«Siempre que alguien sueñe contigo, el sueño habla de ellos, no de ti. Se trata de su fantasía privada y se delatan al proclamar con quién sueñan. Pero Víctor era supersticioso y estaba convencido de que teniendo en cuenta lo que había soñado debía preocuparse por mí.»
Rachel Kushner es una escritora y editora estadounidense originaria de Oregón y posee un máster en Escritura Creativa en la Universidad de Columbia y un doctorado honoris causa otorgado por Kalamazoo College. Sus artículos, ensayos y relatos han sido publicados por revistas y publicaciones como The Believer, Artforum y The New York Times Review. Su primera obra Télex desde Cuba, publicada en 2008, atrajo la atención de la crítica, siendo bastante aclamada y finalista del National Book Award, honor que repetiría en 2013 con Los lanzallamas y en 2018 con La sala Marte.
La sala Marte entre varias menciones y reconocimientos también fue finalista del Man Booker Prize, que es uno de los premios más prestigiosos de la literatura en habla inglesa. Margaret Atwood, la autora del Cuento de la criada, se refiere a esta novela como «áspera, empática, finamente construida, sin edulcorantes y cargada de golpes, ninguno de ellos suave». Incluso Stephen King expresa que «la mayor parte de los libros de ficción literaria son de corta duración. La sala Marte permanecerá. Es auténtica». De esta manera podríamos citar a varios reconocidos autores, sin mencionar otro buen número de publicaciones y críticas que aparecen en periódicos como The New York Times, The Guardian, El Imparcial, etcétera.
La novela, en su contraportada, tiene más referencias y reseñas para convencer al lector que la misma sinopsis viene siendo secundaria y tan escueta que apenas se mencionan tres líneas que dicen poca cosa. Básicamente es la narración de los sucesos críticos que incidieron en la vida de Romy Hall, la protagonista, para pasar de estríper a presidiaria con dos cadenas perpetuas. En la cárcel conoce a otras mujeres con vidas dañadas y pasados violentos. Rachel Kushner recorre el camino del sueño americano a la inversa de cómo lo haría un escritor dickensiano, básicamente expone que una persona pobre y con una infancia difícil y violenta es probable que de la pobreza pase a la cárcel recorriendo una vida de adicciones, vicio y crimen; que las historias felices no son para todos.
La novela está construida narrativamente en tres voces, y al final encontramos una cuarta, breve, casi efímera, pero no prescindible. De estas tres la que ocupa más de la mitad de la novela es la voz de la protagonista, quien en primera persona y en tiempo presente narra lo que le va ocurriendo y lo que le ha sucedido. Las otras voces son más impersonales y utiliza la voz del narrador equisciente, una de estas cuenta las vicisitudes de Gordon Hauser, un académico de carrera que termina siendo profesor que salta de correccionales a cárceles femeninas; otra cuenta la caída de un policía corrupto apodado «Doc», que cuenta con un sistema de valores que le permite hacer justicia por sí mismo y que por sus acciones termina tras las rejas; y la última historia, de apenas unas páginas, no es más que una perspectiva diferente que contrasta un hecho crucial narrado por la protagonista y que en realidad termina por convertirse en la revelación, la corona, la guinda que eleva, y bastante, el valor de la novela para el lector y nos hace cuestionarnos los límites de las creencias humanas y las apreciaciones de los actos propios.
La estructura de la novela no es lineal y en ocasiones puede sentirse caótica que nos obligue a retroceder algunas páginas, puesto que el tiempo narrativo o el escenario puede variar en diversas retrospecciones de un párrafo para otro, o bien, la confluencia de los personajes secundarios con sus propios pasados que distraen al mismo tiempo que enriquecen la lectura. Aunque exista cierta continuidad en la historia a medida que avanzamos entre los capítulos, los mismos no están creados para orientar la historia a un fin, porque comenzamos precisamente en la conclusión, en el final de la protagonista o, mejor dicho, con el principio del fin comprendiendo este no como la pérdida de la vida, sino de la libertad que le niega incluso la maternidad de su hijo de siete años. La historia de Gordon Hauser y Doc, aunque confluyen indirectamente con Romy Hall, en realidad son recursos literarios que se dibujan sobre un lienzo mucho más amplio, con la idea de mostrar que las acciones, sean estas buenas o malas, sean estas grandes o apenas detalles, influyen en todos porque estamos conectados en una burbuja de consecuencias, además que inexorablemente subyacen motivaciones secundarias. Esa influencia puede ser tan fuerte como un trauma o tan efímera como un disgusto.
La novela fluye, aunque no con mucha naturalidad por su estructura que incluso me atrevería a decir que busca cierta experimentación o atrevimiento, sin que la autora peque de pretenciosa. La prosa es sencilla, directa y hasta fría, aunque no al extremo de considerarla minimalista, y en esto último es donde particularmente encuentro una dificultad insalvable con la conexión con los personajes que ninguno de ellos termina por empatizarme completamente y el único que podría destacarse como un héroe anónimo de la tragedia, termina siendo escindido de la historia y nos llena de cuestionamientos sobre sus verdaderas motivaciones. Esa frialdad o distancia que existe en los personajes puede inferirse como una deshumanización intencional para mostrar una crudeza y violencia sin miramientos, pretextos y ambiciones artificiales, aunque no niego que justo al final la novela le pesan unos pies de barro que la hace desmoronarse al llevarnos a una situación literalmente increíble, intragable, imperdonable si observamos el contexto de su desarrollo.
«Hay límites reales, epistemológicos, para el conocimiento. También para el juicio.»
La sala Marte es una de esas novelas escritas para desbordarse entre la crítica más que entretenimiento para los lectores, es como una de esas películas de cine independientes donde debes fijarte en la actuación, diálogos, gestos, detalles, encuadre, fotografía y todo el arte cinematográfico, más que la historia que se cuenta. No es una mala novela desde la aportación literaria, pero no niego en que hay momentos, y no pocos, donde la historia se empantana y parece un bucle infinito que nos hace a veces parpadear, a veces bostezar. Quizá si hubiera tenido un esfuerzo para acercarnos emocionalmente a los personajes, no hubiera sido una finalista de premios, sino la ganadora.
El planteamiento y las reflexiones que quedan al concluir la obra, aunque de mucho valor y completamente plausibles, quedan muy dispersas dada la extensión del relato. Es válido cuestionarse si vale la pena recorrer ese arco difuso, personalmente creo que no. El mensaje central es como decir que hay cárceles que no necesitan barrotes para purgar una condena y que la verdad termina siendo la que uno cree y no la que es y la que es no es más que una versión de muchas perspectivas. Teniendo esta premisa hasta un criminal puede evocar en su realidad inocencia, aunque haya violado, torturado y asesinado.
«Solo puedo conocerme a mí mismo, como mucho. Solo puedo juzgarme a mí mismo.»
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