«La depresión me ha hecho enfrentar cara a cara una serie de dolores y pesares a los que no había dado el lugar que les corresponde, me guste o no, en mi vida. Ahora comprendo con claridad que las anestesias que nos procuramos no borran lo que nos afecta profundamente: tan solo lo postergan para otro momento. Esta es la lección más dura de la depresión: toda aflicción que pensemos haber sorteado nos alcanzará tarde o temprano. No hay forma de obviar los hematomas que dejan los golpes dados por la vida. Lo que hay son vendas con que nos cubrimos los ojos para no ver las heridas causadas.»
Mauricio Montiel Figueiras es un escritor mexicano nacido en Guadalajara en 1968, conocido por su exploración de lo extraño y lo fantástico en la narrativa contemporánea. Ha incursionado en diversos géneros literarios, destacando en obras como La piel insomne y Siempre tendrán hambre las sombras, donde fusiona lo cotidiano con lo inquietante. Reconocido por su presencia en medios digitales, ha utilizado plataformas como Twitter, hoy conocida como X, para publicar microficciones y reflexiones breves que expanden los límites de la narrativa hispana. Además de su obra literaria, Montiel Figueiras ha trabajado como editor y traductor.
Hace poco terminé la lectura de El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero, un texto que se adentra en las turbulentas fronteras entre la creatividad y la inestabilidad mental. Montero, partiendo tanto de su experiencia como de estudios neurocientíficos y psicológicos, desentraña cómo la depresión, la ansiedad y otras dolencias del ánimo afectan a los creadores. En sus páginas resuenan los nombres de Virginia Woolf, Sylvia Plath, Ernest Hemingway, entre otros, todos figuras en las que la lucha interna parece alimentar la obra literaria. El libro, que combina ensayo y autobiografía, entrelaza con agudeza anécdotas personales y reflexiones sobre la soledad inherente a la creación artística. Ahora me encuentro sumido en Un perro rabioso de Montiel Figueiras, donde vuelve a latir esa constante inquietud mental, esta vez desde las profundidades más lóbregas, de hecho, tiene como subtítulo Noticias desde la depresión. Montiel, sin embargo, se aparta de Montero en la medida en que su dolor no brota de la ansiedad juvenil sino del pozo inabarcable de la depresión crónica. Su obra es un diálogo entre el ensayo y la confesión, como si el lenguaje fuera su única defensa frente a lo indecible.
«La depresión es un perro rabioso. La depresión es un pozo en el que nunca habrá agua para beber. La depresión es un abismo cuyo fondo tarda en aparecer. La depresión es un océano que solo invita a naufragar. La depresión es el puñado de cenizas frías que queda de una fogata. La depresión es la única guerra librada por un solo soldado contra su enemigo.»
Cuando tomé entre mis manos Un perro rabioso, pensé que me encontraría con una especie de diario íntimo en el que Montiel Figueiras iría desgranando su experiencia con la depresión, algo similar —si se me permite la analogía— a La náusea de Sartre, con ese tono nihilista que espera uno de un relato de angustia. Pero lo que hallé fue más bien un ejercicio clínico de liberación, en el que el autor va narrando, con una crudeza desarmante, lo que lo arrastró a esas profundidades abisales. Desde esa óptica lúcida y dolorosa, emprende un descenso, un recorrido que no es solo personal, sino también histórico, donde traza una cadencia que conecta su dolor con el de otros grandes creadores. Montiel no se limita a la literatura, sino que se adentra en otras formas de expresión, principalmente la pintura. El libro cobra un sentido más visual de lo que esperaríamos, Ilustrando con fotografías de autores, pinturas, esculturas, lugares, incluso de tumbas que el propio Montiel visitó, y que nos recuerda la fragilidad y lo efímero de nuestra existencia, como si al posar la mirada sobre esos monumentos mortuorios quisiera sellar en imágenes la lección más dura del arte: la inevitabilidad del fin, del olvido.
Resulta tan fascinante como turbio cómo la creación artística parece ir siempre acompañada de una suerte de desvelo perpetuo, una vigilia incesante que, en muchos casos, termina arrastrando a los artistas a los confines de la ansiedad y la depresión. Es un fenómeno tan recurrente que casi parecería un pacto no escrito entre el creador y su obra. Pienso, por ejemplo, en esos largos periodos de soledad que un pintor o un escritor pasa frente a su lienzo o su página en blanco, horas que no son sino una conversación consigo mismo, con sus propias obsesiones. En esa soledad, la mente creativa se despliega, pero también se desmorona; esa capacidad de profundizar en los detalles, de captar lo que otros no ven, puede ser a la vez una bendición y una maldición. No es extraño, entonces, que muchos terminen sucumbiendo ante la presión de su propia lucidez, de su agudeza emocional, que los empuja hacia los abismos de la ansiedad.
