jueves, 26 de diciembre de 2024

RUIDO DE FONDO de Don DeLillo

«Somos criaturas frágiles rodeadas por un mundo de hechos hostiles. Hechos que amenazan nuestra felicidad y nuestra seguridad. Cuando más profundizamos en la naturaleza de las cosas, más endebles puede parecer que se vuelven nuestras estructuras. El proceso familiar contribuye a nuestro aislamiento del mundo. Los pequeños errores adquieren una dimensión desmesurada, y la irrealidad prolifera.»

Don DeLillo, autor neoyorquino nacido en 1936, es uno de los principales exponentes del posmodernismo literario. Autor de novelas como Ruido de fondo, Libra y Submundo, su obra examina las tensiones de la sociedad contemporánea: el consumismo, la tecnología, la política y la memoria histórica. Con un estilo preciso y contenido, DeLillo aborda la fragmentación de la experiencia humana y la búsqueda de sentido en un mundo saturado de información. Entre sus numerosos reconocimientos destacan el National Book Award, el Premio Faulkner y el Jerusalem Prize.

Ruido de fondo, publicada en 1985, es una de las obras más emblemáticas de Don DeLillo y un referente indiscutible de la literatura posmoderna estadounidense. Galardonada con el National Book Award en el mismo año de su publicación, se une a la prestigiosa lista de novelas que han recibido este reconocimiento, como Todos los hermosos caballos de Cormac McCarthy, El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon y La decisión de Sofía de William Styron. Desde su aparición, Ruido de fondo ha sido aclamada por la crítica, considerándola una obra original, inteligente y brillante, que combina una profunda reflexión con un tono irónico y, en ocasiones, humorístico. La revista Time la incluyó en su lista de las 100 mejores novelas en lengua inglesa escritas entre 1923 y 2005. No obstante, antes de entrar en la reseña, he aquí la sinopsis:

«Jack Gladney, un profesor universitario especializado en estudios sobre Hitler, vive en una pequeña ciudad americana con Babette, su cuarta esposa, y los hijos que ambos han tenido de anteriores matrimonios. Marcados por el consumismo y el miedo a la muerte, los Gladney tratan de llevar una vida familiar tranquila cuando un terrible accidente industrial provoca un escape tóxico a la atmósfera, una nube de gases letales que amenaza su ciudad. La nube tóxica es una versión más visible y apremiante de ese ruido de fondo que rodea a los Gladney y a todos nosotros: el murmullo incesante de la televisión, las transmisiones de radio, las sirenas, las ondas ultrasónicas y electrónicas, todas esas señales omnipresentes que nos hechizan y nos paralizan.» 

La narrativa de Don DeLillo en Ruido de fondo es una sátira mordaz que expone las obsesiones y los temores más profundos de la sociedad contemporánea. Con agudeza, DeLillo examina la omnipresencia de los medios de comunicación, que no solo moldean nuestras percepciones, sino que dictan cómo debemos pensar, sentir y consumir. Este «ruido» constante, una maraña de imágenes y mensajes repetitivos, sustituye la realidad por una simulación que desconecta a los individuos de su propia experiencia. Este vacío se llena con un consumismo desenfrenado, donde los centros comerciales y las marcas se convierten en templos modernos, ofreciendo una falsa promesa de consuelo en un mundo cada vez más roto. Sin embargo, el núcleo de la novela es el miedo existencial a la muerte, una sombra ineludible que atraviesa la vida de los personajes, atrapados entre el vacío de sus rutinas y la incapacidad de enfrentarse a su finitud. El estilo posmoderno de DeLillo refuerza esta desconexión a través de una narrativa fragmentada y polifónica, mientras la intertextualidad subraya la artificialidad de las construcciones culturales que nos rodean. 

Ruido de fondo de Don DeLillo es una obra que combina una estructura narrativa lineal con una fragmentación interna que trata de reflejar el caos de la vida moderna. Narrada en primera persona por el protagonista, Jack Gladney, un profesor universitario, la novela utiliza su voz irónica y reflexiva para guiar al lector a través de episodios breves que capturan la dispersión y la saturación características de los años 80. Ambientada en un pequeño pueblo universitario del medio oeste estadounidense, el escenario encapsula la vida suburbana en una época marcada por el consumismo y la omnipresencia de los medios de comunicación (que nada ha cambiado en casi cuarenta años, a decir verdad). Los diálogos ágiles, los monólogos introspectivos y las descripciones cargadas de sátira construyen un paisaje sonoro donde el ruido de la televisión, la publicidad y las conversaciones vacías domina las percepciones de los personajes. Aunque DeLillo no utiliza analepsis o elipsis de manera prominente, la repetición y los patrones narrativos refuerzan la sensación de monotonía y alienación. Su estilo lleno de intertextualidad y referencias culturales, captura una atmósfera incómoda que define tanto a los personajes como a su contexto.

