lunes, 5 de mayo de 2025

FUEGO EN LA GARGANTA de Beatriz Serrano

«Me dio la llorera en el autobús. No pude evitarlo. Aunque nadie observa nunca a la persona que llora en el autobús. Si se fija, todo el mundo baja la vista al suelo. Supongo que ya tienen suficiente con lo suyo. Pero si se mira con algo de atención, comprobará que hay muchísima gente que llora en el autobús. Es mucho más habitual de lo que se imagina. Los autobuses están llenos de gente triste, pero nos hemos acostumbrado a ignorar esos llantos como auténticos profesionales de la negación de las cosas feas.»

Beatriz Serrano es una escritora y periodista española nacida en 1989, una auténtica millennial en toda regla. Ha colaborado con medios de comunicación como Vanity Fair, Vogue y El País, y es más conocida por ser cocreadora del pódcast Arsénico Caviar, que fue galardonado con el Premio Ondas en 2023. Arsénico Caviar es un pódcast de Podium que funciona como un tipo de conversatorio cultural, donde Beatriz Serrano, junto a Guillermo Alonso, abordan con cierta ironía y provocación la vida cotidiana, sus contradicciones y las emociones menos positivas o más reprimidas. El descontento, publicada en 2023, fue la primera novela de Beatriz Serrano y tuvo una buena recepción por la crítica y los lectores, pero su consolidación literaria e internacionalización como escritora llegó en 2024 al resultar finalista del Premio Planeta con Fuego en la garganta.

Inmediatamente después de haber concluido Victoria, de Paloma Sánchez-Garnica —ganadora del Premio Planeta en 2024—, me di a la tarea de leer Fuego en la garganta, de Beatriz Serrano. Los contrastes entre ambas autoras españolas no podrían ser más marcados: no solo por la evidente brecha generacional, sino también por las diferencias en temática, tono y enfoque narrativo. Fuego en la garganta no es una novela ambiciosa ni pretende serlo; no recurre a estructuras forzadamente innovadoras ni busca parecer vanguardista. Es, sencillamente, una novela de formación en sentido estricto, como tantas otras que hay en las librerías, pero con una particularidad: logra capturar al lector no por la magnitud de su historia, sino por la fidelidad con que refleja la vida misma. Por ello —y no creo estar solo en esta apreciación— considero que Fuego en la garganta merecía el Premio Planeta, pero antes de profundizar y entrar de lleno en la reseña, he aquí la sinopsis:

«Una mañana de 1993, la vida de Blanca se rompe cuando su padre le anuncia que su madre no regresará. A partir de entonces, Blanca teme que pueda tener un don insólito: la capacidad de obrar milagros, aunque el primero sea provocar la muerte de una niña que se burla de su situación familiar. Con el peso de la culpa sobre sus hombros y las ansiedades propias del abandono, Blanca busca en internet personas con las que hablar y conecta con un grupo de chicas que también se encuentran solas y perdidas. Unidas por la fascinación que sienten por Charles y Marilyn Manson, Joy Division y su gusto por vestir de negro, Blanca encuentra en ellas a su familia elegida.»

Hablar de premios literarios siempre ha sido terreno polémico, en parte porque, en no pocas ocasiones, las decisiones del jurado dejan al descubierto falencias difíciles de ignorar: se favorece una obra y se deja fuera otra que, a todas luces, ofrecía mayor mérito literario. Estas contradicciones no son exclusivas del Premio Planeta; pueden observarse también en certámenes como el Pulitzer, el Booker, el Goncourt o el Alfaguara. No se trata de una regla general —en muchos casos el galardón recae donde debe—, pero tampoco son casos aislados. Basta revisar algunas ediciones recientes del Planeta: ganó La bestia de Carmen Mola cuando Últimos días en Berlín de Paloma Sánchez-Garnica merecía el reconocimiento; se premió Aquitania de Eva García Sáenz de Urturi cuando Un océano para llegar a ti de Sandra Barneda ofrecía mayor profundidad emocional y narrativa; y Todo esto te daré de Dolores Redondo se impuso sobre Los asesinos de Sócrates de Marcos Chicot, que presentaba una estructura más sólida y ambiciosa. En 2024, la tendencia continuó: ganó Victoria, cuando Fuego en la garganta, de Beatriz Serrano, conjugaba con mayor autenticidad forma y fondo. Sería ingenuo pensar que estas decisiones responden únicamente a criterios estéticos. El peso de la editorial, la presión del mercado, las tendencias temáticas y hasta los equilibrios de imagen pública inciden —de forma más o menos velada— en la elección del ganador. Los premios literarios, como las novelas que los inspiran, también responden a las lógicas del tiempo que los produce.

