«Jugaron en la misma habitación en que les habían servido la merienda. Habían colocado una gran mesa plegable en un espacio abierto entre el sofá y las ventanas, y cuando vio aquella superficie de madera desnuda y las cuatro sillas vacías puestas a su alrededor, Nashe comprendió repentinamente cuánto estaba en juego para él. Aquélla era la primera vez que se enfrentaba seriamente a lo que estaba haciendo, y la fuerza de esa conciencia vino muy bruscamente, con una aceleración del pulso y un frenético martilleo en la cabeza. Estaba a punto de jugarse su vida en aquella mesa, y la locura de ese riesgo le llenó de una especie de temor reverencial.»
Paul Auster, nacido en Newark, Nueva Jersey, en 1947, fue una figura esencial de la literatura contemporánea cuya obra transita entre la metaficción, el ensayo filosófico y la narrativa tradicional. Graduado en Literatura Inglesa y Comparada por la Universidad de Columbia, su escritura se distingue por un estilo preciso, melancólico y evocador, explorando temas como el azar, la soledad y la fragilidad de la identidad. Reconocido con premios como el Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, su literatura abarcó desde la profunda melancolía y la memoria de La invención de la soledad hasta la ambiciosa complejidad de identidad y autodeterminación de 4 3 2 1. Auster transformó lo cotidiano en terreno fértil para el cuestionamiento existencial, reafirmándose como un autor indispensable del posmodernismo.
Al adentrarnos en una novela de Paul Auster, rara vez podemos prever los giros que nos deparará su narrativa. El azar, un tema omnipresente en su obra, encuentra en La música del azar —publicada en 1990— su expresión más emblemática. La novela llega en un momento en que el nombre de Auster ya suscitaba grandes expectativas, tras el impacto de La trilogía de Nueva York y el reconocimiento crítico de El palacio de la luna. Sin embargo, lejos de decepcionar, Auster vuelve a deslumbrar, a estar a la altura. La música del azar no solo confirma su maestría, que no hay azar en su éxito como novelista, sino que fácilmente se posiciona entre las cinco mejores obras de su carrera, un logro nada menor considerando su bibliografía. No obstante, antes de continuar, he aquí la sinopsis:
«Cuando Jim Nashe es abandonado por su mujer, se lanza a la vida errante. Antes ha recibido una inesperada herencia de un padre que nunca conoció y que le permitirá vagabundear por América en un Saab rojo, el mejor coche que nunca tuvo. Nashe va de motel en motel, goza de la velocidad, vive en una soledad casi completa y experimenta la gozosa y desgarradora seducción del desarraigo absoluto. Tras un año de esta vida, y cuando apenas le quedan diez mil dólares de la herencia, conoce a Jack Pozzi, un jovencísimo jugador profesional de póquer. Los dos hombres entablan una peculiar relación y Jim Nashe se constituye en el socio capitalista de Pozzi. Una sola sesión de póquer podría hacerles ricos. Sus contrincantes serán Flower y Stone, dos curiosos millonarios que han ganado una fabulosa fortuna jugando a la lotería y viven juntos como dos modernos Bouvard y Pecuchet. Nashe y Pozzi penetran en un ámbito sutilmente terrorífico, y la morada de los millonarios se convertirá en una peculiar prisión, cuyos ilusorios límites y leyes no menos ilusorias deberán descubrir.»
La sinopsis de La música del azar describe a Jim Nashe como un hombre que, tras recibir una herencia inesperada, se entrega a una vida aparentemente libre y errante, gastando su dinero mientras recorre sin rumbo las carreteras estadounidenses. Sin embargo, al leer la novela, se percibe que esta libertad no es disfrutada plenamente, sino que está teñida de un vacío que parece no encontrar resolución. Nashe no escapa de algo concreto, pues mantiene presente a su hija y al pasado que lo define. Más bien, parece estar atrapado en una crisis existencial difícil de articular, propia de alguien joven que aún no logra descifrar el origen de su desconexión. Si se aborda desde una perspectiva psicológica, podrían identificarse rasgos de depresión en Nashe: la apatía, la pérdida de dirección, la falta de satisfacción en lo que podría verse como un estilo de vida ideal para otros. Sin embargo, no encaja del todo con un perfil clínico de depresión, pues no manifiesta sentimientos de tristeza profunda o incapacidad de actuar. Más bien, su comportamiento parece derivar de una búsqueda infructuosa de propósito, una sensación de deriva que lo empuja a decisiones impulsivas. Es en esta ambigüedad, entre el deseo de movimiento y la imposibilidad de hallar sentido, donde Auster construye a un personaje que, más que deprimido, está suspendido en una lucha silenciosa por encontrar su lugar en un mundo que ya no le ofrece certezas.
