miércoles, 29 de enero de 2020

EL CERO Y EL INFINITO de Arthur Koestler


«Es un libro sobrecogedor pero frío, una demostración abstracta, en la que los discursos de los personajes se suceden unos a otros como manifestaciones de una sola conciencia discursiva que se vale de episódicos comparsas, sobre el fracaso de un sistema que ha querido valerse exclusivamente de la razón para explicar el desenvolvimiento de la sociedad y el destino del individuo. Querer suprimir la posibilidad del error, del azar, del absurdo y de los factores irracionales inexplicables en el destino histórico ha llevado al sistema, pese a su rigurosa solides intelectual interna, apartarse de la realidad hasta volverse impermeable a ella.» 
Abrimos este post con un comentario de Mario Vargas Llosa, quien escribe el prólogo de este libro.

Hace más de diez años leí El Regreso del Idiota, un libro que contiene una serie de ensayos muy recomendables que espero comentar en otra oportunidad. Este libro fue la continuación del Manual del perfecto idiota latinoamericano publicado en 1996 y escrito por Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Ambos libros abordaban el surgimiento del idealismo izquierdista en América Latina. Los autores argumentaban los elementos que detonaron ese resurgimiento, señalaban los peligros que significaba para las democracias incipientes e identificaban al idiota (el líder populista). Además, aprovecharon para aderezar los párrafos con una escritura no solamente inteligente y crítica, sino también mordaz y aguda. En el “Manual del perfecto idiota al final hay una sección dedicada a los libros que idiotizan a los intelectuales, a esos estudiantes universitarios simpatizantes de la revolución. Comienzan con la biblia del idiota, que no es El Capital de Marx sino Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Pero los autores tuvieron un cargo de conciencia en el “El Regreso del Idiota” y decidieron revertir esta sección incluyendo recomendaciones de libros para desidiotizar y uno de ellos era El cero y el infinito de Arthur Koestler. 

¿Pero a qué se refiere exactamente con esa palabra de «desidiotizar»? Exactamente es a la supresión idealista izquierdista como la solución para los problemas sociales, en otras palabras, es abandonar las teorías Marxistas-Leninistas del Siglo XIX que aun hoy se siguen impartiendo en varias universidades del continente, puesto que, aunque teóricamente es una alternativa del análisis histórico y una organización social justa, en la práctica es una falacia, una bonita mentira, una utopía. Cada intento de instaurar el socialismo o comunismo (da igual si son diferentes, para efectos prácticos mula o burro tiran igual la carreta) está destinado al fracaso. La instauración de este modelo sólo da paso a las peores tiranías que la sociedad jamás haya conocido. El pueblo literalmente cambia un sistema cruel por otro no solamente más cruel, sino sanguinario, represivo y nefasto. El pueblo que antes no tenía más que su libertad, ahora hasta eso termina perdiendo.

Muchos identifican a Hitler como el mayor monstruo del Siglo XX; pero la realidad es distinta, el monstruo más grande del Siglo XX y quizá el monstruo más grande que la humanidad haya conocido y permitido existir es Joseph Stalin, líder soviético del primer país que instauró la dictadura del partido comunista. Stalin es el mayor genocida que se conozca (se le atribuyen más de cincuenta millones de muertes durante su dictadura), la guadaña de la muerte en la Guerra Fría y creador de esa psicosis en el planeta ante la inminente Tercera Guerra Mundial. Vaya que es increíble toda la crueldad de Stalin ¿cómo el mundo lo permitió? Sólo hubo una persona que fue capaz de hacerle frente directo, y fue Adolf Hitler al declararle la guerra a los bolcheviques, pero es otra historia que más adelante abordaré. Seguramente los hermanos Vargas Llosa, Apuleyo y Montaner, ni por asomo ni de broma, llamarían idiota a Stalin. 

Parece descabellado que después de las lecciones históricas, no solo del fracaso sino de la crueldad del sistema socialista y la instauración de miseria del comunismo, existan aún pensadores y políticos que apuesten sus cartas hacia ese sistema, atreviéndose a llamarlo la democracia del Siglo XXI, el poder del pueblo y el fin del imperialismo.

El libro que motiva este post, más que escrito, fue sufrido por Arthur Koestler, un judío nacido en Budapest. Kostler fue militante del partido comunista desde la revolución bolchevique hasta la instauración de la dictadura del proletariado en la sociedad. Contemplar la muerte de la democracia por el partido que pregonaba su defensa lo obligó a retractarse de sus ideas, madurar en su ideología y finalmente señalar la corrupción del sistema y censurarlo. Koestler no es cualquier escritor anodino que vaya por allí publicando libros vacíos; de hecho, por escribir este libro fue perseguido y exiliado. Previo a escribir El cero y el infinito también fue testigo de los horrores del sistema en carne propia. Fue preso, incluso estuvo a punto de ser fusilado. Sobrevivió a la utopía del sionismo, la revolución comunista, la captura de Alemania por los nazis, la guerra de España, la caída de Francia, la batalla de Inglaterra, el nacimiento de Israel y la guerra fría. El cero y el infinito, como lo indica su autor, está inspirado en dos personajes históricos reales, y es imposible demostrar indiferencia ante la destreza de sus palabras.

