lunes, 25 de enero de 2021

LOS GUARDIANES de John Grisham


«La cárcel es una pesadilla para quienes la merecen. Para los que no, es una lucha diaria por mantener cierto nivel de cordura. Para aquellos que de repente se enteran de que existe una prueba de su inocencia pero siguen encerrados, la situación es literalmente desesperante.»

John Grisham es un escritor que desde el comienzo se ha definido como la voz del thriller legal por antonomasia. Es difícil encontrar a alguien mejor que él que sostenga esas historias y al mismo tiempo es difícil concebirlo fuera de esa categoría. Obras como Tiempo de Matar, El Cliente, El informe pelícano, El jurado, etcétera, vienen a la mente asociadas a su nombre; aunque definitivamente Grisham ha hecho esfuerzos con otras publicaciones para evitar el encasillamiento, pero no han sido muy relevantes en su carrera. Los Guardianes, publicada en 2019, conserva el espíritu legalista por el que muchos de nosotros leemos a Grisham.

La mayor parte de los thrillers legales de Grisham en realidad son una denuncia al sistema legal y judicial norteamericano en el cual los resultados y la efectividad deben primar sobre el sentido de la justicia. En muchas ocasiones no se trata tanto de quien lo hizo sino quien lo pudo haber hecho y sobre ello se construye un caso. Al final es un jurado de civiles quien decide sobre la libertad o la vida de una persona, y sabemos que la mayoría de las veces quienes son llamados a ser jurados no son las personas más idóneas para juzgar la culpabilidad o inocencia de otro. Además, debemos sumar los tropiezos de la burocracia, vacíos legales, leyes ambiguas y el peor de los males, la corrupción que muchas veces surge cuando grupos paralelos al margen de la ley entran en el escenario social para cooptarlo y capturarlo.

No hay una estadística real o confiable para determinar cuantas personas inocentes guardan prisión por un delito que no cometieron y más alarmante es que por ese delito estén condenadas a muerte. Para quienes ya fueron ejecutados ni siquiera existe oportunidad de limpiar su nombre. Casi todas las personas que se encuentran en estas condiciones no tienen como librarse de la sentencia. La sociedad y hasta la familia los ha condenado y sin recursos para costear una nueva defensa o pagar investigadores, no les queda más que aceptar la injusticia de la vida. Aunque para todos haya habido un juicio justo, para el sentenciado que no cometió el delito imputado es una tragedia y en esencia la víctima también sigue sin justicia.

En Estados Unidos hay organizaciones que se dedican a revisar casos. Hay abogados que son conscientes que el sistema no siempre funciona y que, si no hay nadie que voluntariamente actúe para defender la justicia, nadie lo hará. La ciencia forense ha venido a contribuir en la revisión de pruebas, en vincular a la víctima con el victimario, pero no todo es como las historias que se ven en CSI o Forensic Files, en un gran número de casos no existe una prueba vinculante e irrefutable, sino una serie de conjeturas circunstanciales que apoyadas con testimonios, algunos cuestionables, ponen tras las rejas a una persona, que pueda que en el 90% o incluso el 99% de los casos sea culpable, pero siempre existe un margen, un pequeño porcentaje en el que un inocente se convierte en cabeza de turco. John Grisham, documentándose para sus libros, se encontró con un ministerio cristiano que se dedicaba a apoyar a presidiarios en los cuales hubiera suficientes motivos para considerar que su juicio no fue justo y que están viviendo una condena que no les corresponde; y la combinó con otro caso real, un sospechoso asesinato de un abogado, donde la única prueba supuestamente vinculante era una linterna que desapareció antes del juicio, mas no fue un impedimento para la fiscalía y tampoco para el jurado de encontrar culpable al imputado.

La sinopsis del libro es la siguiente:

«En la pequeña ciudad de Seabrook, Florida, un prometedor abogado llamado Keith Russo fue asesinado a tiros una noche mientras trabajaba hasta tarde en su despacho. El culpable no dejó pistas. No hubo testigos, nadie tenía un motivo. Pero la policía pronto sospechó de Quincy Miller, un joven negro que había sido cliente de Russo. Miller fue juzgado y condenado a cadena perpetua. Durante veintidós años languideció en prisión, manteniendo su inocencia sin que nadie lo escuchara. Desesperado, escribe una carta al Ministerio de los Guardianes, una pequeña organización sin ánimo de lucro liderada por el abogado y sacerdote episcopaliano Cullen Post. Post viaja por el país luchando contra sentencias injustas y defendiendo a clientes olvidados por el sistema. Sin embargo, en el caso de Quincy Miller encuentra obstáculos inesperados. Los asesinos de Keith Russo son personas poderosas y despiadadas, y no quieren que Miller sea exonerado. Mataron a un abogado hace veintidós años, y matarían a otro sin pensarlo dos veces.»

Aportar pruebas exculpatorias en un tribunal no significa que un presidiario haga sus maletas y vaya a la libertad. Son meses y hasta años de procesos en los cuales un sistema al que no le gusta ser cuestionado se pone a prueba. Los fiscales, la policía y hasta los jueces que conocieron el caso en su momento no darán su mano a torcer ni reconocerán ningún error en el juicio, buscarán por todos los medios a su disposición no probar nuevamente la culpabilidad del sentenciado, porque no la requiere, sino refutar la nueva prueba presentada y principalmente, defender su correcto actuar y los procedimientos que utilizaron durante el juicio. Reconocer un error nunca es fácil, pero cuando de por medio está un daño irreparable, es casi imposible. Si una persona lleva purgando una condena de veinte años por un delito que no cometió ¿cómo podría repararse esa libertad perdida? Las cárceles no son precisamente lugares sanos, edificantes y constructivos, la mayoría de las veces rompen o corrompen a las personas.

La voz narrativa del libro es un tanto diferente al estilo de Grisham, esta vez utilizó al narrador protagonista, es Cullen Post quien nos cuenta la historia, así mismo utiliza el presente narrativo para darle una mayor viveza y sensación de impredecibilidad al relato. No obstante, hubo algunas páginas, pocas por cierto, en donde la voz del narrador omnisciente fue necesaria para que el lector tuviera una mejor apreciación de los acontecimientos de otros personajes en ese mismo período de tiempo que aunque pudieron haber sido cubiertos como una elipsis, el hecho de mencionarlos le daba más sentido a los acontecimientos posteriores, al menos para no dejarlos demasiado forzados (que al final no le quedó de otra con algunos puntos).

Como thriller el libro se quedó bastante corto porque en ningún momento el protagonista se siente en una situación real de peligro, aunque definitivamente lo está o al menos, lo provoca. Me parece que el narrador en primera persona no es capaz de transmitir la emoción al lector y me atrevería a decir que Grisham no fue capaz de darle trazos de mayor profundidad y eso lo convierte solamente en una voz y no en un personaje. Nos encontramos con una situación de violencia en algún punto del relato, pero termina en una solución fácil. De cierta manera la novela es un libro seguro hasta en el final, predecible sin demasiado esfuerzo.

La portada de la novela parece la de un libro cristiano y aunque el protagonista sea un abogado y al mismo tiempo sacerdote, no existe prácticamente nada de religiosidad. No es la de un hombre de Dios salvando las almas de los inocentes, sino la de un abogado con trucos (experiencia dicen algunos) que lucha contra el sistema por lo que el propio sistema hizo mal.

Los guardianes está lejos de convertirse en un clásico de Grisham, pero es una novela de Grisham, sin duda.

«No se hace justicia cuando esta se demora.»

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