Marco Stanley Fogg, protagonista de El palacio de la luna, y Jim Nashe encarnan la deriva existencial que Paul Auster explora desde ángulos distintos. Aunque separados por la edad y las circunstancias, ambos personajes transitan sin propósito claro, arrastrados por una inercia que los lleva al vagabundeo. En Fogg, la muerte de su tío Victor lo sumerge en una melancolía juvenil que lo impulsa a una vida errática, mientras que en Nashe, la separación con su mujer y una herencia inesperada catalizan un abandono que no logra disfrutar ni comprender. En sus respectivos viajes, un personaje externo —Effing para Fogg y Pozzi para Nashe— introduce un giro en sus vidas, no para ofrecerles un propósito, sino un puerto transitorio que acentúa su fragilidad. Incluso los nombres parecen resonar simbólicamente: Fogg, con su alusión a la niebla, sugiere confusión e incertidumbre, mientras que Nashe, derivado de «cenizas», apunta a un estado de desolación más consumado. En ambos casos, Auster construye figuras atrapadas en una búsqueda indefinida, trazando un paralelismo entre el desconcierto juvenil de Fogg y la desorientación madura de Nashe.
Nashe daba por sentado muchas cosas: su matrimonio, la herencia que le permitió emprender su vida errante y, en cierto sentido, también la habilidad de Pozzi para jugar al póker, que él interpretaba como una mezcla de talento natural y genialidad estratégica. Sin embargo, como Auster bien deja entrever, nada es permanente ni estático, y los fundamentos de cualquier plan, incluso los mejor trazados, están sujetos a las inconstancias del azar. Aunque la historia de Pozzi resultara auténtica y su habilidad con las cartas fuera incuestionable, las variables externas —impredecibles, caprichosas— terminaron influyendo para bien y para mal, desafiando las expectativas de ambos personajes. Ciertamente en La música del azar, Auster logra encapsular esa dualidad de la vida: el azar como motor de cambio, tanto destructor como creador. Sin embargo, adentrarse demasiado en estos giros sería traicionar la experiencia del lector, pues gran parte de la fuerza de esta novela radica precisamente en esa danza entre las coincidencias y las decisiones, donde lo fortuito se presenta como una fuerza irresistible que moldea los destinos de sus protagonistas.
En esta novela Paul Auster utiliza un narrador en tercera persona omnisciente que mantiene una distancia justa respecto a los personajes, lo que permite al lector observar con claridad tanto sus acciones como las implicaciones más profundas de estas. El estilo narrativo es sobrio y contenido, con un ritmo deliberado que enfatiza la inevitable caída de los protagonistas en una espiral que da la impresión de infinitud. La estructura de la novela es lineal, centrada en el presente de Jim Nashe y Pozzi, sin interrupciones significativas para explorar el pasado mediante analepsis, aunque utiliza elipsis para avanzar en los momentos más rutinarios. La acción se desarrolla en un periodo breve de tiempo, aproximadamente unos meses, lo que intensifica la sensación de inevitabilidad y encierro. Auster evita adornos o adjetivaciones innecesarias, dejando que el azar y las decisiones de los personajes definan el curso de los acontecimientos en una narrativa casi claustrofóbica.
Sin revelar demasiado de la trama, eso espero, es evidente que el viaje de Jim Nashe refleja, en ciertos momentos, un recorrido similar a las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. A medida que enfrenta los giros inesperados del azar, Nashe parece oscilar entre estas fases, no como un proceso lineal, sino como un dédalo en la que emociones contradictorias emergen y se disipan según las circunstancias. Paul Auster, además, refuerza esta complejidad emocional al jugar con contrastes contundentes: Nashe, que empieza vagabundeando en libertad, termina atrapado en un trabajo opresivo no tan diferente a un esclavo; pasa de una relativa comodidad económica a la ruina total, y de una soledad que parece elegida a una compañía que resulta una suerte de ancla emocional. Estos extremos no solo construyen el arco dramático del personaje, sino que también subrayan la fragilidad de la condición humana frente a un azar caprichoso y, en ocasiones, devastador.
La música del azar de Paul Auster se presenta con la simplicidad de una fábula, desprovista de elementos fantásticos, pero rica en simbolismo. Podemos imaginar a Jack Pozzi como un duende astuto, a los millonarios Flower y Stone como dragones que custodian su tesoro, y su mansión como un castillo aislado en medio de un bosque tenebroso, y así, cada elemento podría tener un paralelismo fantástico. Aunque la trama parece sencilla, esta simplicidad es solo superficial; las experiencias de Jim Nashe y los encuentros fortuitos que enfrenta revelan una complejidad y profundidad que invitan a reflexiones más profundas. Como en toda fábula, hay un mensaje subyacente, y en el caso de Auster, este mensaje, alejado de cualquier pretensión, se adentra en terrenos filosóficos, explorando la dualidad de la existencia humana y la omnipresencia del azar en nuestras vidas.
Para concluir, La música del azar es una novela altamente recomendable, una obra que combina accesibilidad con una profundidad cautivadora. Desde las primeras páginas, Paul Auster nos sumerge en una historia que no solo intriga, sino que nos mantiene atrapados hasta un final que, con su intensidad, deja al lector conteniendo un suspiro y reflexionando mucho después de cerrar el libro.
«Una vez que un hombre empieza a reconocerse en otro, ya no puede considerar a esa persona un extraño.»
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