«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte.»
Camilo José Cela es uno de los autores españoles más versátiles, prolíferos e importantes del siglo XX, destacado como referente de la literatura de la posguerra. En su hoja de vida cuenta con múltiples y grandes premios y reconocimientos nacionales e internacionales ya sea por su obra conjunta o por publicaciones específicas, donde es importante destacar el Premio Príncipe de Asturias, el Premio Cervantes y el Premio Nobel de Literatura, que representan los galardones máximos al que cualquier escritor de habla hispana podría aspirar. La familia de Pascual Duarte, publicada en 1942, fue su opera prima. Tan solo contaba con 26 años y nadie esperaba que un autor novel y desconocido se alzara con una obra de tal calidad e inventiva.
La familia de Pascual Duarte para los estándares de la época en la que fue publicada era una novela cruda, violenta y poco elegante. Atrevida si se quiere; pero reflejaba una realidad brutal de la ruralidad española con la miseria, ignorancia y derrotismo de las familias del campo. Un polvorín para el estallido de conflictos sociales de todo tipo. La novela se desarrolla en los albores del siglo XX, aunque ha demostrado su atemporalidad y ubicuidad porque incluso hoy podamos ver situaciones iguales o parecidas reflejadas en muchos lugares de Latinoamérica o el mundo.
La novela es epistolar donde la parte esencial y medular es la confesión de Pascual Duarte previo a los días de su sentencia de muerte por ahorcamiento. Aquí ya encontramos a un hombre maduro, derrotado y ensimismado, culpado y condenado por el asesinato de una persona insigne y de recursos en el pueblo, don Jesús Gonzáles de la Riva; aunque no fue el único crimen que cometió y tampoco se da por explicarnos nada en su confesión sobre este aspecto. Pascual Duarte dirige su confesión al mejor amigo de don Jesús, concentrándose en su infancia y juventud, en su familia, en esos aspectos trágicos que lo llevaron a convertirse en un hombre violento y desalmado que deberá pagar por sus crímenes con su propia vida.
La confesión de Pascual Duarte es en esencia un repaso por la vida de un hombre donde el común denominador era la pobreza, violencia y tragedia. Como si la vida lo hubiera elegido y marcado para ser un hombre maldito. Su padre fue un contrabandista, luego fue arrestado y en cuanto tuvo libertad pasó la mayor parte de su vida borracho; su madre tampoco fue una santa, era una mujer tan malvada como una bruja, hiriente y desleal, desnaturalizada y tan alcohólica como su marido; y la hermana menor, Rosario, una mujer que se prostituyó apenas alcanzó la pubertad. También hubo un hermanito, producto de la infidelidad de su madre, que era retrasado y murió siendo un infante tras sufrir constante abuso y maltrato por su madre y el amante de esta que a fin de cuentas también era el padre de aquel niño. Formando su propia familia a Pascual no le fue mejor, la desgracia fue su común denominador.
Como suele suceder en los libros que se convierten en clásicos, entre la mitad y un tercio del libro son introducciones y análisis de otros escritores. En el caso de la versión que leí de La familia de Pascual Duarte eran críticas de escritores y analistas de la década de los años cuarenta, a quienes ni siquiera podría llamar contemporáneos de Camilo José Cela porque eran de otra generación. En aquella época eran autores como Miguel de Unamuno, Pío Baroja o Antonio Machado los que se encontraban en boga de los hispanohablantes. Lo interesante de estos críticos literarios era que veían un futuro en las letras muy prometedor para Camilo José Cela, esto sin imaginar que casi medio siglo después se convertiría en el cuarto español en recibir el Premio Nobel de Literatura. No obstante, recomiendo no leer los análisis, las introducciones o los comentarios de cualquier novela hasta que uno como lector las haya terminado, de lo contrario nos encontraremos con una experiencia disminuida porque muchas veces no solo nos cuentan la trama, sino también nos dicen los giros y revelaciones y hasta el desenlace. Por ejemplo, cuando leí la edición conmemorativa de la Real Academia Española de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, comencé con los comentarios y análisis introductorios y allí un escritor en su análisis me revela que Ricardo Arana, el Esclavo, es asesinado, lo cual me molestó porque el efecto sorpresa con el que concluye la primera mitad de la novela me lo convirtieron en un spoiler. Lo mismo sucede con La familia de Pascual Duarte, comenzando con la introducción cuando me revelan que Pascual Duarte comienza matando con ira explosiva a su fiel mascota, una perra que lo seguía a todas partes.
Camilo José Cela nos entrega una obra en entero realista, muy redonda y absorbente. Logra lo que muy pocos escritores consiguen, hacer que el lector relea la obra una vez concluida. Personalmente no pude evitarlo. Debí leer nuevamente La familia de Pascual Duarte porque finalmente cuando la terminé necesitaba más respuestas y no las iba a encontrar sino en el mismo pasado de Pascual Duarte y es allí donde el libro se complementa consigo mismo, crea su propio bucle.
La novela deja sus propias reflexiones entre líneas donde es fácil inferir que son las circunstancias las que forjan a los monstruos y que es difícil de cerrar círculos cuando la miseria y el hambre apremian. Siendo la desatención y el abandono la constante, a las personas no les queda de otra que sobrevivir a pesar de todo y ese «pesar» termina sepultándolos en vida. No fue hasta que Pascual Duarte asesinó a alguien que le importaba a la sociedad que la horca se hizo inexorable, la sangre que manchó sus manos antes no importaba porque eran seres sin rostro y sin nombre.
Para cerrar esta vez no lo hago precisamente con unas líneas, pero vale la pena releer este párrafo porque, desde mi punto de vista, es la voz de un joven autor que con brillo y sapiencia nos deja un mensaje que cala hondo.
«La idea de la muerte llega siempre con paso de lobo, con andares de culebra, como todas las peores imaginaciones. Nunca de repente llegan las ideas que nos transforman; lo repentino ahoga unos momentos, pero nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los pensamientos que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los campos, o la tisis los pechos. Avanza, fatal, incansable, pero lenta, despaciosa, regular como el pulso. Hoy no lo notamos, a lo mejor mañana tampoco, ni pasado mañana, ni en un mes entero. Pero pasa ese mes y empezamos a sentir amarga la comida, como doloroso el recordar; estamos picados.»
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