Por otra parte, y como era de esperarse un una obra como esta, los personajes no son simples piezas narrativas, sino metáforas vivas que DeLillo utiliza para exponer las tensiones, absurdos y vacíos de la sociedad contemporánea. Jack Gladney, el protagonista, ha dedicado su vida académica a los Estudios Hitlerianos, una disciplina que roza lo grotesco en su especificidad y que parece cuestionar la obsesión cultural por lo morboso y lo monumental. ¿Qué significa centrarse en Hitler? Más que historia, DeLillo parece sugerir una fascinación malsana por el poder absoluto y la capacidad de destrucción, que también refleja el miedo soterrado de Jack a perder el control en su propia vida. Babette, su esposa, es otro eje del relato: una mujer vulnerable y enigmática que lucha con secretos que la consumen lentamente, y que representa la fragilidad inherente a los lazos que deberían sostener a una familia.

Sus hijos y los de sus exparejas forman una constelación disfuncional donde cada uno encarna un aspecto distinto de la desconexión generacional. Heinrich (vaya nombre), el adolescente arrogante que parece saberlo todo, simboliza el nihilismo y la alienación de una juventud saturada de datos pero vacía de significado. Steffie, la niña inquisitiva y algo manipuladora, amplifica la tensión entre la inocencia y las expectativas que los adultos proyectan sobre los jóvenes. Denise, la hija mayor de Babette, es una presencia crítica y observadora, más adulta de lo que debería ser, que percibe las contradicciones y secretos de su madre con una lucidez incómoda. Wilder, el pequeño, es quizá el único que conserva algo de pureza, pero incluso esa inocencia parece destinada a perderse en el caos del entorno. Las exparejas de Jack y Babette, aunque apenas delineadas, contribuyen al ruido de fondo emocional y práctico que define sus vidas. Cada separación y reconfiguración familiar se convierte en una pieza más del rompecabezas que DeLillo presenta como la familia moderna: fraccionada, disfuncional y colmada de tensiones. Y luego está Murray Jay Siskind, el amigo judío y confidente de Jack, cuyo interés por el consumismo como fenómeno casi religioso funciona como un espejo irónico de las obsesiones de la cultura americana, intentando crear un campo académico de estudios sobre Elvis Presley. Juntos, estos personajes no solo dan vida a la trama, sino que revelan, en sus excentricidades y conflictos, las fracturas de un mundo que se desmorona bajo el peso de su propia saturación.

A pesar de las virtudes que he señalado, hay algo en Ruido de fondo que nunca terminó de convencerme del todo. Si bien es cierto que la novela es una sátira brillante, quizá no quería que los temas que aborda —tan fundamentales, tan universales— fueran tratados bajo el prisma del absurdo. Esa elección, aunque deliberada y con un propósito claro, tiene sus consecuencias: los personajes, aun con lo definidos y simbólicos que son, terminan pareciendo acartonados, atrapados en los contornos rígidos con los que fueron concebidos, incapaces de evolucionar más allá de la caricatura. No niego que la novela tiene una carga intelectual evidente, pero en ciertos momentos esa intelectualidad no opera a favor del mensaje, sino que lo encierra en un artificio que dificulta la conexión emocional. El absurdo, tan recurrente en la obra, no siempre juega en favor de la narrativa; hay puntos donde esa falta de seriedad, incluso en los temas más serios, genera una desconexión, una sensación de que algo esencial se diluye. DeLillo no peca de pretencioso, pero a veces parece no tomar lo suficientemente en serio el peso de lo que está en juego. El ruido que atormenta al protagonista, esa cacofonía que impregna su existencia, se transmite al lector, pero no como una epifanía, sino como una incomodidad que deja más dudas que certezas.

Ruido de fondo es una novela accesible, pero no universal en su alcance. Se deja leer con fluidez y sin grandes obstáculos técnicos, pero su verdadera riqueza exige un recorrido literario previo y una disposición reflexiva que no todos los lectores poseen o buscan. No es una obra que pretenda complacer a todos; más bien, parece escrita desde una necesidad artística que privilegia la expresión sobre la aceptación masiva. DeLillo no busca gustar, sino capturar y cuestionar, recordándonos que la literatura, como el arte en general, no siempre tiene que ser cómoda ni complaciente. ¿Quién debe leer esta obra? Nadie está obligado a hacerlo, pero sí a considerarla como una opción, una puerta que se abre hacia una crítica sutil y mordaz de una sociedad que, aunque retratada en los años ochenta, sigue resonando hoy con inquietante actualidad. Los temas que aborda —el consumismo, la saturación informativa, el miedo a la muerte— no solo permanecen vigentes, sino que han adquirido nuevas dimensiones en la era de la posverdad y la omnipresencia digital. La novela es, en esencia, un retrato de su tiempo que se proyecta hacia el nuestro. ¿La recomiendo? Eso depende de cada lector, pero quienes se aventuren en ella encontrarán una obra excepcional, desafiante y profunda.

«El poder de los muertos reside en que pensamos que pueden vernos constantemente.»

«Somos la suma de nuestros datos, del mismo modo que somos la suma total de nuestros impulsos químicos.»

«Las personas brillantes nunca piensan en las vidas que destrozan, precisamente porque son brillantes.»

«La vida después de la vida no es más que una idea terriblemente dulce y conmovedora.»

«Nuestra pantomima es una vocación. Tiene que haber alguien que parezca convencido de sus creencias. Nuestras vidas no son menos serias de lo que lo serían si profesáramos una fe real y unas creencias auténticas. A medida que la fe abandona el mundo, la gente encuentra más necesario que nunca que haya alguien que crea.»

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