martes, 16 de febrero de 2021

EL LIBRERO de Roald Dahl


«De vez en cuando, aunque no con demasiada frecuencia, un cliente accedía a la oficina desde la librería y le entregaba el volumen de su elección a la señorita Tottle, quien comprobaba el precio escrito a lápiz en la guarda y aceptaba el dinero, buscando cambio si era necesario en el cajón izquierdo de su escritorio. El señor Buggage ni siquiera se molestaba en mirar a quienes entraban y salían y, si alguno de ellos preguntaba algo, era la señorita Tottle la que respondía.»

Roald Dahl es un escritor gales de literatura juvenil e infantil que se hizo muy popular con obras como Los gremlins, Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda y Las brujas. Esto lo llevó a convertirse en uno de los autores más populares del siglo XX en esta categoría. Muchas de sus novelas terminaron siendo adaptadas a la gran pantalla, logrando con sus historias llegar al corazón tanto de niños como de sus padres. No obstante, muy pocos saben que también publicaba otro tipo de historias para un público adulto, relatos que matizaba con un sutil humor negro al mismo tiempo que procuraba giros en la trama.

Las historias con un tono más adulto rehuían en las librerías y se les encontraba publicadas principalmente en revistas como Home Journal, Playboy, Harper’s y The New Yorker. El librero fue publicada originalmente en 1986 en la revista para caballeros Playboy. La versión que tuve la oportunidad de leer fue publicada en 2016 por la editorial Nordica Libros en España, en una elegante presentación en pasta dura, traducida por Xesús Fraga, autor de Reo y Virtudes (y misterios), esta última obra galardonada y elogiada por los lectores y la crítica. Las ilustraciones en un libro de Roald Dahl no podían faltar, y en esta versión fueron realizadas por Federico Delicado Gallego, un ilustrador de literatura infantil reconocido por su concepto artístico y su capacidad de evocar emociones.

La sinopsis de El librero es la siguiente:

«Hace tiempo, si uno se dirigía a Charing Cross Road desde Trafalgar Square, en cuestión de minutos se encontraba con una librería situada a mano derecha y sobre cuyo escaparate un cartel anunciaba: “WILLIAM BUGGAGE. LIBROS RAROS”. Allí trabajan dos curiosos personajes: el librero, William Buggage, y su ayudante, la señorita Tottle, quienes no prestan demasiada atención a la venta de libros. Prefieren, más bien, leer cada día los obituarios, así como su obra favorita: el Who’s Who.»

El relato es bastante sencillo y corto, básicamente el eje que mueve la historia es el chantaje. Pero sencillo no significa simple ni su acortada extensión podría tomarse como incompleto. Roald Dahl toma una profesión de la que podríamos sentir admiración, respeto y confianza y la convierte en un medio para delinquir de una manera vil y descarada.

La vocación de un típico librero radica en el amor por los libros. Los libros terminan convirtiéndose en su pasión y es tanta su devoción que encuentran en la práctica la oportunidad de compartir las historias que más les han atrapado (porque por regla general todas atrapan), de hacer recomendaciones desde las estanterías de una librería. La profesión de un librero no le genera riquezas materiales, el valor de su profesión se encuentra en el privilegio de vivir las historias atrapadas en las páginas.   Pero ¿qué pasaría si un librero no sintiera amor por los libros? ¿Qué haría un delincuente convertido en un librero? ¿Cómo un librero podría conseguir fortuna? Roald Dahl probablemente se hizo estas preguntas y creó a este infame personaje, William Buggage, cuyo único propósito era la estafa y el chantaje.

De los libros hay de todos y para todos. Algunos títulos enorgullecen a sus propietarios, otros puede que no tanto, y dependiendo la época, podría ser hasta peligroso si no en lo legal, al menos sí en el círculo social. El relato de El librero transcurre en Londres de mediados del siglo XX y la sociedad inglesa siempre se ha distinguido por ser comedida, cualidad que no hace más que aumentar en la medida de la fortuna y nobleza de la familia. Sería muy impropio que un caballero que acabara de fallecer fuera fuente de rumores, especialmente de facturas pendientes de pagos, facturas de libros donde algunos de ellos no solo harían sonrojar con solo leer su título, sino que se convertirían en ofensa y vergüenza en la familia. Esto era lo que hacía William Buggage, revisar los obituarios e investigar a la persona que falleció: sus gustos, abolengo, clubes a los que pertenecía, pera luego redactar una carta de cobro con una serie de libros que él podría haber pedido y leído, además de otros no tan decorosos para el pudor inglés que incluso reñían o superaban la censura. No solamente se trataba de agregar libros eróticos, sino de prácticas sexuales inquietantes. Naturalmente, el relato fue publicado en Playboy, por lo que no podría obviar su orientación, aunque también he de decir que Roald Dahl se limitó a nombrar o centrarse en lo inapropiado desde el contexto social y no lo repudiable desde el aspecto ético y humano, que no es lo mismo sadomasoquismo que la pedofilia, por ejemplo.

El librero es una historia que dista de los conceptos habituales de Roald Dahl, pero que se disfruta porque entre los giros observamos una lección moral que nos muestra que la indecencia no está en la mentira sino en lucrar con el dolor de las personas.

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