miércoles, 26 de mayo de 2021

LA CIUDAD Y LOS PERROS de Mario Vargas Llosa


«Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio; el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.»

Mario Vargas Llosa es uno de los escritores que formaron el Boom latinoamericano entre 1960 y 1970, junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, entre otros. Es el único escritor de ese movimiento literario que todavía vive. En 2010 recibió el Premio Nobel de Literatura en un momento en el que muchos creían que padecería el escarnio del argentino Jorge Luis Borges que, merecedor como ninguno de ese galardón, la Academia Sueca se lo negó por haber estrechado la mano de Pinochet. En el caso de Mario Vargas Llosa, fue candidato a la presidencia por el Perú en 1990 y su simpatía por la política liberal no es muy popular en algunos círculos progresistas, afortunadamente sus méritos literarios eran tan grandes que eran inevitables y pasarlos por alto hubiera sido una tragedia para las letras y un demerito para la Academia no reconocerlo.

La ciudad y los perros, publicada en 1963, fue la primera novela de Mario Vargas Llosa y su repercusión e importancia en las letras hispanas fue tal que después de cincuenta años, la Real Academia Española seleccionó precisamente esa obra para honrar el legado de Vargas Llosa en una edición conmemorativa, y no es que sus obras subsecuentes no hayan tenido  méritos porque fácilmente podemos citar a Conversaciones en La Catedral, La casa verde o La guerra del fin del mundo como grandes clásicos modernos; no obstante, fue en “La ciudad y los perros donde Vargas Llosa se definió como autor y todos los elementos y recursos narrativos utilizados, que en aquella época eran vanguardistas, fueron la columna sobre la cual terminó edificando su obra. Novelas tan recientes como La fiesta del Chivo o Tiempos Recios conservan ese espíritu.

La ciudad y los perros y por extensión toda la obra de Mario Vargas Llosa está inspirada en el trabajo de la llamada generación perdida (John Dos Passos, T.S. Elliot, Ernest Hemingway, etc.); no obstante, fueron William Faulkner y Gustave Flaubert, quienes a través de sus escritos se convirtieron en mentores de un joven Vargas Llosa. Mientras pergeñaba los primeros capítulos de una novela que todavía no titulaba, Vargas Llosa analizó y desgranó el estilo, la estructura, la forma, los tonos y los recursos de Luz de Agosto de Faulkner y Madame Bovary de Flaubert, finalmente terminó por agregarle algo de su propia realidad y pasión por la literatura. 

La ciudad y los perros cuenta la historia de un grupo de jóvenes cadetes en el Colegio Militar Leoncio Prado, un centro educativo de formación media ubicado en Callao, Perú. Porfirio Cava, un cadete del último año roba un examen, pero el robo al poco tiempo es descubierto por las autoridades del colegio y esto conduce a un castigo general para todos, privándolos de las salidas de los fines de semana. Otro cadete, a quien se refieren con el mote de «el Esclavo», después de varias semanas entra en desesperación y no soporta el castigo por lo que termina denunciando al culpable, quien termina expulsado del centro educativo. Jaguar, amigo de Cava y autor intelectual del robo, odia a los soplones y no se limitaría en violencia en el cobro de su venganza cuando descubriera quien fue el que hizo la denuncia. A los pocos días el Esclavo recibe un disparo en la nuca que termina por provocar su muerte. Las autoridades creen que fue un accidente, pero el Poeta, otro cadete que recién había entablado una amistad con el Esclavo y que sentía culpa y responsabilidad por lo sucedido, decide denunciar al Jaguar como el asesino. Esto terminará por abrir una caja de pandora para los estudiantes y provocar una crisis en las autoridades del colegio a quienes no les conviene un escándalo.

Lo anterior podría decirse que es la columna vertebral sobre la que se sostiene la historia; pero sería muy simplista dejarlo allí. En la novela hay varias historias que se entrelazan, complementan y disocian. Este esquema de novela policial se rompe cuando se acompaña de lo que pasa fuera del colegio que en algunas partes es anterior y en otras ocurre al mismo tiempo. En esta otra parte conocemos la vida del Esclavo quien en realidad se llama Ricardo Arana, la vida del Poeta, Alberto Fernández y Jaguar, de quien nunca sabemos su nombre. En la novela son básicamente tres elementos o bloques de historias: sucesos en torno al robo del examen, la muerte del Esclavo y acusación del Jaguar, como línea principal. La segunda son las vivencias de los protagonistas durante los tres años en el colegio. Y la tercera línea es el pasado de tres cadetes antes de llegar a Leoncio Prado. La primera línea narrativa se cuenta en tercera persona en pretérito; la segunda, tercera persona en presente con monólogos en primera persona en presente; y la tercera, las historias del Poeta y el Esclavo, tercera persona pretérito, Jaguar, primera persona pretérito.

