jueves, 30 de enero de 2020

EL MANIPULADOR de David Unger


«Se supone que Guillermo se bajará de la bicicleta en la saliente y que esperará a que el asesino se acerque en un carro. Es una situación de lo más simple; un hombre sale a montar su bicicleta un domingo por la mañana, de manera totalmente inocente, posiblemente antes de acudir a la iglesia. Queda cansado después de la inclinada subida, se baja de la bicicleta o simplemente trata de descansar un par de minutos antes de continuar. Se sienta en la banqueta para admirar la belleza de la naturaleza.»
El manipulador es una novela de ficción inspirada en el caso de Rodrigo Rossenberg. Reitero: inspirada, y no basada. Puesto que existe un evidente distanciamiento entre los personajes creados por Unger respecto a los auténticos actores de ese momento de la historia reciente que provocó una implosión polarizadora en Guatemala.

El 11 de mayo de 2009 fue publicado un video donde un exitoso y respetable abogado acusaba de asesinato al presidente de Guatemala, la primera dama, otros funcionarios de gobierno y altos ejecutivos de un banco público-privado. Según expresaba, ellos habían planificado el asesinato de un reconocido empresario libanés y su hija. Aunque eso no era lo más dramático y alarmante de aquel video, sino el mensaje de que, si estábamos viéndolo, significaba que él, Rodrigo Rosenberg, había sido asesinado por estas personas.

Como suele suceder en Guatemala, la opinión pública acerca de los funcionarios de gobierno no es la mejor. La percepción de corrupción es una de las más altas en América Latina. Además, existe una serie de asesinatos y conspiraciones políticas anteriores como la muerte de Carlos Castillo Armas, Jorge Carpio Nicolle, Monseñor Gerardi y un largo etc. Por lo que no suena tan descabellado ni fuera de la realidad que alguien acuse al gobierno de varios crímenes. Tampoco Sandra Torres, la primera dama, contaba con la simpatía de la población, la cual iba a peor en los cascos urbanos. Se rumoraba, antes de lo de Rosenberg, que el suicido del escritor y periodista Hugo Arce no fue tal, sino un asesinato derivado a artículos y columnas que escribió en oposición y crítica a la primera dama. Las condiciones de la tormenta perfecta de indignación en la población estaban dadas, únicamente necesitaban un detonante y aquel video de Rosemberg lo fue.

David Unger es un escritor guatemalteco que reside en Estados Unidos desde su temprana infancia. Posee títulos académicos en letras, literatura, poesía y traducción obtenidos en varias universidades de Norte América. Se ha destacado principalmente por ser el traductor al habla inglesa de grandes escritores como Nicanor Parra, Mario Benedetti y Elena Garro, también por haber traducido los libros de Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz. A pesar de que Unger es más estadounidense que guatemalteco, en 2014 fue reconocido en Guatemala con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. 

Unger me sorprende con el «tacto» y la «creatividad» para nombrar a sus personajes de «ficción», por ejemplo, el personaje principal es un importante, exitoso y hasta cierto punto, acaudalado abogado llamado Guillermo Rosensweig, que se enamora de la hija de uno de sus principales clientes, Ibrahim Khalil, libanés propietario de una empresa de textiles y que anteriormente era un caficultor propietario de varias fincas en San Marcos y Chimaltenango. Este empresario le confiesa a Rosenweig que se siente acosado desde que fue nombrado para formar parte del comité directivo de Banurbano, uno de los bancos más grandes de Guatemala y él único que tiene como principal socio y cliente al Estado. En efecto, causa cierta gracia estas «sutilezas». Algunas veces decimos la frase cliché que «cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia», pero aquí la coincidencia tiende a ser la norma y no la excepción. No obstante, Unger da unos giros por allí que hacen que su relato se aleje del caso. Quizá para él acertados, pero para los lectores infortunadamente todo lo contrario.

La forma como comienza la narración recuerda mucho al estilo latinoamericano, un realismo mágico, donde las descripciones y contracciones entre presenta, pasado y futuro pueden desarrollarse fácilmente en el lirismo de un sólo párrafo. En las primeras páginas nos encontramos con Guillermo Rosensweig, saliendo de la adolescencia, un poco insolente e indeciso de su futuro. Su padre es el propietario de un almacén de lámparas finas en el centro de la ciudad, que tiene como único deseo que su hijo continúe la empresa familiar. Pero Guillermo está más interesado en su propio ocio y comodidad, que en continuar la empresa que su padre fundó. La novela da un salto abrupto, continúa con su personaje principal centrado más en la forma en que sus aventuras sexuales forman su personalidad que el contexto de su vida familiar y social. Unger termina por desdibujarlo y convertirlo en una caricatura.

Este Rosensweig yuppie que presenta Unger se ve como el señor Gray de E. L. James, pero sin el sadomasoquismo. Particularmente me parece que el autor abusó demasiado del tema sexual al punto que se nota abiertamente que quiere demostrar con teorías freudilianas el comportamiento extraño de su personaje, pero lo único que logra es restarle profundidad y convertirlo en lo que mencioné con anterioridad, una caricatura.

La narración es buena, no lo niego. Unger sabe escribir, pero no sabe cómo concentrar las ideas. Parecen atomizadas. Puede que haya escrito este libro a intervalos prolongados de tiempo, luego revisado varias veces, corregido o ampliado, quizá insertado con calzador algunos capítulos, y eso en ocasiones no sólo corta la continuidad narrativa, sino que desata hilos de la trama, varios cabos sueltos innecesarios, lo preocupante es que están a diestra y siniestra, y no logra cerrarlos adecuadamente.

El manipulador ni si quiera es el pseudoRodrigo, es otro personaje maquiavélico llamado Miguel Paredes, quien fue quien lo convenció y persuadió para grabar un video en el cual dijera que era el presidente, su esposa y secuaces quienes lo habían matado. Miguel Paredes, según la novela, es un personaje oscuro en la historia de Guatemala que ha sido como el maestro titiritero, que mueve los hilos de sus marionetas por aquí y por allá, a su conveniencia, no por dinero, sino por poder. La novela lo describe como el «facilitador». No diré a quién simboliza en la vida real, porque es bastante obvio, basta mencionar que fue la persona que entregó e hizo públicos los videos. 

Nuevamente, refiriéndome a mi primer párrafo, es una novela de ficción, inspirada y no basada. Y el autor lo deja claro tomándose amplias libertades de cambiar sustancialmente el final de los acontecimientos, tanto que uno se lleva las manos a la cabeza no alabando la brillantez sino la traída de pelos para que eso tenga sentido. De cualquier manera, a mi criterio, la realidad supera con creces la ficción, en el caso Rossenberg indudablemente así fue.

David Unger quiso hacer algo prolijo con esta novela, pero el tema no lo domina, o bien, no se siente cómodo. Probablemente no es lo que acostumbra a leer, menos escribir, y lo que quiso hacer es un intento de bestseller interno (lo cual creo que consiguió) considerando el seguimiento mediático que Rodrigo Rossenberg tuvo. 

Este tema en manos de un escritor experto en novelas negras o legalistas como Dennis Lehane, James Ellroy o Michael Connelly hubiese sido mucho mejor, más fluido y pulido, pero hubiese brillado con el talento hispano de Dolores Redondo, Manuel Cercas o Eduardo Sacheri. Al menos la promesa de conspiración se hubiese concretado y no quedado como... ¿Qué es ese final que escribió Unger? Una amalgama de ideas mal empalmadas, o mal cuajadas, como el choque de dos historias completamente distintas y pegadas con engrudo y saliva.

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