El cero y el infinito contiene diálogos muy inteligentes. Nada está de más, nada sobra. Tanto los detractores del sistema, como quienes lo apoyan, tienen fundamentos teóricos muy válidos, y agotan los racionamientos lógicos al límite. Es una novela que no lo parece, es como un ensayo intencionado que ha adoptado la estructura narrativa como método discursivo para extrapolar ideas y brindar al lector una mayor comprensión de los sistemas que por tiempo (período histórico) o espacio (geografía) no ha vivido. Es como leer Dostoievski en Los hermanos Karamazov dentro del universo de 1984 de George Orwell. 

La novela, publicada en 1941, cuenta la historia del arresto de un fundador del Partido Comunista. Lo acusan de traición por haber cuestionado la lógica y justicia del sistema. Desde que es arrestado sabe que su única salida es la muerte. El conflicto interno del reo, el dilema que lo horroriza, es tomar la decisión de firmar o no una confesión de traición al Estado. La tortura utilizada con Rubachof (personaje principal) es totalmente psicológica. No hay golpes, no hay castigos. Todo es retórica. Uno de los personajes del libro (el oficial y carcelero) manifiesta que el dolor crea mártires y mentirosos, pero jugar las cartas con la mente del individuo es el mejor método para hacer del más valiente un cobarde y del más reservado, un hablador.

Si no me creéis con la exquisitez de la retórica, os dejo con una muestra, parte de un argumento del personaje principal: «–Disculpa mi suficiencia –prosiguió–; pero ¿tú crees de verdad que el pueblo sigue siempre detrás de vosotros? Él os soporta, mudo y resignado, como soporta a otros en otros países, pero ya no hay respuesta en las profundidades. Las masas han vuelto a ser sordas y mudas, son de nueva la gran incógnita silenciosa de la Historia, indiferente como lo es el mar a los navíos que soporta. Toda la luz que pasa se refleja en su superficie, pero debajo todo es tinieblas y silencio. Hace mucho tiempo nosotros conmovimos las profundidades, pero esto ya acabó. En otros términos –se detuvo y se volvió a poner los lentes–, en aquel tiempo nosotros hicimos historia; ahora vosotros hacéis política...» Básicamente toda la novela tiene diálogos similares, muy estructurados e inteligentes. Continuando con la muestra de esa brillantez argumental: «–Desde luego –dijo Rubachof–. Un matemático ha dicho una vez que el álgebra es la ciencia de los perezosos; nunca se busca lo que representa la «X», pero se opera con lo desconocido como si se supiera su valor. En nuestro caso «X» representa las masas anónimas, el pueblo. Hacer política es operar con «X» sin preocuparse de su naturaleza real. Hacer historia es conocer el justo valor de la «X» en la ecuación.»

¿Por qué se llama El cero y el infinito? Obviamente es importante considerar el trasfondo político e histórico del libro. En la época en que fue escrito, Stalin estaba en el poder. En la narración el autor se guarda de mencionar su nombre, se refiere a él como el «UNO». La despersonalización del sistema comunista es lo que da al libro la primera palabra de su título «CERO», y finalmente, la concepción ideológica de reflexión y humanismo le da la siguiente palabra «INFINITO». Tenemos una premisa básica con el título ya del libro, en el comunismo sólo existen ceros y un UNO; pero los opositores al sistema se convierten en los infinitos, los números que no concibe la dictadura. La protección de la Revolución y a su sistema insano y antinatural, es viable si se distancia del individuo, si se le desindividualiza, lo que en sí es paradójico, pues es lo que pretende representar y defender, aunque para hacerlo los despoja de su identidad. 

El fondo del libro también es impactante. Cuando fue la revolución Industrial en Inglaterra se hablaba de leyes contra la vagancia, de jornadas laborales de dieciséis horas, trabajo infantil, etc. Pero en la revolución industrial socialista, las leyes eran más extremas, faltar al trabajo, llegar tarde o incumplir con una obligación, podría juzgarse como traición, puesto que al perjudicar la producción se perjudica al Estado, al perjudicar al Estado se perjudica a todos y por lo tanto quien osa cometer semejante crimen no debe ser tratado como igual. En Inglaterra los vagos eran encerrados y forzados al trabajo, en la Unión Soviética eran enviados a campos de concentración, trabajos forzados en Siberia o en el peor de los casos fusilados (aunque el fusilamiento estaba reservado para los traidores políticos, los que cuestionaban a Stalin).

Ahora bien, vamos a por la refutación de la contraparte, del oficial a favor del sistema: «–No apruebo la mezcla de ideología –prosiguió Ivanof–. No hay más que dos concepciones de la ética humana, y las dos son polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanista, declara sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no deben aplicarse a las unidades humanas. La otra concepción arranca fundamentalmente del principio de que un fin colectivo justifica todos los medios, y no solamente permite sino incluso exige que el individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la comunidad [...]. La primera concepción podría denominarse moral antiviviseccionista; la segunda, moral viviseccionista. Los vagarosos y los aficionados han intentado siempre mezclar las dos concepciones, pero en la práctica es imposible. Quienquiera que lleve sobre sí el fardo de Poder y de la responsabilidad se da cuenta a primera vista que es necesario escoger, y, fatalmente, es conducido a escoger la segunda concepción...». El discurso prosigue y no baja la intensidad ni agudeza.

Una frase de Ferdinand Lasalle que encontré en el libro y que no puedo dejar de resaltar es: «No nos señaléis el fin sin los medios, pues medios y fines se hallan de tal modo ligados en este mundo que si cambian los unos cambian los otros, y cada senda distinta tiene otros fines.» Esto en contraposición a la sentencia maquiavélica de que el fin justifica los medios.
«El honor es saber ser útil sin vanidad.»

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