lunes, 24 de mayo de 2021

ARRÁNCAME LA VIDA de Ángeles Mastretta


«Volví al grupo de mujeres. Prefería oír la plática de los hombres, pero no era correcto. Siempre las cenas se dividían así, de un lado los hombres y en el otro nosotras hablando de partos, sirvientas y peinados. El maravilloso mundo de la mujer, llamaba Andrés a eso.»

Ángeles Mastretta es una escritora, periodista y activista mexicana, aunque también ha sido editora y presentadora de televisión. Alcanzó notoriedad en 1985 con la publicación de Arráncame la vida, novela que la hizo obtener el Premio Mazatlán de Literatura, uno de los reconocimientos a las letras más importantes en México que también han recibido autores como Elena Poniatowska, Octavio Paz y Jorge Volpi. En 1997 Ángeles Mastretta, gracias a su novela Mal de amores, recibió el Premio Rómulo Gallegos, uno de los premios a la narrativa en español más importantes y que ha tenido entre sus reconocidos a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.

Las novelas de Ángeles Mastretta se han caracterizado por contar con personajes femeninos fuertes en el protagónico en el sentido que son capaces de sostener en su voz narrativa el peso de la historia; que en el caso de Arráncame la vida es Catalina, una adolescente hija de un campesino, que cuenta su vida al lado del general Andrés Ascencio. Curiosamente la hija de Ángeles Mastretta, que también es escritora, tiene por nombre Catalina, lo que presupone el cariño que la autora tiene por este personaje y el significado familiar subyacente. 

La historia comienza cuando Catalina se casa con el general Andrés Ascencio. Ella tenía dieciséis años y era inocente e ingenua, aunque tenía un cuerpo que destilaba sensualidad y de allí que el militar se haya fijado en ella y casi obligado al padre para que le diera su mano en matrimonio. El general Ascencio era el estereotipo de machista y acrecentado por ser militar y tener veinte años más que Catalina. En el matrimonio conciben dos hijos, primero una niña, Verania, y luego Sergio, a quien únicamente llamarán por su diminutivo, Checo.  Por su parte Andrés Ascencio provee de más hijos al hogar formado con Catalina, aunque de su primer matrimonio: Virginia y Octavio, ambos casi de la edad de Catalina, Virginia incluso unos meses mayor. Luego entre el primer matrimonio terminado en viudez y Catalina, hay otras aventuras que proveen de cuatro hijos más: Marta, Marcela, Lilia y Adriana. Aunque la novela deja entrever que el general tuvo más hijos, pero como las madres eran buenas, no los llevó a su casa. La historia comienza en 1932, termina tal vez en 1945, con la muerte del general. No queda muy claro el tema del tiempo.

La novela se narra en primera persona, en pretérito a través de la voz de Catalina. Se apoya más en los diálogos que en las introspecciones o pensamientos. La mayoría de los diálogos están señalados claramente, aunque algunos pocos no (quizá error de edición), pero esto no presupone ninguna dificultad de lectura. A veces se cuelan líneas que parecen diálogos, pero son pensamientos de lo que se quiso haber dicho. Todos los párrafos son cortos, las oraciones y el lenguaje sencillo y la estructura narrativa lineal. 

La novela tiene un buen comienzo y anuncia, o al menos eso creía, la vida dura de una mujer sumida en la crueldad y violencia de un esposo machista. Pero conforme la novela avanza, notamos que la vida de Catalina está en otra dirección, que se va pareciendo a la del 0.1% de la población más privilegiada. El general, por su posición e involucramiento en la política, llegó a estar a un paso de la presidencia. Era compadre del presidente de México y tenía una posición en el gobierno de mucha importancia e influencia. El general también tenía muchas casas, propiedades y empresas. Eso significó que la vida de Catalina nunca se pareció, ni por asomo, a la de una ama de casa, a la de una mujer maltratada (incluso psicológicamente). Vivió en opulencia, podría decirse que hasta llegó a domar al general, y ya llegando a sus treinta, desafiaba a la vida jugando a la amante.

