestra humanidad frente al caos. La aleatoriedad, aunque indiferente, no solo define la incertidumbre que nos rodea, sino también nuestra posibilidad de encontrar significado y reconciliarnos con lo imprevisible.
El cuaderno rojo, a pesar de su brevedad, nos sumerge en una realidad donde las coincidencias más improbables y las situaciones inconcebibles revelan la esencia misma de la ficción. Este libro se sitúa entre Leviatán, una novela que explora la vida de un escritor atrapado en una serie de eventos fortuitos, y Mr. Vértigo, que narra la historia de un niño con la capacidad de levitar, ambas obras impregnadas de la fascinación de Auster por el azar y la contingencia. En El cuaderno rojo, Auster se nutre de la vida, su vida cotidiana, donde el azar y las coincidencias han jugado un papel fundamental y son la inspiración en la construcción de sus propias historias, de sus ficciones. Una obra, como todo en Auster, muy recomendable.
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