La ciudad y los perros fue un nombre que surgió de forma posterior. Mario Vargas Llosa hubiera querido titularla Los jefes, pero su primer libro de relatos llevaba ese título. Finalmente se decantó por La morada del héroe, haciendo alusión de Leoncio Prado, el militar peruano que murió en la batalla de Huamachuco y cuyo nombre adoptó el colegio. No obstante, a nadie convencía ese nombre, ni a Vargas Llosa, por lo que luego lo cambió a Los impostores. Un nombre un tanto críptico que confundía sobre el tema real de la novela y que llevó a concebir muchas teorías y hasta pergeñar finales abiertos. Fue cuando José Miguel Oviedo, un crítico peruano, le sugirió a Vargas Llosa el nombre que tiene hoy esta obra, La ciudad y los perros, donde los perros son los cadetes de primer ingreso, y por extensión se aplica a todos los estudiantes del colegio, donde tienen una realidad salvaje y dura, casi bestial; en contraposición, aunque no en demasiado contraste, con la ciudad. Es como si la historia fuera en círculos concéntricos: primero la ciudad, luego el colegio, luego los estudiantes de quinto año (que los acompañamos desde tercero), y finalmente el círculo más íntimo, que de hecho también se autodenominaron «el círculo» formado por el Jaguar, el Rulos, el Boa y Cava. 

La primera vez que tomé La ciudad y los perros tuve que abandonarla en la página ciento treinta y cinco. Había llegado a un punto en que me sentía desorientado. Particularmente no es una novela que pueda leerse de un tirón y demanda mucho compromiso del lector. Lo cierto es que esta vez, con mucho más ánimo, tiempo e interés, no solo no podía abandonar la novela, sino que concluirla hizo implotar un conjunto de sensaciones. La novela es perturbadora y visceral. A pesar de que el marco en el que se expresa fulgure en un realismo puro, es inevitable su conceptualización o trasposición a un universo mucho más amplio. El Colegio Leoncio Prado es un crisol de la sociedad peruana de los años cincuenta que puede homologarse con facilidad a toda la realidad de los países de América Latina de forma atemporal. Todos las razas, mezclas y clases sociales y los males que acompañan esa estratificación están presentes y la corrupción de los estudiantes no es diferente a la de las autoridades. Las escuelas militarizadas no son precisamente recipientes de jóvenes ejemplares de carácter noble y caballeresco, allí son enviados adolescentes problemáticos y conflictivos para que los disciplinen y dobleguen, y los juntan con otros que son desorientados o confundidos, con comportamientos retraídos o hasta amanerados, enviados por sus familias para que los vuelvan hombres duros; imposible que esto no marque de forma profunda a nadie, imposible que muchos no sufran un infierno. Mario Vargas Llosa estudió dos años en Leoncio Prado y en la novela, en sus protagonistas, está vertida parte de sus experiencias transformadas en ficción, sin que esto presuponga un contenido autobiográfico.

La ciudad y los perros es una obra monumental. De esas pocas obras que cuesta empezarlas, pero terminarlas deja una sensación de vacío. Muy recomendable y obligatoria para cualquier lector.

«No hay nada más ingrato que el gobierno.»

1 comentario:

  1. Uno escucha o lee a los narradores de esta obra, a los lectores que tuvieron la osadía de meterse en la vorágine mental del autor y se sorprende encontrar una serie de sentimientos encontrados debido primero a lo complejo de la obra al principio, alguien dijo: “al principio no le encontraba ni norte ni sur, no sabia lo que leía y empezó a fastidiarme”, pero luego la gran mayoría concuerda que la una vez puestos en escena todos los personajes, la obra se vuelve como un “tobogán”, empiezan a sentirle el sabor y hasta sientes alguna empatía y preocupación por los personajes. Creo que la generación de escritores que presidieron al autor y sus propios contemporáneos caían en estas figuras literarias que tendían a confundir y hasta cansar a los lectores que no están familiarizados con este tipo de novelas. Después de todo uno puede creer que una primera novela comenzada a los 22 años y terminada a los 27 no podría ofrecer algo sustancial y coherente, pero este no es el caso.
    Según las reseñes que leí y escuché, muchos creen que con esta obra se anticipa ya un estilo propio del autor, una narración impetuosa, confusa a momentos, saltos en el tiempo, personajes bien definidos, crueldad, barbarie y amistad y traición, una serie de elementos propios de las novelas tienden a formar una historia que lugares históricos del antiguo Perú, que nos invitan a ir a través del tiempo e introducirnos en los salones y pasillos de aquella escuela militar.
    Como muchos autores de su época Mario Vargas Llosa expone una critica dura del ambiente en el cual sitúa su historia en este cado el ámbito militar, exponiendo con dureza la indiferencia de estas personas hacia los estudiantes, así como el liderazgo de unos ante otros, la burla, el machismo y hasta el bullying conformaran parte del entretenimiento por llamarlo de alguna manera que acompañaran al lector en estas líneas.
    Por alguna extraña razón tiendo a comparar la literatura de estos autores como el ciclista que sube la montaña, suelen ser tediosas y cansadas al principio, pero una vez alcanzada la cima, todo es después cuesta abajo, todo tiende a fluir y es ahí donde el lector entra en “la zona” del autor y lo lleva de la mano por su mente, por sus líneas, mostrándole el corazón, el alma, hasta llegar a sus más oscuros pensamientos de los personajes que vivirán en la mente del lector mientas dure la historia.

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