La historia de Fuego en la garganta transcurre principalmente en Valencia, a mediados de los años noventa, y se extiende hasta los primeros años del siglo XXI. No se trata de una reconstrucción histórica minuciosa, pero el anclaje temporal es evidente, sobre todo por la presencia de ciertos elementos de la cultura pop que definen una época. Allí están las salas de chat, los disquetes, el sonido del módem, las referencias musicales, sobre todo bandas como Joy Division, The Cure, Marilyn Manson y Héroes del Silencio –vaya soundtrack para pasar una tarde–, también está la televisión como ritual doméstico, los primeros tatuajes como forma de expresión personal y la idea de que el mundo aún era lo suficientemente amplio como para descubrir algo nuevo en él (a través del Internet, por supuesto). Los millennials sentimos nostalgia por esos detalles no solo porque marcaron nuestra adolescencia, sino porque nos recuerdan un tiempo anterior al desencanto estructural, cuando todavía creíamos —ingenuamente— que lo diferente tenía un lugar más especial, que había margen para inventarse, y que crecer era solo cuestión de tiempo y no de pérdida. La novela recoge ese aire de época sin forzar el guiño ni convertirlo en una estrategia comercial; más bien lo incorpora como una capa de fondo que dialoga con el proceso interno de sus personajes.

Mis expectativas respecto a Fuego en la garganta no eran particularmente altas; incluso su sinopsis, más que despertar interés, sugería cierta indiferencia. Sin embargo, es una de esas novelas que solo revelan su valor una vez se les concede el primer capítulo. Narrada en tercera persona, la historia se centra en Blanca, la protagonista, y es a través de su mirada que accedemos a sus recuerdos, emociones, pensamientos y silencios. Acompañamos su tránsito por la adolescencia desde una sensibilidad gótica que, sin caer en la caricatura y la alienación, logra dotarla de una humanidad tangible: Blanca acierta y se equivoca, es capaz de ternura y también de crueldad. Esa ambivalencia es la que permite al lector empatizar con ella, porque lo que vive, lo que dice y lo que calla, resuena con la experiencia emocional de toda una generación que creció en el cambio del siglo, que vivió los primeros años del internet. La novela, además, adquiere una dimensión más profunda al incorporar fragmentos del diario de la madre ausente: una narración en primera persona de una mujer rota, psicológicamente maltratada y emocionalmente al borde del colapso. 

La novela mantiene un tono melancólico y reflexivo, donde la soledad actúa como hilo conductor. Para tratarse de una novela de formación, resulta inusualmente sombría, aunque ello responde a una generación millennial marcada por el desarraigo, testigo de la decadencia social y del colapso de las promesas colectivas, donde no hay un próspero mañana, solo apenas un mañana. El mundo en el que despiertan los personajes carece ya de esperanza. Existe, sin embargo, un cierto misticismo que los aleja de planteamientos puramente materialistas o nihilistas, aunque a veces funcione solo como un salvoconducto frente a la misma vacuidad. Blanca establece una amistad con chicas similares a ella, mediada por la distancia que permiten las primitivas salas de chat de ese nuevo territorio llamado internet. El leitmotiv puede parecer, en un primer momento, el poder sobrenatural de la protagonista —capaz tanto de sanar como de herir—, pero lejos de ser un don, opera como una carga simbólica, una expresión de su culpa. En realidad, el núcleo temático de la novela es otro: la figura de la madre ausente. Toda la construcción emocional de Blanca —sus vínculos, su rabia, su fragilidad, su búsqueda de sentido— gravita en torno a esa ausencia.