Tal vez sea, como algunos han sugerido, que los artistas son más propensos a percibir con mayor claridad la fugacidad de todo lo que les rodea, la fragilidad misma de la vida y del legado que pretenden dejar tras de sí. No es casual que, entre ellos, los escritores, quienes viven entre libros y palabras que intentan aferrar lo intangible, sean quienes con mayor frecuencia caen en la desesperación. Esa constante confrontación con la finitud —y con el olvido inevitable, como en la imagen de los manuscritos quemados de la Biblioteca de Alejandría— acaba despojándolos de cualquier consuelo. Quizá la mayor tragedia no radique en saber que sus obras desaparecerán, sino en darse cuenta de que lo único que realmente existe es el presente, un momento que se desvanece tan rápido como las ideas que intentan apresar en sus textos, en sus trazos, en sus notas. Y así, bajo el peso de esa conciencia, el artista se debate entre la creación y la destrucción, buscando, a través del arte, una salida que rara vez encuentra.
Un perro rabioso aborda muchas obras y muchos autores, pero una que me llamó particularmente la atención fue el análisis de La metamorfosis de Kafka como una sombría metáfora de la depresión. Gregor Samsa despierta una mañana convertido en un ser repelente, un insecto que no puede ser comprendido ni aceptado por los suyos, atrapado en un cuerpo que le es ajeno, mucho como lo estaría alguien que padece una profunda crisis emocional. La incomunicación, la incapacidad de ser comprendido y la repulsión que provoca en los demás son síntomas no tan distantes de lo que sufre quien cae en los nudos de la depresión. Lo que antes funcionaba en su vida —el trabajo, el rol familiar— ahora se vuelve inservible, y la mirada de quienes lo rodean solo intensifica su sensación de extranjería, ese estar fuera de uno mismo.
La palabra Ungeziefer que Kafka eligió para describir la metamorfosis de Gregor, no es un simple término para insecto, sino una de esas palabras que en el alemán se guarda con un desprecio latente, un término que implica impureza y alude a lo indeseable, a lo que debe ser erradicado, tal vez más exactamente debió traducirse como «alimaña». No es casual que Kafka haya optado por esta ambigüedad, por esa indefinición que deja al lector sin saber qué criatura exacta es Gregor. La depresión, como esta metamorfosis, es una transformación que despoja al individuo de toda familiaridad consigo mismo y con el mundo. En el fondo, Gregor es alguien que, atrapado en una existencia absurda, ya no tiene cabida en la sociedad ni en su propia familia, reducido a la condición de repudiable, como quien padece un mal del que los demás solo desean deshacerse.
En Un perro rabioso, además de Kafka y su obra (que también analiza El Proceso), se evoca a figuras célebres cuyas vidas y obras también estuvieron marcadas por el dolor mental. Entre los escritores que aparecen mencionados se encuentran Sylvia Plath, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Charles Baudelaire, Dylan Thomas, Yukio Mishima, todos ellos marcados por la desesperación, inmersos en batallas internas que a menudo culminaron en tragedia. En cuanto a pintores, destaca las menciones a Edvard Munch, Francisco de Goya, Mark Rothko y Francis Bacon, cuyas obras visualizan la angustia y el sufrimiento que los acosaron.
Montiel también recurre a la música, mencionando a compositores como Frédéric Chopin, y al cine, con referencias a figuras como Ingmar Bergman. Además, el autor teje sus pensamientos con citas de filósofos como Friedrich Nietzsche y Albert Camus, y de escritores contemporáneos como Haruki Murakami y Chuck Palahniuk. El libro, más que un simple testimonio, es una suerte de ensayo lírico en el que Montiel intenta entender su sufrimiento reflejándose en el de estos creadores, sumergiéndose en sus obras y biografías para darle forma y sentido a su propia experiencia.
El libro de Montiel Figueiras resuena con una profundidad mucho mayor cuando uno ha conocido de cerca la ansiedad o la depresión. Como bien señala el propio autor, solo quien ha atravesado el infierno de la depresión comprende realmente el dolor que consume a otro, solo quien ha coqueteado con la idea del suicidio puede entender lo que pasa por la mente de quien decide cruzar ese umbral. Para quien se encuentra en medio de ese estado, Un perro rabioso no ofrece ni una cura ni una sentencia de hundimiento; es más bien una ventana, una mirada que nos dice, de manera callada pero firme, que en este sufrimiento no estamos solos, que hay muchas lápidas en esa necrópolis. En cambio, para el lector neurotípico, ajeno a estos terrores cotidianos, es posible que algo se pierda en la lectura; sin embargo, no deja de ser una obra fascinante, un testimonio lúcido sobre una dimensión humana que, aunque incomprendida por algunos, es parte ineludible de la condición creativa y del ser.
Para cerrar esta reseña, unas líneas que rescaté y vale la pena releer tantas veces como lo necesitemos.
«La creatividad como tierra fértil para las semillas de la destrucción que conlleva la enfermedad.»
«Somos nuestro propio trastorno: en nosotros están la causa y la cura, la locura y la lucidez.»
«El abismo profundo que abre el trastorno depresivo solo puede ser contemplado y comprendido por quien lo padece.»
«La salud física golpeó con fuerza la mental.»
«La ansiedad es esa cosa con uñas que se nos entierra sin que lo advirtamos. Es uno de nuestros enemigos invisibles.»
«El suicida no piensa en los otros porque ya no hay otros en quien pensar.»
«Qué fácil resulta juzgar al suicida desde la comodidad de una existencia sin depresión.»
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