La narración es tramposa porque nunca deja en evidencia ni las emociones ni el carácter de Catalina, pero por las acciones logramos notar que era una mujer de temperamento fuerte donde no había cabida para la sumisión. Realmente terminaba haciendo lo que quería. Incluso rompe con el estereotipo de la maternidad. Si era necesario fugarse con el amante, no le importaba abandonar a los hijos a su suerte; si estaba cansada o no tenía deseos, podía pasar mucho tiempo, días sin la necesidad de ver a los niños; los cuidados, educación y consejo eran responsabilidad de las sirvientas. Catalina cuenta que en las noches lloraba amargamente y que en el día solo se dedicaba a guardar las apariencias, pero esto parece más como un añadido y no termina de empalmar del todo con el contexto de lo que cuenta. Lo útil del caso es concluir que no era feliz y que tenía un vacío que quizá no la atormentaba, pero la incomodaba. El general, por otra parte, comenzó como un hombre duro, inquebrantable, osco y violento, lo cierto es que nunca mostró un arrebato de violencia, ni aún levantando la voz, tiraba más del lado de la astucia y nadaba en los pantanos negros de la política. Había sangre en la conciencia del general, pero eran otros los que se ensuciaban las manos por él.

La política del México de los años treinta y cuarenta que esboza Ángeles Mastretta está inspirada, pero no es la real. No vamos a encontrar la interacción con ninguna figura histórica, salvo a Porfirio Díaz como una referencia al pasado. Como dice una frase gastada: todo parecido es pura coincidencia.  De cualquier manera, lo que observamos de la política es lo que el protagonista cuenta, pero Catalina no está involucrada en la política y tampoco le gusta, entiende o importa, porque, a pesar de estar en el círculo interno de la cúpula de gobierno, da lo mismo que estuviera lejos. Si recortáramos todo lo relacionado al ambiente de la política y lo sustituyéramos por narcotráfico, la cosa nostra, la oligarquía carnívora, funciona igual.

Hay un tema materno subyacente que es importante destacar y que explica quizá mucho. La madre de Catalina brilla por su ausencia, no es que esté muerta, pero nunca aparece ni se explica, al igual que los hermanos: Teresa, Barbara, Pia, Marcos y Daniel, que solo aparecen en la boda y luego nunca más son mencionados. El único familiar que aparenta ser un bastión para Catalina es su padre. Y creo que la diferencia en edad con el general la llevan a ver también una figura paterna en el militar, al menos eventualmente. Por otra parte, el general Ascencio tiene una figura materna influyente, fuerte, que aunque no aparece demasiado, lo poco que se menciona no deja lugar a dudas del respeto y hasta temor del militar.

Con esta novela conocí a Ángeles Mastretta, confieso que en los primeros capítulos, cuando ella visitó a una gitana, pensé que era la puerta a otra obra enmarcada en el realismo mágico, pero finalmente la orientación y estilo fue otro, podría incluso decir que hasta minimalista. 

Al concluir la novela no logré entender el por qué de su popularidad. Sí que está bien escrita, es fluida y la historia quiera que no, engancha un poco, se deja leer. Pero da la apariencia de ser una obra traducida de un autor norteamericano que una escrita por un hispanohablante. Tacaña en el uso de recursos narrativos y en la exploración y profundización de los personajes. Da la impresión de ser una obra escrita evitando ofender, señalar o denunciar. Provocadora, pero al mismo tiempo tibia donde esto último termina por ser mucho más predominante. El personaje de Catalina nunca me convenció, no se parece a los creados por Isabel Allende, por ejemplo, que para bien o para mal son artífices de su propio destino. 

Para cerrar, la única frase salvable y que no la dijo Catalina.

«A cada quien le toca una guerra distinta.»

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