En Fuego en la garganta, la diferencia no se aborda como una virtud o al menos una característica completamente humana, sino como un problema que debe solucionarse, y ese planteamiento es quizá una de las críticas más agudas que deja la novela. Porque señalar lo diferente como algo que está mal, como algo que hay que corregir, revela la hipocresía de una sociedad que se dice diversa pero que castiga todo aquello que no encaja. El mecanismo es rápido: se ubica el conflicto dentro del individuo, no en su entorno. La madre de Blanca era diferente, y como tantas mujeres de su tiempo, pagó el precio de esa diferencia con aislamiento, con silencios, con diagnósticos que la empujaron aún más al fondo. No fue comprendida, fue clasificada como un problema. Blanca también es distinta, pero su historia, a diferencia de la de su madre, se transforma en una búsqueda: una búsqueda de definición, de identidad, de sentido. Por eso, a lo largo de la novela, la reflexión no es adorno ni efecto estilístico; es parte del tránsito interior de un personaje que, como muchos, intenta entender qué hacer con aquello que lo separa de los demás. 

Sin proponérselo como homenaje, Fuego en la garganta dialoga en muchos sentidos con Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Ambas son novelas de formación que siguen a una protagonista femenina marcada por la pérdida, el abandono y una búsqueda desesperada por definir quién es y qué lugar ocupa en el mundo. Jane Eyre crece en la Inglaterra victoriana, Blanca en la Valencia noventera, pero las dos comparten ese tránsito doloroso entre la orfandad emocional y la conquista de una voz propia. Jane encuentra en la lectura, en el pensamiento y en la dignidad silenciosa una forma de resistencia frente a las estructuras que la oprimen; Blanca lo hace a través de la introspección, de la cultura alternativa y de la búsqueda simbólica de la madre. Ambas son conscientes de su diferencia, y esa conciencia, lejos de quebrarlas, las define. Por eso, con todas sus distancias de época, de contexto y de tono, puede decirse que Blanca es la Jane Eyre de los millennials: menos idealista, más fragmentada, pero igual de obstinada en su voluntad de no desaparecer en un mundo que insiste en uniformar. Con una diferencia crucial: mientras Jane culmina su recorrido en el amor romántico como forma de restitución simbólica, Blanca lo hace a través del reencuentro íntimo —aunque incompleto— con la figura materna. Allí donde Brontë pone un hombre, Serrano coloca un espejo.

Si eres millennial, Fuego en la garganta es una novela obligatoria. Y aunque a lo largo de esta reseña no me detuve a hablar de la calidad literaria de su prosa, no es por omisión sino por obviedad: fue finalista de uno de los premios más prestigiosos en lengua española, y sería absurdo pensar que un jurado pasaría por alto defectos narrativos graves. Además, como ocurre con toda buena novela, hay líneas que se quedan flotando, que uno subraya sin querer, y que vuelven una y otra vez como ecos que claman por la reflexión. No puedo cerrar esta reseña sin compartir algunas de esas frases que recogí durante la lectura y que, estoy seguro, vale la pena leer y releer.

«La gente no hace lo mejor que puede y esa la frase hecha que a mí me tiene hablando sola. Mucha gente hace lo justito para pasar el día.» 

«Y, de pronto, mi vida se convirtió en mi vida. Y, ahora, ni siquiera mi futuro es mío, sino que se trata de una sucesión de acontecimientos inevitables que se producirán como consecuencia de las decisiones que yo no tomé.»

«¿Cuál es la diferencia entre viajar y no viajar si lo que vas a traerte de allí es un saquito de frases hechas?»

«Puedes conocer nuevas facetas de una persona, aunque esté muerta, si hablas de ella.» 

«¿Qué pasaría si, por ejemplo, educasen a la sociedad para entender que hay gente con depresión o con esquizofrenia, en lugar de adormecer a la gente con depresión y esquizofrenia y hacer como si no existieran?»

«Basta la mutación de una célula para que una persona enferme y acabe muriendo.»

«Ser diferente no es malo. Solo diferente.» 

«No es esfuerzo cuidar de aquello que queremos.»

«Poco o nada importa quién fuera o lo que hubiera hecho hasta entonces si al final nos convertiríamos en la historia que alguien le cuenta a otro durante un largo viaje.»

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